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domingo, 22 de diciembre de 2019

¡FELIZ DOMINGO! 4º DE ADVIENTO

  SAN MATEO 1, 18-24
    "La concepción de Jesucristo fue así: La madre de Jesús estaba desposada con José, y antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo.
    José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución se le apareció en sueños un ángel del Señor, que le dijo: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”.
     Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel (que significa: Dios-con-nosotros).
    Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer."
                                             ***             ***             ***
         En los evangelios sinópticos hay dos anuncios de la concepción de Jesús: el de san Lucas (Lc 1,26-38) y el de san Mateo. En este IV Domingo del ciclo A la liturgia nos presenta el de san Mateo. Con este relato el evangelista nos “avanza” el misterio de la Navidad, cuyos protagonistas son El Espíritu Santo, María y Jesús. Pero nos presenta también al “servidor” de la Navidad, al encargado de “gestionar” esa realidad y de poner el nombre al Niño que ha de nacer. Y ese gestor es José, que “era bueno”. Un personaje de silencio, de fidelidad, sobrio y sin adornos, lleno de amor a María y a Jesús. Un modelo para acoger y celebrar la Natividad del Señor.

REFLEXIÓN PASTORAL
    En el umbral de la Navidad, María nos muestra el modo más veraz de celebrar la venida del Señor: acogida gozosa y cordial de la Palabra del Señor; y el estilo: encarnándola y alumbrándola en la propia vida.  María es la primera luz, la señal más cierta de que viene  el Enmanuel, porque lo trae ella.
     En esto consiste la grandeza inigualable de María: en una entrega inigualablemente audaz y confiada en las manos de Dios; en una acogida inigualablemente creadora del Señor.
    María es una figura que produce vértigo, por su altura y profundidad. Interiorizada por Dios, que la hizo su madre, e interiorizadora de Dios, a quien hizo su hijo. Dios es el espacio vital de María y, milagrosamente, María se convierte en espacio vital para Dios. Dios es la tierra fecunda donde se enraíza María y, milagrosamente, María es la tierra en la que florece el Hijo de Dios.
    Pero esto no le dispensó de la fe más honda y difícil. La encarnación de Dios estuvo desprovista de todo triunfalismo. La Navidad fue para  María, ante todo, una prueba y una profesión de fe. “Dichosa tú, que has creído” (Lc 1,45). Por eso es “bendita entre todas las mujeres” (Lc 1,42).       
    Y junto a María, José, “que era justo” (Mt 1,19).  Y porque era justo: aceptó el misterio que Dios había obrado en María, su esposa (Mt 1,24); se entregó sin fisuras al servicio de Jesús y de María; asumió las penalidades de la huida a Egipto para proteger la vida de Jesús, amenazada por Herodes, (Mt 2,13-15); lo buscó angustiado, con María, cuando, a los doce años, decide quedarse en Jerusalén (Lc 2,41-50); fue el acompañante permanente del crecimiento de Jesús en edad, sabiduría y gracia (Lc 2,52); y aceptó el silencio de una vida entregada al servicio del plan de Dios, renunciando a cualquier tipo de protagonismo… José no es un “adorno”, ni un personaje secundario. Nos enseña a saber estar y a saber servir.
     María y José son los protagonistas de un SÍ a Dios, que hizo posible el gran SÍ de Dios al hombre: Jesucristo, a quien san Pablo presenta (2ª lectura) como el núcleo del Evangelio, destacando su condición humana -“de la estirpe de David”- y su condición divina -“Hijo de Dios, según el Espíritu”-.
     Estos son los mimbres con los que Dios quiso tejer el gran misterio de su nacimiento.  Mimbres humildes, flexibles, pero sólidos. Dios elige “lo que no cuenta…” (1 Cor 1,28).
    No temas quedarte con María” (Mt 1,20). Porque ella hizo florecer la Navidad; porque es maestra del Evangelio; porque con  ella siempre estará su Hijo.  Será la mejor compañera, constructora y maestra de la Navidad.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- En el umbral de la Navidad, ¿con qué actitudes me dispongo a celebrarla?
.- ¿Qué ha supuesto para mí el tiempo de Adviento?
.- ¿En qué modelos me inspiro para celebrar la Navidad?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano capuchino.

domingo, 15 de diciembre de 2019

¡FELIZ DOMINGO! 3º DE ADVIENTO

  SAN MATEO  11, 2-11.

