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domingo, 28 de noviembre de 2021

¡FELIZ DOMINGO! 1º de ADVIENTO Y ¡FELIZ AÑO NUEVO LITÚRGICO!

SAN LUCAS 21, 25-28
                                         
    "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo, ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado que no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación por el dinero, y se os eche de repente encima aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del hombre."
 
                                              ***             ***             ***
 
      Textos como este  resultan difíciles de comprender porque nuestra precomprensión de la vida es muy distinta y distante de la de los primeros cristianos, que vivían muy sensibilizados ante la llegada del "Día del Señor", como respuesta a las dificultades históricas que estaban viviendo por causa de su fe. A nosotros esta "venida" del Señor no parece inquietarnos. Son textos que no pretenden asustar sino abrir la vida a lo definitivo, superando el "presentismo". Porque un presente sin futuro es una cárcel lóbrega, y un futuro sin presente es una evasión irresponsable. A pesar del lenguaje “apocalíptico”, la venida del Hijo del Hombre, descrita por Lucas según la terminología de Dan 7,13s, será un gran acontecimiento de liberación. Entonces serán recapituladas todas las cosas en Cristo (Ef 1,10). Un proceso que ya ha comenzado. Los cristianos han de saber leer la historia, los signos de los tiempos, incluso en sus capítulos más sombríos, inyectando en ellos la dosis necesaria de esperanza, y colaborando para que en esos signos se perciba el proceso liberador de Dios. 

REFLEXIÓN PASTORAL
 
     Estrenamos calendario. Hay que poner los relojes en hora. Comenzamos el año litúrgico con el tiempo de Adviento. La Iglesia, a través de los diversos tiempos -Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Tiempo Ordinario- quiere concienciarnos a los cristianos para que vivamos e interioricemos el misterio de la salvación, meditando y celebrando sus contenidos más importantes.
     No solemos valorar correctamente el tiempo de Adviento; nos parece un tiempo sin identidad, breve, de trámite, de tránsito para la Navidad. Es verdad que es un tiempo intermedio, no definitivo, pero ineludible y decisivo. Es el tiempo de la vida, de la creación entera.
     Bellamente lo expresa san Pablo: “Sabemos que la creación entera gime hasta el presente… Y no solo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de esperanza” (Rom 8,22-24).
      Un tiempo litúrgica y existencialmente “fuerte”. Es el tiempo bíblico por excelencia. Un tiempo crístico, por cuanto todo él está orientado a Cristo y por Cristo...; un tiempo crítico, en cuanto que ayuda a desenmascarar impaciencias y utopías, y a purificar y consolidar la esperanza... Y un tiempo eclesial: el tiempo de la Iglesia que celebra su fe “mientras espera la gloriosa venida del Señor Jesucristo”.
      Los textos bíblicos de este primer domingo pretenden suscitar en nosotros una reacción para que rompamos con ritmos de vida cansinos y rutinarios y elevemos los ojos a lo alto para descubrir esa figura que viene cargada de ilusión y salvación para la vida.
      La primera lectura, tomada del llamado “Libro de la consolación” del profeta Jeremías, habla del gran día en que Dios suscitará a Alguien que hará justicia y derecho, acabando con el desencanto de los defraudados por la prepotencia y la injusticia. Y ese alguien será Jesucristo. Pero, ¿realmente ha acabado Cristo con el desencanto? ¿No damos la impresión de que no ha venido ni se le espera?
      El Evangelio, por su parte, con un lenguaje propio del género apocalíptico, habla de la venida del Señor en poder y gloria; y urge a vivir con lucidez y discernimiento: “Tened cuidado que no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero”.
        Jesús invita a levantar la cabeza y a caminar con la cabeza alta, no orgullosamente sino con esperanza, no cabizbajos sino esperanzados. El final de este mundo y de lo de este mundo es un dato irreversible. Lo importante no es el final de la existencia, sino la finalidad de la existencia. Jesús, que no nos informa del final de la existencia -el cuándo y el cómo del final- sí nos urge a "finalizar" a culminar nuestra existencia, dotándola de contenidos y horizontes profundos.
      Desde la segunda lectura se nos hace una llamada a la esperanza responsable, activando el amor fraterno, que es verdadero artífice de la esperanza.
      Todo esto lo sugiere el tiempo de Adviento. No es, pues, solo, la evocación de Belén, no es un tiempo de añoranzas sino de esperanzas; no es un tiempo retrospectivo, sino la espera de la gran Navidad futura, cuando Dios nazca definitivamente en todo hombre y todo hombre renazca para Dios.
      El Señor vino, vendrá y VIENE en cada instante y circunstancia, en cada urgencia del prójimo y en cada gracia. ¡No vivamos distraídos! ¡Y hay muchas formas de distraerse! ¡Y muchas distracciones!

REFLEXIÓN PERSONAL
 
.- ¿Con qué actitud me sitúo ante el Adviento?
.- ¿Mantengo esperanzas en la vida? ¿De qué tipo?
.- ¿Con qué alimento la esperanza?
 
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 21 de noviembre de 2021

¡FELIZ DOMINGO! SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

 SAN JUAN  18, 33b-38

"Pilato preguntó a Jesús: ¿Eres tú el rey de los judíos? Respondió Jesús: ¿Dices eso por tu cuenta , o es que otros te lo han dicho de mí?

   Pilato contestó: ¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?

Respondió Jesús: Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mi gente habría combatido; pero mi Reino no es de aquí.

Entonces Pilato le dijo: ¿Luego tú eres rey?

   Respondió Jesús: Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz."

 

EN LA EUCARISTÍA Y EN LOS POBRES NOS VISITA... ¡EL REY!

A un pobre, juzgado por sanedrines teocráticos y magistrados imperiales, condenado por todos, ajusticiado como blasfemo, como esclavo y criminal, y sellado en un sepulcro para enterrar allí con su cuerpo también su memoria, a ese pobre los cristianos lo celebramos en la liturgia de cada día, que es lo mismo que decir, lo recordamos cada día con agradecimiento y con fiesta, y hoy lo declaramos, no sólo nuestro Rey, sino El Rey del universo, ¡El Rey!

Interrogado por el procurador romano: ¿Eres tú el rey de los judíos?, Jesús de Nazaret, un despojado de todo poder, un acusado a quien todos podían escupir y despreciar, humillar y atormentar, responde: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.

Ese hombre, Jesús, con su púrpura de burla, su corona de espinas, su trono de crucificado, ése es el Rey ante quien nosotros nos inclinamos, ése es el Rey a quien hoy aclamamos diciendo: El Señor reina, vestido de majestad.

En ese hombre, en ese pobre, en su abandono, en su debilidad, reconocemos el amor que da consistencia al universo, la fuerza que lo mueve; en ese retoño sin aspecto que pudiéramos apreciar, en ese desecho de hombre, reconocemos al Hijo más amado, en quien el Padre quiso fundar todas las cosas: Así está firme el orbe y no vacila.

En ese crucificado reconocemos a Aquel que nos amó y nos liberó de nuestros pecados y nos ha convertido en un reino, y nos ha hecho sacerdotes de Dios.

De ese hombre nos fiamos. A ese Rey le abrimos de par en par las puertas de nuestra vida

Sea que lo recibamos resucitado y humilde en la divina eucaristía, sea que lo recibamos herido y necesitado en el cuerpo de sus pobres, es siempre el Rey quien entra en nuestra vida, es el Señor quien se sienta como rey eterno, es el Señor quien bendice a su pueblo con la paz.

Y cuanto dije de él, cuanto creo de él, cuanto celebro de su misterio, lo digo de él en los pobres, lo creo de los pobres en él.

Ellos, los despojados de poder, de derechos y de pan, los acusados de violentos y borrachos, los señalados como un peligro para los demás, ellos son “el rey”, y quienes son de la verdad escuchan su voz.  

Ellos, expuestos a la muerte, asfixiados en éxodos imposibles, condenados a morir de hambre y de frío en fronteras diseñadas para la seguridad de unos pocos, ellos son “el rey”.

En ellos, en su abandono, en su debilidad, la fe reconoce y abraza al Hijo más amado, al Señor de nuestra vida, a aquel en quien el Padre quiso fundar todas las cosas.

Ellos, con su estigmatización social a cuestas, con sus vidas a cuestas, con su fardo de miedos y angustias y terrores y agonías a cuestas, ellos son mi rey, de ellos voy diciendo: “El Señor reina”; y no quiero borrar lo que el salmista añadió: “vestido de majestad”; pues también en estos reyes, de burla para la impiedad, pero de verdad para la fe, habita, como en el Rey del universo, la gloria de Dios.

Pero éstas son sólo cosas de la fe, misterios que ella sola revela, luz que ella enciende en la mirada.

Hoy, el milagro de la fe nos permite ver al Rey, recibirlo y abrazarlo en la Eucaristía y en los pobres.

Siempre en el corazón Cristo.

 

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 14 de noviembre de 2021

¡FELIZ DOMINGO! 33º DEL TIEMPO ORDINARIO Y V JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES

 SAN MARCOS 13, 24-32. 

     “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán.

      Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo.

      Aprended lo que os enseña la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a las puertas. Os aseguro que no pasará esta generación antes de que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles ni el Hijo, solo el Padre.”

 


Se salvará el pueblo de los pobres

La noticia, por repetida, comienza a no serlo: “Recuperan en el mar un cadáver en avanzado estado de descomposición”. Y ya no lo es la información: se trata de un emigrante, un emigrante pobre, uno de tantos desaparecidos en un mar que no entiende de sueños ni de piedad.  Aquel cadáver era de una mujer, mujer negra, mujer africana.

Me aventuré a leer los comentarios escritos a pie de noticia, comprobé anonadado que los había dictado el odio, la xenofobia, el racismo, un espíritu más del infierno que de la tierra, más de las entrañas del mal que de una mente humana.

Entonces, Dios mío, sentí hambre y sed de justicia, hambre y sed de misericordia, hambre y sed de ternura, hambre y sed de humanidad, hambre y sed de salvación, hambre y sed de ti.

En el alma se dan cita innumerables nombres, innumerables agonías, innumerables miedos, innumerables gritos, innumerables tragedias, innumerables muertes.

En esas vidas, en esos nombres, en los labios de todas las víctimas quiero dejar eternizada la esperanza del salmista: “Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia… no dejarás a tu fiel conocer la corrupción”.

Que el corazón de los pobres guarde siempre la certeza de esa esperanza: “El Señor es el lote de mi heredad… mi suerte está en su mano”.

Ése es el pueblo de los pequeños, de los humillados, de los últimos, de cuantos son víctimas del mal, de los lázaros echados en nuestro portal… Sus vidas son del Señor… El Señor ha querido ser su heredad: El Señor les hará justicia, y la hará sin tardar.

Perdona, Señor, a cuantos hacemos sufrir a tus hijos, a cuantos crucificamos a tu Hijo, a cuantos ironizamos sobre su impotencia, a cuantos despreciamos su angustia, a cuantos nos encogimos de hombros mientras ellos morían. Odiamos a los pobres, y en ellos odiamos a Jesús.

Jesús y los pobres claman porque nos perdones; en su amor extremo van diciendo que no sabemos lo que hacemos.

Despiértanos, Señor, para que te conozcamos, para que te reconozcamos en esa mujer, negra y africana, en los miles de lázaros que mueren abandonados a las puertas de nuestra casa, en los innumerables despojados que yacen medio muertos al borde de nuestros caminos.

Despiértanos, para que, comulgando contigo hoy en la eucaristía, comulguemos con ellos también.

Despiértame, y junto con tus pobres, “protégeme, Dios mío, que me refugio en ti”.

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 Mensaje del Papa con motivo de la V Jornada mundial de los pobres

 ¡No dejéis de leerlo!

 

domingo, 7 de noviembre de 2021

¡FELIZ DOMINGO! 32º DEL TIEMPO ORDINARIO

  SAN MARCOS 12, 38-44

    "En aquel tiempo enseñaba Jesús a la multitud y les decía: ¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Esos recibirán una sentencia más rigurosa.
    Estando sentado enfrente del cepillo del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales.
     Llamando a sus discípulos les dijo: Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado de lo que tenía para vivir."
 

Aprendiendo a Jesús: aprendiendo a darlo todo

 

El relato evangélico nos obliga a fijarnos en el dicho de Jesús: “Os lo aseguro, esa viuda, que es pobre, ha echado en el cepillo más que nadie; porque todos han echado de lo que les sobra, mientras que ella ha echado de lo que le hace falta, todo lo que tenía para vivir”.

Supongo que el contable del templo le habrá mandado una palabra apropiada al donante anónimo que le dejó en el cepillo, separados y pelados, dos céntimos.

El contable del templo juraría que aquel donante era un chistoso con más ganas de dar la lata que de dar una ayuda.

Me pregunto qué escala de medidas y pesas utilizó Jesús para atribuir al donante de los dos pelados la medalla de oro a la generosidad.

Según aquella escala de medidas, una viuda pobre había dejado atrás a cuantos daban “en cantidad”, pues todos daban de lo que les sobraba; y también se había adelantado a cuantos daban de lo que les hacía falta: pues ella era la única que “había dado todo lo que tenía para vivir”.

Entonces empiezas a sospechar que esa única viuda que lo da todo es de Nazaret y se llama Jesús.

Sólo de Jesús se puede decir con verdad que ha echado en el tesoro del templo “todo lo que tenía para vivir”: todo, incluida la propia vida.

Viuda que todo lo da es Jesús, de quien se dice que, “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

Viuda que todo lo da es el Hijo de Dios en el misterio de la encarnación: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.

Viuda que todo lo da es ese Hijo pobre, humilde y crucificado que Dios ha puesto como un pan sobre la mesa de los hambrientos de justicia y de paz.

Viuda que todo lo da es ese Hijo que, resucitado, se te entrega hoy en su palabra, se hace uno contigo en la eucaristía, sale a tu encuentro en los pobres.

“Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza”. Nosotros somos el motivo de su pobreza, pues con nosotros se hizo pobre. Y él es toda nuestra riqueza, pues con nosotros comparte cuanto por nosotros dejó.

Tú, Señor mío y Dios mío, te despojaste de ti mismo y bajaste hasta lo hondo de nuestra condición humana para que, enaltecidos contigo, pudiésemos participar de la condición divina.

Hoy comulgas con nosotros en nuestra pobreza. Hoy comulgamos contigo en tu plenitud.

Hoy vienes a mí y pides, desde tu pobreza, que comparta contigo mi poco de harina, mi poco aceite, mi poco de pan.

Hoy vienes a mí y me pides que sea como tú, que te siga, que aprende de ti a “dar todo lo que tengo para vivir”, que aprenda a mar como tú amas, que te aprenda a ti, Señor mío y Dios mío.

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger