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domingo, 25 de junio de 2017

¡FELIZ DOMINGO! 12º del TIEMPO ORDINARIO

 SAN MATEO  10,26-33
   " En aquel tiempo dijo Jesús a sus Apóstoles: No tengáis miedo a los hombres porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse.
    Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que os digo al oído pregonadlo desde la azotea.
     No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de vuestra cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo, no hay comparación entre vosotros y los gorriones.
     Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, to también lo negaré ante mi Padre del cielo."
                                    ***                    ***                 ***
   En el “Discurso de la misión”, Jesús no oculta las dificultades inherentes a la tarea evangelizadora, pero les garantiza la presencia providente del Padre. No hay que tener miedo. Los “peligros” de la misión están cubiertos por un seguro de calidad: nuestras vidas están en las manos de Dios. Como dirá Pablo: “En todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó…; pues nada podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom 8,37. 39).
 

REFLEXIÓN PASTORAL
    “No tengáis miedo” (Mt 10,26) es la expresión que más frecuentemente se repite en el Evangelio de este Domingo. Una invitación  no a la temeridad autosuficiente, sino a la audacia asentada en la confianza en la Providencia de Dios, que no crea que nada que no haya amado, y no mantiene en la existencia nada que no ame (cf. Sab 11,24-25).
     El profeta Jeremías (1ª) sintió los miedos del entorno: “Oía el cuchicheo de la gente…” (Jr 20,10), pero sintió también por dentro la fuerza de la presencia del Señor: “El Señor está conmigo” (Jr 20,11).
     “Estad prontos a dar razón de vuestra esperanza” nos recuerda la 1ª Carta de san Pedro (3,15). No podemos hurtar a los hombres el testimonio cristiano; aunque, en no pocas ocasiones, revista una modalidad crítica para el que escucha, y autocrítica para los que hemos de dar  ese testimonio.
    El amplio y rápido despliegue de comportamientos y actitudes fundamentalistas e intransigentes en nuestro tiempo es un signo preocupante. Oponer a eso la tolerancia es bueno y necesario. Pero, ¿qué tolerancia? 
     No es infrecuente que, ante ese “fundamentalismo” intransigente, se defienda un “neutralismo” que, en el fondo, no es sino “absentismo” y huída del compromiso por buscar y testimoniar la Verdad.
     La tolerancia debe surgir de la convicción de que la verdad es un horizonte y un quehacer, y de que todos somos peregrinos en esa búsqueda. Nadie la “agota” y nadie está totalmente desprovisto de ella. Sin “agotarla” nadie, pero sin “imponerla” nadie ni a nadie, la verdad se expone y propone, pero no se impone.
     El Evangelio, invitando a ser no solo críticos, sino autocríticos; no  llama a la indiferencia, sino al amor. Y el amor nunca es indiferente frente al prójimo y frente a la Verdad.
      Hoy existe mucha indiferencia camuflada de tolerancia, porque existe poco amor al prójimo y a la Verdad.
     La tolerancia supone un esfuerzo positivo de comprensión, de respeto, de pluralismo, de acogida, aceptando la diferencia no como distancia sino como riqueza. Y, al mismo tiempo, supone un rechazo de cualquier tipo de inhibición, de huida ante las urgencias del prójimo.
            Jesús nos invita a la claridad. Las “oscuridades” de nuestro tiempo, ¿no dependerán, al menos en parte, de la falta de “luminosidad” de muchos cristianos? La falta de Verdad que nos rodea e invade quizá sea una invitación a preguntarnos ¿qué hemos hecho los cristianos de la Verdad?
            El libro de los Hechos nos dice que los discípulos daban testimonio de Jesús públicamente con mucho valor y que la ciudad se “llenó de alegría” (8,8). ¿No seremos responsables, con nuestro silencio sobre Jesús, de la falta de alegría que existe en nuestra ciudad?
   “¡No tengáis miedo!” “¡Hermanos y hermanas! ¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad! ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! ¡No tengáis miedo!” (Juan Pablo II: Homilía en el comienzo de su Pontificado).
    “No tengáis miedo”. El Evangelio no puede ser silenciado, aunque no falten los intentos por conseguirlo. Los creyentes no podemos ser cómplices de esa campaña que, so capa de convivencia y de respeto a todas las opciones y opiniones, tiende a devaluar la voz específica del Evangelio.
     “No tengáis miedo”, porque Cristo no ha dudado en precedernos en esa ruta de un testimonio radical en favor de la verdad, obteniéndonos “la benevolencia y el don de Dios” (Rom 5,15).
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cuál es la razón de nuestros miedos?
.- ¿Cuáles son nuestro miedos?
.- ¿Quizá hemos confiado demasiado en nuestros “medios”, y éstos han revelado su inconsistencia y fragilidad?

domingo, 18 de junio de 2017

¡FELIZ DOMINGO! SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI

  SAN JUAN 6,51-59

     "En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
    Disputaban entonces los judíos entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
    Entonces Jesús les dijo: Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre."
  
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    Quizá estos versículos encajarían mejor en el contexto de la última cena de Jesús con sus discípulos, tal como la narran los sinópticos. El autor del IV Evangelio los insertó aquí como continuación del discurso sobre el pan de vida (Jn 6,22-71) tras la multiplicación de los panes (Jn 6, 1-15). Como Moisés desveló el sentido del maná (Dt 8,3), Jesús desvela el sentido y la identidad del pan verdadero: el que da la vida eterna que solo el Hijo del Hombre puede dar (Jn 6,27). Él es el verdadero maná (Jn 6,32). Pan de la vida; pan necesario; pan gratuito; pan de comunión. Ese es el pan por el que hemos de esforzarnos (Jn 6,27); porque ese es el pan que sacia de verdad las hambres del hombre.
REFLEXIÓN PASTORAL
La celebración de esta fiesta debe suscitar una pregunta: ¿Qué es la Eucaristía? Una pregunta necesaria en unos contextos como los nuestros, donde todo se rutinariza, se desdibuja y desfigura con presentaciones “a la carta”. Porque no podemos convertir en rutina irrelevante la herencia de Jesús.
La Eucaristía es la mayor audacia de Cristo, de su amor. El colofón de la gran aventura de la encarnación de Dios. No fue una improvisación de última hora. Fue algo muy pensado. Nació de su corazón. El amor tiene necesidad de dar y, si es preciso, de darse. Pero, además, el amor desea quedarse. La ausencia es el gran tormento del amor. En la hora del “adiós” se dejan cosas que suplan o amortigüen la ausencia… No importa lo que sea, pero siempre es algo en el que uno pone lo mejor de sí mismo, “para que te acuerdes de mí”, decimos.
La Eucaristía no fue, pues, un hecho aislado ni aislable en la vida de Cristo: se sitúa en la lógica de su vida, una vida para los demás, una vida entregada.  Y de maneras diferentes fue sembrando su vida de alusiones.
Siendo sapientísimo, no supo inventar cosa mejor; siendo todopoderoso, no pudo hacer nada mejor ni hacerlo mejor; siendo riquísimo, no pudo hacernos mejor don que el de sí mismo. Ahí está el misterio de la eucaristía.      
La Eucaristía es presencia real, no única (no excluye otras presencias de Jesús), pero singular y privilegiada. Presencia para adorar y escuchar en la oración y meditación; presencia a celebrar como sacramento de nuestra fe (Lc 22,19); presencia para actualizar apostólicamente “hasta que vuelva” (I Co 11,26); presencia cohesionadora de la comunidad cristiana (1 Cor 10,16-17); presencia que nos invita a interpretar eucarísticamente la propia vida, en clave de donación y entrega (Lc 22,19-20) y de acción de gracias (Col 3,15).
         De esto nos habla la Eucaristía, pero no solo nos habla, también nos urge. Esa presencia no es solo evocadora sino provocadora. Cristo hecho presencia nos urge a hacerle presente en nuestra vida, y a estar presentes junto al prójimo. Cristo hecho pan, nos urge a compartir nuestro pan. Cristo solidario, nos urge a la solidaridad fraterna. Cristo, entregado y derramado por nosotros, nos urge a abandonar posiciones cómodas para recrear su estilo radical de amar y hacer el bien. Por eso la Eucaristía es recordatorio y llamada al amor fraterno. Es la expresión de la caridad de Dios al hombre y llamada a la caridad del hombre para con el hombre. Comulgar a Jesús supone comulgar con todo lo de Jesús. La comunión eucarística debe ser una “encarnación” de Jesús en nuestra vida y de nuestra vida en Jesús.
Hay otro aspecto, entre muchos y de gran transcendencia, que no conviene olvidar: la Eucaristía es presencia y ausencia de Cristo; certeza y nostalgia. Nos habla de Cristo y nos remite a Cristo. Es memoria de Cristo y  profecía de Cristo. La celebramos mientras esperamos su gloriosa venida (Apo 22,20). Por eso es “el sacramento de nuestra fe”, del amor de Cristo y de la esperanza cristiana.  Solo desde ella estamos capacitados para salir al encuentro de la vida como profetas del Señor (Jn 15,5). La Eucaristía no solo es alimento de vida sino proyecto y modelo de vida.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Alimento mi vida con la fuerza de la Eucaristía?
.- ¿Cómo me acerco a ella?
.- ¿Cómo la traduzco en mi vida
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap

domingo, 11 de junio de 2017

¡FELIZ DOMINGO! SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD. Jornada Pro-Orántibus

 ¡No os olvidéis hoy, 
de rezar por nosotras y 
por toda la Vida Contemplativa!
 
 SAN JUAN 3,16-18
                                             
    "En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
    El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios."
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    Jesús desvela el proyecto de Dios que él ha venido a llevar a plenitud: un proyecto de amor. No ha venido a condenar, su pastoral fue siempre de integración, de acogida… Y ese estilo no debe perderse. El Evangelio de Jesús es el del amor de Dios, que solo puede proclamarse con amor. Dios nunca condena, es Salvador. La condenación no la gestiona Dios sino el propio hombre, que se coloca de espaldas a su iniciativa amorosa. Pero Él siempre está dispuesto a escribir de nuevo las tablas de su Alianza.

REFLEXIÓN PASTORAL
            Celebramos la fiesta del Misterio de la Santísima Trinidad: la verdad íntima de Dios, su misterio. Y la verdad fundamental del cristiano.  Para unos, este Misterio resulta prácticamente insignificante; para otros, teóricamente incomprensible...Y así, unos y otros, por una u otra sinrazón, "pasan" de él. ¿Tanto nos habremos insensibilizado y distanciado de nuestros núcleos originales? 
En su nombre somos bautizados; en su nombre se nos perdonan los pecados; en su nombre iniciamos la Eucaristía; en su nombre vivimos y morimos: en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
            Hoy se constata una tendencia a prescindir de Dios. Insensibles, vamos acostumbrándonos o resignándonos a eso que ha dado en llamarse  “el silencio de Dios”, y que otros, más audaces, denominaron  “la muerte de Dios”; sin percatarse de que, en esa atenuación o desaparición del sentido de Dios, el más perjudicado es el hombre, que pierde así su referencia fundamental (Gén 1, 26-27), hundiéndose en el caos de sus propios enigmas.
            ¿Quién es Dios? Una pregunta desigualmente respondida, pero una pregunta ineludible, inevitable, porque Dios no deja indiferente al hombre; lo lleva muy dentro para desentenderse de Él.
             Para nosotros, ¿quién es Dios?  Dios no puede ser afirmado si, de alguna manera, no es experienciado. ¿Qué experiencia tenemos de Dios? ¿Tenemos alguna? ¿O solo lo conocemos de oídas (Job 42,5)? Estamos expuestos a un grave riesgo: acostumbrarnos a Dios, un Dios cada vez más deteriorado por nuestras rutinas. Un Dios al que llamamos "nuestro dios", quizá porque le hemos hecho nosotros, a nuestra medida y que sirve para justificar nuestras cómodas posturas, sin preguntarnos si ese "dios" es el Dios verdadero.
            "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1 ,18). Jesús es quien esclarece el auténtico rostro de Dios, su auténtico nombre. Y no recurrió a un lenguaje difícil, para técnicos, sino accesible a todos: Dios con nombres familiares: Padre, Hijo y Espíritu de Amor. Dios es familia, diálogo, comunión. Jesús no tuvo interés en hacer una revelación teórica de Dios, esencialista, sino concreta. Por eso Dios para nosotros  más que un misterio, aunque no podemos por menos de reconocer un porcentaje de misterio, es un modelo de vida (Mt 5, 48; Lc 6,36).
            Porque Dios es Familia, quiere que "todos sean uno,  como Tú y Yo somos uno" (Jn 17,21); porque es  Diálogo, quiere veracidad en nuestras relaciones: "vuestro sí sea sí..." (Mt 5,37); porque es Salvador, quiere que nadie se coloque de espaldas a las urgencias del hermano: "Tuve hambre..." (Mt 25,35); porque “es  Amor” (8I Jn 4,), quiere que nos amemos...
            Esto es creer en Dios, vivir a Dios. "Si vivimos, vivimos para Dios" (Rom 14,8)... Ser creyente es una cuestión práctica y de prácticas. Dejar que Dios sea Dios en la vida. Dejar que Dios sea realmente lo Absoluto, el Primero y Principal. Lo Mejor. Solo Dios.  Pero no  solos con Dios, por que Dios no aísla. Quien abre su corazón a Dios de par en par experimenta inmediatamente que ese corazón se convierte en "casa de acogida".
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué experiencia tengo de Dios, y qué experiencia transmito?
.- ¿Contemplo al hombre como “espacio” de Dios?
.- ¿Traduzco la comunión con Dios en comunión fraterna?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 4 de junio de 2017

¡FELIZ DOMINGO! SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

  SAN JUAN 20,19-23

    "Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.
     Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
     Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
     Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos."
                                                ***                 ***                  ***
     La muerte de Jesús había desconcertado a los discípulos; el miedo les atenazaba. Jesús se les presenta, como dador de la Paz y acreditado por las señales de su pasión y muerte: el Resucitado es el Crucificado; la resurrección no elimina la cruz sino que la ilumina. Al verlo, los discípulos recuperan no solo la Paz sino la alegría (sin él no hay alegría ni paz verdaderas). Y Jesús, antes de marchar, les confía la tarea de proseguir la obra que le encomendó el Padre. Como él, la realizarán, con la ayuda del Espíritu, su don definitivo; y como él esa misión tendrá como contenido principal anunciar y realizar la oferta misericordiosa de Dios: el perdón.
REFLEXIÓN PASTORAL
     Con esta fiesta se cierra la gran trilogía pascual. Con la aparición de la fuerza de Dios, que es su Espíritu, se pone en marcha el tiempo de la Iglesia, fundamentalmente dedicado a la predicación del Evangelio.
     "¿Habéis recibido el Espíritu Santo?”, preguntó S. Pablo a los cristianos de Éfeso.  "No hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo", respondieron (Hech 19, 1-2). Posiblemente, nosotros habríamos dado alguna respuesta: es Dios, la Tercera persona de la Santísima Trinidad...Y quizá ahí se acabaría nuestra "ciencia del Espíritu". Y sin embargo es la gran novedad aportada por Cristo; es su don, su herencia, su legado.
      Un don necesario  para pertenecer a Cristo (Rom 8,9), para sentirle y tener sus criterios de vida, y acceder a la lectura de los designios de Dios.  Un don para todos (universal) y en favor de todos. De ahí que todo planteamiento "sectario" en nombre del Espíritu sea un pecado contra el mismo. Los monopolizadores del Espíritu no son sino sus manipuladores.
       Es el Maestro de la Verdad; es él quien nos introduce en el conocimiento del misterio de Cristo -"Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influencia del Espíritu" (1 Cor 12,3)- , y del misterio de Dios -"Nadie conoce lo íntimo de Dios sino el Espíritu de Dios" (1 Cor 2,11)) -.
       Es el  Maestro de la oración. El Espíritu Santo es la posibilidad de nuestra oración -"viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros" (Rom 8,26)-  y el contenido de la oración (Lc 11,8-13).
       Es el Maestro de la  comprensión de la Palabra. Inspirador de la Palabra, lo es también de su comprensión, pues "la Escritura se ha de leer con el mismo Espíritu con que fue escrita". El da vida a la Palabra; hace que no se quede en letra muerta. El facilita su encarnación y su alumbramiento. “El os llevará a la verdad plena” (Jn 16,13)
      Es el Maestro del testimonio cristiano. Sin la fuerza del Espíritu, el hombre no solo carece de fuerza para dar testimonio del Señor, sino que su testimonio es carente de fuerza.
      Es una realidad envolvente. Cubrió totalmente la vida de Jesús - "El Espíritu del Señor está sobre mí" (Lc 4,18) - ; la vida de María  -"La fuerza del Altísimo descenderá sobre tí" (Lc 1,35)-, y debe cubrir la vida de todo cristiano comunitaria e individualmente.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué experiencia tengo del Espíritu Santo?
.- ¿Sigo su magisterio?
.- ¿Sé escuchar el lenguaje del Espíritu?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.