SAN LUCAS 23, 35-48
En aquel tiempo contaban los discípulos lo
que les había acontecido en el camino y como reconocieron a Jesús en el
partir el pan. Mientras hablaba; se presentó Jesús en medio de sus
discípulos y les dijo:
-- Paz a vosotros.
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. El les dijo:
--¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen
dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en
persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y
huesos, como veis que yo tengo.
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
--¿Tenéis ahí algo que comer?
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. El lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo:
--Esto es lo que os decía mientras estaba con
vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y
salmos acerca de mí tenía que cumplirse.
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió:
--Así estaba escrito: el Mesías padecerá,
resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se
predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos,
comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.
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Tras el encuentro
con los de Emaús, Jesús
se aparece a todos los apóstoles. Ante la sorpresa de estos, Jesús les
invita a
“verificarlo”. La insistencia en invitarlos a ver y tocar su cuerpo
marcado por
los signos de la crucifixión obedece a la turbación inicial que les
produjo su
presencia, y al interés en mostrar que la resurrección no es una
especulación.
No se trata solo del espíritu de Jesús, se trata de Jesús, en su
integralidad
personal. Para los destinatarios del evangelio de Lucas, de mentalidad
griega
y, por tanto, reacios a admitir la resurrección del cuerpo, la
insistencia en
la pruebas de tipo físico son importantes. A Cristo resucitado hay que
“verificarlo”. ¿Cómo?, ¿dónde? En las manos y en los pies de lo que Él
ha elegido como sus
“representantes” (Mt 25, 31-46).
REFLEXIÓN PASTORAL
Continúa la liturgia ofreciéndonos
testimonios y consecuencias de la resurrección del Señor, del triunfo de Jesús
sobre la muerte. Porque Cristo no solo supo morir (eso pertenece al campo de
las posibilidades humanas), sino que venció a la muerte y la iluminó. Y esto
parece que nos cuesta creerlo, y les costó creerlo ya a los primeros
discípulos.
Tal vez porque lo sabía, quiso dedicar
cuarenta días a explicar a los suyos ese camino de gozo por el que tanto les
costaba entrar y transitar. No podía resignarse Jesús a la idea de que los hombres, tras su
muerte, lo jubilasen y encerrasen en el cielo. No bastaba, pues, con resucitar.
Había que meter la resurrección por los oídos, los ojos y el tacto de los
suyos. Y habría que hacerlo con la paciencia del Maestro que repite una y otra
vez la lección a un grupo de alumnos testarudos.
¡Cuánto le cuesta al hombre aprender que
puede ser feliz! ¡Qué tercamente se aferra a sus tristezas! ¡Qué difícil le
resulta aprender que su Dios es infinitamente mejor de lo que se imagina!
Eso fueron aquellos cuarenta días que
siguieron a la resurrección: una lucha de Cristo con la terquedad y ceguera
humanas de los discípulos, ayudándoles a comprender el trasfondo de todo lo que
en los tres años anteriores habían vivido a su lado.
¿Cómo es posible que los herederos del gozo
de la resurrección no lo llevemos en nuestros rostros y brille en nuestros
ojos? ¿Cómo es que cuando celebramos la Eucaristía, la prueba de que el Señor vive,
no salen de nuestros templos oleadas de alegría? ¿Cómo puede haber cristianos
que se aburren de serlo? ¿Cómo entender que miren con angustia a su mundo,
persuadidos de que es imposible que las cosas terminen bien?
“¿Por
qué surgen dudas en vuestro corazón?” No es solo una recriminación a la
incredulidad de los discípulos, sino una invitación al análisis. ¿De dónde
provenían las dudas de los discípulos? De no haber comprendido el misterio de
la cruz, ni antes ni después. Por eso, para deshacer sus dudas, Jesús les
invita a verificar su identidad de Crucificado, pues la resurrección no desfigura
ni falsea la realidad.
¿Por qué surgen dudas en nuestro corazón?
Quizá porque no hemos salido de él, de nuestro encasillamiento egoísta.
A Francisco de Asís se le desvanecieron las
dudas al abrazar al leproso… Quien toca o abraza la cruz de Cristo encarnada en
los hombres; quien hace la experiencia de amar a Dios como Dios manda, o mejor,
como Dios ama, supera todas las dudas de fe. Porque creer es amar, ya que Dios
es Amor. Hay que salir de dudas; para eso hay que salir de uno mismo y abrirse
a los demás con un abrazo fraterno, como Francisco de Asís.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Surgen dudas en mi interior?
¿por qué?, ¿de qué tipo?
.- ¿De verdad integro el mensaje
de la resurrección en mi vida?
.- ¿Soy más dado a culpabilizar,
a acusar, que a excusar?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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