SAN LUCAS 1,1-4; 4, 12-21.
“Ilustre Teófilo: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos le alababan. Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desarrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”. Y, enrollando el libro, lo devolvió al que lo ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.”
UNA IGLESIA “DESCANSO DEL ALMA”
Hay en la Sagrada Escritura una serie de expresiones que la fe reconoce como equivalentes en el significado; algunas de esas expresiones las escuchamos en el salmo responsorial de hoy: “La palabra del Señor”, “la ley del Señor”, “el precepto del Señor”, “los mandatos del Señor”, “la norma del Señor”, “la voluntad del Señor”.
La fe intuye también que, al utilizar esas expresiones, lo que en realidad queremos nombrar es “el Señor”.
Sólo que al Señor no lo vemos, nadie lo ha visto jamás, y si queremos conocerlo, si queremos conocer su voluntad, sólo podremos hacerlo por medio de su palabra, de su ley, de su precepto, de sus mandatos, de su norma.
Esa sencilla constatación debiera llevar al centro de nuestra vida esas humildes mediaciones que nos acercan al misterio de Dios, a la voluntad del Señor.
Recuerda, Iglesia amada de Dios, cómo escucharon las palabras de la Ley los hijos de Israel: “Todo el pueblo estaba atento al libro de la ley”; cuando el sacerdote abrió el libro, “el pueblo entero se puso en pie”.
Escucharon las palabras del libro, y el pueblo entero “se inclinó y se postró rostro a tierra ante el Señor”. Fíjate y verás que hay una misteriosa relación entre el libro y el Señor: Escucharon las palabras del libro y se postraron ante el Señor.
No te extrañe, pues, que con el salmista vayas predicando del libro los que son predicados del Señor. Lo que dices del libro, lo entiendes del Señor; lo que dices del Señor, lo entiendes también del libro. Del libro y del Señor lo vas diciendo: es perfecto, es fiel, es recto, es puro, es verdadero, es justo.
Por eso, también de uno y otro confiesas: es descanso del alma, instruye al ignorante, alegra el corazón, da luz a los ojos…
Pero tú, Iglesia cuerpo de Cristo, con el libro y con el Señor tu Dios te encuentras en Cristo Jesús: él es imagen visible de Dios invisible, él es la Palabra de Dios hecha carne.
Si buscas luz, vas a Jesús. Si buscas alegría, vas a Jesús. Si buscas sabiduría, vas a Jesús. Si buscas consuelo y sosiego, vas a Jesús.
Jesús es la buena noticia de Dios para ti. Él es el evangelio para los pobres.
Y lo que él es para ti, lo que él es para los pobres, eso mismo estás llamada a ser tú para todos: luz para los ciegos, libertad para los oprimidos, perdón para los pecadores, evangelio para los pobres.
Hasta que pueda decirse de ti lo que se dice de Jesús, lo que se dice de la Palabra de Dios: que das luz a los ojos, que alegras el corazón, que instruyes al ignorante, que eres descanso del alma, que eres libertad para los oprimidos, que eres perdón para los pecadores.
Estás llamada a ser presencia de Dios entre los hombres, presencia real de Cristo Jesús entre los pobres.
Como la ley del Señor, también tú has de ser para todos “descanso del alma”.
Feliz domingo.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger
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