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domingo, 29 de septiembre de 2024

¡FELIZ DOMINGO! 26º DEL TIEMPO ORDINARIO

 


San Marcos 9, 38-42. 44. 46-47.

     "En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.

 

     Jesús le respondió: No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a favor nuestro. El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida que ser echado con los dos pies al abismo. Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser echado al abismo con los dos ojos, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga."

 

Una Iglesia de profetas: ¡Ojalá!

 

Moisés lo dijo así: “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!

Jesús lo dijo de aquella otra manera: “No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí”. Que fue algo así como decir: _ ¡Ojalá todos echasen demonios en mi nombre!

Supongo que el de “profetas” es nombre para “creyentes que acogen con fe la palabra de Dios y la comunican con fidelidad”, para “hombres y mujeres que, ungidos por el Espíritu del Señor, llevan el evangelio a los pobres”, para “discípulos de Jesús de Nazaret”, para “hombres y mujeres llamados a ser luz del mundo y sal de la tierra”…

Lo cierto es que todos hemos sido bautizados para formar parte de una Iglesia de profetas; que todos hemos sido “consagrados con el crisma de la salvación, para formar parte del pueblo de Dios y ser para siempre miembros de Cristo, sacerdote, profeta y rey”;  que todos hemos de ser en el mundo una presencia viva de Cristo Jesús; que todos hemos de transmitir, porque a todos se nos ha confiado, el evangelio de la salvación que es Cristo Jesús.

Me pregunto –necesito preguntar- de quién y de qué habla mi vida: ¿Habla de Dios, de la palabra de Dios, del reino de Dios, de llevar alimento a los hambrientos, de ser casa de acogida para los sin techo, de ser todo para todos? Necesito preguntarme si pertenezco al pueblo de las bienaventuranzas, si las llevo encarnadas en mi vida, pues ellas son las señas de identidad del profeta Cristo Jesús, ellas son las señas de identidad de una Iglesia de profetas.

Necesito preguntarme si soy un “expulsa demonios” o, por el contrario, soy un “escandaliza pequeñuelos”.

Temo, Señor, que, olvidada mi condición de profeta por comunión con Cristo Jesús, me haya limitado a ser cristiano de doctrinas, de ritos, de prácticas, de tradiciones, de ideologías... lo que haría de mí un “escandaliza pequeñuelos”.

Temo que, olvidado el profeta que he de ser en todo momento, me haya limitado a hacer cosas que, por muy piadosas y santas que puedan ser, apenas ocupan en mi vida una insignificancia de tiempo.

Temo que habiendo sido enviado con el evangelio para los pobres, me haya limitado a llevarles sabias doctrinas y piadosas recomendaciones.

Temo haberme quedado en profeta de ese dios llamado dinero, del dios llamado poder, del dios llamado placer: temo haber hecho mías las razones del placer, del poder y del dinero, sus justificaciones, sus exigencias, y haber abandonado a su suerte la vida de los pobres…

Temo haber puesto la religión por encima de la caridad, temo haber situado a Cristo Jesús en un cielo de gloria intocable; temo haberme quedado ciego para verlo en los caminos de los pobres, en las pateras y cayucos de los migrantes clandestinos, ahogado en todos los mares, corrompido en ataúdes a la deriva…

Puede que muchos sólo deseen una Iglesia mejorada en las estadísticas del CIS, una Iglesia más poderosa, más rica, con un número siempre mayor de inscritos en sus libros, con un número cada vez mayor de “practicantes”; pero ésa no sería la Iglesia que el Señor quiere, no sería la Iglesia que el mundo necesita; el Señor quiere una Iglesia evangelio para los pobres: ¡Una Iglesia profética!

¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!

¡Ojalá todos echasen demonios en mi nombre!

¡Ojalá!

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

 

domingo, 22 de septiembre de 2024

¡FELIZ DOMINGO! 25º DEL TIEMPO ORDINARIO

 


San Marcos 9, 30-37

               “En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.» Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.

         Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?» Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.»Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.»

 

Comulgamos lo que hemos de ser

 

No es tiempo de ritos acostumbrados sino de evangelio por estrenar.

No es tiempo de presumir de lo que sabemos, de lo que somos, sino de aprender lo que hemos de ser.

Delante de nosotros va Jesús.

Pensábamos que con él íbamos a ocupar posiciones de poder en el mundo nuevo que estaba comenzando, y todo se nos vuelve extraño cuando le oímos decir: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán”. Tan extraño era aquello, que se nos quedaron también sin sentido las otras palabras que añadió Jesús: “después de muerto, a los tres días resucitará”.

Y mientras él habla de lo suyo, de su muerte, nosotros hablamos de lo nuestro, de quién entre nosotros es el más importante.

No habíamos caído en la cuenta de que una Iglesia de “importantes”, una Iglesia de “primeros”, es un imposible: entre “importantes” es imposible la comunidad; entre “primeros” es imposible la comunión…

Pero hay un camino para ser importantes y primeros, y ser al mismo tiempo la Iglesia de Cristo, el cuerpo de Cristo, una comunidad en comunión, en la que todos somos uno: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.

Nos lo dice el que va delante de nosotros, aquel que, “con ser de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios”; nos lo dice el que “se despojó de su rango, tomando la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”; nos lo dice aquel que “se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.

La Iglesia es una comunión de últimos: de discípulos del último, de aprendices de Jesús, de siervos de todos… No hacemos comunión con el poder que oprime sino con el amor que sirve.

Pero el apóstol Santiago nos recuerda hoy que podemos traicionar esa comunión con Cristo Jesús: “envidias y rivalidades” son la evidencia de nuestra obsesión por ser “el más importante”; “envidias y rivalidades” son el seno donde se gestan “guerras y contiendas”. La comunidad a la que el apóstol se dirige, formada por creyentes a los que él llama “hermanos míos”, es una comunidad herida, de la que se dice: “codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en envidia y no alcanzáis nada”.

Si no queremos ser una “no comunidad”, habremos de mantenernos siempre en la escuela de Jesús, en el camino de la cruz, en la búsqueda obstinada del último lugar, en el servicio humilde a todos los de casa.

Si no queremos ser una “no comunidad”, hemos de hacernos Iglesia, presencia real de Cristo Jesús en los caminos de los pobres, al lado de los enfermos, cerca de los necesitados de compasión y de ternura, cuerpo de Cristo Jesús sobre la mesa de la humanidad, a los pies de todos para lavárselos…

Dios nos llamó por medio del Evangelio” para que sea nuestra la cruz de Cristo Jesús, la entrega de Cristo Jesús, el amor de Cristo Jesús hasta el extremo, la pasión de Cristo Jesús por el reino de Dios, “para que sea nuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo”.

Comulgamos lo que hemos de ser: últimos, siervos, Jesús…

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 1 de septiembre de 2024

¡FELIZ DOMINGO! 22º DE TIEMPO ORDINARIO


San Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23


      

    “En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.)

            Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: « ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?»

Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos." Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.»


Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»”


Lo que hace impuro al hombre

 

Pudiera parecer una controversia de tiempos de Jesús, pero es una realidad de todo tiempo: también hoy somos muchos los que nos aferramos a tradiciones que son “de los hombres”, mientras dejamos a un lado el mandamiento que es “de Dios”.

Nos hemos habituado de tal manera a identificar fe cristiana y tradiciones “de los hombres”, que no nos damos cuenta de que, sin prestarle atención, podemos dejar a un lado lo que es mandamiento “de Dios”.

Hoy iremos a la celebración eucarística, cumpliremos con el precepto dominical, nos acercaremos a comulgar; puede que en ese momento echemos atrás las manos, para que el presbítero sepa cuál es nuestro modo de comulgar, nuestro modo de expresar respeto al Santísimo Sacramento; puede que antes de recibir al Señor, hagamos genuflexión, manifestando así que comulgamos adorando; puede incluso que nos arrodillemos, pues ¿quién puede estar en pie delante del Señor?

Entonces vienen a la mente innumerables “puede que”… Puede que consideremos heroico que alguien “arriesgue la vida para salvar al Santísimo Sacramento” de que lo arrastren las aguas de un tifón, mientras miramos con recelo, cuando no calumniamos sin más, a quienes han sobrevivido a una travesía de infierno en busca de un futuro con dignidad… Puede que adoremos a Cristo en un sacramento instituido para que, comiendo, tengamos vida eterna, mientras escuchamos con indiferencia, si no con alivio, que, en otro sacramento, ese mismo Cristo se hundió para siempre en un mar sin misericordia… Puede que demos más importancia al orden en que han de salir los santos en nuestras procesiones, que a la palabra del Señor que hemos de escuchar y cumplir, que al lugar que han de ocupar los pobres en nuestras vidas, que a la conciencia que hemos de tener de la gracia de Dios en nosotros… Puede que seamos sólo fariseos, y que nunca hayamos sido discípulos de Cristo Jesús… Puede que sea hora de que suenen en nuestras vidas las alarmas de la fe…

Esto dice el Señor: “No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada; así cumpliréis los preceptos del Señor”.

Éste es el mandamiento del Padre que, “con la palabra de la verdad” –con el evangelio -, “nos engendró” –nos hizo hijos suyos-, “para que seamos como la primicia de sus criaturas”: “Aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros”; aceptad dócilmente el evangelio que se os ha anunciado, aceptad dócilmente a Cristo Jesús en quien habéis creído.

No nos engañemos a nosotros mismos: se nos ha hecho tarea urgente, no que aprendamos el “Señor mío Jesucristo” para confesarnos, sino que aprendamos a Cristo Jesús para confesarlo: Él es la religión pura e intachable a los ojos de Dios; él sabe de huérfanos y de viudas, de ciegos, cojos, leprosos… él sabe de humanidad necesitada…

Acepta la palabra, aprende a Cristo Jesús; mánchate, Iglesia cuerpo de Cristo, mánchate con Cristo entre leprosos… hazte impura con Cristo entre lo impuro del mundo… hazte sierva humilde del que tiene hambre y sed… arrodíllate delante de esos sacramentos de Cristo Jesús que son el desnudo, el enfermo, el encarcelado… arrodíllate delante del Jesús emigrante pobre…

Entonces, sólo entonces, lo habrás hospedado en tu tienda… sólo entonces tú te habrás hospedado en la tienda de Dios…

No dejemos “a un lado el mandamiento de Dios para aferrarnos a la tradición de los hombres”. No hagamos de nuestras tradiciones sagradas una religión impura y deformada a los ojos de Dios.

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger