SAN MARCOS 1, 40-45
"En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
-- Si quieres, puedes limpiarme.
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo:
-- Quiero: queda limpio
La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él le despidió encargándole severamente:
-- No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.
Pero cuando se fue, empezó a divulgar el
hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar
abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aún
así acudían a él de todas partes."
LEPROSOS… AMADOS:
Estaba
en el lugar que me asignaba la ley. No era siquiera un pecador: era simplemente
un leproso, un excluido, un señalado, una amenaza, un peligro… un divorciado, un
emigrante.
Harapiento,
despeinado, con la barba rapada y gritando: «¡Impuro, impuro!», para que los
puros no se contaminen… fuera de la comunidad, fuera de la comunión… un
divorciado, un emigrante.
Allí me
habían dejado solo la ley y sus intérpretes, el bienestar de los escogidos y su
futuro, la ortodoxia y el sentido común. Y allí me hubiese quedado hasta que la
muerte amiga viniese a quedarse con mi impureza y mi soledad, con mi enfermedad
y mi pecado, con mis miedos y mi desesperanza.
Pero
Jesús salió del campamento, vino a mi encuentro… Aquel hombre decía palabras
que traspasaban de esperanza el corazón: “No tienen necesidad de médico los
sanos, sino los enfermos… no he venido a llamar a justos sino a pecadores”.
Olvidada
la ley que me excluía y la ortodoxia que me señalaba, buscando pureza en aquel
sacramento de misericordia, me acerqué a él, y de rodillas, dejé que le
hablasen la fe y la esperanza: “Si quieres, puedes limpiarme”.
Entonces
me abrazó su compasión, él extendió su mano –aunque todavía no era la hora de
la cruz-, me tocó, y me dijo: “Quiero: queda limpio”.
Aquella
mano extendida me devolvió a la comunidad y a la casa del Señor; pero él,
Jesús, se quedó con mi lepra, y se quedó fuera, en lugares solitarios –aunque
todavía no era la hora de que lo sacasen fuera de la ciudad, al lugar donde,
para destruir la lepra y manifestar la pureza, extendió sus brazos en la cruz-.
“Dichoso
el que está absuelto de su culpa”; dichosos los leprosos, a los que se les ha
contagiado la pureza de Dios: que se alegren con su Señor; que lo aclamen todos
los días de la vida.
En este
domingo, eres tú, la comunidad reunida para la Eucaristía, quien se acerca a
Cristo resucitado; eres tú quien le dice tu fe y tu esperanza: “Si quieres,
puedes limpiarme”; y eres tú quien escucha la palabra de la verdad: “Quiero:
queda limpio”.
Ya no podrás
olvidar este encuentro, pues en él se te han revelado misterios que sobrepasan
todo conocimiento: el misterio del amor de Dios, el misterio de la
vulnerabilidad de Dios, el misterio de tu comunión con él en el amor y en la
vulnerabilidad.
Si no
olvidas el misterio en que has entrado, tampoco olvidarás tu salmo de alabanza
por lo que has conocido de Dios: “Tú eres mi refugio; me rodeas de cantos de
liberación”.
Feliz
domingo a todos los amados de Dios.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger
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