SAN MARCOS 14, 12-16. 22-26
"El primer día de los ácimos, cuando se
sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: ¿Dónde
quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?
Él envió a dos discípulos, diciéndoles: Id
a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua: seguidlo, y
en la casa en que entre decidle al dueño: El Maestro pregunta: ¿Dónde está la
habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos? Os enseñará una
sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la
cena.
Los discípulos se marcharon, llegaron a la
ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó un pan,
pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: Tomad, esto es mi
cuerpo.
Cogiendo una copa, pronunció la acción de
gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo: Esta es mi sangre, sangre de
la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de
la vida hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.
Después de cantar el salmo, salieron para el
Monte de los Olivos."
*** *** ***
El relato
seleccionado comprende dos momentos (deja fuera el anuncio de la traición: vv
17-21): la preparación de la cena y la celebración.
La
estructura y fraseología del relato guarda una semejanza sorprendente con el de
la entrada en Jerusalén (Mc 11, 1-6). Jesús conduce, protagoniza su destino, no
va a remolque de los acontecimientos: es señor de su historia. La alusión del v 12 es históricamente incorrecta,
ya que el cordero se sacrificaba la víspera por la tarde. En realidad el cómo y
el cuándo del hecho es difícil de reconstruirlo. Jesús celebró su cena pascual
singular, y ésta es la que quiere presentar el evangelista a la
comunidad de discípulos. Los alimentos significativos no son los de la pascua
judía - cordero, hierbas amargas... - sino el pan y el vino, signos de la
pascua cristiana. “Cuerpo” y “sangre” son términos que afirman indistintamente
la totalidad de la persona y de su entrega en favor de todos los hombres. La
referencia al futuro (v 25) convierte a la Eucaristía en profecía del banquete
mesiánico y en sacramento de esperanza. La cena de Jesús no es la evocación del
pasado sino la inauguración del futuro.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Los textos bíblicos aducidos para la
celebración litúrgica de este domingo del Cuerpo y Sangre de Cristo subrayan
una peculiar dimensión de la Eucaristía: su realidad salvadora. La presencia de
Cristo en la Eucaristía no es una presencia “estática”, sino “dinámica” y
“pro-existencial”.
La Eucaristía actualiza una de las
dimensiones más profundas de Jesús: su entrega a los demás y por los demás. Y esta realidad debe
marcar la espiritualidad, la actitud que los cristianos hemos de adoptar ante
ella.
Con
la mejor intención, sin duda, hemos “aislado” un tanto la Eucaristía del resto
de la vida, adoptando ante ella actitudes excesivamente devocionales,
desatendiendo otras más profundas y comprometidas, expresamente indicadas por
Jesús, que no solo convirtió la Eucaristía en sacramento de su presencia, sino
que se preocupó de indicar el sentido de esa presencia.
La Eucaristía es “memorial” permanente de
Jesús, llamada a mantener viva su memoria. “Haced
esto en memoria mía”. ¿Y qué es “esto”?
No se estaba refiriendo Jesús con esa expresión a la actualización o repetición
de un rito, sino a mantener viva su actitud pro-existencial, que solo es
posible mantener alimentándola con su Cuerpo y su Sangre. ¡Y a veces dedicamos
más tiempo y energías al rito de su
celebración que al reto que esa
celebración entraña!
La Eucaristía sintetiza el proyecto y la
realidad más honda de Cristo: una existencia entregada. Y es el alimento que
hace posible la misión cristiana, aportando la energía necesaria para entregar
y derramar la propia vida por la causa del Señor, que es la causa del hombre.
La Eucaristía no puede ser “privatizada”.
Jesús le ha dado una dimensión pública - “por
vosotros y por todos” -, y no podemos “privatizarla”. La comunión con
Cristo Eucaristía debe ser personal pero no individual. No puede ser
“secuestrada”, sino que debe animar la vida y la misión de las comunidades
cristianas. Al tiempo que debe ser una de las piedras fundamentales para su
construcción y sostenimiento. La eclesialidad, pues, es una de las notas
distintivas de la fe y el culto eucarístico.
Y es también el sacramento de nuestra
esperanza. En su celebración, la liturgia destaca este aspecto. “Ven, Señor
Jesús”; “Anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas”; “Mientras esperamos
la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo”; “Mientras esperamos su
gloriosa venida”…, son todas expresiones que remiten a esta realidad
“escatológica” de la Eucaristía. Por eso
es el sacramento de nuestra fe, de nuestra esperanza y del amor de Cristo.
La Eucaristía es elocuente, nos habla del
amor de Dios hecho presencia. Dios está
con nosotros, hecho vecino de nuestras penas y alegrías, dispuesto siempre a la
confidencia. ¡Cómo cambiarían nuestras vidas si fuésemos conscientes de esa
verdad!
La
Eucaristía nos habla del amor de Dios
hecho entrega. "Tanto amó
Dios al mundo, que entregó a su Unigénito" (Jn 3,16). Y este se tomó a
sí mismo, se hizo Eucaristía y dijo: "Esto
es mi Cuerpo que se entrega por vosotros entregado...; esta es la nueva alianza
en mi sangre (1 Cor 11,24-25).
La Eucaristía nos habla del amor de
Dios hecho comunión: "Comed, bebed... (Mt 26, 26-27); el que come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna" (Jn 6,54). Y para eso escogió elementos sencillos,
elementales: el pan y el vino. Realidades que justifican y simbolizan los
sudores y afanes del hombre; que unen a las familias para ser compartidos, y
que simbolizan el sustento básico...; indicándonos el sentido de su presencia:
alimentar nuestra fe y unirnos como familia de los hijos de Dios. No es, pues, un lujo para personas piadosas;
es el alimento necesario para los que queremos ser discípulos y vacilamos y
caemos. Es el verdadero "pan de los pobres".
Pero ese amor de Dios nos urge. Cristo hecho
presencia nos urge a que le hagamos presente en nuestra vida, y nos urge a
estar presentes, con presencia cristiana, junto al prójimo. Cristo hecho pan,
nos urge a compartir nuestro pan con los que no lo tienen. Cristo solidario,
nos urge a la solidaridad fraterna. Cristo, compañero de nuestros caminos, nos
urge a no retirar la mano de todo aquél que, incluso desde su doloroso
silencio, por amor de Dios nos pide un minuto de nuestro tiempo para llenar el
suyo. Cristo, entregado y derramado por nosotros, nos urge a abandonar las
posiciones cómodas y tibias para recrear su estilo radical de amar y hacer el
bien.... Por eso es recordatorio y
llamada al amor fraterno.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Cómo me sitúo ante la Eucaristía?
.-
¿Escucho sus urgencias?
.-
¿Es verdadero pan de vida para mi vida?
DOMINGO
J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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