El Señor habló a Moisés:
- Di a Aarón y a sus hijos: Esta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas: El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz. Así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré.
CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS GALATAS 4, 4-7
Hermanos:
Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción. Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: "¡Abba!" (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.
SAN LUCAS 2, 16-21
En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les había dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que había visto y oído; todo como les había dicho. Al cumplirse los ocho días tocaba circuncidar al niño y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
ABRE TU CORAZÓN AL SEÑOR:
ABRE TU CORAZÓN A LA PAZ.
La pregunta:
Nos cuesta ver a Dios en el sufrimiento, y no sabemos conjugar las voces de la paz con tiempos de dolor. Quien sufre, pregunta por el sentido de su sufrimiento; quien sufre y cree, pregunta por el sentido que tiene creer en un Dios que no puede evitarnos el sufrimiento.
Esa pregunta se hacía en una de las felicitaciones de Navidad que he recibido: “Cuando vemos la injusticia, la corrupción, la especulación financiera, el abuso de poder… nos preguntamos: ¿dónde está Dios? Cuando vemos a ese hombre, a esa mujer, que han perdido su puesto de trabajo y no tienen nada que llevar al hogar, nos preguntamos: ¿dónde está Dios? Cuando vemos a esa familia que ha sido desalojada de su casa hipotecada… nos preguntamos: ¿dónde está Dios?...
Si vemos el mundo por los ojos de los que sufren en Siria, en Egipto, en Somalia, en Nigeria, en los caminos de los emigrantes, en el infierno del hambre, nos preguntaremos: ¿dónde está Dios?
Vosotros, que a Dios lo lleváis en el corazón y lo veis en los pobres, desearías que todos se hiciesen esa pregunta, pues sería indicio seguro de preocupación sentida por el pobre, y no tardarían los pobres en experimentar que Dios les estaba cerca porque se les habría acercado el hombre.
Aquella pregunta viene de Dios, aunque sugiera implícita la respuesta, «Dios no está, Dios no puede estar donde están la injusticia y el mal».
Aquella pregunta viene de Dios y viene de nuestra imagen deformada de Dios, pues para nosotros, hombres de poca fe, Dios sólo puede ser omnipotencia del bien contra prepotencia del mal; Dios sólo puede ser poder contra poder.
Cuando la realidad desmiente a la ilusión, entonces el dolor puede volverse espesa tiniebla en la que Dios no es Dios.
Ausente Dios, de tu noche se habrá ausentado también la paz.
Pero tú sabes que la del poder no es la única respuesta posible a la pregunta sobre Dios. La fe te responde: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Tú preguntas: ¿dónde está Dios? Y él te dice: Aquí estoy, junto a ti, contigo, en ti.
El misterio que celebras en la Navidad, es el misterio de la opción de Dios por ti. La felicitación en la que se hacían las preguntas, se hacía eco de una voz que respondía: “Dios está ahí, en ese niño débil, pobre, nacido en Belén”.
Tú preguntas: ¿dónde está Dios? Y tu hermano de sufrimiento te responde: que el Señor esté contigo, que esté contigo la paz.
La paz:
La bendición que se daba en el tiempo de las promesas divinas, decía: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz”.
En esa bendición la gracia que se pide última es la paz; pero no es última por olvido, tampoco por menosprecio, sino porque contiene todas las gracias que la preceden.
La bendición que se da en el tiempo del evangelio, la alegría que el cielo anuncia para todo el pueblo, es un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. A esta bendición le pusieron por nombre Jesús. En ese niño se nos ha revelado la salvación que viene de Dios. Por ese niño, los ángeles alaban a Dios diciendo: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”.
La paz de Dios, como tu servicio, Iglesia amada del Señor, no se impone con la violencia del fuerte, no nace de la arrogancia del poderoso, no se viste con el fasto de la soberbia. La paz de Dios, como tú misma, es un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. La paz de Dios, la que recibes y la que ofreces, es un pobre, un nacido de mujer: no intimida sino que atrae; no viene con poder sino en debilidad; no viene en densa nube sino en leve humanidad.
Paz en la pobreza:
Si en Jesús la paz se desposó con la pobreza, también en ti la fe consagra y bendice ese desposorio. No hay otro estado de vida para la paz.
En Jesús, paz y pobreza se abrazaron desde los pañales en que su Madre lo envolvió, hasta la desnudez de la cruz en que murió. Paz y pobreza de Jesús se quedaron en nosotros desde el día de nuestro bautismo. Por eso, los que hemos conocido la paz soñamos un reino de paz para todos los pobres de la tierra, y no podemos dejar de trabajar para que a todos los alcance.
Los ángeles cantaron en la noche lo que Dios a todos ofrece. Nosotros nos apropiamos de su canto para hacer de él un programa de vida: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Paz a los niños de la guerra, paz a los niños del basurero, paz a las víctimas del hambre, de la esclavitud, del miedo, paz a hombres y mujeres sin trabajo, sin techo, sin papeles, sin derechos… La paz de los pobres es la misión que nos ha confiado Cristo Jesús.
Paz dentro de ti:
La paz que viene de Dios no queda fuera de nosotros sino que nos habita, pues no queda fuera de nosotros el Salvador que nos la trae.
Te habita tu Salvador: quien a ti te ama lo ama a él, quien a ti te recibe lo recibe a él, quien a ti te persigue lo persigue a él, quien a ti te ignora lo ignora a él.
Te habita el Espíritu de tu Redentor. En Ti, pequeño y pobre como Cristo Jesús, humilde y crucificado como él, en ti habita la paz, porque en ti habita tu Dios: Dios es tu paz.
Como si fueses su madre:
Si encuentras dificultad para ver a Dios en el que sufre, si no le hubieses reconocido aún dentro de ti, si a tu desierto se acerca aún para seducirte la tentación del poder, fíjate en María la Madre del Señor. De ella se dijo: “Bendita tú entre las mujeres… Dichosa tú, que has creído”. Y ella dijo de Dios: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”. De ella la fe te enseña que es mujer, que dio a luz en pobreza, que huyó con su hijo a una tierra extraña, que vivió en la oscuridad y el silencio, que aprendió soledad en Nazaret y que la vivió consumada al lado de una cruz en la que, ajusticiado como criminal, moría su único hijo.
Ella, “mujer de dolores”, es Madre de Cristo, madre de la paz. Sólo ella lo fue con el cuerpo. Tú lo eres sólo por la fe, pero tú como ella lo eres de verdad.
Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen, porque son hermanos, hermanas y madres del Señor. Dichosos los que trabajan por la paz, pues ellos son hermanos, hermanas y madres de la paz.
Bendición:
En Cristo, Dios nuestro Padre nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Que nadie deje de acoger a Cristo, para que nadie quede fuera de la paz.
Dejad que el Espíritu de Cristo os renueve, para que, transformados en imagen viva de vuestro Señor, llevéis a todos su paz.
Dichosos vosotros que amáis la paz y trabajáis por ella, pues Dios os reconocerá como hijos suyos.
+ Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo emérito de Tánger
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