"El primer día de la semana, María Magdalena
fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada
del sepulcro. Echó a correr y fue a donde estaba Simón Pedro y el otro
discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al
Señor y no sabemos donde lo han puesto. Salieron Pedro y el otro discípulo
camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más
que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las
vendas en el suelo: pero no entró. Llegó también Pedro detrás de él y entró en
el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto
la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al
sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura:
que él había de resucitar de entre los muertos."
*** *** ***
La fe en Cristo resucitado no se apoya en
un sepulcro vacío. El sepulcro vacío es una “prueba” secundaria. No es la tumba
vacía la que explica la resurrección de Jesús, sino viceversa: la resurrección
clarifica a la tumba vacía. Solo el encuentro con el Señor aclarará la vida de
los discípulos. Con todo, es el IV Evangelio el que ofrece el relato más
detallado. Presenta a Pedro y al discípulo amado como testigos privilegiados, y
destaca el “orden” existente dentro del sepulcro. Allí se ha producido “algo”
extraordinario y de momento inexplicable; solo la comprensión de la Escritura
lo aclarará.
REFLEXIÓN
PASTORAL
En la celebración de la Resurrección, la
Iglesia vibra con particular intensidad; su liturgia es una eclosión de gozo y
esperanza; el “gloria” y el “aleluya” vuelven a resonar. Las flores adornan los
altares; la música y el color blanco presiden y revisten todos los espacios. Y
es que la Resurrección es el fundamento de la fe: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también
vuestra fe; más todavía: resultamos unos falsos testigos… Si Cristo no ha
resucitado… seguís estando en vuestros pecados… Si hemos puesto nuestra
esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la
humanidad. Pero Cristo ha resucitado de
entre los muertos y es primicia de los que han muerto!” (1 Cor 15,14-20).
La fe cristiana se mantiene en pie o se
desmorona como un castillo de naipes con la verdad o no del testimonio de la
resurrección de Jesús de entre los muertos. La resurrección reivindica, da
veracidad y credibilidad a su vida. La Iglesia lo entendió así desde el
principio.
Sin ella, Jesús habría sido una
personalidad religiosa radicalmente fallida, válida solo en cuanto que su
mensaje nos convenza o no. Seríamos nosotros quienes, en definitiva, le
haríamos inmortal, Jesús dependería de nosotros. Y si esta “dependencia” tiene
su lado positivo -somos responsables de que a Jesús se le “sienta vivo”-, es,
sin embargo, insuficiente y equívoca, porque no somos nosotros los responsables
de que “esté vivo”. Eso es obra del Padre, “que
lo resucitó de entre los muertos” (Gál 1,1).
Jesús no vive solo en su “mensaje”: no es
solo una resurrección “funcional”; es, más bien, su mensaje el que vive en
Jesús resucitado: se trata de una resurrección “personal”. Si Jesús no hubiera
resucitado no habría rebasado la condición de un personaje ilustre, utópico…
pero mortal, como cualquier hombre. Sería un hombre, y nada más.
La primera lectura lo subraya: Jesús fue
un hombre “ungido por Dios con la fuerza
del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien… Lo mataron…, pero Dios lo
resucitó…, y lo ha constituido juez de vivos y muertos”.
Pero afirmado esto, hay que subrayar que
la resurrección de Jesús no termina ahí, no se agota en él ni la agota él:
Jesús nos ha incorporado a su victoria sobre la muerte. San Pablo destaca las
consecuencias y los efectos en los creyentes. El cristiano ya ha resucitado con
Cristo (2ª lectura).
No hay, pues, que esperar a morir
físicamente para resucitar. La resurrección ha tenido lugar “sacramentalmente”,
pero “realmente”, en el bautismo, pues “cuantos
habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo” (Gal
3,27), o “¿es que no sabéis que cuantos
fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Por el
bautismo fuimos con él sepultados en la muerte para que, lo mismo que Cristo
resucitó de entre los muertos, también nosotros andemos en una vida nueva”
(Rom 6,3-4). “Vuestra vida está con
Cristo escondida en Dios” (Col 3,3).
Y
esto debe hacerse visible en la vida, en eso consiste el testimonio cristiano,
dando trascendencia y profundidad a la vida. Por eso san Pablo anima a celebrar
la Pascua “con los panes ázimos de la
sinceridad y de la verdad” (1 Cor 5,8). ¡Feliz Pascua! Con mis mejores deseos de vivir la Vida que nos regala el Resucitado.
REFLEXIÓN PERSONAL
.-
¿Qué huella deja en mi vida Cristo resucitado?
.-
¿Qué huellas dejo yo en mi paso por la vida?
.-
¿Cuáles son y dónde están mis aspiraciones?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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