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sábado, 24 de abril de 2010

4º Domingo de Pascua: EL BUEN PASTOR (San Juan 10, 27-30)




"En aquel tiempo, dijo Jesús: - Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna, no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie pueda arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno."

1.- LEE / ESCUCHA: ¿QUÉ DICE EL TEXTO?
El texto recoge unas palabras de Jesús pronunciadas en el recinto del templo; mientras Él pasea pr el pórtico de Salomón, se le acercan los judíos para increparle a que les diga claramente si Él es el Mesías. Jesús les contesta que ya se lo ha dicho pero que no le creen, porque no son de sus ovejas. Y relata cómo se comportan sus ovejas y cuál es su relación con ellas: las conoce y las da la vida eterna. Y sus ovejas conocen la voz de Jesús y le siguen. Nadie puede arrebatárselas porque se las ha dado su Padre, que es superior a todos, pues es Dios. El Padre y Él son uno: Jesús también es Dios.

2.- MEDITA / ASIMILA: ¿QUÉ TE DICE HOY LA PALABRA?
Me he fijado en que todo el texto de este domingo es palabra expresa de Jesús, y está llena de divinas promesas. Se reflejan en ellas la bondad infinita del Buen Pastor, el amor inmenso con que cuida sus ovejas, la ternura con que las trata y el enorme interés que tiene por ellas. Se refleja además, y el mismo divino Jesús lo dice, que conoce a sus ovejas, no sólo en conjunto del rebaño, sino una a una: me conoce a mí, a ti y a cada uno: me conoce y sabe que le escucho y le amo.
Él mismo me llamó: "¡Sígueme!". Y porque escuché su voz le he seguido.
He conocido su bondad: es el Pastor bueno, lleno de amabilidad y dulzura para cada una de sus ovejas.
He conocido su misericordia: no se echa atrás ante las miserias que ve en mí; me acoge, cura mis heridas, me carga sobre sus hombros... no se cansa de perdonar; nadie me arrebatará de sus manos.
He conocido su amor; el Buen Pastor me ama hasta dar la vida por mí, Él busca sólo el bien de sus ovejas. ¡Qué corazón tan generoso y tan magnánimo el de este Divino Pastor!
He conocido el gran interés que tiene por mi salvación, ¡soy para Él un regalo de su Padre! Aquí revela Jesús a todos claramente su divinidad: "Yo y el Padre somos uno". ¡Qué grandeza!,Jesucristo es Dios, por eso puede dar a sus ovejas la vida eterna e inmortal, y la seguridad de no ser jamás arrebatados de sus manos.
Todo esto son motivos para llenar el alma de alegría y de confianza.

3.- ORA / CONTEMPLA: ¿QUÉ LE DICES AL SEÑOR CON LA PALABRA?
¡El Señor es mi Pastor!
El Señor es mi Pastor
nada me puede faltar.
Él me lleva a claras fuentes,
y a los montes del lugar,
para que sacie mi sed,
para que pueda pastar.
Él me guía y me conduce
por bellísimas riberas,
por entre trigos y viñas,
y frondosas arboledas.
Y aunque se haga noche oscura
en cañadas tenebrosas,
no temo vientos, ni lluvia,
ni a las sombras pavorosas,
porque Tú estarás conmigo
y en tus brazos voy gozosa.
Me has invitado a tu mesa
con finura y distinción,
ungiéndome con perfume
encendiendo mi ilusión,
enfrente mis enemigos,
que buscan mi perdición.
¡Con qué manjares divinos
me alimentas cada día!
¡Cómo rebosa mi copa
de fervor y de alegría!
¡Por eso yo cantaré
tu belleza y tu dulzura
en el país de la vida,
sin término en mi ventura!

4.- PON EN PRÁCTICA / ANUNCIA: ¿QUÉ HACER CON LA PALABRA?
No me cansaré de dar gracias al Señor por la vocación, y pedir mucho por las vocaciones sacerdotales y religiosas.

miércoles, 21 de abril de 2010

¡VENID Y VERÉIS!



Ya desde niña me atraía el ser monja. Era muy traviesa, pero con una conciencia muy sensible, por eso después en medio de mis travesuras, me retiraba a lugares solitarios a orar, y me imponía penitencias como andar con piedras en los zapatos, etc. Yo le pedía a Jesús que quería ser mejor.
Aún siendo niña, me sentía responsable de mis dos hermanas, que eran mudas.
Estuve en un colegio apostólico, donde la madre superiora vio que mi vocación era contemplativa, y encargó que buscaran un convento apropiado. El elegido fue el Convento de las Descalzas, a las que yo comencé a visitar.
El médico de cabecera me llevó con él unos meses para cuidar de sus hijos. El pequeño era el que me acompañaba en mis visitas a las monjas, con la condición de que esa visita quedara en secreto, entre él y yo. Pero en cuanto llegaba a casa, le decía a su madre: “Mamá, “Otario” me llevó a una cárcel” (debido a las rejas del locutorio).
Fueron muchos los inconvenientes que mi madre ponía para dejarme entrar en el convento, pero mi padre me apoyaba totalmente. Las personas cercanas a la familia, también me asustaban, hablando de las grandes penitencias que hacían las monjas, como pegarse a medianoche con un palo, y que yo no podría resistirlas.
Lo que me ayudó a dar el paso definitivo, fue la curación de una enfermedad que padecía desde niña. Yo le decía a Jesús: “Si me curas de esta enfermedad, seré monja”. Él me curó y yo cumplí la promesa.
Mi mayor sorpresa al enseñarme las monjas la celda de dormir, fue ver un palo colgado en la ventana. Yo pensé que era verdad lo que me habían dicho anteriormente. Pero no, ese palo tan solo servía para abrir y cerrar la ventana de la celda.
Yo diría a las jóvenes, no tengáis miedo y no creáis todo lo que se dice de nuestra vida. ¡Venid y veréis!
Sor Mª Esperanza de la Preciosísima Sangre,