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jueves, 30 de septiembre de 2010

NOVENA PEREGRINACIÓN A ASÍS (DÍA 5º)



RIVOTORTO

AMBIENTACIÓN
Hoy nos detenemos en Rivotorto, en un lugar cerca de Asís. Aquí se detuvieron los doce primeros compañeros a su regreso de Roma, después de obtener de Inocencio III la aprobación oral de su forma de vida ("proto-Regla"). La vida que llevaron allí los hermanos es más digna de admirar que de imitar. Vivían como los ángeles.
Al visitar Rivotorto pidamos al Santo que nos dé parte en su espíritu, y que no nos dejemos llevar de la vida fácil, si es que de verdad queremos seguir sus huellas, para configurarnos con Cristo.

ORACIÓN
"Concédenos, Señor, a nosotros, hombres miserables, hacer por Ti lo que sabemos Tú quieres, y siempre querer lo que te agrada, para que, interiormente purificados, iluminados y encendidos por el fuego del Espíritu Santo, podamos seguir las huellas de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y por sola tu gracia llegar a Ti, oh Altísimo, que vives y reinas en Trinidad perfecta y muy simple unidad y eres glorificado, Dios omnipotente, por los siglos de los siglos. Amén."
(Carta a toda la Orden)

LECTURA (1ª Celano)
Cómo San Francisco llegó a Rivotorto y de la observancia de la pobreza

Recogíase el bienaventurado Francisco con los suyos en un lugar próximo a la ciuda de Asís, que se llamaba Rivo Torto. Había allí una choza abandonada; en ellas vivían los más valerosos despreciadores de las grandes y lujosas viviendas y su resguardo se defendían de los aguaceros. Pues, como decía el Santo, "más presto se sube al cielo desde una choza que desde un palacio". Todos los hijos y hermanos vivían en aquel lugar con su Padre, padeciendo mucho y careciendo de todo; privados muchísimas veces del alivio de un bocado de pan, contentos con los nabos que mendigaban trabajosamente de una parte a otra por la llanura de Asís. Aquel lugar era tan exageradamente reducido, que malamente podían sentarse ni descansar. Con todo, no se oía, por este motivo, murmuración o queja alguna; antes bien, con ánimo sereno y espíritu gozoso, conservaban la paciencia.
San Francisco practicaba con el mayor esmero todos los días, mejor continuamente, el examen de sí mismo y de los suyos: no permitiendo en ellos nada que fuera peligroso, alejaba de sus corazones toda negligencia. Riguroso en la disciplina, para defenderse a sí mismo mantenía una vigilancia estricta. Si alguna vez la tentación de la carne le excitaba, cosa natural, arrojábase en invierno a un pozo lleno de agua helada y permanecía en él hasta que todo incentivo carnal hubiera desaparecido. Ni que decir tiene que a ejemplo de tan extraordinaria penitencia era seguido con inusitado fervor por los demás.
...Escribía el nombre de los hermanos en los maderos de la choza para que, al querer orar o descansar, reconociera cada uno su puesto y lo reducido del lugar no turbase el recogimiento del espíritu.

PUNTOS PARA LA REFLEXIÓN

- En Rivotorto, una noche, uno de los hermanos se moría de hambre. El santo, sin vacilar se puso a comer para que al hermano no le diera vergüenza. Tendría que preguntarme: ¿me preocupo tanto de los demás que llego a compartir sus necesidades y a tapar sus defectos?

- Es conocido cómo en este lugar llegó un campesino con su borrico al cual invitaba a entrar. El santo y los suyos se marcharon al instante porque no estaban apegados ni siquiera a una choza. ¿Y yo, me encuentro instalado en mi casa, en mis cosas, en mi vida...?

INVOCACIONES

Unidos en oración de alabanza dirijámonos a Dios Padre con las mismas palabras con que lo hacía San Francisco, y pidámosle con conceda su gracia y su amor.

-Dichoso el siervo que no se enaltece más por el bien que el Señor dice y obra por su medio, que por el que dice y obra por medio de otro.
Te alabamos, Padre y confiamos en ti.

-Dichoso el que soporta a su prójimo como quería que le soportaran a él si estuviese en caso semejante.
Te alabamos, Padre y confiamos en ti.

-Dichoso el que no se tiene por mejor cuando es engrandecido por los hombres que cuando es tenido por vil y despreciable.
Te alabamos, Padre y confiamos en ti.

-Dichoso el que ama tanto a su hermano cuando está enfermo y no puede corresponderle como cuando está sano y le puede corresponder.
Te alabamos, Padre y confiamos en ti.

-Dichoso el que ama y respeta a su hermano lo mismo cuando está presente que cuando está ausente.
Te alabamos, Padre y confiamos en ti.

BENDICIÓN DE SAN FRANCISCO
El Señor os bendiga y os guarde.
Haga brillar su rostro sobre vosotros y os conceda su favor.
Vuelva su mirada a vosotros y os conceda la paz.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

NOVENA PEREGRINACIÓN A ASÍS (DÍA 4º)



LAS LEPROSERÍAS

AMBIENTACIÓN
En el valle de Espoleto que mira a Asís había toda una red de leproserías y asilos para los leprosos. La lepra estaba muy difundida en la región de la Umbría. Los leprosos constituían un verdadero problema social. El leproso estaba considerado como un muerto en vida y la lepra, una maldición. El que contraía esta enfermedad debía tocar una campanilla por donde iba a pasar para que nadie se arrimase a él. Se esparcía ceniza sobre su cabeza comenzando a vivir en solitario. No podía cruzar las puertas de la ciudad, no podía beber en las fuentes públicas, para no contaminarlas...
En cambio, en la vida de San Francisco encontramos todo lo contrario. Para el Santo significaron mucho los leprosos. El contacto con ellos era lo primero que exigía a quiénes pedían ingresar en la Orden. Visitemos este lugar con toda reverencia. Volvamos la mirada al contexto de su época, a las varias leproserías que él frecuentaba, y descubramos las escenas idílicas de amor que Francisco vivió entre nuestros hermanos los leprosos.

ORACIÓN
"Padre, hágase tu voluntad, como en el cielo, también en la tierra: para que te amemos con todo el corazón, pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas, empleando todas nuestras energías y los sentidos del alma y del cuerpo en servicio, no de otra cosa, sino del amor a ti; y para que amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos, atrayendo a todos, según podamos, a tu amor, alegrándonos de los bienes ajenos como de los nuestros y compadeciéndolos en los males y no ofendiendo a nadie. Amén."
(Paráfrasis del Padrenuestro)

LECTURA (2ª Celano, 1ª Celano y Leyenda Mayor)
De cómo San Francisco vivía con los leprosos

Si de algunos -entre todos los seres deformes e infortunados del mundo- se apartaba instintivamente con horror Francisco, era de los leprosos. En efecto, tan repugnante le había sido la visión de estos, como él decía, que en sus años de vanidades, al divisar de lejos, a unas dos millas, sus casetas, se tapaba la nariz con las manos.
Mas, un día que paseaba a caballo por las cercanías de Asís le salió al paso uno. Y por más que le causara no poca repugnancia y horror, para no faltar, como transgresor del mandato, a la palabra dada, saltando del caballo, corrió a besarlo. Y, al extenderle el leproso la mano en además de recibir algo, Francisco, besándosela, le dio dinero. Volvió a montar al caballo, miró luego a un lado y a otro lado, y aunque era aquel un campo abierto sin estorbos a la vista, ya no vio al leproso. Desde este momento comenzó a tenerse más y más en menos, hasta que por la misericordia del Redentor, consiguió la total victoria sobre sí mismo.
Lleno de admiración y de gozo por lo acaecido, pocos días después trata de repetir la misma acción. Se va al lugar donde moran los leprosos y según va dando dinero a cada uno, les llena de besos. Así toma lo amargo por dulce y se prepara varonilmente para realizar lo que le espera.
Después el Santo enamorado de la perfecta humildad, se fue a donde estaban los leprosos. Vivía con ellos y servía a todos por Dios con extrema delicadeza. Les lavaba los pies, vendaba sus heridas, y hasta con admirable devoción las llagas ulcerosas, el que había de ser después el médico evangélico. Por lo cual, consiguió del Señor el poder de curar prodigiosamente las enfermedades espirituales y corporales.

PUNTO PARA LA REFLEXIÓN
- La experiencia de Francisco con los leprosos tiene una estrecha relación del encuentro con Cristo crucificado. Fue a partir del dolor cuando entendió mejor el significado de la cruz. Jesucristo dejó de ser para él una idea y se convirtió en Alguien con rostro sangrante. Y yo que veo a tantos y tantos, cómo viven en la miseria, pobres, enfermos, ¿qué hago por ellos?

INVOCACIONES
Demos gracias al Señor que, muriendo en la cruz nos ha devuelto la vida y pidamos perdón por nuestras deficiencias,

- Francisco se sentía dichoso en medio de los leprosos. Por no vivir en fidelidad el amor hacia los pobres y más necesitados que nos legó el santo.
Perdónanos, Señor.

- Francisco, que despreciaba el dinero, lo permite en su Regla no bulada para ayuda de los leprosos. Por no privarnos nosotros de algo de nuestra mesa en favor de aquellos que se mueren de hambre.
Perdónanos, Señor.

Francisco, buscaba ser despreciado, humillado y tenido en nada. Por no someter nuestras mentes orgullosas y rebeldes, y no tener un corazón grande y generoso, como el de Francisco.
Perdónanos, Señor.

BENDICIÓN DE SAN FRANCISCO
El Señor os bendiga y os guarde.
Haga brillar su rostro sobre vosotros y os conceda su favor.
Vuelva su mirada a vosotros y os conceda la paz.

sábado, 25 de septiembre de 2010

DOMINGO XXVI (San Lucas 16, 19-31)



"En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:

-- Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno, y gritó: "Padre Abraham, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas."

Pero Abraham le contestó: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros." El rico insistió: "Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento." Abraham le dice: "Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen." El rico contestó: "No, padre Abraham. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán." Abraham le dijo: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto."


VAREMOS LA PATERA EN LA JUSTICIA:
Más que una patera era un calvario, con treinta y siete misterios de dolor evitable.
Fueron noticia de páginas interiores: tres muertos, treinta y cuatro supervivientes.
En un mundo ávido de distracción sin preocupación, importan muy poco, puede que nada, unos inmigrantes muertos en la ruta que va del África empobrecida a una Europa imaginada y seductora.
Perdidos en la frontera de nuestros banquetes sin corazón, a la deriva durante una eternidad, olvidados en una soledad sin confines, prisioneros del agua y de la sed, tres jóvenes africanos encontraron en aquel infierno el alivio de la muerte, y treinta y cuatro volvieron a nacer cuando fueron rescatados.
“Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico”. Había –dice Jesús- un rico sin nombre, y un mendigo que Dios conocía por el nombre de Lázaro.
¡Nombres! Necesitamos llamar por su nombre a los que murieron en aquella patera y, si ello fuere posible, devolverles con el nombre la dignidad de una historia personal soslayada a nuestra conciencia con el anonimato de los números: Blaise, Peter, Freddy.
Mientras los muertos sean enterrados en un adjetivo numeral, no sentiremos la necesidad ni la urgencia de comprometer la vida en la lucha contra la muerte.
Aquella mísera patera, en la que agonizaron y murieron Blaise, Peter y Freddy, es alegoría hiriente de aquella otra, grande como un hemisferio, en la que, a millones, agonizan y mueren cada día los lázaros de nuestro portal: nombres y nombres y nombres, historias, pasiones y angustias, que nosotros reducimos a números cardinales, a guarismos fríamente ajenos a la vida e indiferentes al sufrimiento, y que para Dios y para la fe se llaman siempre Jesús.
En el día de la verdad, no nos juzgará nuestro Dios por haber cuestionado su existencia o haber ignorado sus derechos de Creador y Señor; “iremos al destierro”, al lugar de los malditos, por haber cerrado los ojos para no ver al necesitado, por haber retirado la mano que había de dar pan al hambriento, por haber renunciado a romper cadenas de los esclavizados y oprimidos; en aquel día “encabezaremos la cuerda de cautivos” quienes hemos colaborado en hacer de la tierra una inmensa patera.
La palabra de Dios nos urge, la comunión con Cristo nos apremia: varemos en las playas de la justicia y la solidaridad tanto misterio de dolor evitable."
Feliz domingo.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

domingo, 19 de septiembre de 2010

DOMINGO XXV (San Lucas 16, 1-13)



"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

- Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: "¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido. El administrador se puso a echar sus cálculos: ¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? Éste respondió: Cien barriles de aceite. Él le dijo: Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta. Luego dijo a otro: Y tú, ¿cuánto debes" Él contestó: Cien fanegas de trigo. Le dijo: Aquí está tu recibo, escribe ochenta. Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.

- Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero."


"Queridos: La liturgia de la palabra de este domingo, cuando dice, “alabad al Señor, que ensalza al pobre”, señala con mucha claridad cuál es el aspecto fundamental de la experiencia de fe que nos disponemos a vivir en esta celebración eucarística, pues nosotros somos hoy el pobre que el Señor enaltece, nosotros somos ahora el pueblo que alaba al Señor.
La alabanza que la comunidad creyente ofrece a su Señor nace de la memoria que hacemos de sus obras a favor de los pobres. Conviene, pues, que recordemos con fe lo que el Señor ha hecho, para que podamos alabar con verdad su santo nombre.
De él dice el Salmista: “El Señor se eleva sobre todos los pueblos”. No hay a su lado otro dios, nadie hay que se le pueda comparar, no hay pueblo alguno que se substraiga a su poder soberano, no hay lugar alguno donde no brille su gloria. Si lo contemplamos sentado en su trono, nos sobrecoge la majestad de su dignidad real. Si con los ojos de la fe seguimos su mirada, vemos que él, el Altísimo, se fija en el humilde y en el abatido, para levantar del polvo al desvalido y alzar de la basura al pobre.
Recordad las palabras del Señor a Moisés, cuando le habló desde la zarza ardiente: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Y he bajado a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel”. He visto, me he fijado, he bajado. Y son aquellos pobres, que han experimentado la fuerza salvadora del brazo del Señor, los que cantan para él un cántico nuevo, porque nuevo es el conocimiento que han adquirido de su Dios: “Cantaré al Señor, sublime es su victoria… mi fuerza y mi poder es el Señor, el fue mi salvación. Él es mi Dios, yo lo alabaré, el Dios de mis padres, yo lo ensalzaré”.
Recordad también la pobreza de Ana, sus lágrimas, su aflicción, la amargura de su alma derramada en palabras de fe delante del Señor: “Señor de los ejércitos, si te fijas en la humillación de tu sierva y te acuerdas de mí, si no te olvidas de tu sierva y le das a tu sierva un hijo varón, se lo entrego al Señor de por vida”. El Señor se fijó y se acordó, y Ana concibió y dio a luz un hijo. Y ella, que había derramado delante del Señor la oración de su amargura lamentando su humillación, derramará delante de él la oración de su alegría celebrando su salvación.
Recordad la pobreza de la Virgen María, mujer a quien llamamos dichosa porque ha creído, mujer a quien reconocemos bendita entre todas las mujeres. El Señor se ha fijado en la pequeñez de su esclava, el Poderoso ha hecho obras grandes por ella, y ella proclama la grandeza del Señor, su espíritu se alegra en Dios su salvador, porque la misericordia del que es santo llega a sus fieles de generación en generación.
Y ahora volvamos los ojos a nuestra pobreza, nuestras lágrimas, nuestra humillación, nuestra esclavitud, nuestra esterilidad, nuestra pequeñez, y contemplemos, a la luz de la fe, de qué modo el Señor nos ha visitado, cómo se ha fijado en nosotros, cómo se ha abajado hasta nosotros, y hallaréis que “se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo… se abajó, obedeciendo hasta la muerte y muerte en cruz”. Se abajó naciendo pobre para levantar al desvalido y alzar de la basura a los pobres. Él se abajó hasta la muerte para que los muertos alcanzásemos su vida. En verdad, no sólo se nos concede contemplar misterios que pertenecen al pasado de la Historia de la Salvación, sino que contemplamos también cómo hoy nos visita nuestro Dios, y se fija en nosotros, y se abaja hasta nosotros, humilde y pequeño como el pan de nuestras mesas. Dios nos visita en Cristo, nos mira con los ojos de su Hijo, nos abraza en su Hijo, nos salva por Cristo Jesús.
Los que hemos experimentado, como pobres, la gracia de Dios sobre nuestras vidas, somos llamados a imitar lo que hemos conocido. Nosotros, como el Señor, somos llamados a fijarnos en el humilde, a oír el grito de los oprimidos, a bajar hasta su necesidad para remediarla. Nosotros, como el Señor, somos llamados a seguirle por el camino que lleva a compartir la condición y la vida de los humildes. Nosotros, como el Señor, somos llamados a dar la vida por sus pobres. Para nosotros se dice hoy la palabra de Jesús: “Ganaos amigos con el dinero injusto, para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas”. Que los pobres reciban de vuestras manos la salvación de Dios, de modo que, por vosotros, también ellos conozcan la bondad del Señor y le alaben."
Feliz domingo.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

sábado, 11 de septiembre de 2010

DOMINGO XXIV (San Lucas 15, 1-32)



"En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:

-- Ése acoge a los pecadores y come con ellos.

Jesús les dijo esta parábola:

-- Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido" Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido." Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.

También les dijo:

-- Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna." El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros." Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestido; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado." Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud." Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado." El padre le dijo: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."

EL AMOR TE BUSCA PARA HACER FIESTA CONTIGO:

"Hace ahora tres años escribí:
Queridos: La palabra escuchada nos ayuda a acercarnos al misterio de la relación de Dios con los pecadores, con nosotros.
“¿Quién sois vos, Señor, y quién soy yo?” Poco o nada podrá conocer del infinito amor de Dios –no sabrá responder a la pregunta “¿quién sois vos, Señor?”-, quien no haya experimentado la pobreza de la propia condición –quien no haya respondido con verdad a la pregunta “¿quién soy yo, Señor, delante de tus ojos?”-.
Con figuras diversas, la divina palabra nos acerca hoy a la verdad de nosotros mismos, hombres y mujeres que de muchas maneras nos hemos desviado del camino que el Señor nos había señalado, creyentes marcados por la culpa, impuros por el delito, manchados por el pecado.
Y la misma palabra nos acerca a la verdad de Dios, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios fiel a sus promesas, aquel cuyo nombre es misericordia y bondad, gracia, fidelidad y compasión.
Guarda siempre en tu memoria tu nombre de pecador, de modo que nunca olvides el nombre santo de tu Dios. Recuerda siempre tu miseria, de modo que no nunca olvides su misericordia. Recuerda tu pecado y la dureza de tu corazón, de modo que no olvides su gracia y su ternura.
En efecto, el Dios santo, justo y fiel, por el amor con que nos amó, nos dio a su Hijo único, para que, por la fe en él, recibiésemos gracia sobre gracia y tuviésemos vida eterna. Él es aquella mujer que enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado hasta que encuentra su moneda perdida, hasta que te encuentra, hermano mío, como si tú fueras su única moneda. Él es aquel dueño de las cien ovejas que deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada hasta que la encuentra; y cuando te encuentra, hermano mío, te lleva sobre sus hombros, muy contento, como si tú fueras su única oveja.
Tú pronuncias el nombre de Jesús -nombre memorial de lo que Dios es para ti-, y recuerdas que Dios te busca, y sabes que habrá fiesta en el cielo cuando te encuentre, porque se habrá llenado de alegría el corazón de Dios.
Tú pronuncias el nombre de Jesús, y sabes que tu Dios es tu Padre y que, mientras tú estás todavía lejos de él –tan lejos que nunca podrías acercarte a él si él no se acercase a ti-, tu padre te ve y se conmueve, y corre a tu encuentro y te abraza y te besa, y manda preparar un banquete y hacer fiesta, porque estabas perdido y te ha encontrado, estabas muerto y has vuelto a la vida.
Tú pronuncias el nombre de Jesús, y recuerdas la misericordia de Dios que te visita, la gracia de Dios que te santifica, la fidelidad de Dios que te justifica, el amor de Dios que te salva.
Pero hoy, hermano mío, no sólo pronuncias el nombre de Jesús y traes a la memoria cuanto ese nombre significa, sino que te encuentras realmente con tu salvador y redentor, escuchas verdaderamente su palabra que te ilumina, y recibes su Espíritu que congrega en la unidad a todos los que participamos del Cuerpo y de la Sangre de Cristo.
Y si es Jesús quien hoy te encuentra, hoy te has encontrado con la misericordia de Dios, hoy te ha rodeado la bondad de Dios, hoy te has sumergido en la compasión de Dios, hoy te ha visitado la santidad de Dios, hoy has sido renovado por dentro y te han dado un corazón nuevo, un espíritu nuevo.
“¡Qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios! Los humanos se acogen a la sombra de tus alas”.
Queridos: Sólo desde la verdad de un corazón quebrantado y humillado puede subir hasta el Señor la verdad de nuestro sacrificio. Sólo si el Señor nos ha abierto los labios con su misericordia, nuestra boca proclamará con verdad su alabanza.
Haced que hoy sea verdad vuestro sacrificio, vuestra alabanza, y con ellos, sea también de hoy la alegría de Dios por vosotros.

Hoy quiero sólo agradecer con vosotros al Señor lo que se nos ha concedido gustar de su bondad y fidelidad:
Para buscarte, humanidad amada, como quien busca su oveja perdida, salió el Señor tras de ti. Salió, se despojó, se abajó, se anonadó, se sometió. No volverá el dueño a su casa si no es llevando sobre los hombres a la descarriada. Te encontró tu Dios y cargó contigo sobre los hombros, muy contento, cuando “asumió la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”, cuando “la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros”, cuando en Jesús de Nazaret te habló con palabras del cielo y te curó con medicina de inmortalidad.
Para buscarte, humanidad amada, como quien busca su moneda perdida, Dios se inclinó, se humilló, pues había de buscar en el suelo lo que de lo alto había caído. Y así, en Jesús de Nazaret, le viste a tus pies, buscando como quien ama, lavando como quien sirve, pidiendo como si tú fueses toda su riqueza.
Para esperarte, humanidad amada, como quien espera a un hijo perdido, para verte de lejos el día en que emprendieses el camino de vuelta a la casa paterna, tu Dios, en Jesús de Nazaret, subió a lo alto de la cruz, hecho hombre de ojos, brazos y corazón abiertos para hacer fiesta contigo el día de tu regreso.
Hoy, en la eucaristía, tu Dios te busca, te espera, te ama y hace fiesta por ti.
El amor te abrió los labios y puso en tu boca un canto de alabanza."

Feliz domingo.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

sábado, 4 de septiembre de 2010

DOMINGO XXIII (San Lucas 14, 25-33)


"En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; Él se volvió y les dijo:

--Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mi no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar." ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío."

El futuro está… en el odio:

"Jesús lo dijo así: “Si uno viene a mí y no odia a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío”.
Los responsables de la versión litúrgica del texto, al transformar un explícito «odiar» en un supuesto «posponer», han rendido un homenaje impensado a la radicalidad hiriente del evangelio.
Me quedo con lo que hiere, “odiar”, porque en esa acción escandalosa vio Jesús una norma para discernir entre quienes se acercan a él por casualidad, por curiosidad, por beneficiarse de su poder, por conocer su doctrina, y quienes optan por ser de verdad sus discípulos.
El evangelio no me pide que odie al enemigo, sino que odie lo que amo, lo que más amo, desde mi padre y mi madre hasta mi propia vida.
Algo dentro de mí va diciendo que ese odio es todo amor. Algo me dice que mi padre y mi madre, por amor, odiaron la propia vida para proteger la mía. Algo me dice que los mártires de la fe, por amor, odiaron la propia vida y la entregaron a Cristo Jesús y a quienes los martirizaban. Algo me dice que Jesús de Nazaret, por amor, odió su vida para que yo pudiese vivir. Algo me dice que la Eucaristía, sacramento del amor que Dios nos tiene, es al mismo tiempo sacramento del odio que se nos exige, pues en este divino misterio se nos entrega por entero quien nos ama, y sólo si nos odiamos para amar, sólo si renunciamos a poseernos y nos damos a quienes amamos, podremos ser en verdad discípulos de aquel a quien nos hemos acercado en la comunión.
Bajo esta luz se puede releer la carta de Pablo a Filemón: “Yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús, te recomiendo a Onésimo, mi hijo… Te lo envío como algo de mis entrañas… Quizá se apartó de ti para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino mucho mejor, como hermano querido. Si yo lo quiero tanto, ¡cuánto más lo has de querer tú, como hombre y como cristiano!” Es como si el apóstol estuviese diciendo a su amigo: «Odia y ama», «ódiate a ti mismo y ama a tu esclavo». Ese odio que libera al hombre para el amor, es condición de futuro para el que ama, para el que es amado y para el mundo. Paradojas del amor: El futuro está… ¡en el odio!"
Feliz domingo.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger