" Ilustre Teófilo:
Muchos han emprendido la tarea de componer
un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las
tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego
predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente
desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas
la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea,
con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba
en las sinagogas y todos le alababan.
Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado,
entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para
hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desarrollándolo,
encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena noticia a los pobres,
para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar
libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”.
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que
lo ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se
puso a decirles: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír."
*** *** ***
Dos presentaciones contiene este relato. La
primera es la del proyecto literario/teológico del Evangelio. La hace el mismo
autor, san Lucas. El evangelista se sitúa dentro de la cadena de los que han
intentado componer un relato de los orígenes. Basado en las tradiciones orales
de los primeros testigos. Investigadas cuidadosamente, ha elaborado su
Evangelio con una clara finalidad pastoral: para consolidar la fe de Teófilo
(se discute la identidad de este personaje). Y, tras la presentación de la obra,
la segunda presentación: la del protagonista,
Jesús. Fortalecido con el Espíritu Santo, tras la experiencia del Jordán
y del desierto, Jesús regresa a Galilea. La escena reseñada tiene lugar en la
sinagoga de Nazaret. De pasada, Lucas deja tres informaciones: Nazaret era el
lugar donde se había criado, Jesús era
un observante del sábado y su presencia en la sinagoga no era una presencia
pasiva. Pero el acento recae en la misión del Ungido: una misión regeneradora en
favor de los más desfavorecidos.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Tras el Bautismo y la experiencia del desierto, Jesús,
fortalecido por el Espíritu y entregado a la misión, regresa a Galilea.
En Nazaret, un sábado entra en la sinagoga,
lugar de la Palabra, como era su costumbre.
Y se ofreció a hacer la lectura de la Escritura. Una lectura
sorprendente e identificadora. Personaliza, radicaliza y recrea la palabra de
Dios.
Jesús se identifica como el Ungido y
enviado a evangelizar. E identifica su Evangelio: no es un adoctrinamiento ni
una moralización de la vida, sino una regeneración de la vida.
Evangelizar es humanizar según el proyecto
de Dios (Gén 1,26). Y esa fue la tarea de Jesús, dignificadora de la condición
humana, dando sentido a los sentidos perdidos del hombre; levantar del suelo,
hacer caminar y hasta revivir…
Jesús no solo marcó objetivos, no solo
diseñó caminos: los anduvo, convertido en acompañante paciente del hombre Y
esta es la primera acción pastoral y educativa: ayudar al hombre, que parece
haber perdido el sentido profundo y vive asentado, y a veces prematuramente
aparcado, en la periferia de las cosas y de la vida, a ver, a oír, a caminar
por un mundo cada vez más confuso.
Evangelizar no es solo, ni sobre todo,
predicar, sino hacer explícito a Jesús. Y un criterio para evaluar el nivel
evangelizador de una praxis pastoral/educativa es evaluar el nivel de humanidad
que genera.
La Palabra de Dios, y singularmente el
Evangelio, es un hontanar de humanidad, en el que puede saciarse la sed de ser
hombre a poco que se afine la sensibilidad y la capacitación para leer su
mensaje humanizador en unos textos que, si bien envueltos, a veces, en un
lenguaje mitológico, son un modo de ilustrar dramáticamente el problema
existencial del hombre.
Pero existe el peligro de que atendamos
más a la defensa de los propios intereses y de posiciones adquiridas que a la
escucha abierta de la Palabra del Señor. Por eso los que en nuestra profesión
de fe nos referimos a Cristo como a nuestro principio de identidad reconociendo
un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre, nos
encontramos divididos por razones de tipo disciplinar y doctrinal, difíciles de
valorar objetivamente, pero que no dejan de interrogar a los no cristianos y,
sobre todo, no deben dejar de interrogarnos.
Los que estábamos llamados a formar un
solo cuerpo, nos hemos dividido, blandiendo textos bíblicos, los unos contra
los otros. De modo que hoy lo importante ya no es el sustantivo cristiano, sino
el adjetivo que a continuación se coloca. Así "anuláis la Palabra de Dios
por vuestras tradiciones" (Mt 15,6).
REFLEXIÓN
PERSONAL
.- ¿De qué soy
yo mensajero?
.- ¿Siento al
otro como “miembro” del cuerpo de Cristo?
.- ¿Cómo “leo”
la palabra de Dios?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN,
OFMCap.
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