    "En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras de Cristo, le mandó a preguntar por medio de dos de sus discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”
    Jesús les respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se sienta defraudado por mí!”
    Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. ¿Entonces, ¿a qué salisteis, a ver a un Profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quién está escrito: ‘Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti´. Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él”.
                                            ***             ***             ***
    A la cárcel le llegan a Juan noticias de Jesús, de sus obras, que no parecen coincidir con el perfil austero y penitencial diseñado y encarnado por él (cf. Mt 3,1-12; 11,18). Por eso envía discípulos para conocer la respuesta personal de Jesús. Y esta es clara: sus obras, contempladas a la luz de los oráculos proféticos (Is 35,5-6; 42,18) no dejan lugar a dudas; y revelan también que su mensaje es la Buena Noticia.
     Junto a este testimonio de sí mismo, Jesús da testimonio de Juan. Aunque él, Jesús, aporta un plus  -un tono y un rostro nuevo-, no lo descalifica: Juan no es un predicador oportunista ni un halagador de los oídos del poder; es más que profeta: es el Precursor.
REFLEXIÓN PASTORAL
    Se alegrarán el páramo y la estepa…” (Is 35,1). Es el mensaje del tercer domingo de Adviento -por eso designado domingo “gaudete”-. Pero, ¿es un mensaje posible? ¿Existe en nuestra sociedad, tan tensionada, un espacio y un motivo para la alegría? ¿Más que alegrarse no está gimiendo la creación por la violencia a la que la tiene sometida el hombre (cf. Rom 8,22)?
    La Palabra de Dios nos invita no solo a la alegría, sino que ofrece el auténtico motivo para la misma: la venida del Señor.  El profeta Isaías, con una mirada profunda, atisba el rejuvenecimiento de la creación, reflejo de “la belleza de nuestro Dios” (vv. 1-2), del rejuvenecimiento hombre, que recuperará el pleno uso de sus sentidos, y del de la misma sociedad (vv. 3-6).
    La alegría y la esperanza descansan, recuerda el salmo responsorial, en la fidelidad y lealtad de Dios (Sal 146,6), que vendrá para salvarnos.
   La venida cierta pero sorpresiva del Señor es el motivo de nuestra alegría. Pero esperar no es fácil. Por eso la Carta de Santiago nos advierte: “Tened paciencia, hermanos,…y manteneos firmes” (Sant 5,7.8).
    ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos todavía que esperar a otro?” (Mt 11,3). En esa  pregunta se encuentra condensada la expectación de toda la historia humana. ¿Eres tú… el agua viva (Jn 4,10), el pan de la vida (Jn 6,35), la luz (Jn 8,12), el camino, la verdad, la vida… (Jn 14,6), o tenemos que seguir esperando a otro, apurando fuentes y alimentos que no sacian, internándonos por caminos que no nos conducen a ninguna parte o que, por lo menos, no nos conducen a Dios? ¿Eres tú? Y Jesús no duda en la respuesta: SÍ, Él es todo eso, y no hay que esperar a otro. Y concluye: Dichoso el que no se siente defraudado por mí” (Mt 11,6). 
       En realidad Él, Jesucristo, no defrauda, porque vino a dar testimonio de la Verdad, pero sí que pueden sentirse defraudados, desencantados los que van tras Él buscando otras cosas, y no la Verdad (cf. Jn 6,26).
    Acojamos la pregunta del Bautista y examinemos si es el Señor, quien orienta y colma nuestra esperanza; si es Él el fundamento de nuestra alegría. En todo caso, es importante que nos preguntemos y respondamos con sinceridad a esa cuestión, pues llegará el momento en que el mismo Jesús nos pregunte: “¿Y vosotros, quién decís que soy yo?” (Mt 16,15).
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Quién digo yo que es Jesús? ¿Lo digo de palabras, o lo digo con la vida?
.- ¿Me reconozco en la bienaventuranza de Jesús?
.- ¿Me inunda la alegría del evangelio?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, Franciscano Capuchino.

domingo, 8 de diciembre de 2019

¡FELIZ DOMINGO! 2º DE ADVIENTO Y FELIZ SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA

  SAN LUCAS 1, 26-38.

2En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel entrando a su presencia, dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres. Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Y María dijo al ángel: ¿Cómo será eso pues no conozco varón? El ángel le contestó: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible. María contestó: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y el ángel la dejó."

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El relato de la Anunciación nos presenta a María, mujer de fe, humilde, llena de gracia, bendita entre las mujeres, como el instrumento por el que Dios llevará a cabo su obra sanadora y salvadora. Dios llamó respetuosamente a su puerta y ella la abrió de par en par: “Hágase en mí según tu palabra”. En esto consiste la grandeza inigualable de María, en una entrega inigualablemente audaz y generosa a la voluntad de Dios.


REFLEXIÓN PASTORAL

       En el tiempo del Adviento, aparece esta fiesta como razón y estímulo de esperanza. Una fiesta de grandes resonancias en el pueblo cristiano; una verdad que, antes de ser declarada dogma, fue creída, vivida y celebrada por el pueblo de Dios, y particularmente por el pueblo español, donde ciudades y pueblos asumían como compromiso público la defensa de este privilegio de María. Una verdad que fue fervientemente defendida en el campo del debate teológico y de la práctica devocional por la familia franciscana, enarbolando el título de la Inmaculada como enseña y bandera peculiar de su amor a la Virgen.
         La Inmaculada ha sido una constante fuente de inspiración, no solo religiosa sino estética. Las palabras de los hombres se han potenciado, depurado y estilizado en filigranas de ritmos y rimas para pronunciar su belleza; los pinceles inventaban colores con que traslucir su misterio; la música buscó melodías siempre nuevas para cantar a la “Tota pulchra”, a la Purísima…
         Sí, María ha sido cantada, pero, ¿ha sido comprendida? Y, sobre todo, ¿ha sido escuchada? ¿Qué celebra la Iglesia en esta solemnidad de la Inmaculada?
La realización en ella de la obra redentora de Cristo de una manera del todo particular: ser preservada de toda mancha de pecado desde el primer instante de su ser. Un hecho singular, que hunde sus raíces en los amorosos y providentes designios de Dios.
         La que iba a ser la sede física del Hijo de Dios, la vida de quien iba a recibir la vida del Hijo de Dios, la carne en que iba a encarnarse el Hijo de Dios debía ser inmaculada. Sería pobre, humilde…, pero de una transparencia y luminosidad celestiales. María fue un capricho de Dios. “Dios pudo hacerlo, fue conveniente hacerlo, luego lo hizo”, es la síntesis de la argumentación teológica del gran defensor de la Inmaculada, el franciscano beato Juan Duns Escoto.
         Y no fue un hecho discriminador para los demás: el privilegio de María no ofende sino que estimula. Ella es “el orgullo de nuestra raza”. Contemplar a una mujer Inmaculada y Purísima es constatar que Dios se ha comprometido en una nueva creación. María es un avance profético de esa nueva creación. El misterio, el milagro de la Inmaculada no nos excluye, nos incluye en él. “A esto estábamos destinados por decisión de aquel que hace todo según su voluntad” (Ef 1,11)
         Porque lo que aconteció en ella de manera singular -verse libre del pecado- es posible también para nosotros. La misma gracia que obró en ella, la gracia de Cristo, obra en nosotros. A ella preservándola; a nosotros perdonándonos.
         “Dios  nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad a ser  sus hijos…” (Ef 1,3.4.5). El privilegio de la Inmaculada es nuestra vocación, que a partir del bautismo nos introduce en esa ruta de redención. 
        Pero hay otro aspecto a reseñar. En una sociedad donde aflora el desencanto, y hasta el hastío, la fiesta de la Inmaculada proclama la necesidad de mirar al cielo, de dar luminosidad y transcendencia a nuestra mirada.
 Quizá nos falta inspiración para idear un mundo mejor porque no nos inspiramos en María. Frente a tantos modelos inconsistentes, vacíos y banales, Dios nos ha presentado una alternativa, María. Quien eleva sus ojos y su corazón a ella, eleva consigo la realidad en que vive.
Que la “llena de gracia”, nos ayude a vivir en gracia de Dios, para ser nosotros, como nos recuerda san Pablo, “alabanza de su gloria”; para proclamar también nosotros con voz propia, como María, “las grandezas del Señor”, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en nosotros.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué resonancias trae a mi vida la celebración de esta fiesta?
.- ¿Celebró solo el “privilegio” de María o también mi vocación a la santidad?
.- Como la Virgen, ¿hago de mi vida un canto de alabanza y acción de gracias, un Magnificat?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano-capuchino.

domingo, 1 de diciembre de 2019

¡FELIZ DOMINGO! 1º DE ADVIENTO Y ¡FELIZ NUEVO AÑO LITÚRGICO!

  SAN MATEO 24, 37-44.

"En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del Hombre. Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y, cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Estad en vela, porque no sabéis a qué hora vendrá vuestro señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre."
                                          ***             ***             ***
El texto evangélico es una llamada a la vigilancia. Forma parte del llamado “Discurso escatológico” del evangelio de san Mateo. Ante la pregunta de los discípulos por el “cuándo ocurrirá esto” (Mt 24,3), la respuesta de Jesús es terminante: “Cuidad que nadie os engañe” (Mt 24,4). El día del Señor, llegará, “mas de aquel día y hora nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, solo el Padre” (Mt 24, 36).
Jesús no ha venido a satisfacer curiosidades, sino a situar la vida en una actitud de esperanza y responsabilidad permanentes. No son palabras para asustar, para esconder el tesoro en la tierra (Mt 25,25), sino para activarlo con una inversión inteligente (Mt 25, 20.22).
REFLEXIÓN PASTORAL

Iniciamos el año litúrgico con el tiempo de Adviento.  Un tiempo espiritualmente muy rico, del que hacemos una lectura muy pobre. Es un tiempo crístico, orientado a Cristo, y por Cristo, meta y pedagogo de nuestra esperanza. Un tiempo crítico, que ayuda a desenmascarar impaciencias y utopías, ya que en toda espera el hombre está expuesto al espejismo o a la desesperación, a confundir lo último con lo penúltimo, lo accidental con lo fundamental, lo urgente con lo importante, el progreso material con la salvación... Y un tiempo eclesial: el tiempo de la Iglesia que avanza y celebra su fe “mientras esperamos la gloriosa venida del Señor Jesucristo”.
El Adviento es tiempo para recrear la esperanza cristiana, y para  recrearnos en ella. Necesitamos un baño de esperanza que, entre otras cosas, es:
·        Saber que Dios tiene la última palabra, y concedérsela.
·         Sentirse arcilla en sus manos, alfareras del hombre y del mundo (Is 64,7).
·        Desenmascarar falsas esperanzas.
·        Asumir con serenidad y paz las limitaciones, el dolor y la misma muerte.
·  Trabajar por un mundo mejor, rebelándose a considerar lo que hay como  irremediable.
·        Descubrir el encanto de la dura realidad.
En nuestros días, caracterizados por una especie de desencanto, somnolencia y marchitamiento de ideales y valores, necesitamos vibrar ante proyectos como los presentados el profeta Isaías, cuando “de las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas” y  no  alzará la espada pueblo contra pueblo, ni se adiestrarán para la guerra” (Is 2,4). El profeta invita a dar trascendencia a la mirada, a no sucumbir ante la realidad inmediata, a apostar por un mundo alternativo. Para ello son necesarios ojos proféticos y caminar a la luz del Señor.
Esperar, nos dice el Evangelio, es vigilar, dando calidad humana y cristiana a la existencia. Denunciando el comportamiento irresponsable de los tiempos de Noé, Jesús advierte de la necesidad de estar en vela, porque no se trata de “pasar” la vida, sino de “vivir” la vida. ¡Cuidado con el “sueño” religioso!
En la misma línea está la recomendación de san Pablo en la segunda lectura: “Daos cuenta del momento en que vivís; es hora de despabilarse… Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad” (Rom 13,11.13). Y se atreve a diseñar el vestido del Adviento: “Revestíos del Señor Jesucristo” (Rom 13,14).         
    Todo esto lo sugiere el tiempo de Adviento. No vivamos distraídos como en tiempos de Noé. Y hay muchas formas de vivir distraídos; una de ellas es abstraerse, desentenderse del momento que vivimos y privarle de una clarificación desde la luz de nuestra fe. ¡Caminemos a la luz del Señor!

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Con qué actitud abordo el Adviento?
.- ¿Qué espero y a quién espero?
.- ¿Soy consciente del momento salvador en que vivo?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 24 de noviembre de 2019

¡FELIZ DOMINGO! SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

SAN LUCAS 23, 35-43.


       "En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: “A otros se ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido”.
    Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”.
    Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Éste es el rey de los judíos”.
    Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”.
    Pero el otro lo increpaba: “¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio éste no ha faltado en nada”.
   Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”.
Jesús le respondió: “Te lo aseguró: hoy estarás conmigo en el paraíso”.
                            ***             ***             ***
    Los líderes religiosos no reconocieron en Jesús al “Ungido”. El Reino que Jesús anunciaba y encarnaba les resultaba increíble e imposible. Y lo condenaron a muerte de cruz, burlándose de su pretensión. Y, precisamente, en ese trono paradójico es reconocido como “Mesías” por un malhechor. Esa profesión de fe debe servir de criterio para la nuestra. Jesús no se salva de la cruz; nos salva con su cruz, que es “lugar” desde donde ejerce su reinado.
REFLEXIÓN PASTORAL
    Dando culmen al año litúrgico, la Iglesia celebra la fiesta de Cristo rey. Es verdad que a algunos esto puede sonarles a imperialismo triunfalista o a temporalismo trasnochado. Es el riesgo del lenguaje, por eso hay que ir más allá, superando las resonancias espontáneas e inmediatas de ciertas expresiones para captar la originalidad de cada caso; de esta fiesta y de este título en concreto.
    La afirmación del señorío de Cristo se encuentra abundantemente testimoniada en el NT.: Él es Rey (Jn 18,37); es el primogénito de la creación y todo fue creado por él y para él (Col 1,15-16); es digno de recibir el honor, el poder y la gloria (Ap 5,12)... La segunda lectura, tomada de la carta a los Colosenses, que acabamos de proclamar es un exponente cualificado de esta realeza de Cristo.
     Pero no es éste el único tipo de afirmaciones; existen otras, también de Cristo Rey: “Vosotros me llamáis el Señor, y tenéis razón, porque lo soy; pues yo os he lavado los pies” (Jn 13,13-14), porque “no ha venido a ser servido sino a servir” (Mc 10,45),  y su servicio más cualificado fue dar la vida en rescate por muchos, reconciliando consigo todos los seres, haciendo la paz por la sangre de su cruz (Col 1,20).
    Hablar de Cristo Rey exige ahondar en el designio salvador de Dios, abandonando esquemas que no sirven. El que nace en un pesebre, al margen de la oficialidad política, social y religiosa, el que trabaja con sus manos, el que recorre a pie los caminos infectados por la miseria y el dolor, el que no tiene dónde reclinar la cabeza, el que no sabe si va a comer mañana, el que acaba proscrito en una cruz…, ése tiene poco que ver con los reyes al uso, los de ayer y los de hoy.
    Precisamente, el evangelio de este domingo nos le presenta reinando desde un trono escandaloso, la cruz, en una postura incómoda, y ejerciendo hasta el final lo que fue su forma peculiar de gobierno, el perdón y la misericordia.
    Sí, Cristo es rey. Él habló ciertamente de un reino; más aún éste fue el tema central de su vida, y vivió consagrado a la instauración de ese reino; pero nunca aceptó que le nombraran rey. En una ocasión la gente lo intentó, y él, nos dice el evangelista S. Juan: “Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarlo por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte solo” (6,15). “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18,36), dijo Jesús ante Pilato.
    E inmediatamente se puede caer en la equivocación de pensar que no es para este mundo. El reino de Cristo, y Cristo rey, no se identifica con los esquemas de los reinos o poderes de este mundo, pero sí que reivindica su protagonismo como fuerza transformadora de este mundo.
    Como se  dice en el prefacio de la misa, el reino de Cristo es el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, del amor y la paz. O sea, la lucha contra todo tipo de mentira (personal o institucional), contra todo atentado a la vida (antes y después del nacimiento), contra todo tipo de pecado (individual o estructural), contra cualquier injusticia, contra la manipulación de la paz y contra la locura suicida y fratricida del odio. ¡No es de este mundo…, pero es para este mundo!
    Celebrar la fiesta de Cristo Rey supone para nosotros una llamada a enrolarnos como militantes de su “reinado”; a situar a Cristo en el vértice y en la base de nuestra existencia; a abrirle de par en par las puertas de nuestra vida, porque él no viene a hipotecar sino a posibilitar la vida. “Abrid las puertas a Cristo. Abridle todos los espacios de la vida. No tengáis miedo. Él no viene a incautarse de nada, sino a dar posibilidades a la existencia. A llenar del sentido de Dios, de la esperanza que no defrauda, del amor que vivifica” (Juan Pablo II).
    La fiesta de Cristo rey nos invita, también a elevar a él los ojos y el corazón, para pedirle con humildad y esperanza: “Señor acuérdate de mí cuando estés en tu reino” (Lc 23,43). ¡Hermosa confesión general!
     Quizá añoramos o evocamos tiempos de consagraciones multitudinarias a Cristo rey, a las que asistíamos o de las que regresábamos convencidos y contentos de su éxito. No importaba que después de tal consagración todo funcionara como antes o peor. No importaba que los negocios fueran sucios, que las autoridades abusasen del poder, que los poderosos ignorasen a los pobres y éstos odiasen  a los poderosos, que se funcionara en muchos aspectos no sólo al margen sino en contra de Cristo, que en muchas casa no entrase Cristo aunque sí estuviese a la puerta… No importaba todo eso, porque en algún lugar, con gran solemnidad, unos cuantos, o muchos, habían decido ponerlo todo oficialmente a los pies de Cristo rey. 
    No podemos ser injustos ni ironizar sobre el pasado. Sin duda que aquello era un gesto bien intencionado y noble…, pero insuficiente.
    ¡A Cristo no hay ponerle muy alto sino muy dentro! El reino de Dios empieza en la intimidad del hombre, donde brotan los deseos, las inquietudes y los proyectos; donde se alimentan los afectos y los odios, la generosidad y la cobardía…
    A Cristo rey, en definitiva, se le conoce, como nos recuerda el evangelio, profundizando en el misterio de la cruz. Acampemos cerca de él, para escuchar como el buen ladrón la palabra salvadora: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Siento pasión por el reino de Dios?
.- ¿Con qué actos y actitudes colaboro a que venga a nosotros su Reino?
.- ¿Adopto la actitud “regia” de Jesús?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

¡FELIZ DOMINGO! 33º DEL TIEMPO ORDINARIO

  SAN LUCAS 21, 5-19.

"En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos.
Jesús les dijo: Esto que contempláis, llegará un día que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.
Ellos le preguntaron: Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo esto está para suceder?
Él contestó: Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre diciendo: ‘Yo soy´ o bien ‘el momento está cerca´; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y revoluciones no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.
Luego les dijo: Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa: porque yo os daré palabras y sabiduría a la que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas."
                                                 ***             ***             ***
   
Nos encontramos en el inicio de la sección del evangelio de san Lucas denominada “discurso escatológico”. Ante la grandiosidad del Templo, Jesús invita a una lectura más profunda, a no quedarse en la exterioridad. Ese Templo desaparecerá. Y desactiva así la curiosidad de sus contemporáneos, que mostraban más interés por saber el cuándo de los acontecimientos que anunciaba que en entrar en las urgencias que planteaba Jesús a sus vidas para la conversión.
Jesús advierte de la necesidad de un discernimiento personal e histórico, para no confundirle con falsas propuestas que aparecerán bajo la etiqueta de su nombre. Y es que con su nombre puede circular otro “producto” o, como dirá Pablo, “otro evangelio” (Gál 1,6). Y anima a la fidelidad en tiempos difíciles, que sin duda llegarán a sus discípulos. En realidad algunos de los elementos apuntados en el texto reflejan ya situaciones vividas por la primitiva comunidad, posterior a Jesús.
REFLEXIÓN PASTORAL

   Los textos bíblicos que acabamos de leer nos sitúan ante la problemática del fin de “este” mundo. Para muchos la perspectiva del fin de la propia existencia, del mundo en que se mueven y en cuya construcción quizá han gastado lo mejor de sus vidas, suscita una resignada amargura, cuando no una desesperada protesta ante lo inevitable. Por otra parte, nos movemos en un ambiente de presagios funestos y fatalistas, donde abundan signos que incitan a pensar que nos encontramos en el umbral de grandes catástrofes. Es, pues, un tema que apasiona a muchos y que, en no pocas ocasiones, altera el equilibrio de la persona, atemorizada por el cómo y el cuándo de tales acontecimientos.
   Como creyentes, ¿qué responder? Para el discípulo de Cristo no hay cabida más que para una actitud: la esperanza y la serenidad. A los cristianos de Tesalónica, preocupados por la suerte de los difuntos y de los últimos días, san Pablo les escribe: “Por lo que a esto se refiere no quiero que viváis como los que no tienen esperanza”. Además, “el día y la hora nadie lo conoce” (Mt 24,36), por tanto, “en lo que se refiere al tiempo y al momento, hermanos, no tenéis necesidad de que os escriba (1 Tes 5,1ss)…, y no os dejéis alterar fácilmente, ni os alarméis por alguna manifestación profética… Que nadie os engañe” (2 Tes 2,1ss).
   Pero es que, además, ese fin no será el final, ni una catástrofe sino la victoria definitiva de Cristo. Entonces tendrá lugar la nueva creación de unos cielos nuevos y una tierra nueva. Será una transformación de la existencia, por la que, en frase de san Pablo, “la creación entera gime y sufre dolores de parto…, porque la salvación es objeto de esperanza” (Rom 8,22). Entonces recibirán el premio los que vienen de la gran tribulación (cf. Ap 7,14). Entonces desaparecerán “las apariencias” por muy deslumbrantes que sean.
   No se trata de destrucción, sino de renovación; no de muerte, sino de esperanza; no de fin, sino de comienzo, si bien, para ello, es necesario que el grano de trigo sea enterrado, que Cristo sea crucificado y que el cristiano tome cada día su cruz… Pero no lo olvidemos, el hecho básico de la vida de Jesús fue la resurrección, y de la vida del cristiano ha de ser la esperanza de que, si Cristo resucitó, también nosotros resucitaremos.
  Nada de actitudes negativas ni tremendistas. Creemos en Cristo, ¡vivamos consecuentemente, empeñados diariamente porque esta nueva creación -para los pesimistas el fin- se realice con nuestra aportación, ya que el reino de Dios, cuya implantación pedimos en el padrenuestro, no puede sernos ajena!
   El mensaje de Jesús es una llamada a la responsabilidad. El vino a situar al hombre en la esperanza, desinstalándole de las falsas esperas. No vino a ilustrar nuestra curiosidad, prediciendo el futuro a modo de parte meteorológico, sino a fundamentar nuestra fe en algo y en alguien. Nos colocó ante el fin, y se marchó sin indicarnos la fecha, pero con una tarea que cumplir:
·        nos señaló un trozo de la viña, y nos dijo: venid y trabajad;
·        nos mostró una mesa vacía, y nos dijo: llenadla de pan;
·        nos presentó un campo de batalla, y nos dijo: construid la paz;
·        nos sacó al desierto con el alba, y nos dijo: levantad la ciudad;
·        puso una herramienta en nuestras manos, y nos dijo: es tiempo de crear.

   Nos hizo una llamada a dar intensidad a nuestra vida desde el ángulo de la fe, a “finalizar”, a culminar la vida. De ahí que hayamos de rechazar las actitudes superficiales, centradas en lo anecdótico.
Pero en el mensaje de Jesús hay una clarificación muy importante. Ante la fascinación por la grandiosidad del Templo de Jerusalén precisó: “De esto no quedará piedra sobre piedra”. Las estructuras, aún las más fascinantes, también las "eclesiásticas, sucumben. Resiste mejor la embestida del huracán un junco que un  muro. Y con esos mimbres, frágiles, nos dice Jesús, Dios hace sus proyectos.
En espera de que nuestra existencia alcance esa dimensión definitiva sigamos el consejo de san Pablo: “Hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de amable, de puro…, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4,8), y “cuanto hacéis, de palabra y de obra, realizadlo todo en el nombre del Señor” (Col 3,17).
   Solo con una vida así interpretada podremos acceder a celebrar coherentemente la Eucaristía, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro salvador Jesucristo.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo me sitúo ante el tema del fin del mundo?
.- ¿Hasta qué punto asumo mi responsabilidad por construir la “tierra nueva”?
.- ¿Anima la esperanza mi vida  y anima mi vida la esperanza?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, Franciscano-Capuchino.

sábado, 9 de noviembre de 2019

¡FELIZ DOMINGO! 32º DEL TIEMPO ORDINARIO

  SAN LUCAS 20, 27-38.

"En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos que niegan la resurrección y le preguntaron: Maestro, Moisés nos dejó escrito: ‘Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano´. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.
Jesús les contestó: En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: ‘Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob´. No es Dios de muertos sino de vivos: porque para Dios todos están vivos."
                 
                                                   ***                  ***                  ***
La escena presenta un debate doctrinal dentro del judaísmo respecto del  tema de la suerte de los difuntos. Las dos posturas dominantes -solo inmortalidad (saduceos)-, inmortalidad y resurrección (fariseos)- aparecen enfrentadas. Jesús comparte la creencia farisea. Frente al planteamiento “espiritualista” (solo el alma) de los saduceos, Jesús defiende un planteamiento más “integrador”: toda la realidad personal (alma y cuerpo) quedará asumida. Y lo argumenta desde la fe de Israel profesada por Moisés. Todo el proyecto humano creado por Dios es el llamado a la resurrección. Que es más que la reanimación de un cadáver: es la incorporación definitiva al gran resucitado Jesucristo, “primogénito de  los muertos” (Col 1,18; cf I Co 15,20-23)
REFLEXIÓN PASTORAL
En el marco del mes de Noviembre, en que todos, seguramente, hemos orientado nuestros pasos y sobre todo nuestro corazón al recuerdo de nuestros difuntos, para depositar unas flores en sus tumbas y elevar una oración por ellos, puede encajar muy bien este fragmento del evangelio de san Lucas. El día 2 de Noviembre para muchos absolutiza demasiado el tema de la tierra, de la tumba…, y difumina lo que debe ser fundamental: la vida, el cielo…
Con la historia de la mujer que había ido enviudando sucesivamente en siete ocasiones, los saduceos, que no creían en la resurrección, quieren poner en aprietos a Jesús. Su argumentación no logra, sin embargo, enredarle. Y de una pregunta curiosa, formulada desde el escepticismo, Jesús aprovecha para dar una respuesta sobria y esclarecedora. “No os imaginéis la vida del mundo futuro -que existe- según el modelo de la vida actual, donde los hombres se casan y mueren; en la otra vida nadie puede morir, ni casarse”. Es decir, esta vida nos sirve para conseguir la otra, pero no para imaginárnosla. Palabras que corren el riesgo de resbalar por la piel del hombre de hoy. ¿La vida eterna? ¡Bueno, ya lo veremos cuando estemos allí, si es que hay algo! ¡No!, nos avisa Jesús. Desde este mundo hay que preocuparse por ser un buen ciudadano del otro mundo.
No es que tengamos que ponernos a fabular sobre el otro mundo. Quizá en esto se ha exagerado. Jesús rompe con las imaginaciones inútiles y hasta delirantes. Serán “como ángeles”, es decir, “estarán con Dios”. Dios será su única referencia. No se está devaluando la realidad positiva del matrimonio, ni se nos prohíbe soñar cómo viviremos allí nuestros amores de aquí, con tal de no olvidar que se trata de algo inimaginable.
¿Será esto, como a  veces insinúan algunos, la necesidad de tranquilizarnos contra el miedo a morir? Hay anhelos de tranquilidad a toda costa que no son sanos ni verdaderos; pero creer en Jesús, que es la Verdad, forma parte de una buena salud humana y cristiana.
Frente a sus oyentes judíos, saduceos, Jesús recurre a lo que más podía impresionarles, la autoridad de Moisés. Esto también puede decirnos algo a nosotros: “Buscad la respuesta al tema del más allá no en los filósofos o imaginativos, sino en la revelación, en la Palabra de Dios”. Nuestra fe en la resurrección y en la otra vida no es fruto del mero deseo, de una nostalgia o de un razonamiento: es solo fruto de la adhesión a Cristo, que dice: “Yo soy la resurrección y la vida…, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá (Jn 11,25)… Porque Dios no es Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos están vivos”.
Dios no nos ha creado para hacer de nosotros meros candidatos a la muerte, unos difuntos en potencia. Él, “amigo de la vida” (Sab 11,26), no puede permitir que su grandioso proyecto, el hombre, -“Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1,126)- acabe sepultado para siempre en un cementerio.
El Evangelio nos impulsa y estimula a vivir la fe en el Dios vivo, con realismo, pues la fe es también compromiso humano, pero sobre todo, con optimismo, pues sabemos que nuestros mejores sueños y deseos serán superados por los planes y deseos que nuestro Padre Dios ha concebido para nosotros.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Tiene algún eco la resurrección en mi vida de cada día?
.- ¿Siento a Dios como el amigo de la vida?
.- ¿Vivo con gratitud el don de la fe?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano capuchino.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Este mes la cita es el domingo, día 10
Tú también estás invitada

domingo, 3 de noviembre de 2019

¡FELIZ DOMINGO! 31º DEL TIEMPO ORDINARIO

  SAN LUCAS 19, 1-10.
                                        

    En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
Él bajó en seguida, y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.
Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré dos veces más.
Jesús le contestó: Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar  lo que estaba perdido.
                            ***             ***             ***
    El buscador buscado, podría ser el título de esta escena. A una mirada inicialmente curiosa, la de Zaqueo, le sigue una mirada profunda, la de Jesús. Zaqueo la aceptó, y aquella mirada le transformó. Otros contemplaron la escena con ojos diferentes, los que, al verlo, murmuraban. Jesús siempre mira así, su mirada es una oferta permanente de renovación, pero, como Zaqueo, hay que aceptar  su mirada.
REFLEXIÓN PASTORAL

    “Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria… Nunca ha tenido el hombre un sentido tan grande de la libertad, y, entre tanto, surgen nuevas formas de esclavitud social y sicológica. Mientras el mundo siente con tanta viveza su propia unidad y su mutua interdependencia…, se ve, sin embargo, dividido gravísimamente por  la presencia de fuerzas contrapuestas. Persisten, en efecto, todavía agudas tensiones políticas, sociales, económicas, raciales e ideológicas, y ni siquiera falta el peligro de una guerra que amenaza con destruirlo todo… Afectados por tan compleja situación a muchos de nuestros contemporáneos les atormenta la inquietud, y se preguntan, entre angustias y esperanzas, sobre la actual evolución del mundo” (GS. 4).
    En este contexto, que amenaza con neurotizarnos, es posible que algunos, como nos recuerda hoy san Pablo pierdan la cabeza y se alarmen con supuestas revelaciones de un inminente final, y que otros se hundan en el escepticismo o el derrotismo.
   La palabra de Dios hoy es como un balón de oxígeno, como una inyección de optimismo para tiempos de contradicción y desconcierto. ¡Nada hay irremisiblemente perdido, porque todo tiene una raíz buena y sana: el amor de Dios! “Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho. Si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. ¿Y cómo subsistirían si tú no las hubieses querido? Perdonas a todos porque son tuyos, Señor, amigo de la vida” (1ª lectura). ¡No somos fruto del acaso, sino del Amor”.
     Dios es el gran “amigo de la vida”, es la Vida, que no se complace en la muerte del pecador…, cuya misericordia se extiende de generación en generación…, que espera y busca el retorno de los extraviados… Hay que esperar, incluso y sobre todo, de aquellos que nos parecen malos -“¿quién eres tú para juzgar al prójimo?”(Sant 4,12); hay que esperarlos y no exasperarlos. Como hizo Jesús, que no vino a condenar sino a salvar, precisamente a los que estaban perdidos.
    Zaqueo pertenecía oficialmente a la mala gente de entonces. “Baja, porque hoy quiero hospedarme en tu casa”, así se adelantó Jesús a Zaqueo. Este nunca hubiera pensado llegar a tanto, se contentaba con verle, sin ser visto, ni por Jesús ni por la gente. Pero Jesús no se contentaba con eso; no había venid a servir de espectáculo; buscaba la persona de aquel hombre y no solo satisfacer su curiosidad. Y al contacto con el amor de Jesús, Zaqueo se redescubre a sí mismo y se convierte. Porque solo el amor redime. La denuncia del mal, si no está encarnada en una voz que ama, puede no ser más que nuevo combustible para la gran pira de la violencia.
    Tender la mano en un gesto amistoso, fraterno y salvador; purificar la mirada para contemplar el mundo con esperanza y amor; trabajar en la medida de nuestras posibilidades para que el mundo se reencuentre en su proyecto original de amor…, pueden ser llamadas de atención que el Señor nos dirige en este momento a través de su palabra.
    Dios nunca pasa de largo; pulsa respetuosamente a la puerta, y “si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20). ¡Abrámosle, acojámosle y, seguramente, que su presencia provocará en nosotros una transformación como la de Zaqueo.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- Mi lectura de la vida, ¿es una lectura esperanzada?
.- ¿Con qué pasión me entrego a “la tarea de la fe?
.-  ¿Acepto en mi vida la mirada de Jesús?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, Franciscano-Capuchino.

sábado, 19 de octubre de 2019

¡FELIZ DOMINGO! 29º DEL TIEMPO ORDINARIO


  SAN LUCAS 18,1-8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”; por algún tiempo se negó; pero después se dijo: “Aunque no temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara”.
Y el Señor respondió: Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?
                            ***             ***             ***
Consciente de que la inconstancia es uno de los peligros de la oración, Jesús invita a la perseverancia en la misma. La parábola quiere mostrar que si la perseverancia puede cambiar el corazón de un hombre “neutro”, sin sensibilidad religiosa y humana, cuánto más alcanzará al corazón misericordioso de Dios. Pero, ¿a Dios hay que informarle? No. “No ha llegado la palabra a mis labios y ya, Señor, te la sabes toda” (Sal 139,4). ¿Entonces? No oramos para activar la memoria de Dios, sino la propia. Orar nos recuerda temas fundamentales: que somos hijos de Dios y que él es nuestro Padre. Jesús nos anima a orar como hijos de Dios y con la temática de los hijos de Dios, que él resumió en el Padrenuestro.
REFLEXIÓN PASTORAL

   Dos son los núcleos en los que insisten los textos bíblicos de este domingo: en la importancia de la oración o, mejor, de la perseverancia en la oración. Porque no se trata de algo intermitente ni discontinuo, sino de perseverar en ella como Moisés (1ª lectura) o como la viuda del evangelio. Y en la importancia del estudio y proclamación de la Palabra de Dios (2ª lectura). Dos elementos esenciales: estudio-anuncio de la Palabra de Dios y oración.
   “La Palabra de Dios no está encadena” (2 Tm 2,9), pero no por falta de intentos. Son muchas las tácticas para acallar, para encadenar la Palabra de Dios: unas violentas y represivas, otras más sutiles y camufladas.
  Hay quienes la impugnan frontalmente; quienes la tergiversan y manipulan, sirviéndose de ella mientras da cobertura a sus intereses; quienes la dan por no dicha…., y quienes culpablemente la ignoran.
   Pretenden silenciarla sus enemigos, pero, y esto es lo más grave, la silenciamos los propios creyentes. Encadenamos la Palabra de Dios con nuestras rutinas, con nuestra falta de compromiso, con nuestro desconocimiento de la misma. La amordazamos con nuestros silencios y evasiones culpables…
   Cargado de cadenas por su predicación del Evangelio (2 Tm 2,9; Flp 1,13), san Pablo proclama que el Evangelio no está encadenado, que a la Palabra de Dios no le paralizan las dificultades, las cadenas…; solo la superficialidad, la rutina son paralizadoras.
  La Palabra de Dios, más bien, es desencadenante, pone en marcha procesos de renovación, de liberación personal y comunitaria. Los testimonios más antiguos de la historia bíblica nos presentan con gran fuerza y plasticidad esta dimensión liberadora y salvadora de la Palabra de Dios, rompedora de esclavitudes y miedos congénitos o impuestos…
   En nuestra vida personal y comunitaria deberíamos conceder mayor espacio, tiempo y credibilidad a la Palabra de Dios; así se ampliarían también los espacios de nuestra libertad, porque, inspirada por Dios e inspiradora de Dios, es una palabra pedagógica: “útil para enseñar, corregir, educar”.
Investigad las Escrituras, dijo Jesús, ellas dan testimonio de mí” (Jn 5,39). Estudiar la Palabra de Dios es un paso imprescindible para conocerla, amarla, orarla y actuarla. No podemos concederle un espacio devocional o marginal, sino un espacio vital y eso significa, entre otras cosas, abrir el Evangelio en todos los momentos de la vida y abrirse al Evangelio en todas las situaciones de la vida.
     Sin olvidar el segundo aspecto: la oración perseverante. Dios siempre escucha, pero lo hace a su manera y a su tiempo. La oración cristiana no tiende a cambiar el plan de Dios, sino a conocerlo y a cumplirlo. Pero sigue en pie la pregunta de Jesús: ¿existirá en la oración ese componente de fe, sin el cual la oración es imposible?
   La celebración del DOMUND en este domingo aparece un año más como una llamada a nuestra conciencia cristiana para “orar al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,38) y para desde el conocimiento y amor por la Palabra de Dios “tomar parte en las duras tareas del evangelio” (II Tm 1,8).
 
REFLEXIÓN PERSONAL
 
.- ¿Qué conocimiento tengo de la palabra de Dios? ¿La leo asiduamente?
.- ¿Qué compromisos trae a mi vida la celebración del DOMUND?
.- ¿Soy perseverante en la oración?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano-capuchino.