domingo, 24 de abril de 2016

V DOMINGO DE PASCUA

  SAN JUAN 13,31-33a. 34-35 
   
                                                                                   
                                                  “Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús. Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. (Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará). Hijos míos, me queda poco tiempo de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros”.
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La salida de Judas del cenáculo supone un paso adelante en el desarrollo de los acontecimientos. Jesús ya ve próxima su “glorificación” por el Padre y su “glorificación” al Padre. Su muerte es la “hora” del tránsito de este mundo al Padre y el punto de “atracción” de los hombres hacia él (Jn 13,22). A Jesús le queda poco tiempo, y lo aprovecha. A sus discípulos les ofrece, en apretada síntesis, los núcleos de su vida y de su mensaje. El mandamiento nuevo forma parte de uno de esos núcleos. La identidad cristiana no reside en la ideología sino en la praxis. Y la mejor praxis es el amor “como yo os he amado”.  La I Carta de san Juan profundizará en las urgencias de ese amor. Será el criterio para saber si estamos vivos o muertos cristianamente (I Jn 3,14).

REFLEXIÓN PASTORAL
Todos gustamos de identificarnos, y hoy abundan los signos y emblemas identificativos. Como cristianos no deberíamos renunciar a esta voluntad de identificarnos, el problema está en los signos y manifestaciones en que hacemos recaer esa identidad. Algunos son, es cierto, demasiado ambiguos y superficiales. Jesús, sin embargo, nos lo ha dicho claramente: la señal es el amor.
Ése es el mandamiento nuevo. Pero, ¿no se prescribía ya en el AT el mandamiento del amor al prójimo? ¿Por qué entonces se le llama nuevo? ¿En qué consiste esa novedad?   “Amarás al prójimo como a ti mismo” decía el AT; Jesús introduce un cambio: “como yo os he amado” (Jn 13,34), y ahí está la novedad.
¿Y cómo nos ha amado Jesús?   Hasta el fin; no se reservó nada: “se vació” (Flp 2,7). Con un amor radical, porque  “nadie ama más que el que da la vida” (Jn 15,13). Con un amor sin prefijos ni presupuestos: no espera a que seamos buenos para amarnos, nos hará buenos su amor. Con un amor preferencial por lo perdido... Así nos ama Cristo.
Pero este amor gratuito y radical nos urge (2 Cor 5,14) a permanecer en él (Jn 15,9). Permanencia que tiene olor, calor y color humanos, de hombres y mujeres con los que tenemos que convivir según el nuevo esquema de Jesús: amándoles y sirviéndoles allí donde están y así como son.
Nuestra inmadurez afectiva nos lleva a ser sectarios frente a los que no son como nosotros; a despreciar a los que tienen puntos de vista distintos a los nuestros; a separar definitivamente o a no querer recibir a alguien por el hecho de tener un planteamiento o un enfoque  social, política o religioso que no compartimos. Actuando así quizá no caemos en la cuenta de que nos estamos oponiendo al designio de Dios respecto de cada hombre, que fue crearlo a su imagen y semejanza - la de Dios -. Nosotros, en cambio, pretenderíamos conformar a todos a nuestra imagen y semejanza, amando en los otros sólo lo que amamos de nosotros en ellos, lo que nos satisface y coincide con nosotros. Pero eso no es amor al prójimo sino “amor propio”, eso no es amor sino egoísmo.
Permaneced en mi amor” (Jn 15,9), “amad como yo os he amado”; ésta es la novedad. Entendiendo bien que eso no es una invitación sentimental ni al sentimentalismo, sino a recrear los sentimientos de Cristo Jesús. Ni es, tampoco, una propuesta indiscriminada a permanecer en cualquier amor, sino en el que hemos sido amados por Cristo.      
    Ésta es la señal (cf. Jn 13,35). “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (I Jn 4,16). Y  desde entonces creer no es pensar, sino amar como Cristo nos ama. Y este amor será el principio de esa renovación de que nos habla la segunda lectura. Los cielos nuevos y la tierra nueva comienzan en un corazón nuevo, renovado por el amor.
REFLEXION PERSONAL
.- ¿Soy consciente de que “hay que pasar mucho para entrar en el Reino”?
.- ¿Con qué energía e ilusión colaboro a ese proyecto de cielo nuevo y tierra nueva?
.- ¿Es el amor de Cristo mi plataforma vital? ¿Siento su urgencia?

DOMINGO MONTERO, OFM Cap.

domingo, 17 de abril de 2016

IV DOMINGO DE PASCUA, DEL BUEN PASTOR

 SAN JUAN 10,27-30
                                                      
     "En aquel tiempo, dijo Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno”.
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      El domingo IV después de Pascua desarrolla como idea central la imagen de Jesús como el Buen Pastor, subrayando en cada uno de los ciclos aspectos singulares del cap. 10 del Evangelio de san Juan. Así en este domingo del llamado ciclo C, se destaca la idea de la profunda intercomunión entre Xto. -el Buen Pastor- y los creyentes -las ovejas -. Además se destaca que el Padre es conocedor de ese proyecto “pastoral”.
      Ser oveja de Jesús no es un hecho gregario: las ovejas toman decisiones personales: escuchan su voz y le siguen. Por otra parte, Jesús también es un pastor que “personaliza”: él las conoce, las cuida y las protege. Las ovejas son un “don” del Padre.
REFLEXIÓN PASTORAL
     La imagen de Dios como pastor se remonta a los profetas (Jer 23,1-2; Ez 34). También los salmos conocen este perfil divino (Sal 23,1; 80,2). Con ella se quería descalificar a los falsos pastores, que no guiaron al pueblo según el designio de Dios, y sobre todo ratificar que Dios en persona asumirá ese quehacer. “Yo mismo buscaré a mis ovejas y las apacentaré...; buscaré a la oveja perdida y traeré a la descarriada...Y suscitaré un pastor que las apaciente” (Ez 34,11-23). ¿Cómo no ver en la parábola de la oveja perdida (Mt 18,12-14; Lc 15,4-7) y sobre todo en la imagen de Jesús, el Buen Pastor (Jn 10), el cumplimiento de esa profecía? La carta a los Hebreos hablará de Jesús como “el gran Pastor de las ovejas en virtud de la sangre de una Alianza eterna” (13,20)
   Es cierto que esta imagen -pastor y ovejas- hay que despojarla de toda connotación gregaria, pues  oveja -discípulo de Jesús- no es un hecho gregario sino personal.
 Jesús es el Buen Pastor, que conoce personalmente y da vida personal  -su vida y “en abundancia” (Jn 10,10)- por y a sus ovejas. Ovejas que son un don del Padre -“mi Padre me las ha dado”-; ovejas que son su propiedad -“nadie puede arrebatármelas”- ¡Qué serenidad y confianza para nuestra vida sabernos conocidos y amados así por Cristo!
   Pero ese conocimiento del Buen Pastor implica el reconocimiento-seguimiento de las ovejas -“escuchan mi voz y me siguen”-. ¡Qué responsabilidad para nuestra vida! Porque esto tiene consecuencias muy importantes. Ese seguimiento es, en primer lugar, acogida: supone reconocer el paso de Dios por mi vida. “Mira que estoy a la puerta llamando” (Ap 3,20); es conocimiento y personalización de los núcleos fundamentales de la persona de Jesús: sus sentimientos (Flp 2,5ss), su mentalidad (2 Cor 2,16), su estilo (1 Jn 2,6), hasta convertirle en protagonista de la propia existencia (Gál 2,20); es, finalmente, testimonio  que, como nos recuerda la 2ª lectura, ha de ser veraz, es decir, sincero, profundo y hasta sangrante.
    ¿Tenemos conciencia, experiencia de esta vida y de esta presencia del Buen Pastor? ¿Sentimos su pertenencia a Él como algo fundamental? ¿Languidecemos por inanición o nos alimentamos con su pasto vivificante?
    ¿Escuchamos y seguimos la voz del Señor o andamos descarriados y perdidos por caminos sin futuro tras la voz de mercenarios? Pero, no lo olvidemos, también Jesús, es presentado como el Cordero, degollado.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué resonancias personales evoca en mí la imagen del buen Pastor?
.- ¿Reconozco y escucho su voz?
.- ¿Cómo ejercito yo mi responsabilidad “pastoral” (todos la tenemos)?
DOMINGO MONTERO, OFM Cap.

domingo, 10 de abril de 2016

DOMINGO III DE PASCUA

SAN JUAN 21,1-19
                                               
    En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros discípulos suyos. Simón Pedro les dice: Me voy a pescar. Ellos contestaron: Vamos también nosotros contigo. Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
   Jesús les dice: Muchachos, ¿tenéis pescado?
   Ellos contestaron: No.
   Él le dice: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.
   La echaron y no tenían fuerza para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: Es el Señor.
   Al oír que era el Señor, Simón Pedro que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
    Jesús les dice: Traed de los peces que acabáis de coger.
    Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aunque eran tantos, no se rompió la red.
     Jesús les dice: Vamos, almorzad.
     Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
    (*Después de comer dice Jesús a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?
    Él contestó: Sí, Señor, tu sabes que te quiero.
    Jesús le dice: Apacienta mis corderos.
    Por segunda vez le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
    Él le contesta: Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
    Él le dice: Pastorea mis ovejas
    Por tercera vez le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
    Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.
    Jesús le dice: Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven tú mismo te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras. Esto lo dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto añadió: Sígueme*).
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    El capítulo 21 del IV Evangelio plantea problemas respecto de su originalidad y autoría frente al conjunto de la obra (se piensa que es una adición posterior, basta comparar 20, 30-31 y 21,25), pero no respecto de su carácter inspirado y canónico. Consta de varios elementos entrelazados: 1) Una aparición junto al lago, una pesca infructuosa / fecunda, una comida y una conclusión: es la tercera aparición de Jesús. 2) La comisión del pastoreo a Simón Pedro; 3) la suerte del “discípulo amado” y 4) una conclusión. Nos ocupamos en este comentario  del punto 1) la aparición junto al lago.
    De regreso a Galilea, los discípulos siguen unidos. Han vuelto a sus “redes”.  El relato está cargado de sugerencias: pesca infecunda sin Jesús, fecunda al seguir sus sugerencias (Lc 5,4-7); la faena trascurre “de noche”, mientras la presencia de Jesús tiene lugar “al amanecer” (Jesús es asociado a la luz, la ausencia a la oscuridad; la resurrección de Cristo va asociada al alba, a la aurora); banquete preparado y servido por Jesús...
    Jesús no ha abandonado a los suyos: les acompaña… Sigue siendo el mismo, aunque no de la misma manera, por eso no lo reconocen al principio. Pero enseguida el “discípulo amado” (el amor es clarividente) lo intuye: ¡Es el Señor! Y la reacción de Pedro, impetuosa, muestra que él sí es el mismo y lo mismo.
     La calidad de la pesca y la cantidad -150 peces grandes- simboliza la verdad de las palabras de Jesús: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5); la comida es una evocación de las comidas de Jesús con los suyos: él la prepara y la sirve, pero también ellos han de aportar de su pesca.
REFLEXIÓN PASTORAL

    Afirmar que Jesús vive y convive, que está presente en la vida de sus discípulos, es la finalidad de los relatos evangélicos de las apariciones.  Por la resurrección Jesús no ha roto con los suyos. Sigue llamándoles “mis hermanos” (Jn 20,17), acompañándoles (Lc 24,13-35), inspirándoles (Lc  24,36-49) y compartiendo sus tareas. Así, hoy le vemos siguiendo atentamente, desde la orilla, una noche de trabajo de un grupo de discípulos, capitaneado por Pedro, en el lago de Galilea.
    El relato, a primera vista sencillo, está, sin embargo, cargado de simbolismo. Su intención no se reduce a la información sobre un hecho puntual y aislado, el de una pesca milagrosa; eso, con ser importante, no es trascendente. El evangelista quiere manifestarnos algo más profundo.
    Porque ese “ir a pescar” de Pedro y los apóstoles es un ir a la misión  evangelizadora; ese “lago” simboliza el mundo, y la “barca”, la iglesia. Los “ciento cincuenta peces grandes” hablan de la plenitud y fecundidad de la misión; la “red que no se rompe” a pesar de la cantidad y magnitud de la pesca, significa la capacidad de acogida de la Iglesia; la “orilla” desde la que Jesús ordena y espera, es su puesto de vigía como Señor de la Iglesia y de la historia; la comida preparada por Jesús, la eucaristía, alimento y fortaleza de todo evangelizador. Pero, sobre todo, en esa pesca hay un antes y un después, un vacío y una plenitud, un trabajo estéril y un trabajo fecundo: la diferencia la marca la orden de Jesús: “Echad la red”.
     Éste es el núcleo del relato: la Iglesia, en su misión, solo es fecunda en la obediencia y en la comunión con el Señor; no cuando toma iniciativas o adopta estrategias autónomas, por muy programadas y técnicas que parezcan. “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5).  Y esta  obediencia al Señor, como nos recuerda la 1ª lectura, exige ciertas “desobediencias”. “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. 
    Sin buscar la confrontación, la Iglesia, sin embargo, no debe adoptar posturas tibias ni ambiguas. Ni debe extrañarse de ser criticada y hasta perseguida; a la Iglesia solo debe preocuparle la fidelidad al Señor: ahí está su cruz, pero también su resurrección.   Y esto tiene su aplicación a la vida personal.
    Cada uno hemos  de convencernos de que sin la vinculación personal y entrañable con Xto., nuestra red estará siempre vacía. Y que esta conexión vital con el Señor no es un mero sentimiento, sino que está exigiendo una obediencia fundamental a Dios antes que a los hombres. Lo que no es una excusa o pretexto para no obedecer a nadie, sino un criterio para clarificar y dignificar nuestra obediencia. Hay dos modos de vivir, pero sólo uno es fecundo: vivir en el nombre del Señor, a su estilo.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué implica obedecer a Dios antes que a los hombres?
.-  De los dos modos de vivir, ¿cuál es el mío?
.- ¿Siento como propia la misión evangelizadora de la Iglesia?
 DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 3 de abril de 2016

II DOMINGO DE LA PASCUA, DE LA DIVINA MISERICORDIA

  SAN JUAN 20,19-31
                                                           
    Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz vosotros.
    Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
   Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.      Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
   Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: ¡Hemos visto al Señor!
    Pero él les contestó: Si no veo en sus manos la señal de los clavos; si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en el costado, no lo creo.
    A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús estando cerradas las puertas, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.
     Luego dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
     Tomás contestó: ¡Señor mío y Dios mío!
     Jesús le dijo: ¿Por qué me has visto has creído? ¡Dichosos los que crean sin haber visto!
      Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre”.
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    El relato consta de tres partes netamente diferenciadas: a) Una aparición al grupo de los discípulos; b) la escena de Tomás y c) una conclusión final del evangelista.
    La sección a) encuentra similitudes, dentro de las peculiaridades propias del IV Evangelio, con los testimonios de los otros evangelistas que narran encuentros de Jesús resucitado con unos discípulos asustados y recluidos por temor a los judíos. Juan destaca en esta primera escena aspectos importantes: 1) el Resucitado se identifica y se acredita desde la muerte en cruz: el Resucitado es el Crucificado. 2) El resucitado es portador de Paz, de su Paz, que no es como la del mundo, y del Espíritu. 3) La aparición está orientada a la Misión, no solo a confortar a los discípulos. Y esa misión es anunciar  el perdón de Dios. Un signo esencial de la evangelización es, según Juan, anunciar y hacer posible el perdón de Dios.
    La sección b) es propia del IV Evangelio. En ella se dramatiza y personaliza en un discípulo concreto, Tomás, un elemento común a todos los relatos pospascuales: la duda de los discípulos (cf. Lc 24, 11. 21-27.38; Mc 16,11. 13. 14). Ver REFLEXIÓN PASTORAL.
    La sección c), propia también de Juan aunque con afinidades con Lc 1,4, aporta dos datos interesantes: los testimonios sobre Jesús en esta obra no son exhaustivos, y la finalidad de la misma es llevar a la fe en Cristo, y por la fe a la salvación. Este es el objetivo de toda evangelización.

REFLEXIÓN PASTORAL
                                                        
    Una cosa bien clara dejan los relatos evangélicos: la resurrección de Jesús no fue una invención de los discípulos; éstos fueron los primeros y los más sorprendidos. Tal vez por eso quiso Cristo dedicar cuarenta días a explicar a los suyos este misterio de luz que tanto les costaba penetrar. ¡Había sido tan real y tan cruel su muerte!
    A los dos días de la crucifixión, los discípulos habían empezado a resignarse ante lo irremediable: dar por perdido a Jesús y a su causa. Pero Jesús no podía resignarse a esa idea y quiere meterles por los ojos y por las manos su resurrección, con la paciencia de un maestro que repite la lección una y otra vez con distintos recursos.
    Las apariciones de Jesús no son un jugar al escondite; son las últimas lecciones del Maestro antes de  que los discípulos se abran al mundo con la insospechada novedad del evangelio. Eso fueron los cuarenta días que siguieron a la resurrección: una pugna de la luz contra el temor que cegaba los ojos de los discípulos. Y éste es el contexto del relato evangélico que acabamos de leer: miedo, retraimiento, desorientación...
    La resurrección del Señor no es, y no fue, una creencia fácil. Y Jesús se hace presente con un saludo -la paz- y una misión -la paz del perdón en el Espíritu Santo-. Su aparición no es solo para consolar sino para consolidar la misión que el Padre le encomendó, y que Él ahora confía a su Iglesia.
    Pero faltaba Tomás. No somos comprensivos con este apóstol. Lo consideramos incrédulo  cuando, en realidad, todos los discípulos habían mostrado el mismo escepticismo. Fue el primero que dijo “vayamos y muramos con él” (Jn 11,16). 
      Tomás es como el hombre moderno que no cree más que lo que toca; un hombre que vive sin ilusiones; un pesimista audaz que quiere enfrentarse con el mal, pero no se atreve a creer en el bien. A Tomás no le bastaban las referencias de terceros, buscaba la experiencia, el encuentro personal con Cristo. Y Xto. accedió.
      Y de aquel pobre Tomás surgió el acto de fe más hermoso que conocemos: “Señor mío y Dios mío”. Y Tomás arrancó de Jesús la última bienaventuranza del evangelio: “Dichosos los que crean sin haber visto”.  Que no quiere decir dichosos los que crean sin conocerme, sino dichosos los que sepan reconocer mi presencia en la Palabra hecha evangelio; hecha alimento y perdón en los sacramentos; hecha comunión fraterna; hecha sufrimiento humano; pues desde la fe y el amor podemos contemplarle en las manos y los pies, la carne y los huesos de aquellos que hoy son la prolongación de su pasión y muerte.
    Y es que el resucitado es el crucificado, y a Xto. resucitado solo se accede por la comprobación de la Cruz. Las llagas de Cristo, contraídas por nuestro amor, nos ayudan a entender quién es Dios y que sólo un Dios que nos ama hasta cargar con nuestras heridas y nuestro dolor, herido y dolorido Él también, es digno de fe. 
    ¡A Cristo resucitado se le  afirma en tantos momentos  y situaciones del dolor humano…! Tomás nos dice que las “heridas”, las “llagas”, no son un obstáculo para creer en el Resucitado, sino más bien la prueba necesaria para no confundir la resurrección con una idea o una ideología. Tocar las “llagas” con fe y curarlas con misericordia.
    Habrá quienes digan: “Si no veo...”; “Brille vuestra luz...”    Porque las dudas de muchos hombres surgen de la poca fe/luz de muchos cristianos. ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?  
    Este segundo domingo de Pascua es también conocido como “Domingo de la misericordia”, desde que así lo denominara Juan Pablo II. De la misericordia de Dios con Tomás y con nosotros, pues sus “heridas”, las de Jesús, nos han curado; pero también  de nuestra misericordia con los otros,   porque es una llamada a reconocer  al Señor en las heridas y dolores de la vida. Y es particularmente importante recordarlo en este Año de la Misericordia.
REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué huellas deja en mi vida la fe en Cristo resucitado?
.- ¿Soy cristianamente luminoso?
.- ¿Me acerco misericordiosamente a los “llagados” de la vida?

DOMINGO J. MONTERO, OFMCap.