SAN MARCOS 4, 35-40
"Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus
discípulos: Vamos a la otra orilla.
Dejando a la gente, se lo llevaron en
barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán y
las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa,
dormido sobre un almohadón.
Lo despertaron diciéndole: Maestro, ¿no te
importa que nos hundamos?
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al
lago: ¡Silencio, cállate! Y el viento
cesó y vino una gran calma.
Él les dijo: ¿Por qué sois tan cobardes?
¿Aún no tenéis fe?
Se quedaron espantados y se decían unos a
otros: ¿Pero, quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!"
*** *** ***
La revelación
de Dios en Jesús se hace “a través de
hechos y palabras intrínsecamente
ligados”. Comienzan ahora en el evangelio de Marcos (4, 35 - 5, 43) los hechos
prodigiosos de Jesús, manifestando su dominio sobre las fuerzas de la
naturaleza (4,35-41), del mal (5, 1-20) y de la misma muerte (5, 21-43),
superando toda limitación geográfica (5, 1-20) o ritual (5, 24-34).
En la
primera salida de Jesús al extranjero surge una tempestad que pone en peligro
la vida de los navegantes. Él emerge con su autoridad para serenar la
situación, provocando el estupor de los discípulos, a quienes recrimina su poca
fe. Además del valor histórico del relato, el evangelista pretende subrayar el
aspecto cristológico (serenando el mar, Jesús se revela como Dios: Sal 89,10;
65,8; 107,23-30; Jb 38,8-11) y eclesiológico (en toda travesía o salida la Iglesia deberá afrontar y asumir riesgos, “tormentas”, con serenidad
y fe, consciente de la presencia del Señor).
REFLEXIÓN
PASTORAL
Dios siempre está con nosotros: se llama
Enmanuel. Vivir esta verdad es muy importante.
Pero hoy es no solo importante sino urgente caer en la cuenta de ello.
Cuando el papa Benedicto XVI en su visita a
Polonia se acercó al lugar del holocausto nazi, Auswitz, se preguntó “¿Dónde
estaba Dios? ¿Por qué se calló? ¿Cómo pudo tolerar este triunfo del mal?”. Y
todos los medios de comunicación se hicieron eco de la pregunta, para después
entregarse cada uno a aventurar una respuesta a su medida.
Preguntas que ya formulaba en apasionada
oración el creyente israelita: “¡Despierta,
Señor!, ¿por qué duermes? ¿Por qué nos escondes tu rostro, y olvidas nuestra
desgracia y opresión?” (Sal 44, 24-25), que formularon los discípulos a Jesús: "¿No te importa que nos hundamos?", y que no rehuyó formular el mismo
Jesús en la cruz: “¿Por qué me has
abandonado?” (Mc 15,34).
Las preguntas del Papa no eran unas preguntas dubitativas sino
sorprendidas. Preguntas surgidas desde la fe en un Dios Bueno. Porque ¡Dios
estaba allí! en el sufrimiento, y estaba sufriéndolo; expulsado del corazón de
los verdugos y refugiado en el corazón de las víctimas. Y desde allí gritaba,
con “llantos y lágrimas” (Heb 5,7): “lo que hicisteis con uno de estos, conmigo
lo hicisteis” (Mt 25, 40)… Otra cosa es que se escuchara su lenguaje. Y eso
era lo que precisamente escuchaba allí Benedicto XVI, ese lenguaje de
Dios. Y una solidaridad tan profunda de
Dios es, ciertamente, sorprendente. Pero los medios de comunicación no se hicieron eco de las respuestas del Papa.
Hoy la primera lectura nos presenta la
respuesta de Dios a un Job aturdido y desesperado en su tragedia personal,
desde la que pretendía impugnar la justicia del plan de Dios e incluso la
existencia de que Dios tuviera un plan. Y Dios le abre a un misterio todavía
mayor, el de la creación…, pero, sobre todo, Dios le responde… Y Job acabará
diciendo: “Te conocía de oídas, ahora te
han visto mis ojos” (Jb 42,5).
Esta es la diferencia: vivir de oídas o
desde un conocimiento personal. ¿Dónde estamos nosotros? De oídas se puede
iniciar el camino, pero no se puede mantener, porque la meta es el encuentro
con Dios.
El relato evangélico, por su parte, nos
habla, también, de una situación difícil unida a la sensación de la soledad.
Son muchos los elementos a considerar: la travesía, la tempestad, el miedo de
los discípulos, la autoridad de Jesús y, sobre todo, la pregunta: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”.
Por la reacción, parece que los discípulos a Jesús, a quien consideraban
ausente, “dormido”, todavía solo le conocían de oídas -“¿Pero, quién es éste?”-. Porque Él siempre está. Se llama también
“Enmanuel” (Mt 1,23).
Sin caer en acomodaciones apresuradas no
es difícil descubrir que, como entonces, hoy la travesía de la barca de la
Iglesia se realiza por aguas difíciles, azotadas por fuertes oleajes. Y muchos
se preguntan o nos preguntamos: ¿Dónde está el Señor? ¿Duerme? ¿No le importa
que nos hundamos?...
“¿Por
qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. Estas palabras no pretenden restar
importancia a la gravedad del momento. Con ellas se invita al creyente, se nos invita, en
primer lugar, a caer en la cuenta de que Jesús no prometió cruceros de placer a
sus seguidores, sino que les propuso “su cruz”. Y, sobre todo, esas palabras
dicen que Jesús ni está ausente ni dormido. Estaba “a popa”, dejando que los
discípulos condujesen la nave; pero “estaba”, y cuando fue necesario “acalló”
la fuerza del huracán y “encendió” la fe de los discípulos.
Una lección actual y necesaria para
convertirnos en discípulos, como dice san Pablo en la segunda lectura,
“apremiados” solo por el amor de Cristo.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Conozco a Dios de oídas o desde una experiencia personal?
.-
¿De dónde sugen mis miedos y mis dudas?
.-
¿Qué me urge en la vida? ¿El amor de Cristo?SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE S. JUAN BAUTISTA
“MÁS QUE PROFETA” (Mt 11,9)
En este Domingo XII, la liturgia
celebra la Natividad de san Juan Bautista. Sólo la Natividad de María,
además de la de Jesús tienen celebración litúrgica propia. Y solo la de
Juan y la de Jesús son reseñadas "solemnemente" en los Evangelios. Por
este motivo avanzo esta breve reflexión para la celebración de esta
fiesta.
Juan Bautista tiene un perfil bastante definido en los Evangelios (los cuatro hablan de él), pero siempre “subordinado” a Jesús.
Juan Bautista tiene un perfil bastante definido en los Evangelios (los cuatro hablan de él), pero siempre “subordinado” a Jesús.
Presentado como un don para unos padres
que no habían logrado tener descendencia y que ya habían perdido toda
esperanza, Juan pertenece a esa galería de personajes “gratuitos”, inesperados.
Es un hijo de la gracia de Dios y para la gracia de Dios.
“Muchos se
gozarán en su nacimiento…; estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de
su madre, y a muchos de los hijos de Israel los convertirá a Dios” (Lc
1,14-16). Así le anuncia el Ángel del Señor a Zacarías, su padre, el nacimiento
de Juan. Jesús, por su parte, subrayará que “no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista”
(Mt 11,11).
Es cierto que para un paladar moderno resulta un tanto
agrio este individuo selvático, que practica una dieta a base de “saltamontes y miel silvestre” (Mt 3,4); que, en lugar de la ciudad,
escoge el desierto (Mt 3,1) y
prefiere para sus bautismos penitenciales las aguas libres del Jordán (Jn 3,23) a las rituales de Betesda (Jn 5, 2ss); que, en vez vestidos elegantes, endosa uno “de pelos de camello con un cinturón de cuero
a los lomos” (Mt 3,49. Que se
olvida de hablar de sí, para anunciar a Otro “mayor” que él (Mt 3,11ss). Con una pasión irrefrenable por la
justicia (Lc 3,7-15), por la dignidad
(Mc 6,17-20) e insobornable ante el
poder (Lc 3,19-21), hasta el martirio
(Mc 6, 17-29).
¿Y qué predica? La revisión de la falsa
conciencia religiosa de creerse justos y legitimados por el mero hecho de tener
una tradición gloriosa: “¡De las piedras
puede sacar Dios hijos de Abrahán!” (Lc
3,8). La necesidad de dar “frutos dignos
de conversión” (Lc 3,8)… Y, sobre
todo, anuncia la venida de Alguien superior a él, “sobre el que se posará el espíritu del Señor”. Alguien que
“juzgará”, pero “no por apariencias, ni
sentenciará de oídas”. Alguien que “defenderá
con justicia al desamparado y con equidad dará sentencia al pobre”. Alguien
cuyo “ceñidor de sus lomos será la
justicia, y ceñidor de su cintura la fidelidad” (Is 11,1-5). Alguien que será portador de la Paz. Alguien cuyo
nombre (quizá él lo desconocía) es JESÚS.
¿Cuáles fueron las relaciones entre el
Bautista y Jesús? Si bien es cierto que en
el evangelio de san Lucas aparece una vinculación familiar entre ambos y
su suerte parece ligada (Lc
1,39-45.76), respecto de las relaciones en su vida adulta no existe unanimidad
a la hora de calificarlas, aunque sí exista unanimidad en afirmarlas.
No cabe duda que Juan precedió e
interpeló vitalmente a Jesús, hasta el punto que decidió ir hasta él para
conocerlo más de cerca, participando en uno de sus bautismos penitenciales (Lc 3,21).
Juan dio que pensar a Jesús, aunque no
fue un “imitador” de Juan. Juan marca un punto de llegada y Jesús un punto de
partida: “La Ley y los profetas llegan
hasta Juan; desde ahí comienza a anunciarse la Buena Nueva del Reino de Dios”
(Lc 16,16).
A partir del bautismo, experiencia
determinante en su vida, decidió iniciar una nueva ruta, marcando sus
distancias, aunque no parece que lo cuestionara públicamente ni dudara de su
calidad profética.
¿Dudó Juan de Jesús y de su proyecto?
La embajada enviada desde la prisión deja sospechar que los modos y contenidos
de la misión de Jesús suscitaron en él serias perplejidades. Y, honestamente,
decide salir de dudas (Lc
7,18-20). En la pregunta del Bautista
hay sed de la Verdad. Y en este contexto de sitúa el elogio que Jesús hace del
prisionero de Maqueronte.
Lo recogen con matizaciones propias los
relatos evangélicos de Mt 11,7-15 y Lc 7,24-30. En él se manifiesta la
grandeza de ánimo de Jesús. Admitiendo la diversidad existente entre ambos,
reconoce la grandeza de Juan como el mayor de los nacidos de mujer (Lc 7,28). Ser distintos no les hace
distantes ni mucho menos les enfrenta.
Jesús subraya la veracidad existencial
de Juan: su calidad ética: no es un hombre ambiguo, sometido a cualquier
“corriente”, y su sobriedad: Juan el Bautista es un hombre sin adornos,
esencial, como su mensaje. Y es que para anunciar al Único necesario y lo único
necesario se impone el despojo de toda vanidad y vaciedad ornamental y
personal, y la adopción de un lenguaje sencillo, directo y hasta molesto.
Juan es el “precursor”, y Jesús “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Como dice san Agustín: Juan
era “la voz”, y Cristo “la Palabra”. (Sermón 293,3). Y cada uno asumió su
papel y reconoció el del otro.
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