"Cuando a los pocos días volvió Jesús a
Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba
sitio ni a la puerta. Él les proponía la Palabra. Llegaron cuatro
llevando un paralítico, y como no podían meterlo por el gentío,
levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y
descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que
tenían, le dijo al paralítico:
- Hijo, tus pecados quedan perdonados
Unos letrados, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros:
- ¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?
Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo:
- ¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más
fácil: decirle al paralítico "tus pecados quedan perdonados" o decirle
"levántate, coge la camilla y echa a andar?” Pues, para- que veáis que
el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados...
Entonces le dijo al paralítico:
- Contigo hablo. Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa
Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo:
- Nunca hemos visto una cosa igual."
EUCARISTÍA, IGLESIA Y POBRES:
Supongo que aquellas tejas
levantadas son evidencia de una voluntad decidida a plantar al enfermo delante
de Jesús; y no para que el enfermo pudiese oír mejor lo que Jesús decía, sino
para que, alcanzado por la mirada y la compasión, fuese alcanzado también por
la curación.
Dios está en todas partes, pero
el hombre necesita tener constancia corpórea de la divina presencia, y esa
función de dar corporeidad a Dios la han desempeñado siempre los lugares
sagrados: necesito saber que Dios me mira, que me presta atención, que se ocupa
de mí. Aquellos cuatro levanta techos no sabían que estaban poniendo a su
enfermo ante los ojos de Dios, no sabían que le iban a dar a aquel hombre la
oportunidad de oír palabras de Dios, aun esperando confusamente que sobre él se
manifestase el poder de Dios.
Ellos no sabían, pero a nosotros
se nos ha concedido la gracia de saber.
Sé que soy pecador; sé que
necesito sobre mí la mirada del Señor, sus palabras, su poder; y sé dónde
buscar lo que necesito.
Aquellos cuatro levantaron unas
tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la
camilla con el paralítico.
Yo sólo he de dejar que la luz de
la fe me guíe hasta al cuerpo de Señor y me deje bajo la mirada de la piedad de
Dios. Esa luz me lleva a la
Eucaristía, a la comunión con Cristo, comunión de un pobre
pecador con la santidad que en la gloria hace palidecer de hermosura a los
ángeles y a los santos. Esa luz me lleva a la Iglesia, cuerpo de Cristo:
“Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el
baño del agua y la palabra”. Esa luz me lleva a los pobres, cuerpo arcano y
doliente de Cristo, en los que encontraré la llave que abre a los pecadores el
reino de Dios.
Eucaristía, Iglesia y pobres,
tres cuerpos ante los que la fe puede descolgar nuestra vida pecadora para que
Cristo nos mire y nos perdone.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger
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