"En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a
sus discípulos diciendo: En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y
los fariseos: haced y cumplid lo que ellos os digan; pero no hagáis lo que
ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e
insoportables y se los cargan a la gente en los hombros; pero no están
dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea
la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan
los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas;
que les hagan reverencia por la calle y que la gente los llame “maestro”.
Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro
maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en
la tierra, porque uno solo es vuestro padre, el del cielo. No os dejéis llamar
jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro
servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será
enaltecido."
*** *** ***
El texto evangélico presenta una lectura muy
crítica del movimiento fariseo: denuncia su exteriorismo y legalismo. Y propone la alternativa cristiana: el
reconocimiento de Cristo como único Maestro y Señor, y el de Dios como único
Padre. En la comunidad cristiana deben privilegiar las actitudes humildes y
diaconales, de servicio.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Las
palabras de los textos bíblicos de este domingo suscitan en los que, por la
gracia de Dios, hemos recibido la misión de servir a la comunidad cristiana
como ministros de la Palabra y de los sagrados misterios, una profunda
reflexión y un serio examen de conciencia.
Porque
estamos expuestos a una grave tentación: la de devaluar o tergiversar la Palabra de Dios con
nuestras propias palabras; la de escucharnos a nosotros más que a Dios; la de
restar fuerza al mensaje de salvación que proclamamos, con nuestra vida
pecadora; la de hablar más que orar; la de servirnos, en vez de servir; la de
hacer pesada la carga ligera del evangelio; la de decir y no hacer... Muy bien
lo explica san Agustín en su sermón sobre los pastores de la Iglesia. “Nosotros, dice,
que nos encontramos en este ministerio, del que tendremos que rendir una
peligrosa cuenta, y en el que el Señor nos puso según su dignación y no según
nuestros méritos, hemos de distinguir claramente dos cosas: la primera, que
somos cristianos; la segunda, que somos obispos. Lo de ser cristiano es por
nuestro propio bien; lo de ser obispo, por el vuestro. En el hecho de ser cristiano
se ha de mirar nuestra utilidad; en el hecho de ser obispo, la vuestra
únicamente... Nosotros, además de ser cristianos, por lo que habremos de rendir
cuenta a Dios de nuestra vida, somos también obispos, por lo que habremos de
dar cuenta a Dios del cumplimiento de nuestro ministerio...”.
Por
eso, al comienzo de la
Eucaristía, el sacerdote confiesa “ante vosotros hermanos que
he pecado mucho” -y esa es una afirmación seria y real, y no sólo ritual-, y
ruega para que “intercedáis por mí”... Porque llevamos un tesoro, el
ministerio, en vasos de barro..., es preciso orar para no caer en la tentación.
Pero
estas palabras, que comienzan interpelando a los pastores de la Iglesia, no terminan ahí.
Interpelan, también a toda la comunidad. ¿Cómo acoge la comunidad la Palabra de
Dios? ¿Como la comunidad de Tesalónica? ¿O ya se ha acostumbrado e
insensibilizado ante ella?
“Todos vosotros sois hermanos”. Lo hemos
escuchado en el evangelio. Quizá aceptamos de buena gana el que desaparezcan los
títulos en la Iglesia.
Quizá nos parezca bien eso de no llaméis a nadie maestro o
jefe...; pero, según Jesús, esto no es por autosuficiencia personal, para reforzar el propio ego, sino para
descubrir una relación mucho más fundamental e inmediata con Él -único Maestro
y Señor- y con los otros.
¿Cómo
vive la comunidad cristiana sus relaciones con Dios y con el prójimo? “¿No tenemos todos un solo Padre? ¿No nos
creó el mismo Señor?” ¿No profesamos la misma fe? ¿No somos bautizados en
el mismo bautismo? ¿No celebramos la misma Eucaristía? ¿No comulgamos el mismo
pan? ¿No oramos juntos la misma oración?...
Entonces,
¿por qué despojas e ignoras a tu prójimo? ¿Por qué la vida concreta circula en
sentido opuesto a lo que teóricamente profesamos? ¿Qué hay de verdad en nuestra
teoría religiosa, cuando no llega de verdad a nuestra realidad diaria,
personal, familiar y social?...
También
nosotros, como comunidad, decimos y no hacemos; también nosotros, como
comunidad, arrojamos pesadas cargas criticando defectos, sin mover un dedo y
sin movernos para que las cosas mejoren...
“Por vuestra culpa, dice la Escritura, maldicen los
paganos el nombre de Dios” (Rom 1,24). Y el Concilio Vaticano II, al
analizar el fenómeno del ateísmo moderno, detecta, como una de las causas, la
incoherencia de los cristianos, su falta de responsabilidad ante el evangelio,
su no vivencia de la fraternidad. Porque no es posible creer en Dios Padre, sin
descubrir en el prójimo al hermano y acogerlo como tal.
La
Palabra de Dios hoy nos interpela a todos. Pidamos al Señor perdón y pidámonos perdón por nuestras
inconsecuencias y debilidades, y que Él nos ilumine y fortifique para saber
concretar en comunidad de hermanos las exigencias de nuestra fe.
REFLEXIÓN PERSONAL
¿Cómo acojo la Palabra de Dios?¿Cómo la vivo?¿Cómo la anuncio?
¿Digo y no hago?
¿Soy persona de interioridad o de escaparate?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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