“En aquel tiempo,
Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo
necesitaban. Caía la tarde, y los
Doce se le acercaron a decirle: Despide a la gente; que vayan a las aldeas y
cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en
descampado.
Él les contestó:
Dadles vosotros de comer.
Ellos replicaron: No
tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de
comer para todo este gentío. (Porque eran unos cinco mil hombres).
Jesús dijo a sus
discípulos: Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.
Lo hicieron así, y
todos se echaron.
Él, tomando los
cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición
sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran
a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos”.
*** *** *** ***
San Lucas solo
transmite un relato del milagro de la multiplicación de los panes y los peces
(a diferencia de Mt y Mc que trasmiten dos). El contexto es significativo:
Jesús está a sus cosas: la predicación del Reino y a la actuación de ese Reino.
Los Doce están también a lo suyo: a que no surja un problema por falta de
alimento para la gente que sigue a Jesús.
Las estrategias son
distintas: los Doce quieren desentenderse –“despide a la gente”-; Jesús aborda
el problema y lo soluciona. Y así, aquellos hambrientos de oír la palabra de
Dios, personificada en Jesús, encuentran en ella y de ella su alimento. Los
Doce, con todo, no son desplazados; se convierte en mediadores del milagro. La
aplicación catequética es clara: Cristo es el Pan que alimenta el hambre del
hombre; los discípulos deben ser quienes hagan llegar ese Pan -Palabra y
Eucaristía- a los hombres.
REFLEXIÓN PASTORAL
Celebramos hoy uno
de esos días que, en frase popular, resplandecen más que el Sol. Una fiesta
profundamente enraizada en la tradición de nuestro pueblo. Una buena ocasión para interiorizar y
exteriorizar nuestra fe y nuestro amor a la Eucaristía. Y también, para reflexionar sobre ella. No sea
que habituados a casi todo, nos insensibilicemos ante esta maravilla, ante este
misterio.
¿Qué es la Eucaristía? Es la
mayor audacia de Cristo, de su amor al hombre. El colofón de la gran aventura
de la encarnación de Dios. “En la víspera solemne... los amó hasta el extremo”
(Jn 13,1). Sí, se trata de un exceso. La
Eucaristía no fue un gesto, ni un hecho aislado ni aislable en la vida de
Cristo. No fue una improvisación de última hora. Fue algo muy pensado. Ha de
situarse en la lógica de la vida de Jesús: una vida para los demás. Y de maneras diferentes fue sembrando su vida
de alusiones: las parábolas del banquete son un ejemplo... Y así, “en la noche en que iba a ser
entregado, tomó pan...” (I Co 11, 23).
La Eucaristía nos
habla del amor de Dios hecho presencia:
Dios está con nosotros; en nuestros pueblos y ciudades siempre hay una casa
abierta en la que habita Dios hecho vecino de nuestras penas y alegrías,
dispuesto siempre a la confidencia. ¡Cómo cambiarían nuestras vidas si fuésemos
conscientes de esa verdad! La calidad de nuestra convivencia subiría muchos
enteros si la contrastáramos con este
divino interlocutor.
La Eucaristía nos
habla del amor de Dios hecho entrega.
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo”. Y éste se tomó a sí mismo, se
hizo Eucaristía y dijo: “Esto es mi Cuerpo entregado...; esta es mi Sangre
derramada; tomad”.
La Eucaristía nos habla
del amor de Dios hecho comunión: “Comed,
bebed...; el que come mi carne tiene vida eterna”.
Y para eso escogió
un elemento sencillo, elemental: el pan y el vino. Realidades que justifican y
simbolizan los sudores y afanes del hombre; que unen a las familias para ser
compartidos, y que simbolizan el sustento básico...; eso lo escogió para
quedarse con nosotros, indicándonos el
sentido de su presencia: alimentar nuestra fe y unirnos como familia de los
hijos de Dios. No es, pues, un lujo para
personas piadosas; es el alimento necesario para los que queremos ser
discípulos y vacilamos y caemos. Es el verdadero “pan de los pobres”.
Pero ese amor de
Dios nos urge. Cristo hecho presencia nos urge a que le hagamos presente en
nuestra vida, y nos urge a estar presentes, con presencia cristiana, junto al
prójimo. Cristo hecho pan, nos urge a compartir nuestro pan con los que no lo
tienen. Cristo solidario, nos urge a la solidaridad fraterna. Cristo, compañero
de nuestros caminos, nos urge a no retirar la mano de todo aquél que, incluso
desde su doloroso silencio, por amor de Dios nos pide un minuto de nuestro
tiempo para llenar el suyo. Cristo, entregado y derramado por nosotros, nos
urge a abandonar las posiciones cómodas y tibias para recrear su estilo radical
de amar y hacer el bien.... Por eso la
Eucaristía es recordatorio y llamada al amor fraterno. “Día de la
caridad”. Ella es la que hace posible,
y al mismo tiempo exige la caridad.
“El cáliz de la
bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que
partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así
nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos
del mismo pan” (I Co 10,16-17).
Esto significa la
comunión. Y así entendida es un acto serio y comprometido, pero bello y
apasionante. De ahí la recomendación de S. Pablo “Que cada uno se examine,
porque quien come y bebe indignamente el cuerpo y la sangre del Señor...” (I Co
11,28-29). No es una amenaza para que nos alejemos de la Eucaristía,
sino una advertencia para que nos acerquemos a ella con dignidad.
Estas son algunas
sugerencias que trae a nuestra vida la celebración del Corpus Christi. Cristo
se ha entregado no solo por nosotros, sino a nosotros - se ha puesto en
nuestras manos - para hacer de nosotros su propio cuerpo. Agradezcamos,
adoremos y acojamos responsablemente su presencia.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué resonancias suscita en mí
la Eucaristía?
.- ¿Qué “hambres” sacia y qué
“hambres” provoca?
.- ¿Qué “entregas” en mi vida
provoca la “entrega” de Jesús?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN,OFMCap
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