páginas

domingo, 12 de noviembre de 2017

¡FELIZ DOMINGO! 32º del TIEMPO ORDINARIO

  SAN MATEO 25, 1-13
    "En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron.
    A media noche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!”     
    Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: “Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”. Pero las sensatas contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”.
    Mientras iban a comprarlo llegó el esposo y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: “Señor, señor, ábrenos”. Pero él respondió: “Os lo aseguro: no os conozco”.
     Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora."
                                        ***             ***             ***
      Esta parábola aparece sólo en san Mateo, pero encuentra paralelos de fondo en Lc 12,35-38 y Mt 24,45-51. Es una parábola del Reino, comparado no con las diez vírgenes sino con una boda. Idea, por otra parte, muy común. San Mateo la interpretó como referida a la parusía (v 13), convirtiéndola en una llamada a la vigilancia, y la alegorizó: el esposo es Cristo; las jóvenes representan a los cristianos; la escena última, el juicio; el retraso del novio, la indeterminación del tiempo final; la exclusión de las necias, el castigo… El sentido original de la parábola sería la afirmación de la llegada inesperada, pero cierta, del novio al banquete de bodas, y no tanto una exhortación a la vigilancia (esto pertenecería a la labor redacional del evangelista, lo que no falsea el sentido, pero conviene advertirlo).
REFLEXIÓN PASTORAL             
      La palabra de Dios nos sitúa hoy ante un gran tema: saber discernir, saber interpretar, saber vivir la vida, en sus dos polos fundamentales: la vida y la muerte.
    De ambas realidades existen lecturas, interpretaciones diferentes y hasta contradictorias, lo que demuestra que son discutibles, aunque inevitables.
         Saber morir.  “El que no sabe morir mientras vive es vano y loco...”, escribió José Mª Pemán en un poema denso de humanidad y fe.  “Loado seas, mi Señor, por la hermana muerte corporal, de la que ningún mortal puede escapar”, cantaba san Francisco de Asís. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”, afirmó Jesús.
         En nuestra sociedad se pretende disimular y hasta deshumanizar la muerte. Es una paradoja que nunca una sociedad produjera tanta muerte y, al mismo tiempo, pretenda ignorarla, camuflarla y hasta narcotizarla. Pero las realidades no desaparecen porque nosotros les demos la espalda. Y no es infrecuente dar la espalda a realidades que tenemos de frente y que, por lo mismo, hay que afrontar. A veces ese intento de evitar el tema no es otra cosa que una huida, un intento acallar y desoír los interrogantes que plantea.
         “No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos, para que no os aflijáis como los hombres que no tienen esperanza”, nos recuerda san Pablo. El creyente debe saber interpretar, desde su fe en el Señor resucitado, esa realidad fundamental de la vida, que es la muerte.
         Y desde su fe debe saber interpretar la vida. La vida es un don de Dios, que debemos acoger con responsabilidad y gratitud. Vivir no es un pasatiempo, no es consumir días rutinariamente. El tiempo de la vida es un tiempo de trabajo, de posibilidades y de responsabilidades. ¡Cuantas veces, urgidos por lo inmediato, inmersos en lo provisorio, tergiversamos la vida! ¡Cuántas veces vivimos como las jóvenes necias de la parábola evangélica, adormilados, sin aceite ni luz en nuestras lámparas! ¡Como los hombres que no tienen esperanza!
         Y cuando se nos recuerda lo equivocado de esa actitud y la necesidad de cambiar, respondemos con un “no me sermonees”, “ya habrá tiempo para eso”, “hay que disfrutar de la vida”... En definitiva, siempre remitimos a un “mañana..., para lo mismo responder mañana”.
         Jesús nos recuerda hoy en el evangelio que hay que vivir en vela, preparados. Puede ocurrir, si no, que cuando nosotros creamos llegado ese mañana, ya sea tarde; que, cuando nosotros creamos que es tiempo de pulsar a la puerta del banquete y aleguemos nuestro derecho a entrar, alguien nos diga. “Nos os conozco”.
     Reunidos en torno al altar, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador, Jesucristo, pidámosle a Dios la sabiduría y la clarividencia que viene de Él  (1ª lectura) para interpretar cristianamente la vida y vivir cristianamente la muerte (2ª lectura).
      Hoy celebramos la Jornada de la Iglesia diocesana. Una oportunidad para ahondar en esa experiencia gozosa, pues ser miembros de la Iglesia es uno de los más preciosos dones recibidos del Señor. Y una llamada, también, a descubrir nuestra responsabilidad en la credibilidad de la Iglesia; a servir en ella desde el peculiar estado de vida -todos tenemos misión-, y a embellecer su rostro, “sin mancha ni arruga” (Ef 5,27), al menos eliminando las nuestras.
    El día de la Iglesia diocesana es una oportunidad para avivar nuestro sentido de pertenencia a ella y para conocerla mejor. Tarea con importantes resonancias: espirituales y materiales.
     En una sociedad que camina a la aconfesionalidad oficial, los creyentes católicos hemos de desprendernos de la conciencia de “subvencionados”, y hemos de asumir la honrosa responsabilidad de proveer a las necesidades de la Iglesia, de sus obras y sus proyectos. La colecta que hoy se hace en los templos no es para que la Iglesia sea más rica, ni siquiera menos pobre –no puede dejar de serlo, si quiere ser fiel a Jesucristo-, sino para que pueda servir con dignidad y ayudar a tantas urgencias como golpean a sus puertas.
         Hoy la Iglesia llama, pidiendo, a nuestra puerta, pero a las puertas de la Iglesia todos los días llaman, pidiendo, muchos, y la respuesta de la  Iglesia depende, en buena parte, de la respuesta de cada uno.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo vivo la vida?
.- ¿Cómo siento a la Iglesia y cómo me siento en ella? ¿Me siento extraño y la siento extraña?

.- ¿Participo, dentro de mis posibilidades, en los proyectos eclesiales diocesanos y parroquiales? 
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 5 de noviembre de 2017

¡FELIZ DOMINGO! 31º del TIEMPO ORDINARIO

  SAN MATEO 23, 1-12

    "En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos diciendo: En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos: haced y cumplid lo que ellos os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros; pero no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencia por la calle y que la gente los llame “maestro”. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro padre, el del cielo. No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido."
                               ***                 ***                   ***
  El texto evangélico presenta una lectura muy crítica del movimiento fariseo: denuncia su exteriorismo y legalismo.  Y propone la alternativa cristiana: el reconocimiento de Cristo como único Maestro y Señor, y el de Dios como único Padre. En la comunidad cristiana deben privilegiar las actitudes humildes y diaconales, de servicio.
REFLEXIÓN PASTORAL
      Las palabras de los textos bíblicos de este domingo suscitan en los que, por la gracia de Dios, hemos recibido la misión de servir a la comunidad cristiana como ministros de la Palabra y de los sagrados misterios, una profunda reflexión y un serio examen de conciencia.
      Porque estamos expuestos a una grave tentación: la de devaluar o tergiversar la Palabra de Dios con nuestras propias palabras; la de escucharnos a nosotros más que a Dios; la de restar fuerza al mensaje de salvación que proclamamos, con nuestra vida pecadora; la de hablar más que orar; la de servirnos, en vez de servir; la de hacer pesada la carga ligera del evangelio; la de decir y no hacer...                                                  Muy bien lo explica san Agustín en su sermón sobre los pastores de la Iglesia. “Nosotros, dice, que nos encontramos en este ministerio, del que tendremos que rendir una peligrosa cuenta, y en el que el Señor nos puso según su dignación y no según nuestros méritos, hemos de distinguir claramente dos cosas: la primera, que somos cristianos; la segunda, que somos obispos. Lo de ser cristiano es por nuestro propio bien; lo de ser obispo, por el vuestro. En el hecho de ser cristiano se ha de mirar nuestra utilidad; en el hecho de ser obispo, la vuestra únicamente... Nosotros, además de ser cristianos, por lo que habremos de rendir cuenta a Dios de nuestra vida, somos también obispos, por lo que habremos de dar cuenta a Dios del cumplimiento de nuestro ministerio...”.
       Por eso, al comienzo de la Eucaristía, el sacerdote confiesa “ante vosotros hermanos que he pecado mucho” -y esa es una afirmación seria y real, y no sólo ritual-, y ruega para que “intercedáis por mí”... Porque llevamos un tesoro, el ministerio, en vasos de barro..., es preciso orar para no caer en la tentación.
       Pero estas palabras, que comienzan interpelando a los pastores de la Iglesia, no terminan ahí. Interpelan, también a toda la comunidad. ¿Cómo acoge la comunidad la Palabra de Dios? ¿Como la comunidad de Tesalónica? ¿O ya se ha acostumbrado e insensibilizado ante ella?
        “Todos vosotros sois hermanos”. Lo hemos escuchado en el evangelio. Quizá aceptamos de buena gana el que desaparezcan los títulos en la Iglesia. Quizá nos parezca bien eso de no llaméis a nadie maestro o jefe...; pero, según Jesús, esto no es por autosuficiencia personal, para reforzar el propio ego, sino para descubrir una relación mucho más fundamental e inmediata con Él -único Maestro y Señor- y con los otros.
         ¿Cómo vive la comunidad cristiana sus relaciones con Dios y con el prójimo? “¿No tenemos todos un solo Padre? ¿No nos creó el mismo Señor?” ¿No profesamos la misma fe? ¿No somos bautizados en el mismo bautismo? ¿No celebramos la misma Eucaristía? ¿No comulgamos el mismo pan? ¿No oramos juntos la misma oración?...
       Entonces, ¿por qué despojas e ignoras a tu prójimo? ¿Por qué la vida concreta circula en sentido opuesto a lo que teóricamente profesamos? ¿Qué hay de verdad en nuestra teoría religiosa, cuando no llega de verdad a nuestra realidad diaria, personal, familiar y social?...
        También nosotros, como comunidad, decimos y no hacemos; también nosotros, como comunidad, arrojamos pesadas cargas criticando defectos, sin mover un dedo y sin movernos para que las cosas mejoren...
         “Por vuestra culpa, dice la Escritura, maldicen los paganos el nombre de Dios” (Rom 1,24). Y el Concilio Vaticano II, al analizar el fenómeno del ateísmo moderno, detecta, como una de las causas, la incoherencia de los cristianos, su falta de responsabilidad ante el evangelio, su no vivencia de la fraternidad. Porque no es posible creer en Dios Padre, sin descubrir en el prójimo al hermano y acogerlo como tal.
         La Palabra de Dios hoy nos interpela a todos. Pidamos al Señor perdón  y pidámonos perdón por nuestras inconsecuencias y debilidades, y que Él nos ilumine y fortifique para saber concretar en comunidad de hermanos las exigencias de nuestra fe. 
REFLEXIÓN PERSONAL
¿Cómo acojo la Palabra de Dios?¿Cómo la vivo?¿Cómo la anuncio?
¿Digo y no hago?
¿Soy persona de interioridad o de escaparate?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.