SAN MATEO 20, 1-16
"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer
salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un
denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a
otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: Id también vosotros a mi
viña, y os pagaré lo debido. Ellos fueron. Salió de nuevo a mediodía y a media
tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y
les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron:
Nadie nos ha contratado. El les dijo: Id también vosotros a mi viña.
Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz:
Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y
acabando por los primeros. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario
cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos
también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra
el amo: Estos último han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a
nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. El replicó a uno
de ellos: Amigo no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario?
Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no
tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú
envidia porque yo soy bueno? Así, los último serán los primeros y los primeros
los últimos."
*** *** *** ***
Con
esta parábola Jesús pone en evidencia a los que criticaban su comportamiento
misericordioso con los pecadores. Les dice: “Así es Dios: bueno y compasivo,
como aquel amo con los parados y sus familias; y yo actúo así en su nombre”.
San Mateo, al incluirla en su evangelio, le da una nueva dirección: los destinatarios son los discípulos (Mt 19,23; 27-28). Y, mediante el añadido del v. 16, moraliza su sentido, acentuando la igualdad de todos ante Dios, para quien no hay primeros ni últimos. Por otro lado, por testimonios colaterales del NT (cf. Gál 1-2 y Hch 15), sabemos de la existencia de una tensión en la primitiva comunidad, mayoritariamente judía, por la entrada de no judíos en la Iglesia. Los planes y los caminos de Dios son más “altos” que lo nuestros.
San Mateo, al incluirla en su evangelio, le da una nueva dirección: los destinatarios son los discípulos (Mt 19,23; 27-28). Y, mediante el añadido del v. 16, moraliza su sentido, acentuando la igualdad de todos ante Dios, para quien no hay primeros ni últimos. Por otro lado, por testimonios colaterales del NT (cf. Gál 1-2 y Hch 15), sabemos de la existencia de una tensión en la primitiva comunidad, mayoritariamente judía, por la entrada de no judíos en la Iglesia. Los planes y los caminos de Dios son más “altos” que lo nuestros.
El mensaje de la parábola es claro: teológico
-revelarnos a Dios-, apologético -justificar la praxis de Jesús con
los pecadores-, y parenético -mostrarnos un camino de vida-.
REFLEXIÓN
PASTORAL
“Mis
caminos no son vuestros caminos; mis planes no son vuestros planes” (Is
55,8). Estas palabras del profeta son una llamada de atención y también
una crítica ante los intentos de configurar la vida personal y social al margen
de la fe. Y hasta configurar (o desfigurar) la imagen de Dios.
El profeta Isaías continúa: “Buscad al
Señor...; invocadlo”. Sí; es necesaria esta referencia a Dios, si no
queremos empequeñecer el horizonte del hombre. Porque sin ella el hombre es
polvo, finitud, mercancía instrumentalizable en función de los más variados
intereses.
Y Jesús vino para reorientar los pasos
del hombre en su búsqueda hacia la Verdad, hacia la Vida, hacia Dios. Con su
palabra y su persona nos descubrió el verdadero rostro de Dios. Uno de cuyos
rasgos nos muestra el evangelio de este domingo. A primera vista, esta parábola
resulta un tanto chocante, hasta parecer injusta. Pero, meditada con atención,
veremos que es chocante, pero no injusta.
La parábola, en primer lugar, enfoca a
Dios. Un Dios que no funciona con criterios empresariales, de retribución
mecánica, sino con criterios de misericordia y gracia. Un Dios integrador, que
está saliendo constantemente a buscar al hombre para integrarlo en su Reino. Un
Dios sin horas fijas, que siempre ofrece nuevas oportunidades para integrarse en su proyecto. Un Dios para quien
no hay primeros ni últimos, sino que todos son hijos. Un Dios que quiere que el
hombre mire al hombre no como un competidor, como merma de sus derechos y
posibilidades (Mt 20,12), sino como hermano, con buenos ojos... Por eso,
también, en segundo lugar, la parábola juzga los comportamientos humanos.
¿Pero este Dios así, es un Dios justo? ¿Entonces,
para qué esforzarse tanto y durante tanto tiempo? Si pensamos así; si nos
cuesta comprender este proceder de Dios, es que nuestro interior no es bueno: “¿Vas
a tener envidia porque soy bueno?” (Mt 20,15).
Cuando la felicidad ajena nos haga
felices, habremos alcanzado la madurez y la libertad verdaderas. Eso demostrará
que la proximidad al Señor nos ha
permitido conocerle mejor y, consiguientemente, experimentar su amor. Pero si,
por desgracia, somos duros de corazón, si su proceder generoso y misericordioso
nos escandaliza y entristece, quiere
decir que, a pesar de haber estado tanto tiempo cerca, aún no le hemos
conocido, porque el que no ama, no conoce a Dios, porque “Dios es Amor”
(1 Jn 4,8).
San
Pablo, por su parte nos ofrece un testimonio de lo que es una vida seducida por
Jesucristo. Jesucristo es su proyecto vital. Vive y convive con Cristo; existe
y coexiste con Cristo; siente y consiente con Cristo. Su vida queda
configurada con la de Cristo (Rom 6, 1-11). Una configuración que redimensiona
a la persona entera: sentimientos (Flp 2,5ss) y mentalidad (1 Cor 2, 16). Pero esto no le aísla de los
hermanos. También por ellos siente un profundo amor. Y más allá de cualquier
otra cosa, tengamos presente la exhortación con la que concluía el texto que
hemos leído: “Lo importante es que
vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo”.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Cual o quién es el porqué de mi vida?
.-
¿Me hace bien el bien ajeno?
.-
¿Abro mis caminos a los de Dios?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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