SAN MARCOS 10, 46-52
"En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
-Hijo de David, ten compasión de mí.
Muchos le regañaban para que se callara.
Pero él gritaba más:
-Hijo de David, ten compasión de mí.
Jesús se detuvo y dijo:
- Llamadlo.
Llamaron al ciego diciéndole:
- Ánimo, levántate, que te llama.
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo:
- ¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó:
- Maestro que pueda ver.
Jesús le dijo:
- Anda, tu fe te ha curado.
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino."
“NOS PARECÍA SOÑAR":
“Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar”.
En la memoria del soñador podría haber estado Egipto, la tierra de la esclavitud, el mar dividido para el paso de los esclavos, las noches del éxodo bajo la luz de Dios, aquellos días bajo la nube, el desierto mitigado con agua de la roca y panes de rocío, la tierra prometida, una tierra con fuentes de leche y miel para la esperanza de un pueblo.
En la memoria del soñador, más cercanas que las tierras de Egipto y las maravillas del éxodo quedaban las tierras de Asiria, y de Caldea, último solar de lágrimas y lutos para los desterrados de Sión.
El profeta evoca caminos que Dios abre en la estepa para el paso de los que volverán a la tierra de la libertad. A la luz de su palabra, el futuro se ilumina con un éxodo de pobres hacia una nueva esperanza; Dios los guía entre consuelos; “entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas”.
El salmista evoca Pascua y fiesta, asombro, alegría y canto de los redimidos: “Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares.”
En la eucaristía, memoria de Cristo nuestra Pascua, los que estábamos muertos pasamos con él de la muerte a la vida. Por el gran amor con que fuimos amados, Dios nos ha hecho vivir con Cristo.
En los sacramentos de la Pascua de Cristo, el Señor ha cambiado nuestra suerte: Tocaste mis ojos ciegos, y pude verte. Iluminaste mi vida, y pude seguirte. Me curaste, y pude amarte. Cambiaste nuestro duelo en fiesta, el luto en
danza, la tristeza en alegría; la luz de tu misericordia iluminó la noche de
nuestra esclavitud.
Cuando comulgamos con Cristo, no parecía soñar.
Cuando comulgamos con Cristo, no parecía soñar.
¡Feliz Domingo!
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger
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