San Lucas 18, 9-14.
“En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo; solo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.”
Aprender a Dios
Afirmado o negado, todos tenemos un Dios, por no decir que cada uno tiene su Dios, cada uno lo representa a su manera, cada uno lo utiliza a su manera.
Se supone que cristiano es un hombre, una mujer, que han visto a Dios en Jesús de Nazaret, han creído en el Dios de Jesús de Nazaret, han reconocido en Jesús de Nazaret la verdad de Dios. Cristiano es un hombre, una mujer, que, por gracia, han reconocido en Jesús de Nazaret a la Palabra de Dios hecha carne, al Unigénito que el amor del Padre nos dio, y en Jesús de Nazaret, han acogido la plenitud de la revelación de Dios, pues como escribió San Juan de la Cruz, Dios, “en darnos, como nos dio, a su Hijo –que es una Palabra suya, que no tiene otra-, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar”.
Un cristiano, si quiere saber de Dios, ha de mirar a Jesús, ha de aprenderlo en Jesús.
El Dios de Jesús no es parcial contra el pobre como acostumbran a serlo los dioses que imperan en nuestro mundo, dioses que levantan vallas y ahondan fosos para que los hambrientos no accedan al pan, dioses que desnudan a los pobres para vejarlos y por el gusto de hacerlos sufrir, dioses que disparan sobre los pobres para disuadirlos de la esperanza, dioses que legalizan el crimen para mantenerse en sus pedestales, dioses amigos de ritualismos y legalidades, dioses poderosos, armados, crueles, dioses políticos, dioses económicos, dioses religiosos.
El Dios de Jesús es justo y hace justicia, es justo y justifica, es justo y se diría que tiene querencia por los pobres, como si ellos fuesen los más necesitados de justicia. El sabio lo dijo así: “El Señor escucha las súplicas del oprimido, no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja… los gritos del pobre no descansan hasta alcanzar a Dios”; y en tu oración, te unirás hoy al salmista para confesar con él: “El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos”.
El Dios de Jesús es Dios de pobres, Dios de pecadores, Dios de ladrones y prostitutas, Dios de hombres y mujeres que no tienen otra salida más que Dios, Dios de hijos desharrapados que vuelven a casa porque tienen hambre, Dios de hombres y mujeres que se saben lejos de Dios, que añoran a Dios, que sólo pueden esperar a Dios de Dios… Dios de hambrientos de justicia, de hambrientos a quienes sólo Dios puede saciar, porque sólo Dios los puede justificar… Ésos son los misterios del reino que el Padre ha revelado a la gente sencilla:
Fuera del reino quedamos los satisfechos, los arrogantes, los inflados, los perfectos, los que a nosotros mismos nos vemos con derecho a presentarnos erguidos delante de Dios.
Fuera quedamos los justificados por nuestras obras, los que con ellas anulamos la cruz de Cristo, los que por ellas nos consideramos acreedores de Dios, hombres y mujeres de quienes Dios sólo sería deudor.
Y mientras un Papa pecador se desloma para llenar de hijos la casa del Padre, los fariseos exhibimos nuestras virtudes, nuestros méritos, nuestra ortodoxia, nuestra fidelidad a la ley, a la tradición, para mantener llena otra casa en la que, bajo pretexto de honrar a Dios, nos honramos a nosotros mismos.
Si buscas ser contado entre los sencillos que acogen los misterios del reino, mírate en Jesús, escucha su palabra, comulga con él, transfórmate en él; aprenderás humildad y pequeñez, aprenderás palabras que no descansan hasta alcanzar a Dios, aprenderás el camino que lleva al Padre, aprenderás a arrodillarte para servir a todos.
Mírate en Jesús y aprenderás a Dios.
Feliz domingo. Feliz comunión con Cristo Jesús.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger
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