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miércoles, 9 de junio de 2010

"EL SEÑOR ME SEDUJO Y ME DEJÉ SEDUCIR" (Jeremías 20, 7)



Desde niña la persona de Jesús tenía cierto encanto para mí, dado que nací en el seno de una familia cristiana y todo lo que me explicaban caía en mi corazón como rocío mañanero, causándome cierta impresión, sobre todo en lo referente a la Pasión del Señor que rumiaba pensando en el amor inmenso que me tenía el Señor.
A la edad de 12 años fui llevada por mis padres a un colegio de religiosas para mejorar la educación, yo me sentía como el pez en el agua, sobre todo en lo referente a la piedad. En efecto, me sentía feliz y contenta pues el Señor Jesús me parecía que salía a mi encuentro y lo sentía muy cerca en los ratos de silencio en la capilla, retiros, ejercicios espirituales, etc. Todo lo hacía bajo la mirada dulce de la Virgen María, pues se cumplía lo de “a Jesús por María”. A medida que iba pasando el tiempo el Señor se hacía cada vez más cercano y más me atraía su amor. En ciertas fiestas cuando la liturgia era solemne sentía algo especial, el Maestro me seducía y empezaba a sentir la llamada “Ven y sígueme” o “intenta ser toda mía como las vírgenes y mártires antiguas”.
La entrega al Señor me parecía algo fascinante y por lo tanto la virginidad me atraía mucho. Las religiosas no sabían nada pues era una de tantas adolescentes, sólo mi madre intuía algo que me pasaba y me hacía preguntas; aunque la dolía quizás la separación, me ayudó mucho a conseguir mi ideal.
Pasando el tiempo hubo una época que aunque no perdí la fe, si me enfrié en el amor al Señor y casi doy con todo al traste: el amor humano me empezó a atraer y a rondar... Mas en unos ejercicios espirituales volvió el Maestro a salir a mi encuentro con todo su amor, lloré mucho por mi ingratitud e hice el propósito firme de ser toda para Él.
Aunque trataba con religiosas de vida activa, siempre tenía en el fondo de mi alma la vida de Oración, que es alabanza, adoración, intercesión, acción de gracias, o sea la vida contemplativa en clausura, pero me parecía un sueño que no podía realizar y lo desechaba como tentación. Sucedió que estando estudiando cerca del convento de las “Descalzas”, tenía que llevar de la casa diocesana, la censura del cine a la parroquia; mas cuando pasaba cada semana por delante del Convento me decía a mí misma: “¿Si yo pudiera ser de esas monjas…?” pero creía que era mucho para mí, me daba miedo. Con el tiempo un sacerdote me dijo que tenía vocación contemplativa, que no lo dejara pasar, no lo dudé ni me lo pensé dos veces, fue como asegurarme lo que tenía dentro y tantas veces afloraba en mí y no me atrevía a exponerlo.
Me puse manos a la obra, la alegría era grande pero llena de preocupaciones, sobre todo decírselo a las religiosas que tanto me querían y se habían sacrificado por mí; asumí todas las contrariedades, sabía que era un paso fuerte.
Santa Teresa nos dice que la parecía que se la descoyuntaban los huesos. Sin embargo la ilusión de la entrega te hace volar. El convento elegido fue el que hace cuatro años atrás había pensado “Si yo pudiera ser de esas monjas…”: Las Descalzas. Aquí dirigí mis pasos y en él encontré lo que deseaba: ser orante y así ser de mi Madre la Iglesia, el corazón y por consiguiente el Amor para el mundo entero.
Cuando mis amigas y hermanas del colegio se enteraron de mi decisión se decían o se escribían: “Noticia bomba, Mari entra en las Descalzas de León”
Termino como empecé: “El Señor me sedujo y me dejé seducir” (Jr 20, 7)

Sor Mª Isabel del Niño Jesús

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