SAN JUAN 20,1-9
"El
primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuándo
aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue
donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quién quería Jesús, y les dijo:
Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde le han puesto.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino
del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que
Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas
por el suelo: pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y
entró en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían
cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio
aparte. Entonces entró también el otro
discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta
entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre
los muertos."
*** *** ***
La comprensión del relato ha de hacerse
desde distintas perspectivas. La resurrección nadie la vio; los discípulos solo
ven el sepulcro vacío. Sin embargo, el sepulcro vacío, por sí mismo, no es
prueba de la resurrección. Podría haber sido “vaciado”. Es la primera constatación
de María Magdalena -“se han llevado al
Señor”-. Pronto circuló esta interpretación entre los judíos (cf. Mt
28,12-15). Pero el “orden” que hay dentro del sepulcro desmiente esa
interpretación.
La progresión en el acceso al misterio
también merece notarse: María solo ve “la
losa quitada”; el discípulo amado ve más: “asomándose vio las vendas..., pero no entró”; fue Pedro el primero
en entrar y constatar el hecho. Sin embargo es el discípulo amado, entrando
después, el que “vio y creyó”. Solo la
fe ayuda a la lectura correcta, solo la fe aporta la visión completa y profunda
del hecho.
REFLEXIÓN
PASTORAL
¡Cristo ha resucitado! Es el clamor que hoy
se alza inundando de fiesta a la comunidad cristiana. Su palabra, su persona, su ser y quehacer no
pudieron ser neutralizados ni silenciados; no podían terminar en un sepulcro.
Han pasado los días de la pasión de Cristo,
que no debemos olvidar, pues la Resurrección no difumina sino que ilumina la
Cruz del Señor. Pero lo que nos distingue como creyentes no es afirmar la
muerte de Cristo (eso lo afirmaron sus contemporáneos) sino el sentido de su
muerte – redentora – y de su resurrección (eso lo creyeron sólo sus
discípulos).
Hoy en la Resurrección celebramos su
triunfo sobre la muerte, la mentira, la violencia, el egoísmo. Celebramos el
triunfo de la VIDA, la VERDAD, la PAZ, el AMOR, que eso es Cristo.
La última palabra de Dios sobre Jesús no
fue aceptar su muerte. Si Cristo no hubiera resucitado, nuestra fe sería vana.
Cristo dejaría de ser el señor de vivos y muertos para pasar a engrosar la
lista de los que con generosidad e ilusión quisieron elevar el nivel de la
humanidad fracasando en su intento.
Si Jesús no hubiera resucitado, el Padre
no sería el Dios de nuestro credo, “el que le resucitó de los muertos”, y
nosotros estaríamos aún en nuestro pecado. Si Cristo no hubiera resucitado, su
causa habría sido devaluada y derrotada por la fuerza del egoísmo, de la
mentira, de la injusticia...Y Él sería sólo un muerto ilustre.
Pero no; CRISTO HA RESUCITADO. Y esta
resurrección ilumina su muerte. Dios Padre aceptó la vida y muerte de su Hijo como testimonio de
auténtica donación y, porque eso no
podía terminar, no podía quedar sepultado, lo eternizó resucitándole.
La resurrección de Xto. es el SÍ del
Padre a la obra del Hijo, y el NO del
Padre al egoísmo, a la violencia, al pecado de los hombres. Es al mismo tiempo
victoria y derrota, vida y muerte, salvación y condenación... Glorificando a
Cristo, el Padre descalifica cualquier otro tipo de existencia... Por eso
cuando hablamos de ella y la celebramos, hablamos y celebramos no sólo la
reanimación de un cadáver sino mucho
más.
El modelo de la resurrección de Lázaro no
nos sirve para comprender la de Jesús.
Si la de Lázaro fue un milagro, la de
Jesús, además, es un misterio. Al resucitar Jesús no da un paso hacia atrás
sino hacia delante; no vuelve a estar vivo sino que se convierte en “el
viviente”, el que hace vivir -Señor y dador de vida-. Su resurrección no
es una mera prolongación de la vida de antes, sino la fundación de una vida
nueva..., que ha de ser nuestra vida.
Esta es la gran apuesta que hacemos los
cristianos al proclamar la resurrección de Cristo. ¿Pues qué puede significar afirmar que Cristo
ha resucitado por nosotros, si no ha resucitado en nosotros?
La resurrección de Jesús no es un hecho
aislado ni aislable. Es un movimiento iniciado en Él, pero que nos afecta y se
prolonga en nosotros. ¿Y ya percibimos y testimoniamos en nosotros los gérmenes
de esa vida nueva?
No podemos decir: ¡Cristo ha resucitado! y
¿qué? Sino, ¡Cristo ha resucitado!, ¿qué tenemos que hacer? Lo hemos escuchado:
dar una nueva orientación a nuestra mirada: “buscad las cosas de arriba”, que no una invitación a la evasión de
esta vida, sino a la interiorización de la misma.
Por el bautismo nos hemos incorporado al
misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Experiencia inevitable,
ineludible para un cristiano. “Porque si
nuestra existencia está unida a Él en una muerte como la suya, también lo
estará en una resurrección como la suya”.
Pero, si no lo está..; entonces, ser cristiano será una pretensión
imposible. Y, ¿Cómo sabremos que nos hemos incorporado al misterio de la muerte
y resurrección de Cristo. “En esto lo
sabemos: si amamos a los hermanos”. Para el cristiano el criterio es el
amor, “como yo os he amado”.
Felicitémonos por la Resurrección de Cristo
y, sobre todo, vivámosla dándola cabida en nosotros. ¡Ojalá que también
nosotros, como el discípulo amado y Pedro, regresemos a nuestras vidas dando testimonio de Cristo Resucitado!
REFLEXIÓN
PERSONAL
.- ¿Qué
significa en mi vida la resurrección de Cristo?
.- ¿Es él mi
vida?
.- ¿Soy testigo
creíble de Cristo resucitado?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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