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domingo, 31 de diciembre de 2017

¡FELIZ DOMINGO! FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

  SAN LUCAS  2, 22-40
   "Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor”, y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones”.
    Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quién has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: “Mira, este está puesto en Israel para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma”.
    Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba."
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  Tres cuadros ofrece el relato de san Lucas. En el primero -la presentación- confluyen tres aspectos: la purificación ritual de la madre (Lc 2,22 = Lv 12,2-4), la consagración de primogénito (Lc 2,22b-23 = Ex 13,2) y el rescate (Lc 2,24 = Ex 13,13; 34,20; Lv 5,7; 12,8), que en el caso de Jesús se hace conforme a lo prescrito para las familias económicamente débiles.
    Un segundo cuadro lo protagonizan Simeón (de quien no se dice que fuera un anciano) y la profetisa Ana (de la que sí se afirma su ancianidad). Son los encargados de desvelar el misterio. Como al entrar Jesús en el Jordán, hundido en el anonimato, se abrieron los cielos para descubrir su verdad más profunda (Mc 1,11); al entrar en el templo, también hundido en el anonimato, se abren los labios de Simeón para descubrir el misterio de aquel niño. Ya desde el principio Dios ha revelado “estas cosas a la gente sencilla” (Mt 11,25). El tercer cuadro, en apretada síntesis, muestra el proceso de crecimiento integral de Jesús en la familia de Nazaret.

REFLEXIÓN PASTORAL
     La celebración de la fiesta de la Sagrada Familia nos brinda la oportunidad no solo de admirar y venerar a la Familia de Nazaret, sino de proyectar la mirada más allá de ese horizonte y contemplar la realidad de la familia como “esquema” existencial de Dios, hacia adentro (su propio Misterio) y hacia afuera. Porque la primera concreción de la familia, donde esta es radicalmente “sagrada”, es el misterio personal de Dios, formulado como: Padre, Hijo y Espíritu de Amor. El evangelio de san Juan lo destaca: la vida de Dios es una vida familiar, y espejo original de los valores familiares fundamentales.
     Porque Dios es familia y Dios es Amor, la familia es amor. Porque Dios es Comunión, la familia es comunión. Porque Dios es Intimidad, la familia es intimidad. Porque Dios es Vida, la familia es vida. Porque Dios es Uno, la familia es una…
    Dios, en su misterio personal de amor, es el referente  primero de la familia humana. San Pablo lo expresa con nitidez: “Doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra” (Ef 3,14-15).
     Y cuando decidió “salir” al mundo, eligió la familia como lugar de acampada (Jn 1,14). La familia de Nazaret fue el espacio de humanización en el que el Hijo de Dios aprendió a ser hijo de hombre (Lc 2,51-52). Una experiencia constructiva.
    La familia, pues, hunde sus raíces en la mente y en el corazón de Dios. En su proyecto creacional Dios pensó al hombre en esquema de familia. “Dios, que cuida de todos con paterna solicitud, ha querido que los hombres constituyan una sola familia y se traten entre sí con espíritu de hermanos” (GS n 24). La humanidad como familia es el horizonte al que hemos de abrir la vida, superando egoísmos fronterizos que nos enfrentan y destruyen, impidiéndonos gozar de la belleza y la bondad de lo creado. Una dimensión ante la  que Francisco de Asís vibró particularmente en su Canto a las criaturas: desde el hermano sol a la hermana muerte.
    A esto dedicó Jesús su existencia, a descubrir este perfil de la creación como familia. Nos mostró a Dios como Padre (Mt 5,45.48; 6,9.32; Jn 16,26-27…) y  a cada uno como hermano (Mt 23,28). Y pensó su proyecto eclesial en clave de familia (Mt 12,48-49). San Pablo profundizará esta realidad, asumida como primer quehacer en su tarea evangelizadora: construir la Iglesia como “familia de los hijos de Dios” (Ef 2,19), un quehacer gozoso y doloroso (2 Cor 11,28). Llegando, incluso, a la audacia de presentar a Jesús como el esposo de la iglesia (2 Cor 11,2)
         Vale la pena dedicar hoy unos momentos a agradecer, a celebrar y a revisar este don tan delicado y expuesto. Y a orar por la familia en todos sus “sentidos”, humanos, creaturales y eclesiales, pues es un tesoro que llevamos en frágiles envolturas (2 Cor 4,7).
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Siento así la familia?
.- ¿Me siento familia de los hijos de Dios?
.- ¿Cómo ejerzo mi responsabilidad familiar en la creación?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 24 de diciembre de 2017

¡FELIZ DOMINGO! 4º de ADVIENTO

  SAN LUCAS 1, 26-38
                                                     
    "A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
    El ángel, entrando a su presencia, le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres.  Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél.
    El ángel le dijo:
    No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.
    Y María dijo al ángel: ¿Cómo será eso, pues no conozco varón?
     El ángel le contestó: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.
     María contestó: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra."
 
                               ***             ***             ***             ***
   Mientras Mateo presenta el anuncio a José (Mt 1,18-24), Lucas presenta la anunciación a María. Coinciden ambos en lo central: Jesús es obra del Espíritu. El texto lucano subraya el cumplimiento en Jesús de las promesas davídico-mesiánicas. La gravidez de Isabel no es una garantía de la veracidad del anuncio, sino una manifestación del poder de Dios. Además destaca la figura de María, de apertura y disponibilidad para acoger en ella los designios de Dios. Dios ha elegido a una mujer humilde (Lc 1,48) y una geografía humilde (Nazaret) para anunciar y realizar su gran obra. En ella ha construido “su casa”. Por otro lado, el relato de la anunciación a María ha de compararse con el de la anunciación a Zacarías (Lc 1,5-25) para percibir su singularidad.

REFLEXIÓN PASTORAL
    La figura de Juan el Bautista motivaba el pasado domingo nuestra reflexión cristiana sobre la necesidad de un discernimiento personal y situacional, al tiempo que nos invitaba a vivir atentos para descubrir la siempre nueva y sorprendente presencia del Señor.
     Hoy otra figura, más próxima, no solo cronológica sino vitalmente al misterio de la Navidad, María, la Virgen Madre de Dios, ocupa el espacio central.
      Ella es la primera luz, la señal más cierta de que viene el Enmanuel. Por eso, no es una figura ornamental, sino fundamental de la Navidad. Ella nos introduce y nos revela el modo más veraz de celebrar cristianamente la venida del Señor, mostrándonos la única postura responsable ante la Navidad: acogida gozosa y cordial de la Palabra de Dios, y el estilo: encarnándola y dándola a luz en la propia vida.
       “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Así nos presenta el evangelio de este domingo a María. Apertura radical, sin fronteras. Profesión de fe y ofrecimiento total. Por eso la “felicitarán todas las generaciones” (Lc 1,48). Y en esto consiste su grandeza: en su entrega inigualablemente audaz y confiada a Dios; en su acogida inigualablemente creadora del Señor, hasta el punto de ofrecerle la propia carne para que el Hijo de Dios se encarnara.
     Interiorizada por Dios, que la hizo su madre; e interiorizadora de Dios, convertido en su hijo. Dios es el espacio vital de María y, milagrosamente, María se convierte en espacio vital para Dios. Dios es la tierra fecunda donde se enraíza y germina María y, milagrosamente, María se convierte en espacio vital para Dios...
      Sin María, sin su acogida de la Palabra de Dios, la Navidad no habría sido posible. Para su gran obra Dios pulsó, llamó respetuosamente a las puertas de una joven. Y María dijo: Sí, ¡Adelante! Hágase en mí. Y se convirtió en la “puerta estrecha” (Mt 7,14) y pobre por la que entró el Hijo de Dios en nuestra casa.
       Si nosotros no nos situamos ante el Señor y su palabra con la misma actitud de María, la Navidad será una ocasión perdida y solo un pretexto para la evasión. La Navidad es la fiesta del nacimiento de Dios por y para nosotros. Si Dios no nace en nuestras vidas, no habrá de verdad Navidad. Todo se diluirá en luces que no alumbran, en voces que no dan respuesta, en consumos que nos consumen...
     Sin renunciar a la interpretación festiva de la Navidad, esforcémonos por no colaborar a la difuminación y secuestro del misterio que celebramos, protagonizados por la agresividad de un consumismo y una publicidad superficiales e insolidarios con las necesidades de tantos hombres para quienes, careciendo de lo necesario, todo eso resulta una insultante provocación.
     Ya en el umbral de la Navidad acojamos la recomendación del ángel a san José: “No temas acoger a María” (Mt 1,20) Porque ella hizo florecer la Navidad; porque es la maestra del Evangelio; porque con ella siempre estará su Hijo. Ella es la mejor compañera y maestra de la Navidad. 
        Para todos ¡FELIZ NAVIDAD! Sin ÉL, todo es nada y vacío, también en Navidad.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Acepto al Señor como constructor de mi vida?
.- ¿Cómo me sitúo ante la palabra de Dios? ¿Cómo María?
.- ¿Se valorar los espacios y la realidades humildes?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 17 de diciembre de 2017

¡FELIZ DOMINGO! 3º de ADVIENTO

 SAN JUAN 1, 6-8. 19-28
                                         
                                              
    "Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
     Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: ¿Tú quién eres?
     El confesó sin reservas: Yo no soy el Mesías.
     Le preguntaron: Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías?
     El dijo: No lo soy.
     ¿Eres tú el Profeta?
     Respondió: No
     Y le dijeron: ¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?
      El contestó: Yo soy “la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor (como dijo el profeta Isaías).
      Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?
     Juan les respondió: Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.
      Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan Bautizando."
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    El texto seleccionado está construido con unos versículos tomados del Prólogo del IV Evangelio (el testimonio sobre Juan Bautista), y con otros tomados de la respuesta a la legación enviada por los judíos de Jerusalén (testimonio de Juan Bautista). Entre ambos hay una convergencia fundamental: Juan es un enviado de Dios, un testigo veraz de la Luz, Jesucristo. Juan desactiva expectativas equivocadas e invita a un discernimiento, pues a quién el anuncia está ya “en medio de vosotros”.

REFLEXIÓN PASTORAL
   
    Dos palabras sintetizan el mensaje de este domingo: discernimiento y reconocimiento. Ambas sugerencias vienen de Juan el Bautista. Había despertado expectativas y admiración por doquier, pero  no se aprovecha de ese estado de opinión. No confunde ni se confunde.  Conocía su misión, y no permitió que la  popularidad le nublara la vista. “Yo no soy”, solo uno es, Dios.
    “Él, como dice san Agustín, era la voz; Cristo era la Palabra”. Por eso, “Él tiene que crecer, y  yo tengo que menguar” (Jn 3,30). Es el primer nivel del discernimiento: el autodiscernimiento. Pero, comenzando por ahí, hay que ir más allá, a examinar nuestro entorno. El cristiano debe ser una persona capaz de realizar ese análisis lúcido de la realidad, hoy particularmente urgente y necesario.
    La segunda  sugerencia del Bautista también merece ser reseñada: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”, dice, refiriéndose a Jesucristo. Una advertencia de actualidad para nosotros. ¿Sabemos reconocer hoy la presencia de Cristo? Porque Él está entre nosotros y con nosotros hasta el fin del mundo. El problema es cómo está entre nosotros y con qué tipo de presencia.
    Su presencia es real, pero sacramental; encarnada en realidades que no son de percepción inmediata, sino que requieren la luz de la fe para descubrirla.
    Cristo está en sus “palabras de vida”; en su “cuerpo y sangre” eucarísticos..., y está en el hombre, particularmente en el necesitado. Aceptamos sin mayor dificultad, o al menos sin tanta dificultad, las presencias “religiosas” del Señor, y las veneramos, pero manifestamos resistencias y falta de sensibilidad para reconocerle en las presencias “conflictivas”.
      La exposición del Santísimo y su adoración no deberíamos reducirla exclusivamente a la Eucaristía, pues el mismo que dijo “Tomad, comed, esto es mi cuerpo... (Mt 26, 26)”, dijo: “Tuve hambre, estuve desnudo... Y cada vez que lo  hicisteis…, o no lo hicisteis con uno de esto, lo hicisteis o no lo hicisteis conmigo” (Mt 25, 31-45). Jesús también está expuesto, ¡y a cuántos riesgos!, en el hermano, particularmente en el necesitado.
     Próximos ya a la Navidad, intensifiquemos nuestra oración (“Sed constantes en orar” (2ª lectura), para que el Señor nos abra los ojos para  descubrir su presencia entre nosotros; para no confundirle ni confundirnos; para que no se repita entre nosotros el dicho evangélico: “Vino a su casa, y  los suyos no le recibieron” (Jn 1, 11) sino que más bien podamos asumir el mensaje de la primera lectura: “El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí... Y me ha enviado a  curar los corazones desgarrados”, y  cantar con la alegría de María (salmo responsorial), por sabernos y sentirnos implicados en la obra liberadora del Dios, que enaltece a los humildes y a los hambrientos colma de bienes.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Soy evangelista, portador de la buena noticia?
.- ¿Sé reconocer la presencia de Jesús en la vida?
.- ¿Mi lectura de la vida está inspirada en la bondad?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 10 de diciembre de 2017

¡FELIZ DOMINGO! 2º de ADVIENTO

  SAN MARCOS 1, 1-8

    "Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el Profeta Isaías: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos.
    Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
         Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo."
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      La grande, nueva y buena noticia es Jesucristo. Es lo que se propone contar san Marcos. Su Evangelio se abre con una profesión de fe en Jesús como el Mesías y el Hijo de Dios.
     Y como figura precursora, legitimada desde el AT,  introduce a Juan el Bautista. Un hombre esencial: en sus vestidos y en su mensaje, porque para anunciar al Esencial, a Jesús, sobran los adornos. Un hombre singular, pero distinto de Jesús en su ser y su hacer. Su mensaje es una invitación a la conversión y al reconocimiento del que viene detrás de él, que es más fuerte que él y es quien ofrece el verdadero Bautismo, el del Espíritu Santo.
REFLEXIÓN PASTORAL
    Continuamos profundizando en la esperanza. Las lecturas bíblicas nos descubren una dimensión particular de la esperanza: esperar es un quehacer.
     El profeta Isaías (1ª lectura), invitaba a los judíos desterrados en Babilonia, y nos invita a nosotros, a dar profundidad a la mirada para descubrir, en medio de los avatares de la historia, la presencia misteriosa pero cierta del Señor; a rastrear sus signos. Y a hacerlo cordialmente. De la esperanza hay que hablar al corazón y con el corazón.
     Renunciar al catastrofismo social y eclesial es una opción positiva y profética. Frente a los que solo perciben la oscuridad que envuelve la luz, hay quienes perciben la luz que brilla en la oscuridad. Esperar, como amar, es llevar cuentas del bien, no del mal (cf. 1 Cor 13,5).
     La segunda lectura contiene dos advertencias luminosas. No caer en la tentación de ponerle fechas a Dios, porque su calendario no tiene los ritmos y plazos de  los nuestros. “La paciencia del hombre tiene un límite”; la de Dios es ilimitada: hasta que nos dejemos perdonar; mientras tanto Él insiste a tiempo y a destiempo.
     Y que, mientras esperamos y apresuramos la llegada de Día del Señor, nos acreditemos con una vida santa. Porque esperar es trabajar por lo que esperamos. ¿Y qué esperamos? “Unos cielos nuevos y una tierra nueva en los  que habite la justicia”. ¿Esperamos eso? ¿Trabajamos por eso? ¿Ese es el reino que pedimos venga a nosotros? ¿Tenemos de verdad hambre y sed de esa justicia?
    “Preparadle el camino al Señor”, exhorta el Bautista. ¿Cómo? Acondicionando primero el propio camino: valles de desesperanza y vacío que hay que rellenar de esperanza y sentido; montes de presunción y autosuficiencia que hay que abajar; terrenos sinuosos, de ambigüedades y contradicciones, que hay que rectificar...
     El camino del alejamiento, de la huida, es siempre fácil y rápido; el del retorno, el de la conversión, exige tiempo, esfuerzo... Y a esto es a lo que nos invita el Bautista, a hacer habitables y transitables los desiertos de nuestra vida personal y comunitaria, abriendo oasis de autenticidad y conversión.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Con qué criterios valoro la realidad?
.- ¿Hasta dónde me implico en la preparación del camino del Señor?
.- ¿Sé entrever y aportar la Luz en los momentos de oscuridad?
 DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 3 de diciembre de 2017

¡FELIZ DOMINGO! 1º de ADVIENTO

  SAN MARCOS 13, 33-37
                                                   
    "En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados una tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuando vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡velad!"
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    De varias formas Jesús insistió a sus discípulos sobre la necesidad de vivir despejados, preparados, en vela. El cristiano no debe vivir adormilado ni sobresaltado. La vigilancia a la que invita Jesús está asentada en la esperanza de que el Señor vendrá, advirtiendo del peligro de entregarse a actitudes irresponsables ante la vida. La vigilancia no es solo estar a la espera, mirando al cielo, sino esperar dinámicamente, mirando a la vida y transformándola con la vitalidad del Evangelio, gestionando los talentos recibidos. 
REFLEXIÓN PASTORAL
A lo largo de las diversas estaciones -tiempos litúrgicos- de Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Tiempo Ordinario, la Iglesia quiere que los cristianos vivamos e interioricemos el misterio de la salvación, celebrando y meditando sus contenidos y momentos más importantes. No es un volver a empezar, en una especie de “eterno retorno”, sino un continuar hacia adelante en la profundización de la fe y de la vida.
Cada tiempo tiene su “color” y su característica; al  Adviento, le caracteriza el color morado, y la tarea de sensibilizarnos para vivir orientados a Cristo, principio y meta de nuestra esperanza.
Esta es la palabra que recorre y dimensiona las semanas del Adviento: “esperanza”. Es, también, una de las palabras más frecuentes en nuestro lenguaje. La asociamos a la vida; es signo de vida -“Mientras hay vida hay esperanza”-, y causa de vida, porque “mientras hay esperanza hay vida”.
La esperanza es “lo último que se pierde”. Por eso exhortaba el apóstol san Pablo: “No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no  os aflijáis como los que no tienen esperanza” (1 Tes 4,13), y la primera carta de Pedro advertía a estar “dispuestos siempre  para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3,15).
Se trata de vivir con esperanza y dando esperanza. Pero eso no es fácil. Porque en toda espera se está expuesto a confundir, a tergiversar los datos, bien por la impaciencia de conseguir lo esperado o por la desesperación de no conseguirlo, por eso se requiere la lucidez que Jesús recomienda en el Evangelio.
Aún el creyente sincero, experimenta el silencio de Dios y la sensación de vacío y abandono (1ª lectura). “Despierta tu poder y ven a salvarnos”, rezamos en el salmo responsorial.
La esperanza cristiana no surge de una mera expectativa humana, sino de una promesa. Su fuente original es Dios. Y “fiel es Dios, el cual os llamó  a la comunión con su hijo Jesucristo, nuestro Señor” (2ª lectura).
Desde ahí, esperar es:
·              saber que “Tú, Señor, eres nuestro Padre, tu nombre desde siempre es `nuestro Libertador´” (Is 63,16);
·                          sabernos “nosotros la arcilla  y tú el alfarero…” (Is 64,7);
·                          aceptar que Dios tiene la palabra y reconocérsela;
·                          confiar en Dios y abrirle, de par en par, la puerta de la vida;
·                          dejar que El pilote nuestra existencia, aún cuando caminemos por cañadas oscuras (Sal 23,4), porque El es nuestro pastor (Sal 23,1);
·                          mantener alertas las antenas del espíritu, para percibir la presencia del Señor; para desenmascarar las falsas esperanzas.
Esa es la esperanza que nos hace libres y hasta audaces. Si esperamos así, no absolutizaremos lo transitorio; podremos darnos sin esperar recompensas humanas; asumiremos con paz y serenidad las limitaciones, propias y ajenas, el dolor y la misma muerte; trabajaremos generosamente por un mundo mejor y hasta descubriremos el encanto de la dura realidad.

Adviento es el tiempo del hombre, concebido más como proyecto que como producto; y el tiempo de la Iglesia, que celebra todo, mientras espera “la gloriosa venida” del Señor. Es, pues, nuestro tiempo. ¡Vivámoslo! ¡Que el Señor nos conceda la gracia de saber esperar así, y de sembrar esa esperanza entre los hombres!
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo gestiono la esperanza?
.- ¿Mi vida la anima la nostalgia o la esperanza?
.- ¿Soy consciente y valoro la riqueza de ser cristiano?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.