páginas

domingo, 26 de febrero de 2012

DOMINGO 1º DE CUARESMA


SAN MARCOS 1, 12- 15 

"En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás, vivía entre alimañas y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: -- Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creer en el Evangelio."

APRENDIENDO A SER HIJOS: 
 Si no queremos hacer de la Cuaresma un pobre Carnaval, será necesario que, quitada la máscara del hombre viejo, mostremos descubierto el rostro del hombre nuevo. 
 Nuestro hombre viejo ha sido crucificado con Cristo, para que fuese destruido el cuerpo de pecado. “Despojaos de lo viejo” –dice el apóstol-, “renovaos en la mente y en el espíritu, revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios”. 
Así, revestidos de Cristo, iremos con Cristo a donde él va, seremos probados donde él es probado, aprenderemos donde él aprende, amaremos como él ama, lo seguiremos llevando tras él nuestra cruz de cada día. 
 Que nadie renuncie a la verdad de este misterio: La Iglesia entra con Jesús en el desierto, para seguir a su Señor hasta la cruz, hasta la entrega de la vida, hasta la resurrección, hasta la gloria a la derecha de Dios. Entrando con Jesús en el desierto, abrazo lo que desprecié, aprendo lo que ignoré cuando con el hombre viejo salí del paraíso: Allí aprendo la soledad del Hijo, la pobreza del Hijo, las lágrimas del Hijo, la obediencia del Hijo, la confianza del Hijo, el amor del Hijo. Nuestra es la pobreza, del Hijo es la obediencia; nuestro el abandono, del Hijo la confianza; nuestras las lágrimas, del Hijo el amor. 
 Empujado por el Espíritu hasta nosotros, el Hijo aprendió lo que es nuestro. Empujados por el Espíritu hacia el Hijo, nosotros aprendemos lo que es suyo. 
No pienses que este misterio es ajeno a las preocupaciones del hombre, a sus problemas, a la realidad de su vida, al mundo en el que el hombre se mueve. El camino que lleva al hombre nuevo, al mundo nuevo, a la ciudad de Dios, a la comunidad de los ungidos para evangelizar a los pobres, ese camino se abre hacia dentro del ser, hacia el corazón del hombre, hacia el lugar secreto donde el hombre guarda la llave del amor. 
Recuerda con quién comulgas y sabrás con quién eres probado, sabrás con quién vives, con quién te ofreces, con quién serás glorificado. 
Recuerda con quién, y sabrás que brilla sobre tu vida el signo de la alianza nueva y eterna que Dios ha puesto, no ya en las nubes del cielo, sino en su Hijo entregado por los pecadores. Tú comulgas, y Dios reconoce en ti el amor de su Hijo. 
Tú comulgas, y Dios recuerda su pacto de amor contigo que, por la fe y la conversión, has hacho brillar sobre tu vida la luz de Cristo. 
El desierto, la noche, el invierno, la cruz, la vida, ése es el lugar donde, con Cristo, aprendemos a ser hijos de Dios. 
 Siempre en el corazón Cristo.
 + Fr. Santiago Agrelo Arzobispo de Tánger

domingo, 19 de febrero de 2012

7º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


SAN MARCOS 2, 1- 12
"Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la Palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico, y como no podían meterlo por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico:
- Hijo, tus pecados quedan perdonados
Unos letrados, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros:
- ¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?
Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo:
- ¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico "tus pecados quedan perdonados" o decirle "levántate, coge la camilla y echa a andar?” Pues, para- que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados...
Entonces le dijo al paralítico:
- Contigo hablo. Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa
Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo:
- Nunca hemos visto una cosa igual."

EUCARISTÍA, IGLESIA Y POBRES:
Supongo que aquellas tejas levantadas son evidencia de una voluntad decidida a plantar al enfermo delante de Jesús; y no para que el enfermo pudiese oír mejor lo que Jesús decía, sino para que, alcanzado por la mirada y la compasión, fuese alcanzado también por la curación.
Dios está en todas partes, pero el hombre necesita tener constancia corpórea de la divina presencia, y esa función de dar corporeidad a Dios la han desempeñado siempre los lugares sagrados: necesito saber que Dios me mira, que me presta atención, que se ocupa de mí. Aquellos cuatro levanta techos no sabían que estaban poniendo a su enfermo ante los ojos de Dios, no sabían que le iban a dar a aquel hombre la oportunidad de oír palabras de Dios, aun esperando confusamente que sobre él se manifestase el poder de Dios.
Ellos no sabían, pero a nosotros se nos ha concedido la gracia de saber.
Sé que soy pecador; sé que necesito sobre mí la mirada del Señor, sus palabras, su poder; y sé dónde buscar lo que necesito.
Aquellos cuatro levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico.
Yo sólo he de dejar que la luz de la fe me guíe hasta al cuerpo de Señor y me deje bajo la mirada de la piedad de Dios. Esa luz me lleva a la Eucaristía, a la comunión con Cristo, comunión de un pobre pecador con la santidad que en la gloria hace palidecer de hermosura a los ángeles y a los santos. Esa luz me lleva a la Iglesia, cuerpo de Cristo: “Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra”. Esa luz me lleva a los pobres, cuerpo arcano y doliente de Cristo, en los que encontraré la llave que abre a los pecadores el reino de Dios.
Eucaristía, Iglesia y pobres, tres cuerpos ante los que la fe puede descolgar nuestra vida pecadora para que Cristo nos mire y nos perdone.

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

domingo, 5 de febrero de 2012

5º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



LIBRO DE JOB 7,1-4.6-7


Habló Job diciendo:
-El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero. Como el esclavo suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera y se consumen sin esperanza. Recuerdo que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más dicha.

SAN MARCOS 1, 29-39

"En aquel tiempo, al salir Jesús de la Sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios; y como los demonios lo conocían no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marcho al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron:
-Todo el mundo te busca.
Él les respondió:
- Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido.
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando demonios."

SE ACERCÓ... LA LEVANTÓ:

La trabajadora de Spanair tenía algo que decir, pero la voz se le rompió, y ya sólo nos hablaron los sollozos. Puede que todavía el día anterior aquella mujer pensase que tenía un buen trabajo y que podía mirar con tranquilidad al futuro. Ahora despertaba turbada en un mundo indiferente a su necesidad, a sus hipotecas, a sus miedos, a su soledad.
Job se había despertado en un mundo de ausencias: estío sin sombra, trabajo sin salario, noches de fatiga, días sin esperanza, levedad de la vida, ojos sin alegría.
Oyes a Job, oyes a la trabajadora, oyes a las víctimas de ayer y de hoy, y se te oprime el corazón, como si fueses parte de una historia huérfana de sentido y de futuro.
Pero otra voz te trae el evangelio, en tu asamblea se anuncian los hechos de Jesús, y el tiempo vuelve a marcar horas de esperanza. Alguien se te acerca, te da la mano, te levanta, y, vencida la soledad, vuelves a estar entre hermanos y a servirlos: vuelves a vivir.
Recuerda cómo el Señor se te acercó, pues entró en tu casa por la encarnación, te tomó de la mano por su gran misericordia, te levantó con su humillación: él bajó contigo al lugar de los muertos, y con él subiste a la gloria de Dios.
Ésa será hoy tu Eucaristía: encuentro con Cristo que entra en tu casa y te resucita, encuentro con el que ha sido ungido y enviado a sanar tu corazón quebrantado, a liberar oprimidos, a proclamar un año de gracia del Señor. Hoy, en la Eucaristía, el creyente, como la suegra de Pedro, se levanta para servir.
Reconoce lo que has recibido y a qué eres llamada: acércate a los pobres, dales la mano, levántalos. Ésa, como lo fue de Cristo, es tu misión. No dejes que las víctimas se queden huérfanas de ti, no dejes que su mundo parezca huérfano de Dios.

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger