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domingo, 31 de octubre de 2021

¡FELIZ DOMINGO! 31º del TIEMPO ORDINARIO

SAN MARCOS 12, 28-34

    "En aquel tiempo, un letrado se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Qué mandamiento es el primero de todo?
    Respondió Jesús: El primero es: “Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.” El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No hay mandamiento mayor que éstos.
    El letrado replicó: Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
    Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas."
 
                                            ***             ***             ***
 
    En S. Marcos la intervención de este hombre encierra algunos matices. No pregunta por el primer mandamiento de la Ley, como en Mt 22,36 (en S. Lucas la pregunta tiene otro sentido), sino por el primero de todos los mandamientos (v 28). El escriba pregunta por la quintaesencia de la voluntad de Dios. La respuesta de Jesús está cargada de intencionalidad. Antes de pronunciar ningún mandamiento introduce una premisa clarificadora que fundamenta y justifica cualquier precepto: la fe en Dios en forma de reconocimiento agradecido a su intervención salvadora en la historia. Sin esa fe los mandamientos, cualquier mandamiento, son una imposición extrínseca; con ella, los mandamientos son respuesta, acogida, celebración de la salvación de Dios. Y desde ese prefijo de la unicidad de Dios se sigue la primera conclusión: amarlo con un amor singular y sin fisuras ni espacios vacíos. Pero en la respuesta de Jesús hay un elemento chocante: introduce un segundo mandamiento, tema sobre el que no había sido preguntado (v 31). El "segundo" no es sólo la verificación del "primero" (cf I Jn 4,20), sino que su cumplimiento sólo es posible desde el "primero" (cf. 1 Jn 4,7), y éste, a su vez, lo es solo desde la experiencia del "amor primero", es decir, desde la experiencia del amor de Dios que nos precede (1 Jn 4,10) y que es mayor (Rom 5,5-8). La conclusión de la respuesta de Jesús demuestra claramente que se trata de "un" mandamiento con "dos" vertientes: “No existe otro mandamiento mayor que éstos”.
   El escriba, en la respuesta, muestra su plena coincidencia con Jesús, que alaba la sensatez del escriba en su respuesta. Entonces, ¿qué aporta Jesús? La originalidad no reside en la formulación material del tema en sí, sino en la “forma” que se percibe situándolo en el contexto de la vida, enseñanza, conducta y muerte de Jesús. Jesús no solo enseña que hay que amar a Dios y al prójimo, sino que enseña cómo amar,  "como yo", y ahí reside la novedad.
 
REFLEXIÓN PASTORAL

          En el Evangelio de  san Lucas, a continuación de la respuesta de Jesús a la pregunta sobre “el primer mandamiento de todos” sigue la parábola del buen samaritano (Lc 10,30-37), con la que se nos aclara quién es nuestro prójimo. Todo hombre. Pero Jesús ha proclamado otro mandamiento, el primero: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser” (Mc 12,30) Y ¿ya sabemos quién es nuestro Dios?
         ¿Quién es Dios? Una pregunta desigualmente respondida, pero una pregunta ineludible, porque Dios no deja nunca indiferente al hombre. Como creyentes, ¿quién es Dios para nosotros?, ¿para mí?
         Dios no es algo, es alguien; no es una idea, es una realidad personal; no es límite del hombre, sino la posibilidad del hombre.
         Es Alguien próximo, íntimo a nosotros –“más íntimo a mí que yo mismo” decía san Agustín-; a quien no hay que buscar solo, ni principalmente, en los callejones sin salida de la vida, en las limitaciones del hombre: el dolor y la muerte…, sino, también y sobre todo, en los horizontes abiertos, en la sonrisa, en el color… Y, sobre todo, Dios es nuestro Padre: “Cuando oréis decid: Padre…” (Lc 11,2). Dios es AMOR.
         Pero este Dios no debe ser solo teóricamente afirmado - concediéndole una especie de certificado de existencia-; ha de ser vivencialmente sentido y profundamente amado, sin espacios vacíos, “con todo el ser”. Su presencia en nuestra vida ha de trasformarla. Y es necesaria esta practicidad, si no queremos escuchar la recriminación de Jesús: “Este pueblo me honra con los labios…” (Mc 7,6), o aquella otra de san Pablo: “por vuestra causa es blasfemado el nombre de Dios” (Rom 2,24).
 “Te conocía solo de oídas…” (Jb 42,5), podía ser la respuesta de muchos creyentes. Y un conocimiento de Dios solo “de oídas”, como un hablar de Dios solo “de oídas”, resulta empobrecedor y carente de credibilidad. Dios no es un tema del que hay que oír hablar o del que hay que hablar; es Alguien con quien hay que hablar y Alguien a quien hay que oír.  Ser creyente es ser testigo, y es imposible dar testimonio de lo desconocido.
         Nuestra vida no debe participar de ambigüedad referencial, sino que ha de orientarse linealmente hacia Dios, el Dios revelado en Cristo. Cualquier otra referencia, además de una desorientación, es una frustración.
         No basta con decir que creemos, hay que mostrar en quién y qué creemos, explicitando los contenidos de nuestra fe. No basta con decir que somos creyentes, hay que mostrar qué creyentes somos.
         “Yo soy el Señor, y no hay otro” (Is 45,18; cf. 43,11; 45,22). Y ese Dios se nos ha revelado con un rostro humano, en una opción humana, con un nombre humano, Jesucristo. Y “no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos” (Hch 4,12). Si somos capaces de interiorizar y exteriorizar esta verdad, habremos dado un golpe de timón salvador para nuestra existencia.
         Si el sentido de Dios se atenúa -no digo que desaparezca-, si se homologa -no digo que se supedite-  a otros sentidos, hay que reconocer, y no es un juego de palabras, el sinsentido de nuestra vida; ya que este depende del sentido que Dios tenga en ella.
         ¿Quién es Dios? No evitemos la pregunta, si no queremos privar a nuestra vida de contenidos sólidos. “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene  y hemos creído en él” (1 Jn 4,16). ¡Ahí descansa nuestra fe! No en una verdad fría y aislada de la vida, sino en un AMOR infinito, que nos ama infinitamente.
         Pero ni Dios ni su amor pueden ser evasivos. El horizonte donde concretar el amor a Dios es el prójimo; pero el amor al prójimo solo será posible desde el amor de Dios. 
 
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Hay dioses “alternativos en mi vida?
.- ¿Es la palabra de Dios luz en mis senderos?
.- ¿Mantengo viva en mi vida la pregunta por Dios?
 
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 24 de octubre de 2021

JORNADA DEL DOMUND

 

   Os invitamos a leer el mensaje del Papa Francisco para esta jornada, y a pedir al Señor que envíe operarios a su mies.

¡FELIZ DOMINGO! 30º del TIEMPO ORDINARIO



SAN MARCOS 10, 46-52
 
    "En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: Hijo de David, ten compasión de mí.
    Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo.
    Llamaron al ciego, diciéndole: ánimo, levántate, que te llama.
    Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti?
    El ciego le contestó: Maestro, que pueda ver.
    Jesús le dijo: Anda, tu fe te ha curado."


                                               ***                  ***                  ***                  ***

    Antes de entrar en Jerusalén, Jesús realiza la última curación  devolviendo la vista a un ciego, que le invoca como “Hijo de David”. ¡Todo un símbolo! ¡Hay que tener los ojos muy abiertos para comprender los acontecimientos que van a suceder! “¿Qué quieres que haga por ti?” Ante esta pregunta los Zebedeos pidieron poder, Bartimeo, en cambio, visión. Jesús hace ver, porque es Luz; pero no da poder, porque es Servidor. Aquel ciego, recuperada la visión, lo seguía por el camino. ¡El discípulo ha de entenderlo!


REFLEXIÓN PASTORAL

      A poco que hayamos prestado atención a este evangelio habremos percibido su capacidad de impresionar y sugerir. No es una anécdota pasada. Jesús aparece dando sentido a los sentidos -o a la falta de sentido- del hombre.  Hace andar a los cojos, ver a los ciegos, oír a los sordos, hablar a los mudos.  Cumple su programa (cf. Lc 4,16-19). Jesús  dador de sentido, liberador de los impedimentos del hombre...
      Hoy se nos habla de un pobre ciego -doble desgracia, y es que la desgracia nunca viene sola-, sentado al borde del camino y pidiendo limosna. Pero tuvo suerte, porque ese camino -el de su pobreza y marginación- lo recorría también Jesús.  Y es que el camino, la andadura del Señor, discurrió precisamente por esas zonas que los hombres oficialmente buenos consideran "peligrosas".
       "Escoge a los pecadores y come con ellos…. (Lc 15,2); si este fuera profeta sabría quién y qué clase de mujeres la que lo está tocando, pues es una pecadora. (Lc 7,39).  Así pensaban y se expresaban los "buenos". Pero Jesús no rehuyó lo que ellos llamaban "malas compañías". Porque había  venido a buscar precisamente a lo que estaba perdido. No se preocupó de evitar las "malas compañías", sino que se esforzó por ser él un buen compañero, una "buena compañía" (cf. 2ª lectura).
       No recorrió las rutas "oficiales" sino los caminos reales de los hombres.  Por eso sabía de sus necesidades; por eso su camino de la cruz empezó antes del viernes santo, porque hizo suya la cruz de cada hombre.
      Por eso cuando los prudentes, los preocupados por ocultar al Maestro la fealdad y la pobreza humanas que hay a lo largo del  camino, quisieron acallar los gritos del ciego, Jesús, para quien no servían esos cordones de seguridad, no permite que se pierda ningún grito de dolor y esperanza  y manda traer al ciego.
      "¿Qué quieres que te haga?". Jesús, como el que sirve, se ofrece pero no impone el servicio. Quiere que el hombre tenga la iniciativa en su propia salvación. Porque sin libertad no hay salvación. Sería una imposición más. Antes de curar, Jesús quiere saber qué era para aquel hombre su enfermedad, su carencia y su dolencia radical: "¿Qué quieres que te haga?"  "¡Maestro, que recobre la vista!".
     Más de una vez he pensado que aquel hombre no era tan ciego: había reconocido y confesado a Jesús como “Hijo de David”, y se dirige a él como “¡Maestro!”. ¿No estarían más ciegos los que le mandaban callar?
     En todo caso, este breve diálogo deberíamos revivirlo todos y cada  uno de nosotros. Porque Jesús no ha cambiado de actitud. Sigue recorriendo los caminos de la vida real con su pregunta "¿Qué quieres que  te haga?". ¿Qué le responderíamos nosotros? ¿“Auméntanos la fe” (Lc 17,5)?; ¿“Creo, pero ayuda mi falta de fe!” (Mc 9,24)?; ¿“Maestro, que  recobre la vista” (Mc 10,51)?
      ¿Somos conscientes de nuestras carencias y dolencias más radicales? ¿Tendríamos una necesidad tan profunda como la  del ciego, la de ver, o nos limitaríamos con una petición por el bienestar? ¿Nos contentaríamos, como los dos hermanos del pasado domingo, con un puesto de privilegio, uno a su derecha y otro a su izquierda (Mc 10,37)?
“Tú que diste vista al ciego, filtra en mis secas pupilas dos gotas frescas de fe”, unas gotas que lleguen hasta el corazón, porque solo se ve bien cuando se mira con el corazón y con un corazón limpio. “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8).

REFLEXIÓN PERSONAL: 
.- ¿Qué expectativas suscita en mí Jesús?
.- ¿Siento necesidad de “ver”?
.- ¿Mis encuentros con Jesús son sanadores?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCAp.


domingo, 17 de octubre de 2021

¡FELIZ DOMINGO! 29º DEL TIEMPO ORDINARIO



SAN MARCOS 10, 35-45

    "En aquel tiempo se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.

    Les preguntó: ¿Qué queréis que haga por vosotros?

    Contestaron: Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.

    Jesús replicó: No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?

    Contestaron: Lo somos.

    Jesús les dijo: El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizarñeis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.

    Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos."

Un misterio de misericordia

Para nuestro modo de entender la vida, lo que el profeta dice del Siervo del Señor es un absurdo: “Cuando entregue su vida… prolongará sus años”.

Y el desasosiego de la razón se nos vuelve rebeldía si, en el modo que sea, esa entrega de la vida se pone en relación con el querer de Dios: “El Señor quiso que entregara su vida”.

Y la rebeldía se nos vuelve escándalo si a todo eso añadimos la idea de “expiación” y la certeza de que, a ese Siervo suyo, “el Señor quiso triturarlo con el sufrimiento”.

Pero tú, Iglesia cuerpo de Cristo, ni te rebelas ni te escandalizas, porque en las palabras de la profecía reconoces una promesa asombrosa: “Verá su descendencia, prolongará sus años… verá la luz… se saciará de conocimiento… justificará a muchos”.

Tú escuchas la promesa y confiesas que “la palabra de Dios es sincera”, que “todas sus acciones son leales”, que “su misericordia llena la tierra”.

Tú has escuchado con fe, con asombro, con gozo, las palabras de Jesús: “El Hijo del hombre ha venido para servir y dar su vida en rescate por todos”.

Tú, como aquel día los discípulos de Jesús, escuchas hoy lo que el Maestro dice de sí mismo, no para que sepas lo que él ha venido a hacer, sino para que sepamos lo que hemos de hacer todos los seguidores de Jesús, todos “los justos”, todos los hijos del reino de Dios.

Eso que te escandalizaba dicho sólo de Jesús, se te vuelve vocación si lo decimos de todos.

Eso se nos vuelve forma humana de ser, y sabes por experiencia que esa es la única forma de ser que merece ser llamada humana.

Lo otro, las pretensiones de grandeza, de poder, las diversas formas de tiranía y de opresión, son lo propio del mundo viejo, del hombre viejo, del pecado de Adán, del pecado de siempre.

No te escandalices: escoge.

Si escoges servir como Jesús –hacerte último, lavar los pies de tus hermanos, hacerte pan sobre la mesa de los hambrientos-, si escoges morir con Jesús –entregar tu vida, dar la vida, perder la vida-, si comulgas con Cristo Jesús en la eucaristía y en la vida, entonces escucharás dichas para ti las palabras del Salmista: “Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia”.

Si escoges ser como Jesús, verás que Dios se revela en tu vida, verás que tu vida dice bien de Dios, y sabrás que la misericordia de Dios ha venido sobre tu vida.

Y allí donde el profeta dice: “el justo se saciará de conocimiento”, tú entiendes: el justo se saciará de misericordia.

Feliz comunión con “el justo”, con Cristo Jesús, con la misericordia de Dios hecha carne.

Hoy, en Cristo resucitado, se ha cumplido la palabra del Señor: “Verá su descendencia, prolongará sus años… verá la luz… se saciará de conocimiento… justificará a muchos”.

Feliz domingo, feliz día del Señor, feliz día para tu fe –no, no lo confundas con un feliz fin de semana-. Hoy es el día en que todo se ha cumplido para Jesús y para ti.

Y todo es un misterio de misericordia.

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 10 de octubre de 2021

¡FELIZ DOMINGO! 28º DEL TIEMPO ORDINARIO

 SAN MARCOS 10, 17-30

    "En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?
    Jesús le contestó: ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.
    Él replicó: Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.
    Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo-, y luego sígueme.
    A estas palabras, frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.
    Jesús mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!
     Los discípulos se extrañaron de sus palabras. Jesús añadió: Hijos, ¡qué difícil les es entrar en Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios.
    Ellos se espantaron y comentaban: Entonces, ¿quién puede salvarse?
    Jesús se les quedó mirando y les dijo: Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.
     Pedro se puso a decirle: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.
    Jesús dijo: Os aseguro que quien deja casa, hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más –casa y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras con persecuciones-, y en la edad futura vida eterna."
 
 

“Ven y sígueme”

 

“En comparación con la sabiduría, tuve en nada la riqueza”.

Si digo riqueza, entiendo la piedra más preciosa, el oro aunque fuese todo el oro del mundo, la plata, también la salud y la belleza.

Si digo sabiduría, ya no hablo de cosas que pueda poseer sino de algo que sólo puedo recibir.

Esa sabiduría viene de Dios, es de Dios, es gracia.

La llamamos sabiduría, pero la podemos llamar también bondad, también compasión, también misericordia.

Con esa sabiduría aprendemos a hacer las cosas al modo de Dios, a ver las cosas desde la mirada Dios, a conocer con la luz de Dios.

La sabiduría que viene de Dios se nos hizo palabra velada en la creación, palabra inspirada en las Sagradas Escrituras, palabra cercana en la voz de los profetas, palabra encarnada en Cristo Jesús.

Cristo Jesús es el rostro humano de la sabiduría divina. Él es la sabiduría de Dios hecha carne.

Se supone que cada uno de nosotros, cada uno de los que hoy celebramos la Eucaristía, debiéramos poder decir con verdad: “En comparación con la sabiduría, tuve en nada la riqueza”; en comparación con Cristo Jesús, todo lo tuve en nada.

Se supone también que, en la comunidad eclesial, cada uno de nosotros, como aquel día el apóstol Pedro, puede decir a Jesús: “Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”.

Supongo que Jesús lo miró con ternura y tomó por buenas las palabras de su discípulo, aunque de sobra sabía que a Pedro era todavía muchísimo lo que le quedaba por dejar.

Y no digo nada de la ternura y la comprensión que habrá de tener con nosotros, con nuestra comunidad eclesial, si hacemos nuestras las palabras de Pedro: ¡Dios mío! ¡Dios mío!, ¿qué es lo que hemos dejado por ti?; ¿qué pasos hemos dado en ese camino que va desde nuestro mundo hasta dejarlo todo por ti?; ¿qué pasos hemos dado para ponernos en camino y seguir a Jesús?

“Dejarlo todo” es condición indispensable para que venga a nosotros el espíritu de sabiduría.

Si por la fe reconoces a Dios en Jesús, no es que lo dejarás todo: te perderás incluso a ti mismo.

Si con sabiduría divina llamas a Dios: «Padre nuestro», si en cada hombre, en cada mujer, reconoces hijos de Dios, hermanos tuyos, con esa misma sabiduría te reconoces de Dios y de tus hermanos.

Si en cada hombre, en cada mujer, reconoces a tu prójimo, a tu hermano, a ti mismo, a Cristo Jesús, dejarás tu camino, dejarás tu proyecto, olvidarás tus intereses, lo dejarás todo para atenderle a él, para cuidar de él.

Perdernos a nosotros mismos, es condición indispensable para adquirir sabiduría, para ser de Cristo y de los pobres.

Sólo puedo desearte el gozo de esa sabiduría divina.

Feliz encuentro con ella en la Eucaristía.

Feliz domingo.

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger