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martes, 31 de mayo de 2022

DÍA 3º DEL SEPTENARIO AL ESPÍRITU SANTO




 ¡Ven, Espíritu Santo! Envía sobre nosotros tu don de Consejo.
¡Ven, Espíritu de verdad!, Compañero de camino: confírmame en  la fe para dar razón de mi esperanza. ¡ Ven, luz de Dios !
           Guíame en esta búsqueda de ti mismo, para penetrar a fondo en tu designio amoroso sobre mi vida. Alumbra mi interior, pon alerta mi conciencia para que sepa elegir siempre lo mejor para tu gloria y para mi perfección.
           Que sea como la Virgen, mi Madre: Virgen prudente y santa, que me deje guiar por tu consejo íntimo que me llevará a identificarme con Jesús, a tratar de que su Reino llegue a todos los hombres.
Dame el acierto y la seguridad de vivir en tu Verdad, que es el mayor gozo del corazón.
¡En ella descanso, Dios mío!                     



¡Ven, Espíritu Santo!
          Dame la benignidad, que es comprensión y benevolencia para todos.
          
           Tú nos has prometido un corazón de carne, blando, humano, para desechar la acritud y la aspereza.
           Este fruto se oculta en las profundidades del corazón como una valiosa perla. Todo lo amargo, lo transforma en dulce; y ayuda a superar prejuicios y discordancias.
Penetra con tu gracia, Espíritu divino, en mi interior y frena el juego inquieto de mi fantasía.
Dame, Espíritu Santo, este precioso fruto de la Benignidad.


¡Ven, Espíritu Santo!
          Concédeme el fruto de la continencia, para que sea moderado en los gustos de los placeres.

           Que no me dominen, Señor las pasiones que puedan apartarme de Ti.
           Que sienta la liberación que supone la renuncia a aquello que pueda desagradarte, Dios mío.
           El sacrificio que se abraza por amor, se hace ligero, proporcionando al alma satisfacción y alegría.
Dame, Espíritu Santo este precioso fruto de la Continencia.




lunes, 30 de mayo de 2022

2º DÍA





¡Ven, Llama de Amor viva! Conmueve mi corazón y hazlo humilde y sencillo, e inúndalo de mansedumbre y suavidad.
           ¡Oh Espíritu Santo que eres todo Amor! Adorna mi alma con el don exquisito de Piedad. Sana mi corazón de toda dureza y ábrelo plenamente a la dulzura de la oración. Que al llamar con este nombre a mi Padre Dios, que yo experimente la riqueza de esa dulce palabra: su Bondad, su Ternura, su Misericordia. ¡Qué incomparables atributos! En ellos descanso, en ellos me recreo, en ellos tengo yo mi oasis de paz. ¡Lléname de este don maravilloso! Extingue en mi corazón toda amargura e impaciencia, y ábrelo a la comprensión y a la mansedumbre con todos los hombres, hijos de Dios y mis hermanos. ¡Ven!


¡Ven, Espíritu Santo!
           Dame el fruto de tu paz, la paz del corazón, que es silencio interior de toda apetencia que no seas Tú.
          Quiero experimentar tu presencia divina como brisa llena de suavidad y de dulzura, vivencia inefable de oración. 

           ¡Pacifícame: aleja de mi alma los temores que me turban… y centra todo mi ser, todos mis sentidos y atención en el Amado, mi remanso permanente de paz!
Dame, Espíritu Santo, este valioso fruto de la Paz.

 

domingo, 29 de mayo de 2022

Septenario al Espíritu Santo, pidiendo que nos envie sus dones y frutos.


DÍA 1º



¡Ven Espíritu Consolador! Que has fijado tu tienda entre nosotros; haz que toda mi vida esté consagrada al “Amor”.
           Concédeme, Señor, el don de Temor que es “principio de sabiduría”. Un temor arraigado en el Amor que produce en el alma un hondo sentimiento de adoración ante tu Majestad infinita. Un temor filial, que huye con premura de todo cuanto sea ofensa o alejamiento de Aquel a quien adora y teme contristar.
Infunde en mi corazón este temor suavísimo que me ha de mantener en constante cercanía de mi Dios y Señor, y en constante lejanía de todo lo que sea infidelidad o pecado.


¡Ven, Espíritu Santo!
          Dame el fruto de la Longanimidad que a todo llega, y es generosa en toda circunstancia.
           Quiero poseer un alma grande y generosa, que sepa ayudar y servir a todos sin esperar recompensa.
           Que el esfuerzo no me parezca nunca grande para llegar a alcanzar tus gracias y favores.
           Insistiré en mi plegaria hasta que en mi camino brille el más bello horizonte de tu luz.
Dame, Espíritu Santo, este precioso fruto de la Longanimidad.

 

¡FELIZ DOMINGO! SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

 


SAN JUAN 14, 23-29.

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.

La paz os dejo, mi paz os doy: no os la doy como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais os alegraríais de que vaya al padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo”.

 

Él es siempre de la tierra, y tú eres ya del cielo

 

En el misterio de la ascensión del Señor a los cielos, junto con la gloria de Cristo Jesús, se nos revela también la gloria en la que entra el cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

La liturgia nos recuerda repetidamente esa comunión de destino. Orando, decimos: “porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y donde nos ha precedido él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su cuerpo”; y añadimos: “en Cristo, nuestra naturaleza humana ha sido enaltecida tan extraordinariamente que participa de tu misma gloria”; y confesamos: “Dios nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él”; y bendecimos al Padre porque “Jesús el Señor ha querido precedernos como cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino”.

Pero esa misma liturgia que una y otra vez nos recuerda la gloria del cielo, se apresura a reclamar nuestra atención y nos devuelve a las cosas de la tierra: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?” Queda tarea que cumplir: “id y haced discípulos a todos los pueblos”; “se predicará a todos los pueblos la conversión y el perdón de los pecados, comenzando por Jerusalén”.

Se nos ha dicho que hagamos “discípulos”, hombres y mujeres que sigan los pasos de Jesús, hombres y mujeres del camino que es Jesús, hombres y mujeres que aprendan a Jesús.

A él se ha dado todo poder en el cielo y en la tierra, y él es quien nos envía en misión a todos los pueblos, para que a todos los hagamos discípulos de la luz, discípulos de la vida, discípulos de la verdad, discípulos del amor de Dios, discípulos del que viniendo al mundo se hizo servidor de todos, discípulos del que por todos vino a entregar su vida.

No dejes de mirar al maestro si quieres saber lo que has de predicar, si quieres ver lo que has de imitar, si quieres aprender lo que has de vivir: Aquel a quien hoy celebramos porque sube a la gloria de Dios, es el mismo que, “siendo de condición divina, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”. Aquel a quien vemos “dejar el mundo e ir al Padre, es el mismo que salió del Padre y vino al mundo”. Aquel a quien el Padre dio un nombre sobre todo nombre, es el que a sí mismo se hizo último entre los últimos, el que por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Y es de él, de Cristo Jesús, de quien somos discípulos y de quien hacemos discípulos; es a Cristo Jesús a quien imitamos; es a Cristo Jesús a quien aprendemos; es de Cristo Jesús, sólo de Cristo Jesús, de quien hablamos.

Éste es el admirable misterio de este día: En Cristo Jesús, tú eres ya del cielo; y él continúa siendo de la tierra y estando contigo en la palabra con que te habla, en la eucaristía con que te alimenta, en la Iglesia que es su cuerpo, en los pobres que son su sacramento.

Él no se va al cielo sin ti y no te deja en la tierra sin él.

Y sabes que lo tuyo es escucharlo, comulgarlo, amarlo, cuidar de él.

Si alguien te pregunta por tu identidad cristiana, por lo que crees, por lo que amas, dile que eres un cuida-cristos, un cuida-pobres, un loco empeñado en cumplir en la tierra los sueños de Dios.

Feliz domingo.

 

Siempre en el corazón Cristo.

 

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger