¡Ven, Espíritu Santo! Tierra fecunda, finísima fragancia.
¡Ven con tus rayos de luz fulgurantes de conocimiento y de amor: enséñame a despojarme de tantas cosas que no me dejan gustar tu dulcedumbre infinita, Dios mío!
¡Danos la experiencia divina de tu misterio inefable!
¡Luz que vienes de lo alto, ilumina lo más hondo de nuestro ser para que aspiremos solamente a gustar tu amor sin fronteras.
¡Ven! Hazme conocer cuán suave y dulce eres Dios mío, para quien te posee como la Virgen María, “Sede de la Sabiduría” que se sintió transportada de gozo en Dios su Salvador.
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