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domingo, 26 de enero de 2025

¡FELIZ DOMINGO! 3º DEL TIEMPO ORDINARIO. DOMINGO DE LA PALABRA

San Lucas 1,1-4; 4, 12-21.

    “Ilustre Teófilo: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

    En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos le alababan.  Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desarrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”. Y, enrollando el libro, lo devolvió al que lo ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.”

 

Somos el cuerpo del evangelio

Lo llamaron “El Libro de la Ley de Dios”, y en él se contenían, no sólo los mandatos que eran vida para quien los observara, sino también la memoria de las obras de Dios a favor de su pueblo, memoria de una alianza de amor, de misericordia infinita, de amor eterno.

Nada de extraño, pues, si escuchada la lectura de aquel Libro, el pueblo “lloraba de tristeza”, al caer en la cuenta de lo que había ignorado, de lo que había perdido. Nada de extraño tampoco, si el salmista, que ha experimentado la fidelidad del Señor a su alianza, derrocha palabras de fiesta para cantar la belleza de la Ley de Dios: “Ley perfecta, Ley descanso del alma, precepto fiel, alegría del corazón, norma límpida, que da luz a los ojos…”

Con todo, ni aquel pueblo ni aquel salmista habían conocido a Cristo Jesús, el Hijo que Dios nos ha dado para que sepamos del amor que Dios nos tiene. Lo conocían en esperanza, pero no podían adivinar la locura de amor que se revelaría al hacerse realidad la esperanza.

Fíjate en los nombres que recibe ahora ese “Libro de la Ley de Dios”, que es Cristo Jesús: Él es el ungido por el Espíritu del Señor, él es el enviado, él está llamado a ser evangelio para los pobres, libertad para los cautivos, vista para los ciegos, libertad para los oprimidos, gracia para los necesitados de perdón.

Alégrese el paralítico, porque va a levantarse –“levantarse” es verbo de resurrección-. Alégrese el ciego, porque ya brilla la Luz que ha de iluminar su vida. Alégrese el leproso, porque ya llega la santidad que lo devolverá al abrazo de la comunidad. Que se alegre Lázaro, pues ha llegado la Vida que resucita. Que se alegren los oprimidos, los esclavos, los cautivos, pues ha llegado para ellos la libertad.

La profecía se hizo evangelio. La promesa se ha cumplido: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”. Lo dice el Ungido, el Enviado, el que es Luz, Vida, Santidad, Libertad, Evangelio para los pobres.

Fijaos en vuestra asamblea litúrgica. Podemos decir que es una familia de hijos en torno a la mesa de Dios. Pero podemos decir también que es una familia de pobres que han sido evangelizados: de ciegos que han recobrado la vista, de leprosos que han sido limpiados, de oprimidos que han sido liberados, de hombres y mujeres traspasados por la eternidad de la Vida. ¡En Cristo Jesús, se ha cumplido para nosotros lo que el Señor, por el profeta, había prometido!

Somos los beneficiarios de la promesa, pero no sólo: somos también los enviados que han de cumplirla. El Apóstol nos lo recuerda: “Sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro”. Cristo Jesús es el evangelio para los pobres, y nosotros no podemos olvidar que somos “su cuerpo”, el de Cristo Jesús: somos el cuerpo del evangelio.

Que nadie se engañe a sí mismo: O somos evangelio para los pobres, o no somos cuerpo de Cristo. O somos evangelio para los esclavos de nuestro tiempo, o no somos cuerpo de Cristo. O somos evangelio para los sin papeles, para los sin derechos, para los excluidos del bienestar, para los hambrientos de justicia, para los hambrientos de pan, o no somos cuerpo de Cristo. En el cuerpo de Cristo no caben los que, en nombre de la propia tranquilidad o seguridad o bienestar, justifican el abandono de los pobres y su muerte.

Somos el cuerpo del evangelio, y nuestra misión son los pobres.

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 19 de enero de 2025

¡FELIZ DOMINGO! 2º DEL TIEMPO ORDINARIO


San Juan 2, 1-11

             "En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice:«No tienen vino». Jesús le dice:«Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora». Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: «Sacad ahora y llevadlo al mayordomo». Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice: «Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora».


           Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él."

 

Una fiesta de bodas… de Dios con los pobres

 

“Tierra abandonada”, “Tierra devastada”: nombres que un pueblo de corazón abatido y labios tristes daba a la que un día había sido para él la “Tierra prometida”, la tierra que el Señor le había regalado para que en ella sus hijos viviesen en paz y libertad.

El afán de poseer, la idolatría del dinero, la arrogancia del poder, habían transformado en “Tierra abandonada” aquel paraíso, en “Tierra devastada” una tierra que manaba leche y miel, en ruinas la ciudad amurallada.

“Tierra abandonada”, “Tierra devastada”: se dice “tierra”, y se entiende: “la humanidad que la habita”, la humanidad que en esa tierra vive, en esa tierra sufre, en esa tierra muere.

“Tierra abandonada”, “Tierra devastada”: nombres que hoy se nos antojan apropiados para comunidades eclesiales y comunidades religiosas en vías de extinción, como lo serían también para el mundo de los sin techo, de los sin pan, de los excluidos del bienestar; nombres apropiados para hombres y mujeres que se mueven en los caminos de la clandestinidad, para hombres y mujeres a quienes nuestras leyes hicieron ilegales, para hombres y mujeres explotados y abandonados medio muertos al borde del camino de la vida.

“Tierra abandonada”, “Tierra devastada”: nombres que hoy, con toda verdad, se han de dar también a ese abismo, a ese mar, al que continúa bajando una humanidad rica de sueños y hambrienta de futuro.

Te miro, Jesús, en ese crucifijo de madera pobre, y te recuerdo Palabra hecha pobre para ser en todo como nosotros, también en la soledad, también en el exilio, en el abandono… Te miro y te recuerdo Palabra sin lugar para ti en la posada, Palabra exiliada de noche, Palabra abandonada de todos en la cruz… Te miro y te recuerdo en los inocentes que, a millares, sucumben condenados a una muerte atroz en caminos de arena, en pateras a la deriva, en un mar sin entrañas… Te miro, Jesús, y escucho, dicha para ti y para ellos, la palabra del profeta: Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra, «Devastada»; a ti te llamarán: «Mi Predilecta», y tu tierra tendrá marido”.

Escucha y adora, humanidad pobre, humanidad crucificada, esposa amada, escucha y adora, porque el Señor te ha revestido de justicia y santidad; escucha y adora, porque el Señor se complace en ti, y tú eres en Cristo Jesús la alegría de tu Dios. Que escuchen y adoren los necesitados de evangelio, los necesitados de salvación, los necesitados de alegría, pues han llegado las bodas de Dios con nosotros, hay vino nuevo y bueno en las tinajas de nuestra indigencia, y la palabra del profeta se nos ha hecho evangelio. No dejes de proclamarla, mensajero de buenas noticias, pues esa palabra es luz en la noche de los pobres: ¡Tu tierra tiene marido!

La Eucaristía de este domingo tiene aire de banquete de bodas, y en ella se sirve en abundancia el vino de una alianza nueva y eterna entre Dios y nosotros.

Es verdad, ya no te llamarán: «Abandonada». Tu nombre, Iglesia cuerpo de Cristo, pequeña grey, comunidad última, Iglesia de los pobres, ya es para siempre: «Mi Predilecta».

Feliz comunión con la Palabra que se hizo pobre, para que los pobres se hicieran Dios.

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

domingo, 12 de enero de 2025

¡FELIZ DOMINGO! FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

 

San Lucas  3, 15-16

    "En aquel tiempo el pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías. Él tomó la palabra y dijo a todos: Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

   En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto."

 

Bautizados para ser siervos de todos

Lo normal es que a Dios se le considere un opresor.

Ignorar a ese Dios opresor, o negarlo, suena a liberación, a posibilidad única de ser nosotros mismos.

Mucho me temo que, entre los padres-madres del ateísmo moderno –del abandono de la fe en Dios-, estén también las diversas confesiones cristianas, y de modo muy especial la Iglesia católica.

Será oportuno que, cuantos aún nos decimos cristianos, nos preguntemos qué hicimos para que nuestro Dios resulte despreciable; me pregunto qué imagen de Dios hemos grabado en nuestra conciencia y hemos transmitido a la conciencia de los demás.

Bajemos hoy con Jesús de Nazaret a las aguas de su bautismo, y se nos concederá asomarnos al misterio de su Dios, de nuestro Dios, de Dios…

El de Jesús es un Dios que unge, envuelve, posibilita, llama, mueve, envía… es un Dios al servicio de la justicia, de la libertad, de la paz…

El “ungido” por Dios, el “llamado”, el “enviado”, el “Mesías”, lo es a “manifestar la justicia”, a “implantar la justicia”, a “ser luz de las naciones”, a “llevar a todos la salvación”…

Y si quieres saber lo que eso significa, no lo separes de lo que el profeta dice a continuación: ese “ungido” es “enviado” para que “abra los ojos de los ciegos”, para que “saque de la cárcel a los cautivos”, para que “saque de la prisión a los que viven en tinieblas”…

Ese “enviado” es Jesús. Y si libertador es el enviado, libertador manifiesta ser aquel que nos lo envía…

Se supone que, en la comunidad eclesial, creemos en ese Dios libertador, no por haber oído hablar de él, sino por haberlo experimentado la liberación, pues todos nosotros somos ciegos cuyos ojos han sido iluminados por la luz de la fe; a todos esa luz nos ha permitido vernos como hijos de Dios, amados de Dios, agraciados con toda bendición en el Hijo de Dios; esa luz nos permite ver en cada persona humana a Cristo Jesús; ver en todos a hermanos nuestros; vernos en todos a nosotros mismos; ver en cada criatura la huella de Dios y una esperanza de liberación también para ellas…

Nuestro libertador, nuestro Mesías luz, es un Dios que se ha hecho siervo … Es ésta una asombrosa paradoja: El libertador de todos es siervo de todos.

Ahora, lo que has contemplado en Cristo Jesús, considéralo en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia. No es misión de la Iglesia ofrecer servicios religiosos… No es misión de la Iglesia esclavizar con dogmas, ritos y normas, aunque tenga dogmas, ritos  normas… La Iglesia, sacramento de Cristo Jesús, lo hace presente en el mundo, lo re-presenta, es su cuerpo, y ha sido como él ungida, como él llamada, como él enviada: la Iglesia está en el mundo para iluminar, para liberar… para manifestar la justicia, para implantar la justicia, para abrir los ojos de los ciegos, para sacar de la cárcel a los oprimidos, para llevar a todos la paz que ella misma ha recibido de Dios.

De ella se ha de poder decir siempre lo que el Apóstol dice de Jesús de Nazaret, “ungido –ungida- por Dios con la fuerza del Espíritu Santo… pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él –con ella-”.

También nosotros hemos sido bautizados, ungidos, enviados, para hacer el bien y curar a oprimidos, para liberar…

Hemos sido bautizados para ser siervos de todos…

Nos espera un mundo necesitado de libertad, de luz, de Dios, necesitado de ti…

A ese mundo nos envía hoy el Dios de Jesús.

 

Siempre en el corazón Cristo.

 

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 5 de enero de 2025

¡FELIZ SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR!

 


San Mateo 2, 1-12

“Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo».

 
     Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. «En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta:


«Y tú, Belén, tierra de Judá,

ciertamente no eres la menor

entre las principales ciudades de Judá,

porque de ti surgirá un jefe

que será el Pastor de mi pueblo, Israel»».

 
      Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje».

 Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño.

        Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra.

      Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.”

 

Epifanía… de nuestra falta de fe

Una estrella busca a unos Magos de Oriente… Unos Magos de Oriente buscan a un Rey, cuyo  nacimiento es anunciado por aquella estrella… Una estrella que la esperanza presiente y que sólo alcanzan a ver los ojos de la fe...

Guiados por la estrella, los Magos encontraron al Rey: “entraron en la casa, vieron al Niño con María, su madre, y cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra”.

Buscaban al Rey, y vieron a un Niño con su madre…

Vieron al Niño y, cayendo de rodillas, lo adoraron, porque habían encontrado a Dios.

Vieron al Niño, y en aquel Niño reconocieron la verdad de Dios y la verdad del hombre.

La de la Epifanía es la fiesta de nuestro encuentro, por la fe, con aquel Niño: Dios cercano, Dios pequeño, Dios humilde, Dios hijo de mujer, Dios necesitado, Dios pobre, Dios emigrante, Dios hombre, Dios para los pequeños, para los últimos, para los descartados, un sacramento del amor que Dios nos tiene… un sacramento del amor que es Dios…

Pero las circunstancias por las que atraviesan hoy las comunidades eclesiales de nuestro entorno cultural, nos obligan a preguntarnos a quién hemos visto nosotros, con qué Dios nos hemos encontrado, ante quién nos hemos arrodillado, a quién adoramos, a quién ofrecemos nuestros regalos.

Me veo obligado a preguntarme por mis ambiciones de grandeza, de poder, de dominio, cuando el Dios que he conocido por la fe es un pequeño, un último, un siervo de todos…, un pobre…

Me veo obligado a preguntarme por mis ojos, por mis entrañas, por mi corazón, por mi indiferencia, pues el Dios niño que mi fe reconoce y confiesa, nació de la misericordia de Dios con todos, nació para la compasión, nació para ser de todos, como lo son las nubes, el viento y el agua…, como lo es Dios…

Me veo obligado a preguntarme cómo es posible que, en las fronteras de un mundo que he de suponer educado desde la fe en Cristo Jesús, mueran cada año miles de pobres sin que los ojos se nublen de amargura, sin que el corazón se conmueva, sin que las entrañas se estremezcan de compasión.

Me veo obligado a preguntarme por mi fe… No hay futuro para una Iglesia que no sea cuerpo de Cristo pobre… No hay futuro para una Iglesia que no sea cuerpo de Cristo ungido y enviado como evangelio para los pobres.

Los pobres son el tornasol que permite reconocer la presencia de la fe en Cristo Jesús. Los emigrantes muertos en nuestras fronteras, son evidencia de la deformación de nuestra fe, de la perversión de nuestras creencias, de la mentira de nuestra vivencia religiosa.

Si cuantos nos decimos todavía cristianos, o sólo aquellos que siempre se precian y enorgullecen de serlo, hubiésemos visto a Cristo en los emigrantes y nos hubiésemos visto a nosotros mismos como ungidos por el Espíritu de Cristo para ser su evangelio, hace mucho tiempo que Europa se hubiese visto obligada a tener con esos innumerables crucificados una política sencillamente humana. Pero lo miramos, lamentablemente, los miramos con la misma indiferencia con que hubiésemos visto crucificar a Jesús, si hubiésemos estado allí.

Los emigrantes muertos son epifanía de nuestra falta de fe.

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger