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sábado, 25 de junio de 2011

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI (San Juan 6, 51-58)



"En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
-- Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
Disputaban los judíos entre sí:
-- ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Entonces Jesús les dijo:
-- Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre."


UN PAN... UN CUERPO:

La experiencia de Dios que hace la Iglesia en este día del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo la intuimos anunciada en las palabras del salmista: “El Señor los alimentó con flor de harina y los sació con miel silvestre”.
La fe da sentido a las palabras, y lo hace evocando acontecimientos en los que el Señor se ha manifestado como Señor para su pueblo.
El salmista recuerda el desierto, el camino recorrido hacia la tierra prometida, el pan del cielo con el que Dios alimenta a su pueblo, la palabra que ilumina aquel éxodo, la compasión, la misericordia y la lealtad que fueron el rostro de Dios para su pueblo.
“Los alimentó… los sació”: la oración evoca una Tienda entre las tiendas de Israel, una presencia, una ley, una alianza, una historia de amor…
Mientras tú dices, “los alimentó… los sació”, tu fe confiesa que el Señor te sacó de Egipto, de la esclavitud, te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, sacó para ti agua de la roca, te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres…
Hoy, Iglesia amada de Dios, harás tuyas las palabras del salmista, y las llenarás de un sentido que el salmista no pudo darles.
“El Señor los alimentó con flor de harina y los sació con miel silvestre”: las mismas palabras recuerdan ahora otras promesas, otro pan, otra luz. Tú no apartas ya de Cristo la mirada; él es el rostro de Dios para ti, su compasión, su misericordia, su lealtad. Él es la Tienda de Dios en medio de su pueblo, la Palabra de Dios hecha carne, la Luz que ilumina tu vida. Él es “el pan vivo que ha bajado del cielo; quien coma de ese pan vivirá para siempre”.
Éste es el misterio que celebras; ésta es la Eucaristía que adoras y recibes; éste es el pan con que Dios te alimenta; éste es el cáliz de nuestra acción de gracias, que nos une a todos en la sangre de Cristo; éste es el pan que partimos, que nos une a todos en el cuerpo de Cristo; éste es el sacramento de la vida entregada de Jesús, sacramento de su amor hasta el extremo, de un amor que, por ser sin medida, ha hecho un cuerpo solo de quienes éramos muchos y divididos: “Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión… Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina”.
La Eucaristía que la Iglesia celebra es el icono de la vida a la que ha sido llamada. Comemos de un solo pan para formar un solo cuerpo: el cuerpo de Cristo.

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

domingo, 19 de junio de 2011

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (San Juan 3, 16-18)





"Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios".


APRENDER A DIOS EN DIOS:

Dios es amor. No se conforme la Iglesia con decirlo. No te conformes con creerlo. Entra en el misterio, acércate al amor con que te aman, aprende el amor con que has de amar.
Porque Dios es amor, la Iglesia confiesa que sólo puede ser Uno, pues el amor es vínculo de perfecta unidad. Pero, iluminada por la palabra de la revelación, al proclamar la fe en la verdadera y eterna divinidad, la Iglesia adora a Dios Padre, con su único Hijo y el Espíritu Santo, tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad.
He pedido palabras a la liturgia para decirte de lo indecible. Pero has de buscar en la memoria de la fe otras palabras que te ayuden a entrar en el misterio que confiesas, a gustar lo que se te conceda conocer, a contar lo que allí se te haya concedido gustar.
No se entra en el misterio de Dios por la fuerza de la deducción lógica, sino por la gracia del encuentro amoroso. Sólo el amor abre el cielo para que oigas y veas, para que conozcas y creas, para que gustes y ames.
Se te ha dado conocer el amor del Padre al Hijo: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”. Se te ha concedido saber del amor que el Padre te tiene a ti: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. Te han llamado a morar en el amor que has conocido: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor”.
Ya sabes dónde has de aprender a Dios, para conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su unidad todopoderosa: a Dios lo aprendes en Cristo Jesús. Nadie va al Padre, si no va por Jesús. Nadie recibe el Espíritu, si no lo recibe de Jesús. Quien ha visto a Jesús, ha visto al Padre, porque Jesús está en el Padre, y el Padre está en Jesús.
En Cristo Jesús aprendes este misterio santo, que no es sólo de Dios, sino que, por el amor que Dios te tiene, es también tu misterio: “Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros”.
A ti, por la fe, se te ha dado beber de la eterna fuente que es la Trinidad Santa, pues el Hijo de Dios salió del Padre y vino al mundo, salió de Dios y vino a ti: creíste en él para salvarte, bebiste en él para tener vida eterna.
A ti, por la fe, se te ha dado volver con el Hijo a la eterna fuente de la que Él ha nacido, de la que Él había salido. Ya no podrás hablar del Hijo de Dios sin hablar de ti, pues Él no quiso volver al Padre sin llevarte consigo.
Considera dónde moras, en qué fuego tu zarza arde ya sin consumirse, en qué infinito caudal se apaga tu sed de eternidad, y deja que el deseo de Dios te mueva hasta que te pierdas en el Amor.
Y mientras no llega para ti la hora del deseo apagado, entra en el tiempo divino de la Eucaristía, y habrás entrado por el sacramento en la eterna fuente que mana y corre.
Allí aprenderás a Dios; allí conocerás la gracia del Hijo, el amor del Padre, la comunión del Espíritu; allí, con Cristo y con los hermanos, imitarás el misterio de la divina unidad, para tener, con todos, un mismo sentir, un solo corazón, un alma sola.
Desde dentro de la fuente llegan a tu corazón palabras para nombrarla: “Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, rico en clemencia y lealtad”.
Imita lo que nombras, y, de ese modo, por la puerta humilde de tu compasión y tu misericordia, los pobres aprenderán en ti el misterio de Dios.

