"En aquel
tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento…, escupió en
la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y
le dijo: Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).
Él fue, se lavó y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: ¿No es ése el que se sentaba a pedir? Unos decían: No es él, pero se le parece. El respondía: Soy yo…
Llevaron ante
los fariseos al que había sido ciego. (Era sábado el día que Jesús hizo
barro y se le abrió los ojos) También los fariseos le preguntaban cómo
había adquirido la vista. Él les contestó: Me puso barro en los ojos, me
lavó y veo.
Algunos de los
fariseos comentaban: Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el
sábado. Otros replicaban: ¿Cómo puede un pecador hacer semejantes
signos? Y estaban divididos. Y
volvieron a preguntarle al ciego: Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto
los ojos? Él contestó: Que es un profeta…
Le replicaron: Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros? Y
lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le
dijo: ¿Crees tú en el Hijo del Hombre? El contestó: ¿Y quién es, Señor,
para que crea en él?
Jesús le dijo: Lo estás viendo: el que te está hablando ése es.
Él le dijo: Creo, Señor. Y se postró ante él."
*** *** ***
Jesús es la Luz
que brilla en la oscuridad (cf. Jn 1,5; 8,12). El texto evangélico está
construido con elementos múltiples y teológicamente densos. Hay una
comprensión nueva de las limitaciones humanas -la ceguera-; aparece el
enfrentamiento entre la Luz y las tinieblas, personificadas en Jesús y
los dirigentes religiosos; existe una clara simbología bautismal (la
piscina de Siloé evoca la fuente bautismal, la pregunta de Jesús –“¿Crees en el Hijo del Hombre?”- y la respuesta del ciego –“Creo, Señor”- recuerdan las preguntas bautismales…)…
Jesús produce
un doble efecto: es Luz para los que reconocen su oscuridad, la
necesidad que tienen de ser iluminados; es oscuridad para los que creen
bastarse a sí mismos para aclararlo todo, incluso el misterio de su
propia oscuridad. Los ciegos comienzan a ver, los que creen ver se
quedan cegados. La luz es la gran oferta de Dios en Jesucristo, pero esa
luz se expone, no se impone.
REFLEXIÓN PASTORAL
Junto al pozo de Sicar, Jesús se reveló como el agua viva. Hoy se nos presenta bajo otra imagen, también fundamental: la luz (Jn 8,12).
Nosotros estamos un tanto incapacitados para vibrar ante estas imágenes.
Casi desconocemos el hecho de la sed física -saturados de marcas de
bebidas-, y respecto de la luz puede que ocurra lo mismo: basta apretar
un botón y la luz se hace en torno nuestro…
Pero hay ciertos tipos de sed y ciertas oscuridades y penumbras de la
vida que no se sacian con cualquier agua ni se disipan con cualquier
luz. Solo Jesús es el agua viva y la luz capaz de alcanzar esas zonas de
la existencia. Y si el agua se hizo sed para suscitar la
sed de aquella mujer, hoy la luz brilla en un ciego de nacimiento. Agua
y sed, luz y tiniebla, esa es la relación de Jesús con nosotros.
Y comienza el proceso clarificador e iluminador de Jesús deshaciendo un
maleficio que durante mucho tiempo se esgrimió contra los
“desgraciados”, la identificación desgracia y pecado. “¿Quién pecó éste o sus padres para que naciera así?” (Jn 9,2).
El sufrimiento humano no es reprobación ni lejanía de Dios. En la cruz
de Cristo, y en toda cruz, Dios se revela particularmente como Enmanuel.
“Ni pecó este ni sus padres, sino para que se manifieste en él la obra de Dios”
(Jn 9,3). El dolor humano es un misterio con muchos responsables; solo
uno no es responsable, aunque no sea ajeno a él, Dios. Jesús vino a
abrir los ojos, también sobre esto.
Pero no fue un quehacer fácil: la curación de estos ciegos y cegados dejaba
en evidencia a sus guías, más interesados en seguir haciendo de guías
que en devolverles la vista para que pudieran caminar por sí mismos. El
Papa invita a enseñar a discernir, no a dar respuestas hechas. También,
es verdad, hay quienes prefieren ser guiados -a costa de seguir siendo
ciegos- a asumir los riesgos de hacer personalmente la propia andadura.
Ambas actitudes las descalifica Jesús.
Jesús vino a abrir los ojos del hombre para que viera por sus propios
ojos, pero vino, además, a dar profundidad y horizonte a su mirada. Vino
a que el hombre recuperara el punto de vista de Dios y su mirada, que
no es como la del hombre, “pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira al corazón” (1ª lectura). Y a que caminara por la vida luminosamente, como hijo de la Luz (2ª lectura).
Nuestra vista frecuentemente está cansada de ver siempre lo mismo. De
tanto mirar egoístamente para nosotros y lo nuestro, hemos terminado por
perder la justa perspectiva de la realidad; hemos terminado por no
saber mirar a Dios y a los otros o, lo que es peor aún, los hemos
confundido con nosotros mismos. Jesús nos enseña que para ver bien, hay
que purificar el corazón -“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8)-. Y él es la Luz que ilumina el corazón y la vida.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Brilla Jesús en mi vida? ¿Con qué intensidad?
.- ¿Cuál es mi punto de mira: La apariencia o el corazón?
.- ¿Aporto luz a la vida?
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