"En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”.
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domingo, 31 de julio de 2022
¡FELIZ DOMINGO! 18º DEL TIEMPO ORDINARIO
"En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”.
domingo, 24 de julio de 2022
¡FELIZ DOMINGO! 17º DEL TIEMPO ORDINARIO
SAN LUCAS 11, 1-13.
“Una vez que estaba orando Jesús en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”.
Él les dijo: “Cuando oréis decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación”.
Y les dijo: “Si alguno de vosotros tiene un amigo y viene durante la media noche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”. Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”. Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”.
ÉRAMOS MUCHOS, ÉRAMOS UNO, ÉRAMOS ÉL
Nos dimos la mano, formamos el corro, éramos muchos, éramos uno.
Eran muchas las lenguas, muchos los colores, muchas las esperanzas, muchos los sueños; eran muchas las tristezas, muchas las alegrías, muchas las lágrimas, muchos los lamentos; éramos muchos; éramos uno.
Eran muchos los heridos, muchos los naufragados, muchos los supervivientes, muchos los agotados, muchos los desaparecidos, muchos los muertos; éramos muchos; éramos uno.
Éramos la humanidad pobre, la humanidad nueva, el cuerpo del Hijo, el cuerpo herido de Cristo Jesús; éramos muchos, éramos uno, éramos él.
En la confesión de amor, en la eucaristía, en la vida, aun siendo muchos, somos siempre uno, somos siempre él.
Y con él, con Cristo Jesús, aprendimos a decir “Padre”: Dios Padre de heridos, Dios Padre de náufragos, de supervivientes, de agotados, de desparecidos, de muertos, Dios Padre de hijos amados y crucificados.
Con el más amado aprendimos a pedir: “Santificado sea tu nombre”, “venga tu reino”. Con aquel Hijo aprendimos a creer, a llevar en el corazón la pasión del Padre porque su reino se haga cercano a los pobres; con aquel Hijo aprendimos la certeza de que el Padre lo ha puesto en nuestras manos el milagro del reino que pedimos.
Somos muchos; somos uno; somos él, y con él nos han crucificado. Pero no pueden quitarnos la certeza de que somos también uno con el que vive, uno con el que todo lo ha perdido, todo lo ha pedido, y todo lo ha recibido del Padre que siempre escucha la oración de ese único Hijo.
Y es ese único –nosotros en él, él en nosotros-, el que, con más fuerza que Abrahán, también hoy regatea con Dios la suerte del mundo, la suerte de los verdugos, la suerte los que matan, la suerte de los que no saben lo que hacen.
Con Cristo Jesús somos los compadecidos que llevan el corazón lleno de compasión.
Con Cristo Jesús somos los crucificados a quienes el amor empuja a reclamar del Padre el perdón para quien los crucifica.
El motivo de nuestro grito desde la cruz hasta Dios, no es la suerte de los pobres sino la de los ricos, no es la suerte de las víctimas sino la de los verdugos.
Los discípulos dijeron a Jesús: “Enséñanos a orar”. Y de Jesús aprendieron quién era Dios para ellos, y lo llamaron Padre; y aprendieron al mismo tiempo quiénes eran ellos para Dios, y se reconocieron hijos, que han “recibido el Espíritu de hijos adoptivos, por medio del cual gritamos: Abba, Padre”.
De Jesús, de su oración, de su vida entregada, aprendemos qué hemos de buscar, qué hemos de pedir, cómo hemos de vivir, cómo hemos de amar, de modo que, siendo muchos, seamos siempre uno, seamos siempre él.
¡Hasta que Dios lo sea todo en todos!
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger
domingo, 17 de julio de 2022
¡FELIZ DOMINGO CALUROSO! 16º DEL TIEMPO ORDINARIO
SAN LUCAS 10, 38-42.
“En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano”.
Pero el Señor le contestó: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán”.
Eres tú…
Lo que hoy evocan las lecturas, lo que nosotros recordamos y vivimos, es un encuentro con Dios, encuentro que acontece porque él viene a nuestra casa y nosotros lo recibimos, o porque nosotros vamos a él y es él quien nos recibe.
El cronista del libro del Génesis dice que “el Señor se apareció a Abrahán”, pero Abrahán no vio al Señor, sino que “vio a tres hombres en pie frente a él”, y a esos tres hombres atendió con las prisas que uno se daría para atender a Dios: entró corriendo en la tienda, puso prisas a Sara, corrió a la vacada, y ordenó que todo fuese preparado enseguida.
El evangelio dice que “Jesús entró en una aldea”, y que “una mujer llamada Marta lo recibió en su casa”. Aquella mujer recibió a Jesús, pero tampoco ella vio a Dios, aunque para atender a Jesús se multiplicó como si en su casa hubiese entrado Dios.
Y en la misma casa, otra mujer, “llamada María… sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra”. Tampoco María vio a Dios, pero estaba haciendo “con el Señor” lo que el creyente, por serlo, hace con Dios: “escuchar su palabra”.
“A Dios nadie lo ha visto jamás”. No lo vio Abrahán. No lo vio Marta. Pero los dos hicieron lo que estaba en sus manos “para dar abasto con el servicio”, y los dos recibieron al Señor. No lo vio María, pero, sentada a los pies del Señor, aquel día se hizo discípula de Dios.
Lo que hasta aquí hemos considerado es apenas un aspecto del misterio que hoy se nos propone: hemos visto que Abrahán acogió a tres hombres, que Marta recibió a Jesús, que María se quedó prendida en la palabra de Jesús; pero hay también un antes y un después para las prisas de Abrahán, para el afán igualmente apresurado de Marta, para la quietud de la escucha de María. Antes que reciban a sus huéspedes, han sido recibidos por ellos, han sido escogidos, han sido llamados, han sido agraciados, Dios ha venido a ellos, se les ha acercado, se ha hecho por ellos un Dios necesitado, un Dios que llega pidiendo, pero que no para recibir él lo que no tiene, sino para dar lo que no tienen los visitados; y ése es el después de cada encuentro: el don de Dios, lo que la gracia de Dios deja en la vida de quienes lo reciben.
Ahora ya podemos entrar en el misterio de nuestra eucaristía: eres tú, comunidad eclesial, la que hoy recibes y eres recibida; eres tú la que te apresuras y te multiplicas para agasajar a tu Señor; eres tú la que preparas el pan y el vino y cuanto se necesita para la mesa de la eucaristía y de los pobres. Y eres tú la que llegas a este encuentro porque Dios te ama, porque Dios se te ha hecho cercano en Cristo Jesús, porque, en Cristo Jesús, Dios se hizo pobre para enriquecerte con su pobreza, porque en Cristo Jesús, Dios te ha entregado el sacramento de su amor. Y eres tú la que, a los pies de Jesús, escuchas hoy su palabra y gozas con su presencia y escoges para ti la mejor parte porque le escoges a él. Y eres tú la que hoy recibes no ya la promesa sino el don de un Hijo, la comunión con el más amado, y eres tú la que, en ese Hijo, con ese Hijo, por ese Hijo, entras en la vida misma de la Trinidad santa.
Pero aún me queda un “eres tú”, que será necesario desvelar: el cuerpo del Hijo, eres tú; el don de Dios para los pobres, eres tú; el perdón de Dios para los pecadores, eres tú; la ternura de Dios para los abandonados al borde del camino, eres tú.
Escucha lo que dice tu Señor, lo que dicen tus pobres: “Estoy a la puerta llamando; si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos”.
Feliz eucaristía.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger
domingo, 10 de julio de 2022
¡FELIZ DOMINGO! 15º DEL TIEMPO ORDINARIO
San Lucas 10, 25-37.
“En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”.
Él le dijo: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?”.
Él contesto: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”.
Él le dijo: “Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida”.
Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?”.
Jesús dijo: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lastima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta”. ¿Cuál de estos tres te parece que portó como prójimo del que cayó en mano de los bandidos? Él contestó: “El que practicó la misericordia con él”.
Díjole Jesús: “Anda, haz tú lo mismo”.
Prójimo de los pobres: prójimo de Dios
El prójimo del que habla la liturgia de este domingo es en primer lugar la palabra del Señor, su ley, mandamiento: “El mandamiento está muy cerca de ti”, tan próximo a ti que está dentro de ti, “en tu corazón y en tu boca”.
No interpretarás mal, Iglesia cuerpo de Cristo, si donde has oído que se dice “mandamiento”, “ley” o “palabra”, tu fe entiende que se dice “Dios”, pues se trata siempre de que “escuchemos la voz del Señor”, de que, “con todo el corazón y con toda el alma, nos convirtamos al Señor nuestro Dios”.
Eso quiere decir que el prójimo del que oímos hablar en este día, es en primer lugar nuestro Dios; y si lo es él, lo es también su fidelidad, su gran bondad, su gracia, su compasión.
Pero no has hecho más que asomarte a ese misterio: el mismo Dios que se nos había hecho cercano en la humildad de su palabra, al llegar la plenitud de los tiempos se nos hizo prójimo en su Palabra hecha carne. En Jesús de Nazaret, Dios se hizo salud para enfermos, liberación para endemoniados, limpieza para leprosos, abrazo de excluidos, perdón de pecadores, evangelio para los pobres, prójimo de todos.
Hoy, en la eucaristía, hacemos memoria de Cristo Jesús, de su vida entregada, de su amor hasta el extremo, de su cercanía a nuestra vida. Y en Cristo Jesús, Dios está hoy más cerca de nosotros de cuanto lo pueda estar el sacramento que celebramos, la palabra que escuchamos, el pan de vida eterna que comemos. Hoy, en Cristo Jesús, Dios está tan cerca de nosotros que su Espíritu nos unge y nos penetra y nos transforma y hace de nosotros un solo cuerpo, un solo espíritu.
Ahora, Iglesia de Cristo, comunidad de “llamados a la libertad”, escucha la palabra en la que Dios se te acerca: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”. Amarás al que a sí mismo se perdió por ti, al que te amó con todo su ser, al que quiso ser tuyo como lo es la palabra que escuchas, como lo es el pan que comulgas. Y amarás “al prójimo como a ti mismo”.
No te engañarás, hermana mía, hermano mío, si entiendes que, cumpliendo el mandato de “amar al prójimo como a ti mismo”, cumples al mandato de “amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Así lo da a entender el Apóstol cuando dice: “Sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se encuentra en esta frase: «Amarás al prójimo como a ti mismo»”.
Y si le preguntas a Jesús, ¿quién es ese prójimo al que has de amar?, él te dirá que lo es aquel a quien tú hayas amado, aquel con quien tú hayas practicado la misericordia, aquel a quien tu amor misericordioso te haya aproximado.
Entonces me sueño prójimo de hambrientos, de enfermos, de excluidos, de ilegales, de irregulares, de sin papeles, de náufragos, de hombres, mujeres y niños necesitados de misericordia.
Entonces, ante la necesidad de las víctimas, desaparecen todas mis razones para la ausencia, para el olvido, para dar un rodeo y pasar de largo.
Entonces me sueño Iglesia que no conoce fronteras, que no obedece a intereses económicos, que no se somete a ideologías políticas, Iglesia que sabe sólo de pobres, que sólo busca pobres, Iglesia siempre dispuesta a apartarse del camino para acercarse a los medio muertos y vendar heridas, Iglesia siempre dispuesta a perderse a sí misma por amor, Iglesia samaritana compasiva, como Jesús.
Entonces me sueño prójimo del Señor con quien comulgo, haciéndome presencia de Cristo Jesús entre los pobres, cuerpo de Cristo Jesús para los pobres, prójimo de los pobres como Jesús.
Feliz comunión con Cristo Jesús y con los pobres.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger