No podemos esperar más tiempo, hemos de dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios
SAN MATEO 22, 15-21
En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y
llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le
enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron:
-- Maestro, sabemos que eres sincero y que
enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe
nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es
lícito pagar impuesto al César o no?
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús:
-- Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.
Le presentaron un denario. Él les preguntó:
-- ¿De quién son esta cara y esta inscripción?
Le respondieron:
-- Del César.
Entonces les replicó:
-- Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
AMOR Y MIEDO:
El escriba preguntó: “¿Qué
mandamiento es el primero de todos?” Y Jesús le respondió: “El primero
es: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con
todo tu ser»”.
Si entras en el misterio de la
divina unidad, te habrás asomado al misterio de la divina plenitud, y allí se
llenan de luz las palabras de aquel mandato primero que reclama la plenitud de
tu amor: amarás… con todo el corazón, con toda el alma…
Hoy, en la asamblea eucarística,
la palabra de Dios proclama y la fe confiesa la unidad divina “Yo soy el
Señor y no hay otro”. Y la palabra escuchada se nos vuelve exigencia de que,
en la relación con Dios, vivamos la plenitud del amor.
Un amor así es necesariamente
perturbador, inquietante, peligroso; un amor así es vida que da muerte, es muerte
que da vida.
Quienes niegan a Dios, como
quienes viven ignorándolo, no rechazan la verdad de un enunciado doctrinal sino
que huyen de un amor intuido como amenaza por su evidente pretensión de
totalidad. Aunque no lo confesemos, el amor nos da miedo, ¡a todos!
Denominador común de ateísmo,
agnosticismo, relativismo, indiferentismo, ritualismo, fundamentalismo, moralismo,
fariseísmo, magia, es el miedo al amor.
Lo inaceptable de Dios no es que
exista, sino que sea Uno, pues esa unicidad lleva aparejada la plenitud de su
gloria, de su poder, de su grandeza, de su soberanía, de su dignidad. Por eso “dar
a Dios lo que es de Dios” significa necesariamente “amar a Dios con todo
el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todo el ser”.
Todos lo intuimos, también los
ateos, y así multiplicamos los dioses para dividir el amor.
Ahora, a ti que crees, te pido
que recuerdes el misterio de tu comunión por la fe con Cristo Jesús, con el
Hijo de Dios hecho carne, con el hombre en el que se nos ha manifestado el amor
que Dios nos tiene, con el hombre en el que los pecadores le decimos a Dios el
amor que le tenemos. Recuérdalo, pues sólo en Cristo podemos amar como tenemos
que amar. No te apartes del amor de este Hijo si quieres guardar el precepto
del amor al Padre.
Hoy, recibiendo a Cristo en
comunión sacramental, recibes la moneda que el Espíritu de Dios acuñó para tu
tributo, recibes el amor eterno con que has de amar a tu Dios.
Con todo, no es la de Dios la
única imagen que has de reconocer en Cristo Jesús, pues en él se halla grabada
también la imagen del hombre. Y si has de tributar a Dios todo tu amor, el
hombre no ha de quedar fuera de ese tributo: “Amarás a tu prójimo como a ti
mismo”.
No tengas miedo: el que te pide
amar es el que te da, con su Hijo, su Espíritu, para que ames a Dios con todo
tu ser, y al prójimo como a ti mismo.
Feliz domingo.
--
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger
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