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martes, 30 de agosto de 2016
domingo, 28 de agosto de 2016
DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO
SAN LUCAS 14,1. 7-14
"Entró Jesús un sábado en casa de uno de los
principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los
primeros puestos, les propuso este ejemplo: “Cuando te conviden a una boda, no
te sientes en el puesto principal no sea que hayan convidado a otro de más
categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: ´Cédele
el puesto a este ´. Entonces,
avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para
que cuando venga el que te convidó, te diga: ´Amigo, sube más arriba ´.
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se
enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.
Y dijo al que le había invitado: “Cuando
des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus
parientes ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando
des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque
no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.
*** *** *** ***
La escena presenta a Jesús como “Maestro”
de sabiduría, invitando a rechazar la vanidad y la prepotencia, y a asumir la
humildad como estrategia de comportamiento. Pero reducir a esto el mensaje
sería muy poco. Jesús no está diseñando sólo una táctica para “ascender” a los
puestos de honor; está describiendo el comportamiento de Dios, encarnado de
manera singular en Él. Él ha venido y se ha puesto el último de la fila (Flp
2,6ss), y ha invitado a su banquete a los “cansados
y agobiados…” (Mt 11,28), perdidos “por
los caminos” (Mt 22,9). Él se ha hecho “humilde
de corazón” (Mt 11,29).
REFLEXIÓN PASTORAL
En una sociedad en que la gente se esfuerza
por ascender, por ocupar los primeros puestos, por encabezar todo tipo de listas,
aunque para eso tenga que convertir a otros en peldaños en la escalera del
propio ascenso…; en una sociedad que ha convertido el interés -el alto interés-
en el único criterio de inversión…; en una sociedad en la que antes de prestar
se garantiza la solvencia del acreedor… En una sociedad así, y así es la
nuestra, la invitación a ocupar el último puesto del banquete provoca, en el
mejor de los casos, una sonrisa de compasión condescendiente. Y la urgencia de dar a fondo perdido, sin
esperar la devolución, el principio de la ruina…
Al oír estos planteamientos no pocos,
quizá, nos preguntemos si el Evangelio sigue teniendo vigencia hoy; si no habrá
pasado ya su momento… Si a esto añadimos las advertencias que se nos hacen en
la primera lectura -“En tus asuntos
procede con humildad…, hazte pequeño”-, la cosa se complica aún más. ¡Así
no vamos a ninguna parte!
Jesús no fue ningún ingenuo, ni su
mensaje una ingenuidad. Encierra en sí una enorme carga explosiva y
transformadora, que le explotó en sus propias manos. Jesús fue eliminado por
decir, entre otras cosas, esto que hoy hemos escuchado y aclamado.
Echemos una mirada al mundo en que
vivimos. ¿A dónde está conduciendo el desmesurado interés de las grandes
potencias? A dejar insolvente a medio mundo; a hundir en el endeudamiento a
países que así ven alejarse de ellos toda posibilidad de progreso, de autonomía
y de paz.
Y cosa parecida ocurre con la carrera por
ocupar los primeros puestos en los diversos banquetes de la vida. ¡A cuántos
hay que descalificar y hasta eliminar para llegar a ser los primeros! ¡Cuántas
zancadillas y empujones para encabezar una lista!
¡No! La advertencia de Jesús no
es una ingenuidad. Lo que ocurre es que Él tenía la rara virtud de decir
sencillamente las cosas más importantes. Nuestra vida sería más relajada y
festiva, menos polémica y menos tensa si tuviéramos esto en cuenta. El
Evangelio no ha pasado; lo que ocurre es que nosotros aún no hemos llegado a él
o, lo que es peor, hemos pasado de él.
Pero hay algo más; con estas palabras
Jesús no solo está denunciando unos comportamientos equivocados; nos está
enseñando algo más que a ser humildes y desinteresados, nos está diciendo cómo
es Dios. Dios hizo una inversión a fondo perdido a favor del hombre, cuando el
hombre era totalmente insolvente. “Cuando
todavía estábamos sin fuerzas, escribe san Pablo, Cristo murió por los impíos…; por un hombre bueno tal vez alguno se
atrevería a morir, pues la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo
todavía pecadores, murió por nosotros” (Rom 5,6-8).
Al venir a nuestro encuentro, Dios no ocupó
posiciones de privilegio. “Siendo de
condición divina, se despojó…” (Flp 2,7). Pero la cosa no terminó ahí: “Por eso Dios le exaltó, para que al nombre
de Jesús toda rodilla se doble…” (Flp 2,9-10). Y también al que, al estilo
de Jesús, ocupe el último lugar del banquete, el Padre le dirá: “sube más arriba”…; porque “el que se humilla
será ensalzado”.
Jesús tenía autoridad para darnos esta
lección; él la había encarnado; hablaba con experiencia y por experiencia, por
eso tiene derecho a exigirnos. Si somos cristianos no nos queda sino “apropiarnos su sentimientos” (cf. Flp
2,1).
El Evangelio no ha pasado; lo que ocurre es
que, quizá, aún no hemos llegado a él. Y, sin embargo, ese es nuestro punto de
encuentro.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿A qué puesto aspiro en la
vida?
.- Si humildad es andar en
verdad, ¿por donde ando yo?
.- ¿Me encuentro a gusto entre
los humildes?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN,
OFMCap.
domingo, 7 de agosto de 2016
DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO
SAN LUCAS 12,32-48
" En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien
daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se
echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los
ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará
también vuestro corazón.
Tened ceñida la cintura y encendidas las
lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la
boda, para abrirle, apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el
señor, al llegar, los encuentre en vela. Os aseguro que se ceñirá, los hará
sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y si llega entrada la noche o de
madrugada, y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el
dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo
mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis, viene el
Hijo del Hombre”.
Pedro le preguntó: “Señor, ¿has
dicho esta parábola por nosotros o por todos?”.
El Señor le respondió: “¿Quién es
el administrador fiel y solícito a quién el amo ha puesto al frente de su
servidumbre para que le reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a
quien su amo al llegar lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al
frente de sus bienes. Pero si el empleado piensa: ‘Mi amo tarda en llegar´, y
empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y a beber y a emborracharse;
llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo
despedirá, condenándole a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe
lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra, recibirá muchos
azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al
que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le
exigirá”.
*** *** *** ***
Dos ideas fundamentales resalta esta
catequesis de Jesús a los discípulos: 1) Desde la confianza de la herencia del
Reino, les invita a la liberación de los bienes. El corazón del discípulo debe
estar liberado y puesto en el Reino de Dios. Una idea típicamente lucana. 2) La
vigilancia responsable. La espera del Señor no permite distracciones.
Ante la pregunta de Pedro sobre los
destinatarios de sus palabras, Jesús explicita en qué consiste la vigilancia
responsable. Y advierte que ser llamado a ese servicio de gobierno se convierte
en fuente de mayor exigencia. Entre los discípulos los cargos no son para
medrar sino para “repartir la ración a
sus horas”; para ejercitar el ministerio recibido con fidelidad y
solicitud.
REFLEXIÓN PASTORAL
Situados en el centro del verano, cuando
todo parece invitar a la relajación y a bajar un poco la guardia en el
cumplimiento de nuestros deberes cristianos, no está de más la urgente
advertencia de Jesús: “Velad…; estad
preparados”.
El descanso, no el paro, es un don de
Dios, una bendición divina, un derecho inherente a la dignidad y vocación del
hombre, como lo es también el trabajo. El problema reside en cómo interpretar
ese descanso; que no consiste en no hacer nada, ni en una evasión superficial y
consumista, sino más bien en cultivar aquellas dimensiones de nuestra propia
interioridad que responden a las exigencias más íntimas, sin la presión de un
horario laboral rígido.
En tanto que en el trabajo profesional,
especialmente el mecánico y técnico, el hombre aparece teledirigido desde
fuera, en las actividades del tiempo libre es el hombre quien desde sí crea y
se recrea actualizando su libertad e interioridad. Urgido por tantas
ocupaciones, en el período de vacaciones, el hombre debe reencontrase consigo
mismo: cultivarse y potenciar su personalidad; debe también reencontrarse con su
entorno: personas y cosas desde una perspectiva más festiva, cordial y
desinteresada. Y, sobre todo, debe reencontrase con Dios.
El tiempo de vacaciones no debe ser un
tiempo de rebajas en nuestra vivencia religiosa. No puede constituir un
paréntesis, sino un capítulo más de nuestra vida. No puede haber carpetazo para
los valores del espíritu, ni puede irse por la borda lo más sagrado, nuestras
propias convicciones, nuestras actitudes religiosas… Dios debe seguir ocupando
el centro de nuestro tiempo, y no el tiempo que nos sobra. Sepamos vivir el
descanso no solo como tiempo de ocio, sino como tiempo de gracia.
“Velad”,
es la invitación que hoy nos dirige el Señor. Estamos en un tiempo donde es
especialmente urgente la vigilancia y la clarividencia. La conciencia moral y
religiosa está siendo sistemática y sutilmente embotada, cuando no
descaradamente acosada.
Frente a todo esto, la Palabra de
Dios nos recuerda que la “fe es seguridad
de lo que se espera y prueba de lo que no se ve”. Por eso el creyente es
audaz, valiente y alegre. Sabe de quien se ha fiado (2 Tim 1,12), y que aunque
a los ojos de los hombres su existencia no sea comprendida, Dios, que ve en lo
escondido, le recompensará (Mt 6,4). Por eso, el creyente auténtico no duda, no
es pusilánime ni ambiguo.
Miremos el ejemplo de Abrahán: de la
estabilidad al peregrinaje; de la seguridad de unos bienes poseídos a la
inseguridad de una tierra sólo prometida. Cuando todo le hablaba de
imposibilidad, recibe la promesa de una descendencia. Su última prueba: creer
en la palabra de Dios por encima de la muerte. Ha de sacrificar al hijo de la
esperanza, a Isaac, y no retrocede. Sabe de la fidelidad de Dios y de la
misteriosidad de sus planes. Algo humanamente ininteligible, pero todo es posible
al que cree. Y aquí es donde el cristiano desconcierta, porque sus certezas
provienen no de lo inmediato y mutable,
sino de Dios.
¿Qué espacios concedemos a la fe en
nuestra vida? ¿Nos fiamos plenamente de Dios, o más bien organizamos nuestra
vida en plan de por si acaso? No nos engañemos. Dios no es un recurso en última
instancia. Debe presidir y polarizar nuestra existencia; sólo así podremos ser
reconocidos por Él.
“Yo amo a Jesús, que nos dijo: cielo y
tierra pasarán.
Cuando cielo y tierra pasen mi palabra
quedará.
¿Cuál fue, Jesús, tu palabra? ¿Amor?
¿Perdón? ¿Caridad?
Todas tus palabras fueron una palabra:
Velad” (A. Machado).
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Desde que claves vivo la vida?
¿Desde claves de fe?
.- ¿El verano “rebaja” o “relaja”
mi tono cristiano?
.- ¿Soy descanso para los demás?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN,
OFMCap.