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

domingo, 12 de junio de 2011

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS (San Juan 20, 19-23)



"Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-- Paz a vosotros
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-- Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos."



“El ESPÍRITU Y LA ESPOSA DICEN: ¡VEN!"

A todos vosotros, amados del Señor: Paz y Bien.

Llega con sus lenguas de fuego la celebración anual de Pentecostés y se cierra el tiempo de Pascua. La Iglesia, bautizada en el Espíritu, sale a los caminos del hombre para llevar a todos, con la gracia del evangelio, el don de la vida eterna.

Sopla el viento de la vida:
Aquella noche, la última de Jesús con sus discípulos, las palabras, también las de la oración, se arenaban en calas de tristeza. Pero eran palabras semilla que llevaban dentro la eternidad de la vida: “Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo”(Jn 17, 1-3) .
Tus palabras, Jesús, se nos quedan dispersas en el alma, ecos entrañables de un diálogo celeste, palabras tuyas y del Padre, de Dios para Dios, misterios que nos sobrepasan. Pero no hablabas del Padre y de ti, sino de los tuyos, de los suyos, de tu Iglesia, de nosotros; hablabas de vida y de conocimiento, hablabas de la vida eterna, la verdadera, la sola a la que el nombre conviene en plenitud, la vida que es conocer al Padre y conocerte a Ti.
Conocer… La vida es conocer. El que a nosotros nos llamó amigos, a sí mismo se llamó vida, y de ambos nombres se entiende la razón: “a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15, 15). Él, por amor, se ha hecho nuestro amigo, y como amigos nos ha tratado al darnos el conocimiento de su Padre. Ese conocimiento es vida celeste, entiéndase verdadera, eterna, perfecta; por eso, para ti que crees, Jesús, el que te da la vida, es la Vida.
Ese conocimiento, porque es vida y porque es celeste, sólo puede ser espiritual: echará raíces en las arenas de nuestro desierto sólo cuando el Espíritu Santo nos lo enseñe todo y nos vaya recordando todo lo que Jesús nos dijo (Cf. Jn 14, 26)
Tú necesitas conocer para vivir, y el Espíritu de Dios es el maestro que viene a ti para enseñarte. No dejes de escuchar su voz, y no dejarás de aprender a Cristo Jesús, no dejarás de transformarte en Cristo Jesús, no dejarás que se apague en ti la llama divina de la vida eterna.

Se enciende el fuego del amor:
Si has conocido al Padre y a Jesucristo, si has conocido a Dios, no pienses que has añadido un saber a los que ya tenías, pues aquí se trata, no de saber más, sino de ser cada vez más lo que se va sabiendo.
Si aprendes a Dios, es que Dios vive en ti y tú vives en él. Si aprendes a Cristo el Señor, también tú podrás decir con el apóstol: “Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).
Pero, ¿cómo puedes vivir en Dios y puede Cristo vivir en ti? La fe te sugiere que esa posibilidad tendrá que ver con el amor, pues “el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios… porque Dios es amor” (1Jn 4, 7-8) . El que ama, ése conoce; con todo, me pregunto todavía: ¿cómo puedes amar para conocer si no conoces para amar? No puedes, ¿verdad? ¡No podemos!
Pero el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5, 5) . El amor es don que se te hace para que conozcas, y conociendo vivas, y de ese modo Cristo viva en ti.
Hoy es la fiesta del Espíritu que se te ha dado para que encienda en ti el fuego del amor que arde en el seno de Dios. Dios es amor en Dios y en ti.
Ahora ya puedes entonar tu salmo personal, tu cantar de los cantares, tu alabanza al que te ama: “Bendice, alma mía al Señor. ¡Dios mío, qué grande eres! Que le sea agradable mi poema, y yo me alegre con el Señor.”

Espíritu de comunión:
A la humanidad, agitada desde el hombre viejo por un espíritu de división, se le ofrece desde el hombre nuevo, desde Cristo, un Espíritu de comunión.
Ese Espíritu no se nos ha dado para retenerlo escondido bajo la tierra de nuestros miedos, sino que su poder se ha de manifestar en cada uno de nosotros para el bien de todos.
De un único Espíritu procede la diversidad de dones; de un único Señor la diversidad de servicios; de un único Dios la diversidad de funciones, y el corazón creyente se queda con el asombro de saber que este Uno ama la diversidad, la crea y la gobierna para el bien común.
En ese único Espíritu hemos sido bautizados todos para formar un solo cuerpo.
Ahora, bajo la acción del Espíritu, ya puedes decir con todos: “Jesús es el Señor”, y las palabras de tu proposición serán a un tiempo confesión de fe, manifestación de esperanza y declaración de amor.
Ahora puedes clamar con todos: “¡Abba, Padre!”, y las palabras de tu clamor serán a un tiempo reconocimiento de tu condición filial, memoria de tu libertad, descanso del alma, prenda de gloria.
Ahora, con el Espíritu, preparas el pan de la Eucaristía, comes de lo que has preparado, y, para perderte en el que amas, te dispones a ser transformada en lo que has comido, en Cristo.

Ahora, Iglesia de Dios, deja que resuene en tu corazón el anhelo del Espíritu: “El Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven! Y quien lo oiga, diga: «¡Ven!» … ¡Ven, Señor Jesús!”.

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Tánger

sábado, 11 de junio de 2011

SEPTENARIO AL ESPÍRITU SANTO (Día 7º)



SECUENCIA

Ven, Espíritu Divino... (Como el día primero)

INVOCACIÓN

¡Ven! AMOR,
Unción suavísima del alma,
Júbilo del corazón.
¡Amor, que eres la felicidad!

ORACIÓN PARA PEDIR EL DON DE SABIDURÍA

¡Oh Espíritu Santo, que eres luz refulgente, celestial, fuego de Amor!
Danos una participación especial en el conocimiento que es propio de Dios. ¡Oh Maestro interior de las almas! ¡Danos la experiencia divina de tu misterio inefable!
¡Luz que vienes de lo alto! Ilumina lo más hondo de nuestro ser para que aspiremos solamente a gustar tu bondad, tu suavidad, tu amor sin fronteras!
¡Ven! y haznos conocer cuán suave y dulce eres, Dios mío, para quien te posee como la Virgen María, “Sede de la Sabiduría” que se sintió transportada de gozo en Dios su Salvador.

ORACIÓN PARA PEDIR EL FRUTO DEL AMOR

¡Ven, Espíritu Santo!
Otórgame el regalo incomparable de tu Amor, que es el valor supremo. ¡Dame tu amor tierno, delicado, libre, confiado y puro como el agua cristalina de una fuente! ¡Entra en mi corazón, fuego divino! ¡Quiero dejarme poseer por Ti. Vivir en Ti… abandonarme en Ti, Dios mío! dócil siempre a tu querer divino en todo.
Dame, Espíritu Santo, este incomparable FRUTO del AMOR.

viernes, 10 de junio de 2011

SEPTENARIO AL ESPÍRITU SANTO (Día 6º)


SECUENCIA

Ven, Espíritu Divino... (como el día primero)

INVOCACIÓN


¡Ven! Lluvia benéfica,
que fertiliza toda aridez,
Medicina en la desesperanza,
Fuego que enciende el corazón.

ORACIÓN PARA PEDIR EL DON DE ENTENDIMIENTO

¡Oh Espíritu Santo! Esclarece nuestra fe con la efusión de tu luz para que nos adhiramos íntimamente a tu misterio divino. Queremos que ardan nuestros corazones al escuchar tu Palabra; y haz que nuestra inteligencia iluminada por tu luz penetre hasta lo más profundo del misterio de tu Amor en la “fracción del Pan” que parte Jesús para nosotros cada día, llenando nuestra alma de paz y de gozo inefable.
¡Ven, Espíritu Santo! Abrasa nuestro corazón en tu amor y envuélvenos en los efluvios de tu suavidad y de tu dulzura.

ORACIÓN PARA PEDIR EL FRUTO DEL GOZO

¡Ven, Espíritu Santo!
Concédeme el gozo que se deriva de la paz y del amor; que brota del interior del alma iluminada por los resplandores de tu luz.
Este gozo, esta alegría ahuyenta el temor y la turbación, da luz al entendimiento, fuerza y energía al corazón. Con esta alegría en el rostro, se muestra la belleza de la virginidad; y se da a conocer que el yugo del Señor es suave y su carga ligera.
Dame, Espíritu Santo, este precioso FRUTO de la ALEGRÍA.

jueves, 9 de junio de 2011

SEPTENARIO AL ESPÍRITU SANTO (Día 5º)

SECUENCIA
Ven, Espíritu Divino... (Como el día primero)

INVOCACIÓN

¡Ven! Dulce huésped,
siempre deseado,
Descanso en la fatiga,
Brisa en ardiente estío,
Gozo que sobrepasa todo dolor.

ORACIÓN PARA PEDIR EL DON DE CIENCIA

¡Oh Espíritu Santo! Danos el DON de CIENCIA para que sepamos descubrir el verdadero valor de las criaturas y no nos dejemos fascinar por ellas. Danos la Ciencia de los santos para que al contemplar tu obra creadora veamos en ella un reflejo de tu belleza infinita y brote de nuestro corazón un himno de admiración y de alabanza.
¡Oh Espíritu santificador! Derrama en nosotros la luz, tu luz, para que sepamos comprender la distancia que nos separa de tu hermosura, de tu grandeza, y que nuestra pequeñez y miseria necesita de Ti para poder saciar la sed de infinito que nos consume. Suba hasta Ti nuestra oración confiada y haznos partícipes de tu vida y de tu amor.

ORACIÓN PARA PEDIR EL FRUTO DE LA FE

¡Ven, Espíritu Santo!
¡Aviva mi fe y hazla eficaz en mi vida, para que ella sea verdaderamente ferviente y entregada a tu amor. Dame la fe que “vence al mundo, que mueve montañas” y que se transforma en confianza amorosa en tu Providencia salvadora. La fe que es adhesión a Dios en el claro-oscuro del misterio, y que te encuentra luminoso y que te encuentra luminoso penetrando en lo profundo de tu amor.
Dame, Espíritu Santo este valioso FRUTO de la FE.



miércoles, 8 de junio de 2011

SEPTENARIO AL ESPÍRITU SANTO (Día 4º)


SECUENCIA

Ven, Espíritu Divino...

INVOCACIÓN

¡Ven! Don incomparable,
Luz en la noche,
Fuente de agua viva,

ORACIÓN PARA PEDIR EL DON DE CONSEJO

¡Oh Espíritu Consolador e iluminador! Guíanos en esta búsqueda de ti mismo, para penetrar a fondo en tu designio amoroso sobre nuestra vida. Alumbra nuestro interior, pon alerta nuestra conciencia para que sepa elegir siempre lo mejor para tu gloria y para nuestra perfección. Que seamos como la Virgen, nuestra Madre, prudentes y santos que nos dejemos guiar por tu consejo íntimo, y nos llevará a identificarnos con Jesús, a seguirle de cerca, a tratar de que su Reino llegue a todos los hombres.
Danos el acierto y la seguridad de vivir en tu Verdad, que es el mayor gozo del corazón.
¡En ella descansamos, Dios mío!

ORACIÓN PARA PEDIR EL FRUTO DE LA BENIGNIDAD

¡Ven, Espíritu Santo! Dame la BENIGNIDAD, que es comprensión y benevolencia para todos. Tú nos has prometido un corazón de carne, blando, humano, para desechar la acritud y la aspereza. Este fruto se oculta en las profundidades del corazón como una valiosa perla. Todo lo amargo lo transforma en dulce; y ayuda a superar prejuicios y discordancias.
Penetra con tu gracia, Espíritu Divino en mi interior, y frena el juego inquieto de mi fantasía.
Dame, Espíritu Santo, este precioso FRUTO de la BENIGNIDAD


martes, 7 de junio de 2011

SEPTENARIO AL ESPÍRITU SANTO (Día 3º)



Secuencia
Ven, Espíritu Divino...

INVOCACIÓN
¡Ven! Señor y Dador de vida,
la vida del fervor y del canto;
vencedor del desaliento y de la fatiga,
que todo lo supera.

ORACIÓN PARA PEDIR EL DON DE FORTALEZA
¡Oh Espíritu Santo! ¡Cuán necesaria me es tu fuerza y tu ayuda en las tribulaciones de la vida! El dolor me asusta y me deprime. Siento una enorme debilidad ante el sufrimiento. Ven con tu fortaleza a poner esfuerzo y ánimo en mi vivir. Tú eres el Dador de toda valentía, cobíjame bajo tus alas poderosas.
Tú animas y levantas. Eres el que transforma los corazones pusilánimes en corazones decididos y valerosos.
No nos dejes solos jamás y sobre todo asístenos en las grandes pruebas de la vida y en la hora de nuestro tránsito hacia la patria, donde pensamos encontrar en los brazos de Jesús la eterna alegría.

ORACIÓN PARA PEDIR EL FRUTO DE LA PACIENCIA
¡Ven, Espíritu Santo! Dame la dulce PACIENCIA, que es capacidad de sufrimiento. “La paciencia es el soporte del amor”. Revísteme de una entereza de ánimo que sea capaz de afrontar las tribulaciones y trabajos de la vida, con valentía, sin quejarme, sin angustiarme. Descúbreme que es tu mano amorosa, Dios mío, la que conduce el sufrimiento: “para provocar el amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo, para transformar toda la civilización humana en la civilización del amor”.
Dame, Espíritu Santo este precioso FRUTO de la PACIENCIA

lunes, 6 de junio de 2011

SEPTENARIO AL ESPÍRITU SANTO (Día 2º)


Secuencia:
Ven, Espíritu Divino...

INVOCACIÓN

1.- ¡Ven! Espíritu Santificador,
Padre de los pobres,
Inspirador de todo lo bueno.
Defensor en las luchas.
Consolador en las penas.

ORACIÓN PARA PEDIR EL DON DE PIEDAD
¡Oh Espíritu Santo que eres todo amor! Adorna mi alma con el DON exquisito de PIEDAD. Sana mi corazón de toda dureza y ábrelo plenamente a la dulzura de la oración.
Que al llamar con este nombre a nuestro Padre Dios, que experimentemos la riqueza de esa dulce palabra: su bondad, su Providencia, su misericordia, su ternura. ¡Qué incomparables atributos! En ellos descanso, en ellos me recreo, en ellos tengo yo mi oasis de paz.
¡Oh Espíritu consolador, lléname de este don maravilloso! Extingue en mi corazón toda amargura, toda cólera e impaciencia y ábrelo a la comprensión y a la mansedumbre con todos los hombres, hijos de Dios y mis hermanos.
¡Ven! Te invoco con ilimitada confianza en tu infinita ternura, Padre nuestro.

ORACIÓN PARA PEDIR EL FRUTO DE BONDAD

¡Ven, Espíritu Santo!
Concédeme la BONDAD. ¡Qué flor tan delicada y bella!
La Bondad es un gran atributo divino.
Pon en nuestros corazones esta virtud tan amable y haz que florezcan en nuestra vida para bien de todos.
La Bondad es noble y desinteresada, evitando siempre el mal humor y toda violencia.
Es dulce como la miel, llena de exquisita atención hacia los demás; valora lo bueno y sabe disculpar los fallos con paz y comprensión.
Danos, Espíritu Santo este precioso FRUTO de la Bondad.

domingo, 5 de junio de 2011

SEPTENARIO AL ESPÍRITU SANTO


Secuencia al Espíritu Santo

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

Concédenos, Señor, oh Divino Espíritu, el DON DE TEMOR, que es "principio de la sabiduría". Un Temor arraigado en el Amor, que produce en el alma un hondo sentimiento de adoración ante tu Majestad infinita, y prefiere morir antes que digustar en lo más mínimo al Padre del cielo. Un Temor filial que huye con premura de todo cuanto sea ofensa o alejamiento de Aquel a quien adora y teme contristar.
Infunde en nuestro corazón este Temor suavísimo, que nos ha de mantener en constante cercanía de nuestro Dios y Señor, y en constante lejanía de todo lo que sea infidelidad y pecado. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

¡Ven, Espíritu Santo! Concédenos el FRUTO DE LA CONTINENCIA para ser moderados en todos los gustos. Que no nos dominen, Señor, las pasiones que puedan apartarnos de Ti. Que sintamos la liberación que supone la renuncia a aquello que pueda desagradarte, Dios mío.
El sacrificio que se abraza por amor se hace ligero, proporcionando al alma satisfacción y alegría.
Danos, oh Espíritu Santo, este precioso fruto de la Continencia.

SOLEMNIDAD DE LA ASCENCIÓN (San Mateo 28, 16-20)




"En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:

-- Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo."


CRISTO QUEDA CONTIGO, TÚ SUBES AL CIELO CON CRISTO:

Queridos, considerad el misterio que hoy se os ha revelado: Cristo el Señor, después de dar “instrucciones a los apóstoles”, “ascendió al cielo”; ellos “lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista”. Él ascendió, y ellos “miraban fijos al cielo, viéndole irse”.
Fijos en el cielo se habían quedado nuestros ojos cuando, por la encarnación, Cristo vino a nuestra casa, porque venía al mundo la Palabra de Dios, a los excluidos se les daba un hijo, para los pobres nacía el Mesías, el Señor, un niño que nos decía hasta dónde nos ama Dios; y fijos se quedan ahora nuestros ojos mirando al cielo, cuando, por el misterio de la gloriosa ascensión, contemplamos enaltecido al que por amor se había anonadado, y vemos glorificado al que por su gran misericordia había hecho suya nuestra humillación.
Contempla y admira, goza y canta, pues “Dios sube entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas”.
Con el Salmista dices, “Dios sube entre aclamaciones”, pero tus ojos, que continúan fijos mirando al cielo, ven a Jesús, exaltado a la derecha de Dios; el Salmista dice, “Dios sube”, y tú ves al Maestro que te ha enseñado con dulzura los secretos del Reino, ves al Médico de los cuerpos y de las almas que curaba a los enfermos, ves al que bendecía a los niños y perdonaba a los pecadores; con el Salmista dices, “Dios sube”, y ves a Jesús a quien habías visto apresado, juzgado, condenado, crucificado, muerto y sepultado. Lo ves e invitas a todos a aclamarlo: “Tocad para Cristo; tocad para nuestro Rey, tocad”; tocad para el Buen Pastor de nuestras almas; tocad para el Cordero de nuestra Pascua, tocad para el Mediador de nuestra salvación.
Aquel a quien ahora contemplas exaltado a la derecha de Dios es el mismo Jesús que has visto reinar exaltado en una cruz.
Considerad ahora lo que el misterio de la Ascensión del Señor dice de nosotros mismos. Tú miras a Cristo, y sabes cuál es la esperanza a la que Dios te llama; tú miras a Cristo, y conoces la riqueza de gloria que Dios da en herencia a los que ha santificado; tú miras hoy a Cristo, y admiras la grandeza del poder de Dios para los que creen en él. Hoy, mientras contemplas a Cristo que sube a la gloria del Padre, no sólo ves lo que esperas ser, lo que un día se ha de cumplir también en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, sino que ya ves a la Iglesia glorificada en su Cabeza que es Cristo. Místicamente nos lleva con él, el que místicamente se queda con nosotros; realmente nos glorifica con él en el cielo, el que realmente recorre con nosotros los caminos del mundo.
Si ahora consideras el misterio de la Eucaristía que estamos celebrando, verás que, por la fe, estás viviendo en la realidad del sacramento el mismo acontecimiento de salvación que los discípulos vivieron cuando el Señor fue enaltecido a la gloria del Padre. Cristo desciende hasta ti, viene a ti y permanece contigo; se te entrega en su palabra que escuchas, y en su cuerpo que recibes. Y tú asciendes a Cristo, vas a él y permaneces con él, en su palabra que obedeces, y en su cuerpo que comulgas. Él queda contigo en tu tierra, y tú subes con él a su cielo.
En el misterio de la Eucaristía resuena también el mandato de Jesús: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Dad lo que habéis recibido. La Trinidad Santa es vuestra casa. Llamad a todos para que, con Cristo, moren en ella como hijos.
¡Feliz Domingo!

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

jueves, 2 de junio de 2011