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jueves, 31 de marzo de 2016
miércoles, 30 de marzo de 2016
lunes, 28 de marzo de 2016
miércoles, 23 de marzo de 2016
domingo, 20 de marzo de 2016
DOMINGO DE RAMOS
Evangelio: Lucas 22,14-23,56 (Relato de la
Pasión)
Quizá lo distintivo del relato de la Pasión del evangelio de san Lucas sea el Jesús que traduce: un Jesús que ora, que intercede, que perdona, que da testimonio de su verdad de Hijo de Dios… Un Jesús ejemplo para el discípulo, que ha de llevar cada día su cruz hasta, como él, morir en ella. Y también destaca la presencia de unos personajes ejemplares: el cireneo, caracterizado con las palabras típicas del seguimiento -llevar la cruz detrás de Jesús-, las mujeres compasivas, el ladrón que dialoga en la cruz con Jesús… El relato de la Pasión de san Lucas no es solo una crónica, sino un proyecto, una propuesta, un camino: el camino, la propuesta y el proyecto de Jesús.
Quizá lo distintivo del relato de la Pasión del evangelio de san Lucas sea el Jesús que traduce: un Jesús que ora, que intercede, que perdona, que da testimonio de su verdad de Hijo de Dios… Un Jesús ejemplo para el discípulo, que ha de llevar cada día su cruz hasta, como él, morir en ella. Y también destaca la presencia de unos personajes ejemplares: el cireneo, caracterizado con las palabras típicas del seguimiento -llevar la cruz detrás de Jesús-, las mujeres compasivas, el ladrón que dialoga en la cruz con Jesús… El relato de la Pasión de san Lucas no es solo una crónica, sino un proyecto, una propuesta, un camino: el camino, la propuesta y el proyecto de Jesús.
REFLEXIÓN PASTORAL
El
Domingo de Ramos nos introduce en la Semana Santa. Dos rostros muestra la liturgia
de este día: a) la entrada en Jerusalén, y b) la presentación de la Pasión en
una triple versión: narrativa (Evangelio de san Lucas), profética (la figura
del Siervo de Isaías) y kerigmática (muerte y resurrección de Cristo, en la
carta a los Filipenses).
La entrada en Jerusalén, seguramente no
conmocionó la ciudad, pero sí alertó a los dirigentes. Quienes aclamaban a
Jesús serían un reducido grupo de discípulos y simpatizantes galileos. Jesús ya
había venido en otras ocasiones a Jerusalén -el IV Evangelio habla de tres-; en
las dos primeras subió a celebrar la pascua de los judíos; en esta, la última,
subía a celebrar “su” pascua. Y cuidó los detalles. “He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros…” (Lc 22,15).
Los textos evangélicos subrayan el perfil
mesiánico de Jesús, pero Jesús no se durmió en los laureles de las
aclamaciones. Ese mismo día, según el texto de san Lucas, llevó a cabo un gesto profético y político de
gran calado: la expulsión de los vendedores del Templo y el enfrentamiento
directo con los sumos sacerdotes (Lc 19,45-20,7). ¡La suerte estaba echada!
En el Domingo de Ramos no debería
olvidarse este gesto de Jesús, reivindicando un Templo limpio, abierto, casa
donde Dios sea patente y accesible a todos, sin limitaciones étnicas o
económicas. Jesús elimina “la planta comercial” del Templo, y al Templo como
“comercio”, para reivindicar su dimensión de casa de oración. No deberíamos
quedarnos en un entusiasmado agitar de palmas. Hay que leer los signos escogidos
por Jesús y su significación profunda.
Conocida como “Semana de la Pasión del
Señor”, deberíamos vivirla como “semana
para renovar la pasión por el Señor”.
Lo que celebramos en estos días no fue
algo que pasó porque sí, sino por
nuestra salvación. Sentirnos directamente implicados, es el modo más
responsable de vivirla.
Si no nos sentimos afectados, quedaremos
suspendidos en un vacío vertiginoso. Si nos reconocemos destinatarios e
implicados en esa opción radical de amor divino, hallaremos la serenidad y la
audacia suficientes para afrontar las más variadas y arriesgadas alternativas
de la vida (Rom 8,35-39; cf. 1 Cor 4,9-13). Y hasta qué punto nos sentimos
afectados por ese amor de Dios, lo sabremos en la medida en que seamos capaces de
amar como Dios manda, que es lo mismo
que amar como Dios ama (Jn 15,12-13).
Es verdad que no
faltan quienes interpretan reductivamente la vida y muerte de Jesús,
prescindiendo de esta referencia -por nosotros-. El mismo Jesús temió esta
tergiversación o reducción y avanzó unas claves obligadas de lectura. Jesús
previó su muerte (Mc 8,31-32; 9,31; 10,33-34 y par.), la asumió (Mc 8,32-33; Jn
11,9-10), la protagonizó (Jn 10,18; Mt 27,48) y la interpretó (Mc 14,24) para
que no le arrancaran su sentido, para que no la instrumentalizaran ni la
malinterpretaran. Su muerte y su vida estuvieron indisolublemente unidas: un
vivir y un morir para Dios y para los otros (cf. Rom 6,10-11; 14,8).
Si nos desconectamos, o no nos sentimos
afectados por su muerte y resurrección, si no vivimos y no vibramos con la
verdad más honda de la Semana Santa, las celebraciones de estos días podrán no
superar la condición de un “pasacalles” piadoso.
Si, por el contrario, nos reconocemos
destinatarios preferenciales de esa opción radical de amor, directamente
afectados e implicados en ella, hallaremos la serenidad y la audacia
suficientes para afrontar las alternativas de la vida con entidad e identidad
cristianas.
La Semana Santa no puede ser solo la
evocación de la Pasión de Cristo; esto es importante, pero no es suficiente. La
Semana Santa debe ser una provocación a renovar la pasión por Cristo. Celebrar
la Pasión de Cristo no debe llevarnos solo a considerar hasta dónde nos amó
Jesús, sino a preguntarnos hasta dónde le amamos nosotros.
¡Todo transcurre en tan breve espacio de
tiempo! De las palmas, a la cruz; del “Hosanna”, al “Crucifícalo”… A veces uno tiene la impresión
de que no disponemos de tiempo -o no dedicamos tiempo- para asimilar las cosas.
Deglutimos pero no degustamos, consumimos pero no asimilamos la riqueza
litúrgica de estos días y la profundidad de sus símbolos, muchas veces
banalizados y comercializados.
La Semana Santa es una semana para hacerse
preguntas y para buscar respuestas. Para abrir el Evangelio y abrirse a él.
Para releer el relato de la Pasión y ver en qué escena, en qué momento, en qué
personaje me reconozco…
La Semana Santa debe llevarnos a descubrir
los espacios donde hoy Jesús sigue siendo condenado, violentado y crucificado,
y donde son necesarios “cireneos” y “verónicas” que den un paso adelante para
enjugar y aliviar su sufrimiento y soledad.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.- ¿En qué paso, con qué personaje de la Pasión me siento
más identificado?
.- ¿Me esfuerzo en sentir y consentir con Cristo?
.- ¿Me afecta, de verdad, la Pasión de Cristo?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN,
OFMCap.
sábado, 19 de marzo de 2016
jueves, 17 de marzo de 2016
miércoles, 16 de marzo de 2016
martes, 15 de marzo de 2016
lunes, 14 de marzo de 2016
domingo, 13 de marzo de 2016
V DOMINGO DE CUARESMA
"En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte
de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo y todo el pueblo
acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los letrados y los fariseos le traen una
mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: Maestro,
esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos
manda apedrear a las adúlteras: ¿tú qué dices?
Le preguntaban esto para ponerlo a prueba.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en
preguntarle, se incorporó y les dijo: El que esté sin pecado, que le tire la
primera piedra. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo,
se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, hasta el
último.
Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de
pie. Jesús se incorporó y le preguntó: Mujer, ¿dónde están tus acusadores?,
¿ninguno te ha condenado?
Ella contestó: Ninguno, Señor.
Jesús dijo: Tampoco yo te condeno. Anda, y
en adelante no peques más".
*** *** *** ***
La escena parece encajar mejor en el tono
del evangelio de san Lucas. Algunos cuestionan la autenticidad joánica del relato.
El enfrentamiento de Jesús con los letrados y fariseos se evidenció de diversas
formas. Llamándole “Maestro” quieren contraponer su magisterio con el de Moisés.
Pero Jesús no entra a discutir sobre un precepto de la ley. Se remite al
argumento personal: les confronta con sus propias vidas, para que actúen no
desde la ley sino desde sus vidas. ¿Qué escribía Jesús? Algunos pretenden
iluminar el gesto desde un texto de Jeremías (Jer 17,13). El núcleo del relato
está en la respuesta de Jesús. Con ella abre a la mujer a un futuro de
esperanza, pues si llevas cuanta de los delitos, Señor, ¿quién podrá
subsistir?(Sal 130,3).
REFLEXIÓN
PASTORAL
Ahora
no se trata de una parábola sino de un hecho. Jesús es puesto en la disyuntiva:
o condena (y su enseñanza sobre la
misericordia queda en entredicho) o absuelve (y se coloca en contra de la
legislación vigente). No era aquella una situación cómoda. Pero, aún con todo
eso, lo más incómodo y enrarecido era el ambiente. Jesús percibe que allí
faltaba sinceridad y, sobre todo, no había compasión. Aquella mujer, en realidad, ya había
sido juzgada y condenada de antemano.
Por
eso se hizo el desentendido; no quería entrar en aquel juego sucio. Y se puso a escribir en el suelo. ¿Qué
escribiría Jesús? Muchos se lo han
preguntado; pero me parece que esa es una pregunta casi frívola y superficial.
Una vez más la curiosidad puede
apartarnos de lo esencial.
Y
ante la impaciencia de los acusadores, se limita a decir: El que esté sin pecado.... Y en el fondo aquellos hombres fueron
sinceros; entendieron la indirecta; quizá recordaban lo que ya había dicho
Jesús en otra ocasión sobre el adulterio del corazón (Mt 5,28)... Y se
retiraron sin lanzar una sola piedra.
Jesús
no es un ingenuo: sabe quien es aquella mujer, que en su vida había pecado; que
aquella mujer fue durante un tiempo -¿mucho?- moneda de uso y de cambio para
satisfacer infidelidades y pasiones… Pero sabe también que aquella mujer no era
solo una prostituta sino una mujer prostituida por otros; sabe que no todo es
pecado en su vida ni todo el pecado era suyo. Allí había gérmenes buenos en
espera de ser despertados y reconocidos. Lo que hace Jesús es mirar a la parte
buena de aquel corazón y mirarlo con un corazón limpio.
Ya
solos, dialoga con la mujer. No la recrimina, no la ruboriza con preguntas. No
silencia su pecado pero tampoco lo absolutiza. Prefiere alentar a regañar. Y
aquella mujer se sintió acogida. No fue juzgada ni prejuzgada. Era consciente
de su pecado: eso bastaba. No había que abrumarla con preguntas mortificantes.
Necesitaba más comprensión que reprensión... No vuelvas a pecar. Jesús lanza la vida hacia delante, al camino
nuevo. No te condeno, porque Dios la
ama en su debilidad y por su debilidad. Porque en la medida en que está
arrepentida ya fue condenado lo que debía ser condenado: el pecado. Ahora mira
adelante... Así es Dios; éste es su estilo. Es
el primer mensaje de este evangelio.
Pero el comportamiento de Jesús es también
un ejemplo de actuación. ¡Somos tan inclinados a sorprender, a denunciar!
¡Cuántas personas se han hundido...! El
que esté sin pecado... es una invitación a purificar la mirada, pues para los limpios todo es limpio; para los
contaminados nada es limpio, pues su mente y su conciencia están contaminados
(Tit 1,15); una invitación a ser no sólo
críticos sino autocríticos. Pero no es una invitación a desentenderse, a pasar
por alto o a justificar lo que no está bien. ¡No! Hoy hay mucha indiferencia disfrazada de
tolerancia porque falta mucho amor al
prójimo y a la verdad. El amor nunca es indiferente. Por eso no lo fue Jesús
ante el pecado, porque amaba profundamente al pecador. Por eso no condena a la
mujer adúltera, pero tampoco legitima su adulterio.
Desde
el ejemplo que Jesús nos ofrece en el evangelio de hoy aprendamos a apropiarnos
sus actitudes ante la vida; con la pasión de Pablo, para quien todo era nada con
tal de ganar a Cristo y existir en él.
Esto no es fácil ni cómodo, pero sólo así se es cristiano de verdad.
El
mensaje de este domingo V de Cuaresma, en el umbral de la Semana Santa nos dice
que un futuro mejor es posible, y que ese futuro nos lo trae Jesús con su
muerte y resurrección. Hay que abrirse a ese futuro.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Con qué espíritu abordo la
competición de la fe?
.- ¿Advierto la primavera de Dios
en la vida?
.- ¿Doy oportunidades o sólo
exijo responsabilidades?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
sábado, 12 de marzo de 2016
viernes, 11 de marzo de 2016
jueves, 10 de marzo de 2016
miércoles, 9 de marzo de 2016
martes, 8 de marzo de 2016
lunes, 7 de marzo de 2016
domingo, 6 de marzo de 2016
DOMINGO IV DE CUARESMA
SAN LUCAS 15,1-3. 11-32
" En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los
publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los escribas y los fariseos
murmuraban entre ellos: Ese acoge a los pecadores y come con ellos.
Jesús les dijo esta parábola: Un hombre
tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de lo
que me toca de la fortuna. El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor,
juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna
viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un
hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le
insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar
cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían
los cerdos; y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces se dijo: Cuántos
jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de
hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: “Padre, he pecado
contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a
uno de tus jornaleros”.
Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando
todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió y, echando a correr, se le
echó al cuello y se puso a besarlo.
Su hijo le dijo: Padre, he pecado contra el
cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.
Pero el Padre dijo a sus criados: Sacad en
seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en
los pies, traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete; porque
este hijo mí estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado.
Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al
volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y, llamando a uno de
los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: Ha vuelto tu hermano; y tu
padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.
Él se indignó y se negaba a entrar; pero su
padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: Mira: en tantos
años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has
dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese
hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero
cebado.
El padre le dijo: Hijo, tú estás siempre
conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo
estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado."
*** *** *** ***
Esta
parábola forma parte de la trilogía conocida como “parabolas de la
misericordia” que configuran el cap. 15 del evangelio de Lucas. Y son respuesta
a la crítica de escribas y fariseos sobre la praxis abierta y misricordiosa de
Jesús. Amenazada por una escucha rutinaria, la parábola exige una relectura
desde claves profundas. En ella Jesús advierte de la equivocación de confundir
a Dios Padre con un dios patrón, de buscar la realización personal lejos de la
casa del Padre. También alerta de presencias que, en realidad, son ausencias
(es el caso del hermano mayor).
Desde ella somos invitados a identificar
al Dios en quien creemos (¿es un Dios meramente remunerador, o es un Dios
salvador?), y a identificarnos ante él. Qué experiencia tenemos de Dios y qué
experiencia tenemos del hermano. Los paradigmas filiales de la parábola no son,
en manera alguna, ejemplares. Pero hay otro Hijo, el parabolista, que es con
quien hemos de procurar identificarnos, apropiándonos sus sentimientos (Flp
2,5), aprendiendo de él (Mt 11,29). Es el hermano que no “se entristece”, sino
que se goza con el regreso del hermano perdido. Es el verdadero narrador del
Padre, a quien conoce por dentro.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Escribía Charles Peguy: “Todas las
parábolas son hermosas, todas las parábolas son grandes. Pero con esta,
millares y millares de hombres han llorado”.
Muchas veces comentada, esta parábola
resulta, sin embargo, inagotable en su capacidad de sugerencias. No basta la explicación
exegética. Solo se comprende desde la oración. Es una parábola para ser
“orada”. Nos revela el núcleo de Dios, que no está pidiendo cuentas de los
pecados (2 Cor 5,17-21); no es un Dios al acecho. Es Padre misericordioso. Esta
parábola es, además, una invitación a examinar nuestra experiencia de filiación
y de fraternidad.
Un hombre tenía dos hijos. Un día el más
pequeño, en el estallido de su juventud, prefirió la aventura de sus sueños a
la aparente monotonía del hogar y del amor paternos; quería experiencias
nuevas... y pidió la parte de su herencia. No sin dolor el padre accedió. Y es que el respeto de Dios por la
libertad del hombre es casi escandaloso.
Abandonó la casa, se entregó a la
evasión..., y se arruinó. Abandonado de todos, no le abandonó un recuerdo, el
de la casa de su padre. Curiosamente no su padre; y es que en el fondo le movía
el hambre no el amor. Pero lo importante es que la luz entró en su alma aunque
fuera por aquella ventana. Decide
volver, con un discurso preparado: “Padre,
he pecado, no merezco llamarme hijo tuyo...” ¡No conocía a su padre! Quien
desde que marchó no hizo otra cosa que esperarle, saliendo todos los días al
camino. Y, a pesar de la edad, quizá con la vista cansada, le reconoció de
lejos, porque se ve de verdad cuando se mira con el corazón. Nadie que no
hubiera sido su padre le habría reconocido.
Se había marchado bien vestido, y volvía
envuelto en harapos. Pero su padre le conoció, le presintió de lejos. Y corrió
a él; no supo esperar. Y es que mientras el arrepentimiento anda a paso lento,
la misericordia de Dios corre veloz. Manifiesta más necesidad el padre de
perdonar que el hijo de ser perdonado. Con el perdón el hijo recupera la
comodidad, el padre el corazón; el muchacho volverá a poder comer, el padre
volverá a poder dormir.
El padre no pregunta los porqués de la
marcha y del regreso. Eso se sabrá luego, o nunca. Lo que importa es que ha
vuelto. Y comienza la fiesta.
Pero había otro hermano, el que se había
quedado en casa. Al regresar del campo le sorprende la fiesta. No adivina que
tal alegría solo puede tener un motivo: el regreso de su hermano. Tuvo que
preguntar, y al enterarse, se indignó. ¡No podía ser! ¡Aquello no era justo! Si
llega a saber esto, también él hubiera hecho lo mismo...Y no quería entrar. Por
lo que también a este hijo tiene el padre que salir a buscarlo.
Amargado
pasa factura a su padre: “Tanto tiempo
que te sirvo…”; y lo que es peor, se desmarca de su hermano: “Cuando ha venido ese hijo tuyo...”. Fue
lo que más debió doler al Padre, que no supiera o no pudiera llamar hermano a
su hermano. Pero no se desalentó; también para este hijo mayor era la
fiesta. “Hijo, deberías alegrarte”. Porque haber estado siempre en casa del
padre no es para lamentarlo.
No deja de ser triste la situación de
este padre. Es el único que ama en la parábola. El hijo menor regresa más por
hambre que por amor; el mayor es incapaz de comprender. ¿Es que es imposible
amar desinteresadamente, sin prefijos?
DIOS AMA ASÍ, y ASÍ HEMOS DE AMAR.
El Dios que nos revela Jesús y que se revela
en él es un Dios de puertas abiertas y de corazón abierto. Un Dios Padre que no
discrimina, siempre disponible a la acogida gozosa de los hijos. Un Dios que
solo sabe ser y ejercer de Padre misericordioso. Es su estilo, que debe ser el
nuestro. Ahí está la novedad cristiana.
Una
historia de amor bella y dramática. Una historia que todos hemos de leer,
contemplar y guardar esta foto del Padre en la cartera, cerca del corazón, para
ver si al contacto con ella nuestro corazón comienza a latir al compás del
suyo. Una lección importante para este cuarto domingo de Cuaresma.
REFLEXIÓN PASTORAL
.- ¿De qué modelo de hijo estoy
más cerca?
.- ¿Siento a Dios como “Padre” o
como “patrón”?
.- ¿Me alegra el bien del otro?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN,
OFMCap.