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jueves, 4 de marzo de 2010

Una Aventura Sorprendente (XXIX)


HABLEMOS DE DIOS
Este día volvieron al Bosquecillo de los Corzos como acostumbraban, y María y José recordaron a Jesús el tema tan interesante que les había prometido: hablar de Dios. Jesús muy complaciente les dijo:
- Decíamos ayer que teníamos que hablar de nuestro Dios y Señor ponderando sus preciosos atributos, positivos que son los que reconocen en Dios sus grandes perfecciones, y negativos que son los que excluyen de Él toda imperfección:  estos tienen un sello de majestad y de grandeza; aquellos son más amables y vivos.
Os diré en primer lugar que el Señor Dios es mi Padre y vuestro Padre, como vosotros sabéis muy bien. ¡Padre! ¡qué palabra tan dulce! Es un Padre amoroso, todo ternura y bondad. Es una fuerza todopoderosa, siempre en actividad para procurar el bien del mundo. Todo lo sostiene con su providencia bienhechora; y a los hombres, sobre todo, los ama con un amor infinito. Para todos es misericordia y perdón.
En esta misma belleza de la creación que estamos contemplando ha dejado un reflefo de sí mismo y de su amor: ¡Qué casa tan bella preparó para el hombre! Aquí está en efecto, lo que Él es. Una luz clarísima que nos ilumina constantemente; una soberana belleza que nos envuelve en bienestar y alegría; una bondad infinita que nos sostiene y nos salva. 
Dios es la Vida que anima a todo viviente. Es el sumo Bien, el sumo Amor, la suma Misericordia, la suma Santidad, la suprema Sabiduría.
Dios es la inmensidad, la omnipotencia, la infinitud, la eternidad. Estas cualidades nos hablan de su Majestad y Grandeza.
María y José, mirando el rostro de su Hijo cuando hablaba, veían en su mirada una dulzura inefable, una claridad que se iba encendiendo y animando en sus palabras, como un reflejo divino de la misma realidad que describía... Estaba transfigurado. Y ellos mismos sentían enardecer sus corazones por el amor.
Jesús después de una pequeña pausa continuó:
- Este Ser inmenso, perfectísimo, del que se podría seguir hablando inagotablemente, es nuestro Padre y el Padre de toda la humanidad. ¡Oh! ¡Si esta convicción dulcísima de ser "hijos de Dios" llegase el corazón de todos los hombres, se podrían sentir los seres más dichosos de la tierra!
- Hijo mío, -dijo María emocionada-; ¡qué cosas tan divinas nos has dicho!
- Yo pensaba -dijo José-, mientras te escuchaba que tenían que oirte hablar así todos los hombres del mundo... 
- Cierto -dijo María- ¿no es verdad que estas experiencias y certezas, Hijo mío, debían ser conocidas de todos?
Entonces Jesús dijo:
- Os voy a confiar una verdad sublime. Os dije que Dios es el "sumo Amor"; pues la prueba de este amor más grande que ha dado nuestro Padre al mundo, la prueba más grande de este amor, es enviar al mundo a su Hijo Unigénito hecho Hombre, para salvarlo. Vosotros sois "la mediación" de ese amor. Por eso os digo que la salvación del hombre está en marcha y no tardará en manifestarse.
Sin embargo, no ha llegado en el designio de mi Padre esa hora. Tenemos que seguir cooperando en este designio amoroso de nuestro Padre Dios. Yo para eso he venido al mundo, para que mi Padre sea conocido y amado, y el mundo se salvará creyendo en Mí, que soy su Hijo. Pero, como os digo, no ha llegado esa hora.
María dijo:
- Por una parte, deseamos que llegue esa hora; pero por otra, preferimos que no llegue, por si se nos priva de tu compañía, sin la cual no podríamos vivir... 
- Es verdad -añadió José-; algunas veces lo comentamos.
- No temáis -dijo Jesús-. El Señor Dios nuestro Padre todo lo hace bien. Tenéis que estar seguros siempre en sus manos divinas.
Así llegó la hora de regresar del campo, y se pusieron en camino.

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