El secreto de la vida está en dar con lo esencial,
sin absolutizar lo relativo. Miguel Ángel definió la belleza como “la
purificación de lo superfluo”. Él veía en el interior del mármol una estatua y
se limitaba a rescatarla cincelando lo superfluo. La vida de Clara fue un melodioso
canto a esta belleza: se liberó de lo superfluo y emergió en ella la bella
imagen de su Creador.
Lo esencial para Clara fue vivir para
Dios, identificada y abrazada a Cristo pobre, humilde, entregado hasta el
extremo; acoger el amor de Dios y vivir en obsequio a Él. Desde esta
radicalidad, concentrada en lo esencial, la vida de Clara se despliega en
fecundidad amorosa para todos: “sostenedora de los miembros de su Cuerpo
inefable que caen” (3CtaCl 8).
Lo esencial es el amor y para Clara tiene un nombre:
Jesucristo, regalo del Padre.
(Tomado
del libro “Clara de Asís, habitada por la vida y el amor" de las Hermanas Clarisas de Salvatierra)
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