SAN MARCOS 10 ,2-16
"En aquel
tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a
prueba: ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?
Él les
replicó: ¿Qué os ha mandado Moisés?
Contestaron:
Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio.
Jesús les
dijo: Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de
la creación los creó hombre y mujer: por eso abandonará el hombre a su padre y
a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya
no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido que no lo separe el
hombre.
En casa, los
discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: Si uno se
divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y
si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.
Le
presentaron unos niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban.
Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: Dejad que los niños se acerquen a mí: no
se li impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que
el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y los
abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos."
*** *** ***
Dos
escenas: una sobre el matrimonio/divorcio, otra sobre las actitudes ante el
Evangelio. Jesús no se deja atrapar por el casuísmo. En un tema fundamental y debatido remite al proyecto original de Dios. Desde
ahí ha de contemplarse el problema. El v. 12 supone el derecho romano, que
reconocía a la mujer la posibilidad de repudiar al marido. El interés del
evangelista no es reproducir materialmente las palabras de Jesús, sino transmitir
fielmente su mensaje.
Frente al
acercamiento tentador de los fariseos, el acercamiento abierto e inocente de
los niños. Los discípulos consideran impropio de un Maestro entretenerse con
esas “pequeñeces”. Jesús se enfada, y
advierte: sólo quien se abre al mensaje del Reino con la sencillez de un niño
podrá recibirlo. Solo desde esa “apertura y limpieza” pueden leerse y vivirse
los mandamientos de Dios. No se trata de canonizar el infantilismo sino de
descalificar el fariseismo.
REFLEXIÓN PASTORAL
No deberíamos olvidar los
creyentes nuestras responsabilidades específicas, entre las que destaca la
obligación de dotar a nuestra conciencia de contenidos sólidamente asentados en
la palabra de Dios. Obligación que se hace más urgente en nuestros días,
caracterizados por una preocupante
fluctuación y ambigüedad de los valores, donde aumentan las hipótesis y las
sospechas, y disminuyen las convicciones en los planteamientos más
fundamentales de la existencia. Tampoco deberíamos olvidar el hecho de vivir en
una sociedad plural; no para silenciar nuestras convicciones sino para entrar
en un diálogo respetuoso y profundo con las de los demás.
Las lecturas de este domingo inciden sobre
un punto candente de nuestro presente social: la estabilidad del matrimonio.
La palabra crisis domina el horizonte.
Pero crisis no es sinónimo de catástrofe, sino ocasión para clarificar
criterios y definir posturas.
Quisiera limitarme a una proclamación de
los contenidos fundamentales del mensaje bíblico, una proclamación esperanzada,
pues del matrimonio no se puede hablar -en cuanto realidad de amor -si no es
desde la esperanza.
La primera lectura nos habla del proyecto
humano de Dios. Concibió y creó al hombre como un ser para la comunión -"no es bueno que el hombre esté solo"-,
y ésta solo es posible en la interrelación y donación. Gráficamente se nos dice
cómo el paraíso no fue tal hasta que no apareció en el él la mujer. Las cosas
no podían colmar las más profundas dimensiones del hombre, las que no se sacian
con la posesión de cosas sino solo en la intercomunión personal.
¡Cómo necesitamos recuperar hoy esa perspectiva para evitar la
progresiva deshumanización introducida por un consumismo irracional y pasional
que acaba por consumirnos a nosotros mismos, aumentando el sentimiento del vacío y la soledad!
Intercomunión que en el matrimonio
cristiano alcanza cotas de significación no solo humana sino sacramental
religiosa. No se unen dos personas; sino que Dios une a dos personas. ¡Y lo que
Dios ha unido que no lo separe el hombre! Ante la casuística farisea, Jesús
remite al proyecto original de Dios, porque "al principio no era así". Jesús devuelve las cosas a su origen.
En el proyecto de Dios los hombres hemos introducido glosas que lo desfiguran-“Invalidáis el mandato de Dios en nombre de
vuestras tradiciones” (Mt 15,6)-; lo hemos “acomodado” y hasta
tergiversado. Jesús devuelve las cosas, y nos devuelve, al HOY original de
Dios, que es él (cf. Heb 1,2) y nos invita a vivirlo hoy.
Es verdad que este plan de Dios se
asienta en la debilidad humana, que debemos comprender, pero no podemos
teorizarla.
El pensamiento de Jesús aparece claro:
el matrimonio es indisoluble por su propia naturaleza y por el simbolismo
sacramental que expresa: el amor entre Cristo y la Iglesia. Hacer que lo sea es
tarea, quehacer de los esposos, pero no solo de ellos. Todo el secreto reside en saber permanecer en
esa plataforma difícil pero infalible que es el amor.
Demos gracias a Dios por todos los
matrimonios que viven ilusionadamente su vocación; oremos por los que sufren
tensiones y dudas, como también por lo que no han podido o sabido, por las
causas que sean, mantener su unión. Oremos también por los que se preparan para
el matrimonio.
Proclamar con nitidez la doctrina de
Jesús no debe hacernos olvidar que Él vino a buscar, a sanar, a alentar y no a
condenar.
Que el Señor no enseñe a todos a vivir
en comunión y a no quebrar ninguna esperanza, pero también a no esconder y
silenciar la nuestra.
REFLEXIÓN
PERSONAL:
.- ¿Soy persona de soledad o de comunión?
.- ¿Sé reconocer en el otro una parte de mí
mismo?
.- En mis relaciones, ¿me doy o solo me busco?
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