SAN JUAN 10, 11- 18
En aquel tiempo dijo Jesús:
-- Yo soy el buen pastor. El buen pastor da
la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las
ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace
estragos y los dispersa; y es que a un asalariado no le importan las
ovejas. Yo soy el buen pastor, que conozco a las mías y las mías me
conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi
vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este
redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá
un solo rebaño, un solo Pastor. Por eso me ama el Padre: porque yo
entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo
la entrego libremente. Tengo poder para quitarla y tengo poder para
recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo
poder para quitarla y tengo poder para recuperarla. Este mandato he
recibido de mi Padre.
Con la imagen del buen Pastor, Jesús
desvela uno de sus rostros más entrañables. Como buen Pastor da vida a las
ovejas, da su vida por las ovejas, las conoce a cada una por su nombre… Y no es
un Pastor de horizontes recortados. Quiere ser Pastor de todas las ovejas. Con
la adopción de este título, Jesús plantea una reivindicación mesiánica, y se
identifica con la figura profética de Dios como Pastor (Ez 34,11-31), al tiempo
que denuncia a los falsos pastores.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Los textos bíblicos de este domingo nos
recuerdan afirmaciones impresionantes y consoladoras a un tiempo.
San Juan, en su carta, nos abre a la
inimaginable sorpresa de la fuerza del amor de Dios que nos hace sus hijos -“pues, ¡lo somos!”-. Y eso solo es un
anticipo, una primicia. La filiación divina nos abre a horizontes
insospechados. ¿Es posible vivir crepuscularmente cuando la aurora de Dios nos
invita a un amanecer esperanzador?
Pedro,
por su parte, nos habla de Jesús como la piedra angular, clave y quicio de toda
posible edificación… Piedra que fue rechazada, y que aún hoy es rechazada. Y no
solo por los de afuera, porque, ¿es Jesús la piedra angular, la primera piedra
del edificio de nuestra vida personal, familiar o social? ¿O estamos
construyendo sobre otros fundamentos? ¿Sobre qué construimos? ¿Nuestro edificio
no se está resquebrajando y agrietando por falta de fundamentación?
“Si
el Señor no construye la casa…” (Sal 127,1). “Mire casa cuál cómo construye. Pues nadie puede poner otro
cimiento fuera del ya puesto, que es
Jesucristo… Y si uno construye sobre el cimiento con oro, plata…, madera,
hierba o paja, la obra de cada cual quedará patente. Y el fuego comprobará la
calidad de la obra de cada cual. Si la obra que uno ha construido resiste,
recibirá el salario” (1 Cor 3,10b-14).
Y continúa san Pedro en su discurso: “No hay salvación en ningún otro, pues bajo
el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos”.
¿Creemos
que solo Jesús puede salvarnos? ¿O tenemos otras alternativas? ¿Le concedemos a
Él toda la credibilidad? ¿O se la concedemos a otros y a otras siglas?
Hoy abundan ofertas de salvación a corto
plazo y a bajo precio, evangelios intranscendentes, que pretenden suplantar y
desplazar al evangelio de Jesús, incluso sirviéndose materialmente de sus
mismas palabras.
Ante la precariedad en que vivimos puede
que renunciemos a plantearnos las cuestiones de fondo. Es el mayor fraude:
entretener al hombre con lo inmediato para que no se ocupe de lo importante;
obsesionarle con el bienestar para que deje de buscar la Verdad. No hay mejor
modo de reducir al hombre que reducir sus horizontes…
Jesús vino a ampliarnos el horizonte de
nuestra visión y de nuestra misión, a sacarnos de nuestras casillas, reducidas
y miopes, para descubrirnos que somos hijos de Dios con un futuro insospechado.
Algo que el mundo no conoce, porque tampoco lo conoce a Él. Y, sin embargo,
solo Él es la alternativa: la piedra fundamental, el único que puede salvar, el
buen Pastor.
En una sociedad de mercenarios y
asalariados, Jesús es el buen Pastor y el modelo de los pastores. Y esto
tenemos que decirlo, aunque muchos no lo crean, pero sobre todo, tenemos que
creerlo, aunque muchos no lo digan.
Hoy la Iglesia celebra la Jornada Mundial
de Oración por las Vocaciones Y, ante planteamientos como este, existe el
peligro de reducirlo todo a unas cuantas
peticiones estereotipadas e incomprometidas.
Hay que orar, porque así lo mandó el Señor
–“Orad al Señor de la mies que mande
trabajadores a su mies” (Mt 9,38)-, pero con una oración responsable, que
parta de la conciencia y de la vivencia de la propia vocación cristiana, que es
de donde surgen y para quien surgen las vocaciones específicas a la Vida
consagrada y al ministerio sacerdotal. Estas son el termómetro, el indicador de
la vitalidad religiosa de una comunidad. Por eso, la carencia de vocaciones en
la Iglesia no es una fatalidad, que traen los tiempos, sino una
irresponsabilidad falta de responsabilidad cristiana.
Hay que orar desde la apertura -“¿Qué debo hacer, Señor?” (Hch 22,10)-;
desde la pasión -“Señor, enséñame tus
camino” (Sal 25,4)-; desde la disponibilidad -“Aquí estoy, mándame” (Is 6,8)-.
Hemos de orar, en primer lugar, por
nuestra vocación cristiana, para agradecerla, celebrarla y testimoniarla; y
hemos de orar para que no nos falte la sensibilidad necesaria para acoger en
nuestra vida y en nuestra familia la llamada del Señor a dejarlo todo por Él,
por su causa, que es, también, la del hombre.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Es Jesús la piedra angular de
mi vida?
.- ¿Siento el gozo y la gratitud
de la filiación divina?
.- ¿Oro por la vocaciones y oro
por mi vocación cristiana?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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