En aquel
tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras de Cristo, le mandó a
preguntar por medio de dos de sus discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o
tenemos que esperar a otro?”
Jesús les
respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven
y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los
muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso
el que no se sienta defraudado por mí!”
Al irse
ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: “¿Qué salisteis a
contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a
ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los
palacios. ¿Entonces, ¿a qué salisteis, a ver a un Profeta? Sí, os digo, y más
que profeta; él es de quién está escrito: ‘Yo envío mi mensajero delante de ti
para que prepare el camino ante ti´. Os aseguro que no ha nacido de mujer uno
más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los
cielos es más grande que él”.
*** *** ***
A la
cárcel le llegan a Juan noticias de Jesús, de sus obras, que no parecen
coincidir con el perfil austero y penitencial diseñado por él (cf. Mt 3,1-12;
11,18). Por eso envía discípulos para conocer la respuesta personal de Jesús. Y
ésta es clara: sus obras, contempladas a la luz de los oráculos proféticos (Is
35,5-6; 42,18) no dejan lugar a dudas; y revelan también que su mensaje es la
Buena Noticia.
Junto a
este autotestimonio, Jesús da testimonio de Juan. Aunque él, Jesús, aporta un
plus -un tono y un rostro nuevo-, no lo
descalifica: Juan no es un predicador oportunista ni un halagador de los oídos
del poder; es más que profeta: es el Precursor.
REFLEXIÓN PASTORAL
“Se alegrarán el páramo y la estepa…” (Is
35,1). Es el mensaje del tercer domingo de Adviento -por eso designado domingo
“gaudete”-. Pero, ¿es un mensaje posible? ¿Existe en nuestra sociedad, tan
tensionada, un espacio y un motivo para la alegría? ¿Más que alegrarse no está
gimiendo la creación por la violencia a la que la tiene sometida el hombre (cf.
Rom 8,22)?
La Palabra
de Dios nos invita no sólo a la alegría, sino que ofrece el auténtico motivo
para la misma: la venida del Señor. El
profeta Isaías, con una mirada profunda, atisba el rejuvenecimiento de la
creación, reflejo de “la belleza de
nuestro Dios” (vv.1-2), del rejuvenecimiento hombre, que recuperará el
pleno uso de sus sentidos, y del de la misma sociedad (vv. 3-6).
La alegría
y la esperanza descansan, recuerda el salmo responsorial, en la fidelidad y
lealtad de Dios (Sal 146,6), que vendrá para salvarnos.
La venida
cierta pero sorpresiva del Señor es el motivo de nuestra alegría. Pero esperar
no es fácil. Por eso la Carta de Santiago nos advierte: “Tened paciencia, hermanos,…y manteneos firmes” (Sant 5,7.8).
“¿Eres tú el que ha de venir o tenemos
todavía que esperar a otro?” (Mt 11,3). En esa pregunta se encuentra condensada la
expectación de toda la historia humana. ¿Eres tú… el agua viva (Jn 4,10), el
pan de la vida (Jn 6,35), la luz (Jn 8,12), el camino, la verdad, la vida… (Jn
14,6), o tenemos que seguir esperando a otro, apurando fuentes y alimentos que
no sacian, internándonos por caminos que no nos conducen a ninguna parte o que,
por lo menos, no nos conducen a Dios? ¿Eres tú?
“Dichoso el que no se siente defraudado por
mí” (Mt 11,6). En realidad Él, Jesucristo, no defrauda, porque vino a dar
testimonio de la Verdad, pero sí que pueden sentirse defraudados, desencantados
los que van tras Él buscando otras cosas, y no la Verdad (cf. Jn 6,26).
Acojamos
la pregunta del Bautista y examinemos si es el Señor, quien orienta y colma
nuestra esperanza; si es Él el fundamento de nuestra alegría. En todo caso, es
importante que nos preguntemos y respondamos con sinceridad a esa cuestión,
pues llegará el momento en que el mismo Jesús nos pregunte: “¿Y vosotros, quién decís que soy yo?”
(Mt 16,15).
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Quién digo yo que es Jesús? ¿Lo digo de
palabras, o lo digo con la vida?
.- ¿Me reconozco en la bienaventuranza de Jesús?
.- ¿Me inunda la alegría del evangelio?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCAp.
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