SAN LUCAS 3, 15-16
"En aquel tiempo el pueblo estaba en
expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías. Él tomó la
palabra y dijo a todos: Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que
yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con
Espíritu Santo y fuego.
En un bautismo general, Jesús también se
bautizó. Y, mientra oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él
en forma de paloma, y vino una voz del cielo: Tú eres mi mi Hijo, el amado, el
predilecto."
*** *** ***
El bautismo de Jesús significa en el
designio salvador y revelador de Dios el cierre de una época (la de la Ley y
los Profetas) y la apertura de otra (la del anuncio y la llegada del Reino de
Dios en Jesucristo). Dos son los reveladores de la verdad más profunda de
Jesús: el Bautista y, sobre todo, el Padre. Jesús no solo “puede más que” Juan, sino que “es
más que” Juan: es el Hijo de Dios. Es su revelación más exhaustiva. Para
Jesús, el bautismo fue un momento crucial en su proyecto de identificación
personal.
REFLEXIÓN
PASTORAL
En la Palestina contemporánea a Jesús
estaba extendida la costumbre de las purificaciones rituales por medio del
agua. En este contexto apareció Juan predicando conversión, y ofreciendo como
signo de la misma un bautismo de tono penitencial. "Convertíos..., Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que
yo... Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego".
En aquella sociedad cansada y rutinaria, el
Bautista provocaba nuevas expectativas. Su presencia y su mensaje suponían una
corriente de aire fresco en la saturada atmósfera de Judea. Y muchos aceptaban
su predicación, se arrepentían y recibían su bautismo. Hasta aquí todo normal.
¿Pero qué hace Jesús en la fila de los
hombres pecadores? ¿Por qué realiza Él ese gesto de bautizarse, además diluido
en un "bautismo general"
(Lc 3,21). Sin duda, fue una decisión muy pensada. El mismo Juan se extraña:
"Soy yo quien debe ser bautizado por
ti…" (Mt 3,14).
Pero
es que el Hijo de Dios no había venido a hacer ostentación de sus privilegios sino que,
por libre decisión, se hizo semejante a nosotros en todo (Flp 2,7), excepto en
el pecado (2 Cor 5,21). Hasta aquí llegó
la encarnación. No terminó en el seno de María, sino que recorrió toda la
andadura humana hasta pasar por la muerte, Él que era la Vida.
Por eso Jesús, sin pecado, no duda en
mezclarse con los pecadores: porque solo se salva compartiendo, desde dentro y
desde abajo, la condición del hombre. Jesús quiso sentir al pueblo y quiso
sentirse pueblo, por eso entró en la corriente penitencial de las aguas del
Jordán, para, como sal sanadora de las aguas malas (cf. 2 Re 2, 19-22),
purificarlas con su presencia. Y así, aunque el pecado no entró en él, él si
entró en el pecado, desactivando su poder, convirtiéndose en “el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo” (Jn 1,29).
Y
al confundirse entre los hombres, al hundirse en la debilidad, se abren los
cielos para revelar la grandeza y la verdad de Jesús: "Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto".
¡Qué gran lección para nosotros, que
preferimos siempre no mezclarnos, distinguirnos de los que consideramos
inferiores social, moral, económica, política y hasta religiosamente!
Pero no terminan aquí las lecciones de
este día. La 1ª lectura pone de relieve, proféticamente, el estilo y el
contenido del auténtico enviado de Dios: "No gritará, no clamará... La caña cascada no la quebrará, el pabilo
vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho..."
No quebrar ni ahogar esperanzas... Hay
que tener la mirada muy limpia y muy profunda para descubrir vida y esperanza
donde otros solo perciben desesperación y muerte. No faltan profetas del
pesimismo, inclinados a dar por irrecuperables personas, certificando defunción no sólo sobre los
muertos sino sobre los dormidos... Muchos se han hundido en lo que llamamos
"mala vida" porque no encontraron a tiempo alguien que les concediera
un poco de credibilidad y confianza. En vez de manos tendidas, solo vieron
dedos anatematizantes y descalificadores. El paso de Jesús fue muy distinto.
"Pasó haciendo el bien y curando a
los oprimidos..., porque Dios estaba con Él", nos dice la segunda
lectura.
Para Jesús, el bautismo supuso un
momento crucial en su vida: marcó profundamente su identidad en un doble
sentido: en el de su filiación divina y en el de su misión humana. “Tú eres mi Hijo…”, revela una voz desde
el cielo; “Este es el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo”, proclama Juan a la orilla del río Jordán
(Jn 1,28-29). El bautismo fue para Jesús el descubrimiento de su ser y de su
quehacer.
Y, para nosotros, ¿qué significa el
bautismo? Las respuestas teológicas están claras: Nos incorpora a la comunidad
de los creyentes, siendo el fundamento de la fraternidad; significa el paso de
la muerte a la vida, siendo el fundamento de nuestra libertad; supone una vida
coherente, siendo el fundamento de nuestra responsabilidad. Y, sobre todo, nos
incorpora al mismo Cristo. Pero, ¿ya
advertimos en nosotros esas realidades y damos muestras a los otros de
nuestro bautismo?
El
bautismo no se acredita con un documento extendido en la parroquia; se acredita
con una vida inspirada en el seguimiento
del Señor. Nuestra vida no puede ser una negación del bautismo. Al bautismo
fuimos presentados; ahora hemos de hacer nosotros presentes el bautismo,
avalándolo con la vida.
REFLEXIÓN
PERSONAL:
.-
¿Qué significado tiene el bautismo en mi vida?
.-
¿Cómo lo acredito?
.-
¿Es mi paso por la vida como el paso de Jesús?
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