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sábado, 31 de julio de 2010

UN CORAZÓN ENAMORADO DE CRISTO (V)




MUJER EUCARÍSTICA

Santa Clara se asoció inmediatamente al movimiento sobre el Culto eucarístico que San Francisco promovió siguiendo la voluntad del papa Honorio lll, y con gran celo se dedicaba a confeccionar corporales, purificadores y todo lo necesario para las iglesias pobres, para que el Cuerpo y Sangre del Señor estuvieran dignamente tratados.
Cuando se preparaba para la Comunión no podía ocultar la emoción y las lágrimas, acercándose estremecida a Aquel por quien suspiraba su corazón.
Santa Clara es un modelo acabado de alma eucarística. Solamente contemplando su imagen ya nos habla de la Eucaristía, ahí la tiene presente en sus manos. Cristo Sacramentado es para Santa Clara y sus hijas como para los discípulos de Emaús: palabra que inflama su corazón; compañía y consuelo en sus tribulaciones; invitación y alimento sustancial para el camino. Ella tiene siempre clara su misión de sostener y edificar la Iglesia de Cristo: poner en la presencia del Señor Sacramentado cada día los momentos felices o atormentados de su historia. Y así con su confianza ilimitada en Jesús Eucaristía, se comprobó la eficacia de su oración en algunos sucesos memorables que se refieren en su vida.
Cuando el emperador Federico ll asolaba Italia con las tropas sarracenas, en una ocasión cayeron sobre los muros de San Damián, intentando saquear el sagrado recinto. Tiemblan las Damas Pobres ante tan terrible peligro y llegan hasta la Madre anegadas en llanto. Ella, aunque enferma se hace conducir hasta cerca de la puerta del refectorio y pide que le traigan la cajita de plata que contiene el Santísimo Sacramento de Nuestro Señor Jesucristo. Postrada en tierra, sumida en oración rogó con lágrimas diciendo:
“Señor, protege Tú a estas siervas tuyas, pues yo no puedo defenderlas en este trance”
Y una voz de maravillosa suavidad se dejó oír diciendo:
“Yo seré siempre vuestra custodia”.
“Mi Señor, -añadió Clara- protege también, si te place, a esta ciudad que nos sustenta por tu amor”.
Y Cristo a ella:
“Soportará molestias, mas será defendida por mi fortaleza”.
Entonces Santa Clara, levantando el rostro bañado en lágrimas conforta a las que lloran diciendo: “Hermanas e hijas mías, con seguridad os prevengo que no sufriréis nada malo; basta que confiéis en Cristo”.
Sin tardar más, de repente, el ejército sarraceno huye escapándose deprisa por los muros que habían escalado, sin causar el menor daño ni al convento ni a sus moradoras. Tal fue el milagro de la fe y del amor de Santa Clara.
El Papa Pablo Vl nos dijo así a las clarisas en una alocución: “Proteged hijas amadísimas a la Iglesia y sostened el Cuerpo de Cristo abrazando la Eucaristía, como lo hizo Santa Clara en su tiempo”. Precioso encargo que tenemos muy en cuenta todas sus hijas que sabemos el amor que tenía Santa Clara a la Iglesia, y con ese mismo amor ardentísimo permanecía en la presencia de Jesús Sacramentado en larga oración.
Así lo atestiguan las clarisas que convivieron con ella. Dicen que “cuando volvía de la presencia del Señor su rostro parecía más claro y más bello que el sol, y sus palabras transcendían una dulzura indecible al extremo que toda su vida parecía por completo celestial” (proceso de Canonización, lV, 4)

domingo, 25 de julio de 2010

SOLEMNIDAD DE SANTIAGO APÓSTOL (San Mateo 20, 20-28)



"En aquel tiempo se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. El le preguntó:
-- ¿Qué deseas?
Ella contestó:
-- Ordena que estos dos hijos míos se siente en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
Pero Jesús replicó:
-- No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?
Contestaron:
-- Lo somos.
El les dijo:
-- Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.
Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús reuniéndolos les dijo:
-- Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros; el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos."

DE LAS HOMILÍAS DE SAN JUAN CRISÓSTOMO, OBISPO, SOBRE EL EVANGELIO DE SAN MATEO

"Los hijos de Zebedeo apremian a Cristo, diciéndole: Ordena que se siente uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. ¿Qué les responde el Señor? Para hacerles ver que lo que piden no tiene nada de espiritual y que, si hubieran sabido lo que pedían, nunca se hubieran atrevido a hacerlo, les dice: No sabéis lo que pedís, es decir: "No sabéis cuán grande, cuán admirable, cuán superior a los mismos coros celestiales es esto que pedís." Luego añade: ¿Soís capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar? Es como si les dijera: "Vosotros me habláis de honores y de coronas, pero yo os hablo de luchas y fatigas. Éste no es tiempo de premios, ni es ahora cuando se ha de manifestar mi gloria; la vida presente es tiempo de muertes, de guerra y de peligro."
Pero fijémonos cómo la manera de interrogar del Señor equivale a una exhortación y a un aliciente. No dice: "¿Podéis soportar la muerte? ¿Soís capaces de derramar vuestra sangre?", sino que sus palabras son: ¿Soís capaces de beber el cáliz? " Y para animarlos a ellos, añade: Que yo he de beber; de este modo, la consideración de que se trata del mismo cáliz, que ha de beber el Señor había de estimularlos a una respuesta más generosa. Y a su pasión le da el nombre de "bautismo", para significar, con ello, que sus sufrimientos habían de ser causa de una gran purificación para todo el mundo. Ellos responden: Lo somos. El fervor de su espíritu les hace dar esta respuesta espontánea, sin saber bien lo que prometen, pero con la esperanza de que de este modo alcanzarán lo que desean.
¿Qué les dice entonces el Señor? El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizarán con el bautismo con que yo me voy a bautizar. Grandes son los bienes que les anuncia, esto es: "Seréis dignos del martirio y sufriréis lo mismo que yo, vuestra vida acabará con una muerte violenta, y así seréis partícipes de mi pasión. Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre." Después que ha levantado sus ánimos y ha provocado su magnanimidad, después que los ha hecho capaces de superar el sufrimiento, entonces es cuando corrige su petición.
Los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Ya véis cuán imperfectos eran todos, tanto aquellos que pretendían una precedencia sobre los otro diez, como también los otros diez que envidiaban a sus dos colegas. Pero -como ya dije en otro lugar- si nos fijamos en su conducta posterior, observamos que están ya libres de esta clase de aspiraciones. El mismo Juan, uno de los protagonistas de este episodio, cede siempre el primer lugar a Pedro, tanto en la predicación como en la realización de los milagros, como leemos en los Hechos de los apóstoles. En cuanto a Santiago, no vivió por mucho tiempo; ya desde el principio se dejó llevar de su gran vehemencia y, dejando a un lado toda aspiración humana, obtuvo bien pronto la gloria inefable del martirio."

sábado, 24 de julio de 2010

UN CORAZÓN ENAMORADO DE CRISTO (IV)



VIDA DE ORACIÓN Y RETIRO

Una hermosa mañana de primavera se presentó en el conventito de San Damián un mensajero. Era un fraile, fray Maseo, enviado por San Francisco con un recado urgente:
“Hermana carísima Clara: quiero que ores ante el Señor para que Él te haga saber qué es lo quiere de éste su pobre siervo: ¿Quiere el Señor que dedique mi vida a la oración y contemplación, que tanto me atrae, o quiere que predique de cuando en cuando a los hermanos?”
Francisco esperaba con gran ansiedad la respuesta de Clara. Ella se puso inmediatamente en oración y con toda atención escuchó la inspiración del Espíritu del Señor, que una vez conocida pudo comunicársela a Fray Maseo:
“Esto dice el Señor, para que se lo comuniques a Fray Francisco; que Dios le ha llamado a la predicación, y debe ejercitarla para que haga fruto y se salven muchas almas por él”.
Fray Maseo regresaba muy contento con la respuesta de Clara, que, por cierto, comprobó ser idéntica a la que antes había recogido de Fray Silvestre. Llegó al encuentro de Francisco, quien le dijo con gran interés:
- “Vayamos al bosque y allí recibiré de rodillas la respuesta de lo que me manda hacer mi Señor Jesucristo”.
Fray Maseo le explicó que la respuesta de Jesucristo bendito había sido la siguiente:
- “Es a saber: quiere que vayas a predicar el Evangelio, y lo enseñes por los pueblos y ciudades para la salvación de muchas gentes”.
Entonces Francisco, levantándose enfervorizado y enardecido por la virtud del Altísimo, dijo a Fray Maseo:
- “¡Vamos, pues, en nombre del Señor!”
Entre tanto, Clara ya había comprendido que su vida y la de las Hermanas, era una vida entregada a la oración, en unión esponsal con Cristo para la salvación del mundo. Así ella ayudaría a Francisco y sus Hermanos en la misión de extender el Reino de Dios en el mundo. Desde su vida escondida en San Damián, ofreciendo a Cristo sumamente amado, una alabanza continua y una intercesión constante por los intereses de su Señor; ella y sus hijas serían las lámparas encendidas, que jamás debían apagarse.
Su centro era siempre Cristo Jesús, escondido en el Sagrario con el que compartían su propia vida. Tenían que agradecer al Señor el gran privilegio de tener la Divina Eucaristía, algo que en el lejano siglo Xlll era apenas posible. Pero, en efecto, por algunos restos de monumentos y excavaciones antiguas, se ha podido comprobar que este pequeño convento de San Damián fue el primer Santuario eucarístico de Italia.
Clara es la gran adoradora de la Eucaristía, juntamente con sus Hermanas. Seguramente pondrían en práctica aquellas normas que se descubrieron en unos escritos antiguos del siglo Xll:
“Desde el despertar que vuestros pensamientos se dirijan a la Eucaristía conservada en el altar de la Iglesia, para adorarla de rodillas y vueltas hacia Ella diciendo:

“¡Salve, Principio de nuestra creación!
¡Salve, Causa de nuestro rescate!
¡Salve, Viático de nuestra peregrinación!
¡Salve, Recompensa suspirada y deseada!”

domingo, 18 de julio de 2010

DOMINGO DE BETANIA (San Lucas 10, 38-42)


"En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo:

-- Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.

Pero el Señor le contestó:

-- Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor y no se la quitarán."


Conocemos por el Evangelio, que estas hermanas, Marta y María (con su hermano Lázaro que no aparece en este relato), eran unos amigos íntimos de Jesús. Aquí, en Betania, encuentra siempre descanso seguro y una acogida sincera de verdadero cariño, que se deshace en atenciones de agasajo y finura para con Él. Jesús se encuentra feliz aquí, como si fuera su propia casa. Por eso será siempre el lugar de su refugio. Esto se desprende de la confianza con que trata con las dos hermanas, como podemos ver en este pasaje que comentamos ahora.

Postura de las hermanas.- Ha llegado el Señor y ambas hermanas se alegran muchísimo de tenerle en su casa y se disponen a atenderle con la mayor delicadeza.
Es comprensible que Marta como “ama de casa” se preocupe inmediatamente de preparar la comida y todo lo demás para que Jesús estuviera a gusto. Se revela como una mujer activa, incansable, que todo lo quiere tener enseguida hecho, guisar, preparar la mesa, la vajilla, limpiar…
La postura de María es también comprensible. Al llegar el Divino Huésped, no quiere dejarle solo y se sienta a sus pies para escucharle. Cautivada por el encanto de su palabra así permanece, sin darse cuenta siquiera de que su hermana pudiera necesitarla.
María es el prototipo del alma contemplativa, ocupada totalmente de la vida del espíritu: admira profundamente a Jesús, y absorta en el amor le rinde su homenaje de adoración y de gratitud y alabanza. El amor es la clave de su vida. Vive de amor y para el amor. Hay un hondo lirismo en su actitud, transido de paz y de silencio. Ella tiene una mirada clarividente y contempla más allá de los ojos brillantes del Maestro al Dios del Amor. Y así escucha su palabra de vida, la bebe con fruición como de un manantial inagotable.
Está ahí, a los pies de Jesús, fija e inmóvil, embriagada de gozo, sin que nadie la pueda apartar de Aquél a quien ama.

La enseñanza del Maestro.- Marta afanada como estaba en el trabajo, no comprende la actitud de su hermana, sentada, “sin hacer nada” y se lo dice a Jesús sin más reparos: “Dile, pues, que me eche una mano”.
Jesús responde a Marta con una enseñanza sapientísima en la que podemos observar dos partes: una advertencia a Marta y una alabanza a María.
El Divino Maestro no le reprocha a Marta su ocupación en el servicio de la casa, que ciertamente también le agrada. Lo que le reprocha es su excesiva preocupación, su demasiada inquietud y nerviosismo, que le han quitado la paz y le ha puesto hasta de mal humor contra su hermana. Por eso le advierte que está ocupada en “muchas cosas”, mientras una sola es necesaria.
En efecto, todos los asuntos, preocupaciones y trabajos de este mundo, aunque queridos por Dios, se acabarán, se pasarán. Y así, no hay que entregarse a ellos como si fuera lo definitivo. Sólo una cosa es necesaria por la cual es lícito afanarse: la búsqueda del bien espiritual, del amor de Dios, y la escucha de su Palabra, que es lo que nunca pasará, pues se ha de prolongar por toda la eternidad.
Y es lo que está haciendo María.
Jesús, lejos de reprender a María, alaba su postura de quietud y de silencio. Ella “ha escogido la mejor parte y no se la quitarán”, pues está preludiando en la tierra lo que se hará eternamente en el cielo.
Así fue como Jesús dejó bien clara la misión de la vida contemplativa en la Iglesia, y su excelencia y fecundidad.

sábado, 17 de julio de 2010

UN CORAZÓN ENAMORADO DE CRISTO (III)



NUEVA FORMA DE VIDA EN POBREZA Y HUMILDAD
Habíamos dejado a Clara instalada en el pobrecillo conventillo de San Damián con sus numerosas hermanas. Francisco las había dado unas normas evangélicas para su vida y así vivían alegres, confiadas plenamente en la Divina Providencia que no las faltaba jamás. Vivían una experiencia de fe muy confortadora.
Todas ellas han encontrado el atractivo supremo en Aquel que sabe cautivar los corazones generosos y llenos de ideales: ¡Cristo-Jesús!, que era el Centro de su vida.
Así con Clara y su grupo de almas orantes, se había dado origen a una nueva forma de vida en la Iglesia: la Orden de las “Hermanas Pobres”, rama femenina del reciente franciscanismo.
Clara es la que anima aquel plantel escogido. Ella con sus enseñanzas trata de que no decaiga nunca el espíritu seráfico que reina entre las hermanas.
El ejemplo y la doctrina de Francisco es para ellas como una senda viva que deben seguir, lo mismo en la pobreza que en las demás virtudes.
Y para que este modo de vivir en pobreza y humildad nunca se les arrebatara, Clara se había apresurado a pedir al Papa Inocencio lll el “Privilegio de la Pobreza”, es decir, que jamás pudieran ser obligadas a tener posesiones. Más tarde pudo obtener del Papa Gregorio lX la “confirmación” de dicho “Privilegio”, firmado en 1228.
Ella instruye a sus Hermanas en lo que se refiere a esta altísima pobreza evangélica:
- Observad que hay que poner constantemente la mirada contemplativa en Cristo Crucificado, cuyo anonadamiento en la Cruz, debe llenarnos de asombro. Es un vaciamiento y una expropiación que dejará nuestro corazón plenamente disponible para llenarse de Dios, y Dios es la máxima grandeza, la máxima riqueza, pues Dios es la única plenitud.
“Es un gran negocio y loable, dejar lo temporal por lo eterno, ganar el cielo a costa de la tierra”.
Ya veis que esta es nuestra vivencia diaria. ¿No sentimos una gran confianza al escuchar al Divino Maestro aquella bellísima página evangélica (Mt 6, 26-34)?

“No os inquietéis por vuestra vida ni por vuestro cuerpo...Mirad cómo las aves del cielo no siembran ni siegan ni tienen graneros, y vuestro Padre Celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Mirad los lirios del campo cómo crecen: no se fatigan ni hilan. Yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos...
No os preocupéis, pues... bien sabe vuestro Padre Celestial que de todo eso tenéis necesidad...”

Con estas y otras exhortaciones parecidas, las Hermanas vivían ya lo que Santa Clara más tarde escribirá en su Regla: “Nada se apropien las hermanas, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna. Y como peregrinas y forasteras en este mundo, sirvan al Señor en pobreza y humildad..” (Cap. Vlll) .
Todas en pos de Clara se habían entregado con tal entusiasmo a Jesucristo en este género de vida, que aún las cosas más desagradables y odiosas, como son la pobreza, el trabajo, las tribulaciones, las ignominias, el desprecio del mundo, dice la misma santa, que las tenían por “grandes delicias”. ¡Qué desprendimiento tan admirable! Así podían repetir con su Padre San Francisco:
“¡Dios mío y todas mis cosas!”

Esta breve oración franciscana sintetiza admirablemente este ideal.

domingo, 11 de julio de 2010

DOMINGO DEL BUEN SAMARITANO (San Lucas 10, 25-37)




"En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:

-- Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?

Él le dijo:

-- ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?

Él letrado contestó:

-- Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.

Él le dijo:

-- Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.

Pero el letrado, queriendo aparecer como justo, preguntó a Jesús:

-- ¿Y quién es mi prójimo?

Jesús dijo:

-- Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: "Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta." ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?

Él contestó:

-- El que practicó la misericordia con él.

Díjole Jesús:

-- Anda, haz tú lo mismo"

1.- LEE / ESCUCHA: ¿QUÉ TE DICE EL TEXTO?
Un maestro de la Ley plantea una pregunta importante a Jesús; se refiere a la vida eterna y al camino para llegar a ella, aunque le mueve la intención de ponerle una trampa. Jesús le contesta con la parábola del Buen Samaritano, en la que enseña tres cosas:
1.- que el prójimo es cualquier miembro de la humanidad; 2.- que esto lo comprende hasta un samaritano (al que los judíos no consideraban ni siquiera como un prójimo) y 3.- que la pregunta ha de hacerse en dirección opuesta, no quien me es prójimo sino quién se hace prójimo.

2.- MEDITA / ASIMILA: ¿QUÉ TE DICE HOY LA PALABRA?
Que tengo que acercarme a la persona necesitada, de cariño, de tiempo, de comprensión, de escucha, de ayuda, de una palabra de ánimo, de una sonrisa... y como el Buen Samaritano no reparar en los cuidados ni en los "gastos".

3.- ORA / CONTEMPLA: ¿QUÉ LE DICES AL SEÑOR CON LA PALABRA?
Perdóname Señor Jesús por las veces que como el levita o el sacerdote, he pasado de largo o he dado un rodeo para no encontrarme con el necesitado de amor, de cercanía, de vestido... con tantos heridos como encontramos en el camino de la vida.
Enséñame a hacerme prójimo de todos los hombres que encuentre en mi peregrinar hacia la Patria eterna, para que a través de nuestra misericordia te descubran a Ti, el Buen Samaritano por excelencia, que eres el único que de verdad puede descubrir nuestra desnudez, sanar nuestras heridas, ungirnos con el aceite del don de tu Espíritu y embriagarnos con el vino nuevo que nos preparas cada día en la Eucaristía.

4.- PON EN PRÁCTICA / ANUNCIA: ¿QUÉ HACER CON LA PALABRA?
"Ser manos y corazón de Dios" para con todos los hermanos, como dicen nuestras Constituciones, pues ningún sufrimiento tanto físico como moral, nos es ajeno, ya que los sufrimientos y las alegrías de todos los hombres son sufrimientos y alegrías que llevamos en el corazón.

sábado, 10 de julio de 2010

UN CORAZÓN ENAMORADO DE CRISTO (II)


Por entonces apareció un joven en Asís, llamando la atención por su cambio radical de vida. De ser un alegre trasnochador mientras se divertía con sus amigos, cantando canciones caballerescas en torno a las ventanas de las damas de Asís, se trocó en un pobre pordiosero, que la gente creía y tenía por loco. Su padre, un rico comerciante de Asís le había echado de casa por su extraño comportamiento. Pero su madre, una dulce madonna de origen provenzal, cuidaba clandestinamente cuanto podía, de su hijo. El joven Francisco había de convertirse muy pronto en un fervoroso penitente acogido por su obispo, Monseñor Guido de Asís, y bendecido por la Iglesia.
La jovencita Clara conoció este cambio de Francisco, su conciudadano, y le admiró profundamente. Tuvo entrevistas espirituales con él y entendió que debía seguir ella esa misma vida. Jesús la llamaba, se había enamorado de Cristo y fascinada por Él quería seguirle sin demora.
Llegó el Domingo de Ramos de 1212, 18 de Marzo. Clara asiste a la Misa del Obispo de Asís adornada con sus mejores galas. Ella ora fervorosamente y queda absorta en su oración. Cuando distribuyen los ramos, viendo el señor Obispo que ella no acude a recogerlo, él mismo se acerca a ella para ponerlo en sus manos. Clara agradece mucho tal gesto. Su emoción era muy grande, pues este es el día elegido por ella para dar un paso decisivo, muy valiente por cierto, pues su familia de ningún modo hubiera permitido que realizase tal decisión. ¿Cómo habría de permitirlo la noble estirpe del caballero Favarone y la señora Hortolana de Offreducci, sus padres?
Porque la decisión de Clara era seguir a Jesucristo según el modo de vida en pobreza total, que antes había adoptado el joven Francisco y sus seguidores, lo cual les habría de parecer a todos una locura.
Por ese motivo lo ocultó a todos. Y aquella noche Clara, ricamente engalanada salió secretamente de su castillo acompañada de una amiga íntima; y se dirigió hacia una iglesita llamada La Porciúncula, donde tenían su residencia Francisco y sus frailes. Estos salen a recibirla con antorchas ardientes y ella, en presencia de Francisco y los hermanos se despoja de sus galas y, cortados sus preciosos cabellos rubios, se viste de un burdo sayal.
Francisco después la confió al cercano convento de San Pablo y luego al del Santo Ángel. Sin embargo la vocación de Clara era muy distinta. Y así el santo, tan pronto como pudo la condujo al conventito de San Damián, cuya iglesia derruida había restaurado él mismo, en los tiempos de su propia conversión. En este convento sumamente pobre permanecería Clara y numerosas jóvenes de la nobleza de Asís y demás clases sociales, que siguieron su modo de vida atraídas por su ejemplo y enamoradas de Jesucristo, entre las cuales se encontraba su hermanita Inés.
Cuando Inés huyó de su casa secretamente para unirse a su querida hermana Clara, el caballero Monaldo (tío de las hermanas) con un grupo de caballeros militares asaltó el convento donde aún permanecían, antes de instalarse en San Damián. Apoderándose de Inés, los caballeros la llevaban hacia fuera para devolverla a su castillo, pero hubo un momento en que la niña se hizo tan pesada que no eran capaces entre todos, de moverla de aquel lugar. Su tío Monaldo, muy irritado, quiso descargar un golpe sobre su sobrina, pero el brazo quedó levantado sin poder lograr su intento. Él entonces, rendido por el milagro, pidió perdón y todos se retiraron inmediatamente de aquel lugar, vencidos y avergonzados, sin volver a molestar a las jóvenes para nada.
Clara abrazó a su querida hermana entre lágrimas de emoción y de ternura y la condujo al oratorio para poder ambas, dar gracias al Señor.

sábado, 3 de julio de 2010

UN CORAZÓN ENAMORADO DE CRISTO (I)



¿SABES QUIÉN FUE SANTA CLARA?
Seguramente habéis oído hablar mucho de S. Francisco de Asís, pero menos, mucho menos de Santa Clara. Nosotras que somos hijas de tan insigne madre y seguidoras de su preciosa espiritualidad queremos con este motivo de nuestro centenario daros a conocer a esta mujer excepcional. A pesar de haber pasado ocho siglos de su paso por la tierra, dejó tal rastro de sus huellas y tal atractivo en su vida que ha podido llegar hasta nuestros días con nombres tan sugerentes como “mujer nueva”, “icono de la Virgen María”, a quien siguió tan de cerca que pudo llegar a ser como una imagen de la Virgen por sus virtudes excelsas, derivadas todas de la altísima pobreza que practicó heroicamente, siguiendo a Cristo desde el pesebre hasta la Cruz. Santa Clara podía decir como San Francisco:

“Conozco a Cristo pobre y crucificado, y no necesito nada más”

“Dios mío y todas mis cosas”.

Nació en el año 1193. Fue aristocrática desde la cuna, de un nobilísimo linaje, cuyo castillo de caballeros militares abundaba en bienes de fortuna.
Su madre, Hortolana era una mujer de profunda piedad que, cuando esperaba a su primogénita, estando en oración, tuvo una revelación sobrenatural oyendo las siguientes palabras: “No temas, mujer, porque alumbrarás felizmente una luz que iluminará el mundo”.

Tras haber oído este oráculo tan consolador, Doña Hortolana no dudó en poner a su primera hijita un nombre luminoso que hacía referencia al destino que se le había anunciado. En efecto: Clara, santa Clara ha llenado los siglos con su mensaje de luz y sigue, después de 8 siglos con los mismos fulgores, gracias a la obra de sus hijas, las Clarisas, extendidas por el mundo entero.
Los primeros años de la vida de Clara transcurren en un ambiente de guerra y de inquietud. El feudalismo decadente sustentado por los nobles empezaba a dar paso a una nueva sociedad en que la nobleza ya no tenía la fuerza de los pasados siglos. La burguesía rica que ejercía el comercio y todo tipo de negocios empezaba a tener una gran preponderancia. Así había frecuentes enfrentamientos entre dichas clases sociales.
Corría el año 1200 cuando sucedió una guerra entre el pueblo o burguesía y los nobles de Asís. A estos les obligaron a refugiarse en Perusa.
La familia de Clara tuvo que sufrir este destierro. Cuando vuelve a su castillo de Asís, Clara tiene unos doce años. Es una niña rubia, preciosa y llena de virtudes. Había sido exquisitamente educada por su madre, Doña Hortolana, según su rango y condición. Ella fue siempre una niña muy inclinada a la piedad, a favorecer a los pobres y hacer el bien cuanto podía. Era muy inteligente y aprendió perfectamente a leer y escribir, cosa completamente inusual entre las mujeres de la Edad Media.
Su carácter reúne todas las cualidades de una persona amable y atrayente: es buena, comprensiva, llena de piedad, alegre y agradable con todos, serena y delicada a la vez que firme y fiel en sus propósitos referentes a su entrega a Dios y a su divina voluntad. Así cuando a su tiempo se le propuso el matrimonio, lo rehusó desde luego, pues tenía ya el proyecto de ser toda de Cristo, todo su corazón era de Él.
Su madre se complacía al ver los progresos de su hija en todos los aspectos...