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sábado, 28 de mayo de 2011

DOMINGO 6º DE PASCUA (San Juan 14, 15-21)



LECTURA DEL LIBRO DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES 8, 5-8. 14-17

En aquellos días, Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba allí a Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría.

Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos bajaron hasta allí y oraron por los fieles, para que recibieran el Espíritu Santo; aún no había bajado sobre ninguno, estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.

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"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-- Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él."


OÍR, CONTAR, CANTAR:

Primero oísteis el anuncio de las maravillas del Señor: “De muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban”.
A la ciudad de Samaria no había llegado un médico capaz de curar toda enfermedad, ni tampoco un mago con poderes sobre las fuerzas del mal; a la ciudad había llegado sólo la palabra que “predicaba a Cristo”. Llegaba Cristo y retrocedía el mal.
Mientras escuchabas la narración, tu corazón daba testimonio de que estabas oyendo la verdad, pues también a tu vida había llegado esa palabra, y tú habías sido liberado, curado, redimido, salvado.
Y cuando el lector dijo: “La ciudad se llenó de alegría”, ya no pensaste en Samaria, sino en ti mismo y en tu comunidad de fe, porque, desde que acogiste la palabra que “predicaba a Cristo”, se te ha dado un gozo que nadie podrá quitarte, el mismo que tienen los que están contigo en esta asamblea santa. Vosotros sois “la ciudad que Dios llenó de alegría”.
Luego el lector añadió: “Les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo”. Y tú recordaste la Iglesia en la que fuiste bautizado, su seno en el que naciste del agua y del Espíritu, y todas las eucaristías en las que, recibiendo a Cristo, has recibido de él el Espíritu que te transforma en ofrenda agradable a los ojos de Dios.
Oído lo que el Señor ha hecho contigo, necesitarás contarlo y cantarlo: “Venid a escuchar; os contaré lo que ha hecho conmigo”. “Aclamad al Señor, tocad en honor de su nombre, cantad a su gloria”. Cuéntalo a tu corazón, deja memoria de las obras de Dios en todos los rincones de tu vida, en todas las estancias de tu ser, de modo que aclame siempre al Señor quien siempre recuerda sus obras, y cante siempre su gloria quien siempre lo ama.
Con todo, todavía no has hecho más que acercarte al misterio que estás celebrando. Acoger la palabra que “predica a Cristo”, significa “amar a Cristo”, y también “guardar sus mandamientos”. Si acoges la palabra, la gracia te redime; si amas a Cristo, él le pedirá al Padre que te dé otro Defensor que esté siempre contigo, el Espíritu de la verdad. Si acoges la palabra, Dios llenará de alegría la ciudad; si amas a Cristo, guardarás sus mandamientos, y el Padre te amará, Cristo te amará, Cristo se te revelará. Si acoges la palabra, pasarás de la esclavitud a la libertad, del pecado a la gracia, de la muerte a la vida; si amas a Cristo, guardarás su palabra, y el Padre te amará, y ellos vendrán a ti y harán morada dentro de ti.
Ahora ya puedes cantar el cántico nuevo, el de la Pascua última: “Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente; justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de los siglos!”.
Aún así, no hemos hecho más que asomarnos al misterio que celebramos. Has oído al Señor que te decía: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará y vendremos a él”. Vendrá a ti el que amas, vendrá a ti el que te ama; viene a ti como palabra para ser creída; vendrá a ti como pan para ser comulgado; vendrá a ti, como pobre para que lo acudas en su necesidad.
Él vendrá a ti: si le acoges, tu vida será un clamor de alabanza en la ciudad que Dios llenó de alegría.
¡Feliz domingo!

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

sábado, 21 de mayo de 2011

DOMINGO 5º DE PASCUA (San Juan 14, 1-12)




"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-- Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no, os lo habría dicho, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.
Tomás le dice:
-- Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?
Jesús le responde:
-- Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.
Felipe le dice:
-- Señor, muéstranos al Padre y nos basta.
Jesús le replica:
-- Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre."


NO TENGAS MIEDO:

El evangelio nos recuerda lo que “en aquel tiempo” vivieron los discípulos con Jesús, y revela también lo que en nuestra celebración eucarística vivimos nosotros con el Señor: Oímos lo que ellos oyeron, preguntamos como ellos preguntaron, creemos lo que entonces a ellos les fue revelado.
Les dijo Jesús: “No perdáis la calma”. Se lo dijo a ellos porque los alcanzaba la noche, la hora de Jesús, su despedida, la zozobra de la comunidad, la dispersión de los suyos. Nos los dice a nosotros, que nos acercamos al final de la Pascua y que, en la escuela de la fe, aprendemos a amar al Señor sin verlo.
“No perdáis la calma”: Se lo dice a los suyos el pastor que va a ser herido y sabe que su rebaño se dispersará. Nos lo dice el que conoce nuestro nombre y nuestra voz, nuestro paso y nuestro corazón, nuestros miedos y nuestras esperanzas.
“No perdáis la calma”: Lo dice el que se ha hecho uno de nosotros para hacer con nosotros el camino de la vida. Lo dice el amigo que nos precede, la voz que nos sosiega, la mano que nos sostiene. Lo dice el que va a ser apresado a quienes van a ser liberados, el que va a ser herido a quienes van a ser curados, el que va a morir a quienes van a resucitar.
El tiempo se ha hecho de oscuridad espesa por la violencia que sufren los débiles, los pequeños, los empobrecidos, los justos. Con Jesús, con sus discípulos de ayer, con los creyentes de hoy, no sólo experimentamos nuestra debilidad frente al mal, sino que nos escandaliza la debilidad de Dios, la impotencia de Dios, la ausencia de Dios, el abandono de Dios. “Satanás ha reclamado a los hijos de Dios para cribarlos como trigo”. Vivimos tiempos de prueba para la fe.
Por eso, el mismo que nos dice: “no perdáis la calma”, añade: “Creed en Dios”. Que es como decir: Sabed que Dios se ocupa de vosotros. “Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta… Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón en todo su fasto estaba vestido como uno de ellos”. Si crees, no temes, pues sabes que Dios cuida de ti.
Y añadió: “Y creed también en mí”, pues para vosotros he venido, por vosotros he entregado mi vida, y por vosotros vuelvo al que me ha enviado, pues “me voy a prepararos sitio… para que donde estoy yo estéis también vosotros”.
Y tú, comunidad creyente y probada en tu fe, vives hoy en la Eucaristía el misterio que se te ha revelado en la Encarnación: recibes al Señor que viene a ti, abrazas al que se entrega por ti, y entras por la fe en el “sitio” que Cristo te ha preparado, entras en quien será para ti, para siempre, tu casa del cielo.
No tengas miedo.
Feliz domingo.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger