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domingo, 29 de agosto de 2010

DOMINGO XXII (San Lucas 14, 1. 7-14)



"Un sábado entro Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso este ejemplo:

- Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: "Cede el puesto a éste." Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que cuando venga el que te convidó, te diga: "Amigo, sube más arriba." Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido.

Y dijo al que le había invitado:

- Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten a los justos".



HAZTE PEQUEÑO:

“Procede con humildad… hazte pequeño… porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes”.
Si no quiero que las palabras de la revelación se me queden vacías de sentido y ajenas a la vida, he de ponerlas bajo la luz de la Palabra hecha carne, pues en ella –en Cristo Jesús- se encuentran cumplidas todas las palabras que de ella han hablado, y que la comunidad de fe ha escuchado, creído, confesado y vivido.
“Procede con humildad”, dice el Eclesiástico. Y la fe, puesta la mirada en el espejo de la anunciación, aprende a imitar en la vida lo que se le concede contemplar en el misterio. Allí es humilde el lugar designado, la doncella escogida, el mensaje entregado, la respuesta confiada. Allí es humilde el misterio revelado, pues Dios con ser Dios, es engendrado, gestado y nutrido, y todo ha de recibir de una doncella quien sustenta en el ser a todo el universo.
“Procede con humildad”, nos pide la sabiduría. Y la fe, necesitada de ver para saber, vuelve la mirada contemplativa al misterio del nacimiento del Hijo de Dios. Considera y admira lo que allí se ve: El que ha asignado lugar a las órbitas de toda la materia, no encontró lugar para él en la posada. A la humildad del silencio en el claustro virginal, se añade ahora la humildad del parto, la humildad del llanto, la humildad del alimento suplicado por quien es el pan de todos los hambrientos. En el misterio de aquel nacimiento has visto a Dios tan cercano y tan pequeño –tan humilde-, que los pecadores pueden darse prisa en encontrarlo, y pueden llevarlo en brazos los ancianos.
“Procede con humildad”, dice el Señor. Y la fe se arrodilla a la sombra de la cruz de Cristo para contemplar el misterio que allí se consuma: “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.
“Hazte pequeño”, como un resto que los poderosos olvidan con desprecio, como un último del que nadie tiene envidia, como un pan de eucaristía destinado a ser partido y repartido.
“Hazte pequeño”, como quien sirve, como quien bendice, como quien acaricia, como quien se arrodilla para lavar pies y vendar heridas.
“Hazte pequeño”, como quien cree, como quien espera, como quien ama, como quien abraza, como quien perdona, como quien sonríe.
“Hazte pequeño”, como un niño, como Dios.
La llave del futuro para la tierra y el hombre la tienen en sus manos los pequeños.
“Hazte pequeño”.
Feliz domingo.


+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

domingo, 22 de agosto de 2010

DOMINGO XXI (San Lucas 13, 22-30)



"En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando. Uno le preguntó:

--Señor, ¿serán pocos los que se salven?

Jesús les dijo:

--Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: "Señor, ábrenos” y él os replicará: "No sé quienes sois”. Entonces comenzareis a decir: "Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas". Pero él os replicará: "No sé quienes sois. Alejaos de mi malvados". Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y todos los profetas en el Reino de Dios y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrá de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos."



“¡VENDRÁN PORQUE LOS ATRAERÉ!”

Lo había dicho el Señor por medio del profeta: “Yo vendré para reunir a las naciones”. Y añadió: “Vendrán para ver mi gloria”.
Hoy has oído que Jesús decía en el evangelio: “Vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios”. Lo dice el mismo que, entrando en la hora del juicio contra el mundo, en su hora, proclamará: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”.
Vendré –dice el Señor-, para que vengan. Los “atraeré” y “vendrán”.
Considera quién es el que atrae. Es Cristo Jesús “elevado sobre la tierra”, elevado en la cruz, elevado a su gloria.
Considera cómo atrae con palabras de perdón a quienes lo crucifican; cómo atrae al centurión a que confiese, por lo que ha visto, la inocencia de aquel ajusticiado; cómo atrae a un malhechor, ajusticiado con él, a la verdad y al paraíso.
No te atrae el espectáculo cruel, sino el portento admirable. No te acercas a una zarza devorada por el fuego, sino al hombre Cristo Jesús que en el fuego de la divinidad arde sin consumirse.
Elevado sobre la tierra, te atrae el Señor con lazos humanos, con cuerdas de cariño, como un padre que llama a su hijo, y todo él –manos, mirada y palabra- se hace confesión de amor para que el hijo eche a andar y dé su primer paso hacia la libertad.
Elevado en la cruz, te atrae Cristo Jesús como atrae la salvación, como atrae la vida, como atrae la paz, como atrae la justicia…
Elevado a su gloria, te atrae el esposo, como atrae el perfume, como atrae el amor: “¡Que me bese con los besos de su boca! Mejores son que el vino tus amores; exquisitos de aspirar tus perfumes; tu nombre, un ungüento que se vierte”.
¡Elevado, te atrae! Escucha la palabra con que él ilumina el misterio de su glorificación y de tu eucaristía, de su cruz y de tu misa: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros… Éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna… derramada por vosotros.” Escucha y aprenderás cómo te atrae: como quien se entrega, como quien te ama, como quien se pierde por ti, como un pan partido para saciar tu hambre, como una copa de alegría preparada para apagar tu tristeza.
¡Elevado, te atrae! En la cruz, en el altar, te atrae el que te ama.
Feliz domingo.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

Quizá necesitemos hacer nuestra esta oración de Unamuno

"Agranda la puerta, Padre,
porque no puedo pasar.
La hiciste para los ninos;
yo he crecido, a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta
achicame, por piedad.
Vuelveme a la edad aquella
en que vivir era sonar."

UN CORAZÓN ENAMORADO DE CRISTO (XII)



EPÍLOGO
Santa Clara sigue brillando en la Iglesia como una estrella de inmensa magnitud. Su Orden es la más numerosa y extendida en el mundo.
Es patrona de la televisión; patrona de los navegantes y pasajeros en los mares tenebrosos; protectora en los peligros y asaltos injustos, pues ella libró su monasterio y su ciudad del cerco de las tropas sarracenas solamente con su oración y su fe en la Eucaristía, por cuyo hecho prodigioso es también patrona del Culto Eucarístico.
Tenemos así en Santa Clara el testimonio más elocuente de amor a Jesucristo Sacramentado, y una intercesora poderosa ante el Señor en todas las necesidades de la vida.
Los ideales de Santa Clara siguen vivos en sus hijas, que tratan de ser un reflejo, una continuación de todas aquellas cualidades que adornaron a esta gran mujer.
En nuestra oración constante queremos ser en efecto, una luz, una ayuda, una esperanza para todos los hombres. El amor seráfico de Santa Clara a Cristo vive aún en nuestra época en miles de corazones, como un amor nuevo, joven, ilusionado y lleno de vida. Es el amor que no pasa nunca, porque Cristo es inmortal, y en Él lo prolongaremos con Santa Clara todas sus seguidoras en una eternidad feliz.

domingo, 8 de agosto de 2010

LA NOCHE ES TIEMPO DE SALVACIÓN (Domingo XIX. San Lucas 12, 32-48)



"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

--No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes, y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas: vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle, apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en vela: os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y si llega entre la noche o de madrugada, y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del Hombre.

Pedro le preguntó:

--Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?

El Señor respondió:

--¿Quién es el administrador fiel y solicito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dicho el criado a quien su amo al llegar lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: 'Mi amo tarda en llegar', y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándole a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra, recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá: al que mucho se le confió, más se le exigirá"



"La palabra del Señor proclamada en la liturgia eucarística de este domingo remite de varias maneras a «la noche» como tiempo de realización de las promesas divinas, tiempo de salvación para los inocentes, tiempo de gloria para los elegidos, tiempo de gracia para que los fieles del Señor esperen en vela su llegada, la llegada de la misericordia, la llegada de la liberación.
La noche de la salvación es una noche habitada por hombres y mujeres de fe, hombres y mujeres que se han puesto en camino porque Dios los ha llamado, y saben que su Dios es un Dios fiel.
En la noche de la salvación sólo hallaremos pobres con esperanza, hombres y mujeres que han conocido con certeza la promesa de su Señor.
En la noche de la salvación Dios ha puesto su palabra, su promesa, su fidelidad, su lealtad. Y el hombre se mueve en esa noche iluminado por la fe, animado por la esperanza, apoyado en el amor de su Señor, que es para sus fieles auxilio y escudo.
Así, en la noche, en la fe, que es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve, obedeció Abrahán a la llamada del Señor y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Abrahán se hizo peregrino en la noche, porque la fe en su Dios le dio la certeza de que llegaría un día en que él, Abrahán, anciano y sin descendencia, ya no sería capaz de contar el número de sus hijos, como ahora, en la noche, no era capaz de contar el número de las estrellas.
Así, en la noche, en la fe, que es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve, velaron los hijos de Israel, aguardando el paso del Señor; velaron con la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano. Porque creyeron, velaron; porque creyeron, rociaron con sangre las jambas y el dintel de la casa; porque creyeron, comieron a toda prisa la pascua del Señor; porque conocieron con certeza la promesa de que se fiaban, pasaron de la esclavitud a la libertad.
Así, en la noche, en la fe, que es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve, veló y obedeció Cristo Jesús; porque creyó, él se entregó en su noche a la voluntad del Padre para beber el cáliz; porque esperó, él se entregó libremente a su pasión, para destruir la muerte y manifestar la resurrección; porque creyó y esperó y amó, él se entregó con el perdón a los que lo crucificaban, y con infinita misericordia a todos los que con su sangre él redimía. Porque creyó, esperó y amó, Cristo Jesús entregó su vida en las manos del Padre, y a nosotros nos entregó su Espíritu para que fuésemos hijos según el corazón de Dios.
Así, en la noche, en la fe, que es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve, han de velar los discípulos de Jesús. Los discípulos velarán sin temor en la noche, porque esperan el día en que se manifestará el Reino que el Padre les ha dado. Los discípulos velarán en la noche, ceñida la cintura y encendidas las lámparas, esperando la última Pascua, la venida del Hijo del Hombre, la liberación definitiva de los hijos de Dios.
Queridos, hemos considerado hasta aquí algo de lo que la palabra de Dios nos dice acerca de la noche como tiempo de salvación; pero no hemos dicho nada de nuestra Eucaristía ni de nuestra asamblea.
La Eucaristía de la comunidad cristiana es realización verdadera de la palabra de Dios que hemos escuchado.
A la Eucaristía, como a los caminos de la noche de la salvación, vienen los pobres que esperan el Reino de Dios, los oprimidos que esperan justicia, los pacíficos que esperan la manifestación de los hijos de Dios. En verdad, este tiempo de gracia de nuestra Eucaristía se halla habitado por pobres con esperanza.
En este tiempo de gracia, el Señor hace brillar delante de su pueblo la luz de Cristo resucitado, columna de fuego divino que acompaña en todos los caminos de la vida la peregrinación de los redimidos. En esta Eucaristía, los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecen a Dios el único sacrificio agradable a sus ojos, el sacrificio de Cristo Jesús, sacrificio de obediencia ofrecido en la vida y consumado en la muerte del Señor. En este tiempo de gracia, los creyentes aguardamos confiados y esperanzados y vigilantes la llegada del Señor, para abrirle apenas venga y llame. En esta Eucaristía, en la verdad escondida de este admirable sacramento, nosotros somos aquellos siervos dichosos, a quienes el Señor, al llegar y encontrarnos en vela, se ciñe, nos hace sentar a la mesa, y nos va sirviendo, y es él mismo el que se nos entrega como pan de vida y bebida de salvación.
La Eucaristía que celebramos es siempre tiempo de salvación, noche de gracia, noche en la que el Señor fue entregado, noche en la él nos entregó su Cuerpo y su Sangre para el perdón de los pecados y para una alianza nueva y eterna con Dios.
La Eucaristía nos hace moradores de la noche de la salvación, peregrinos en los caminos de la fe, pues en la Eucaristía escuchamos la palabra que en la vida obedecemos; en la Eucaristía acogemos al Señor, de quien en la vida esperamos la llegada; y somos, en cada momento de nuestra vida, el pueblo que el Señor liberó en la Pascua sagrada, los siervos que el Señor sirvió en la santa comunión, los redimidos a quienes el Señor llamó para hacer con ellos una alianza de amor.
Este misterio de salvación que es la celebración eucarística y también nuestra vida, esta noche de gracia más luminosa que el día, anticipa en la experiencia sacramental el encuentro definitivo del Señor con su pueblo: “Dichoso el criado a quien su amo al llegar lo encuentre cumpliendo con su tarea… Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá”. Grande, muy grande es el don que recibimos. Grande, muy grande es la responsabilidad que asumimos. ¡Estad preparados!
¡Feliz domingo!"


+Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

UN CORAZÓN ENAMORADO DE CRISTO (XI)



SUS ESCRITOS (II)

LAS CARTAS

Se conservan 5 cartas de Santa Clara; 4 dirigidas a Santa Inés de Praga y 1 a Ermentrudis de Brujas. En todas ellas se manifiesta una mujer enamorada de Jesucristo, a quien desea unirse con el vínculo más perfecto del amor. Clara vive la experiencia de un desposorio místico con Cristo Jesús, y de este amor nupcial habla constantemente en sus cartas, sobre todo a Santa Inés. En ellas pondera la excelencia sobrenatural del Esposo.
En la 1ª CARTA, ante la posibilidad de que Inés se hubiera de desposar con el “ínclito emperador”, cuyas bodas desdeñó por amor a Jesucristo, a quien había consagrado su amor, Santa Clara se congratula vivamente con ella:
“... con enamorado corazón habéis preferido la santísima pobreza... uniéndoos con el Esposo de más noble linaje, el Señor Jesucristo... su poder es más fuerte, su generosidad más alta, su aspecto más hermoso, su amor más suave y todo su porte más apuesto y distinguido.”
Todo esto que indica en sus cartas lo vive Clara con toda intensidad en su vida de oración, de intimidad con Cristo Esposo.
En la 2ª CARTA le dice así a Inés: “Oh reina nobilísima: observa, considera, contempla con anhelo de imitarle, a tu Esposo, el más bello entre los hijos de los hombres hecho por tu salvación el más vil de los varones, despreciado, golpeado,... muriendo entre atroces angustias en la cruz.”
Vemos en este párrafo la espiritualidad de Santa Clara orientada al misterio de la Cruz. El Papa Juan Pablo ll ha escrito: “Clara es la amante apasionada del Crucificado pobre, con el que quiere identificarse absolutamente”.
En la 3ª CARTA aconseja: “Piensa en tu Señor con humildad y en pobreza, pues has hallado el tesoro escondido en el campo y en el corazón de los hombres”.
“Te considero cooperadora del mismo Dios, y sostenedora de los miembros vacilantes de su Cuerpo inefable”.
Esto es así por el ministerio de la oración para el que Santa Clara ha sido elegida. ¡Misión admirable y sublime de la oración contemplativa!
¡Sostener y edificar la Iglesia de Cristo! Poner en la presencia del Señor cada día los momentos felices o atormentados de su historia: sus luchas, sus tristezas, sus gozos, sus esperanzas…
Sigue aconsejando Santa Clara: “Fija tu mente en el Espejo de la eternidad; fija tu alma en el esplendor de la gloria; fija tu corazón en la figura de la divina sustancia y transfórmate toda entera en imagen de su divinidad. Así experimentarás también tú lo que experimentan los amigos al saborear la ‘dulzura escondida’ que Dios ha reservado desde el principio para sus amadores... Ama totalmente a quien totalmente se entregó por tu amor: a Aquél cuya hermosura admiran el sol y la luna.”
La 4ª CARTA, escrita al final de su vida (o sea hacia el año 1252), es expresión madura de su vida espiritual, que ha llegado a la cumbre de la perfección evangélica. Ella representa por escrito la práctica de la vida contemplativa franciscana.
Clara habla del “fuego de la caridad” que causa esta contemplación.
“El saludo o preámbulo es todo un poema de ternura, de delicadeza y de cariño hacia aquella a quien se dirige. La felicita nuevamente por haberse desposado como otra Inés con el ‘Cordero Inmaculado’” (Comentario del P. Helbert, ofm)
Continua Santa Clara: “Dichosa realmente tú pues eres esposa de Aquél cuya hermosura admiran sin cesar los bienaventurados ejércitos celestiales: cuyo amor aficiona; cuya contemplación nutre; cuya benignidad llena; cuya suavidad colma; cuyo recuerdo ilumina suavemente... cuya vista gloriosa hará felices a todos los ciudadanos de la Jerusalén celestial”.
Por último, Santa Clara invita en la más alta contemplación a considerar a Cristo mirándole como Espejo sin mancha: “Mira al comienzo la pobreza, pues es colocado en un pesebre y envuelto en pañales... el Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra es reclinado en un pesebre...Mira y considera en el centro del Espejo la humildad... los múltiples trabajos y penalidades que soportó por la redención del género humano...” “Contempla en lo más alto del Espejo la inefable caridad”.
Este contemplar es un mirar entrañable, plenamente marcado por el Amor. Es un mirar con el corazón.
Y ella, por medio de esta contemplación de Cristo Crucificado, se siente profundamente impresionada e inflamada en el fuego del amor. Es su desposorio en el amor.
Y exclama ante “sus inexpresables delicias”, “forzada por la violencia del anhelo del corazón”: “¡Atráeme! ¡Correremos a tu zaga al olor de tus perfumes, oh Esposo Celestial!”
En esta síntesis de los escritos de Santa Clara, se refleja la espiritualidad contemplativa y esponsal de su autora.


UN CORAZÓN ENAMORADO DE CRISTO (X)



SUS ESCRITOS
Santa Clara fue una escritora fina y muy delicada . En el siglo Xlll eso de saber escribir y leer las mujeres era muy poco corriente. Pero Santa Clara, de origen noble y aristocrático, tenía una formación completa en todas las artes y enseñanzas de aquella lejana época.
Así fue la primera mujer, en la Historia de la Iglesia, que ha escrito su propia Regla, que tuvo la alegría de ver aprobada por el Papa Inocencio lV estando ella en el lecho de muerte, dos días antes de su tránsito al cielo.
Tiene además otros escritos de gran valor.

LA REGLA
La Regla la escribió Santa Clara al final de su vida, con gran experiencia de la vida religiosa según su propio ideal. Es una Regla muy humana, llena de comprensión y de respeto a la inspiración divina y a la iniciativa personal. El Papa Juan Pablo ll la elogió en el 750 aniversario de su aprobación con unas preciosas palabras:
“... No podemos dejar de destacar que a 750 años de la confirmación pontificia, la Regla de Santa Clara conserva intacta su fascinación espiritual y su riqueza teológica...” (Mensaje a las Clarisas)
Actualmente está dividida en doce capítulos de formulación sencilla pero densa en sus enseñanzas. Toda ella está llena de sabiduría y de amor.

EL TESTAMENTO
Nuestra Seráfica Madre Santa Clara nos ha dejado un conmovedor testamento espiritual lleno de preciosa doctrina y saludables consejos. Lo redactó en 1253, poco antes de morir.
Podríamos hacer un resumen de su contenido:
1º. Gratitud por la vocación que la tiene por uno de los más grandes beneficios recibidos: “¡Grande es nuestra vocación!”...
2º. La atribuye a la aparición en su vida de nuestro Seráfico Padre San Francisco, que ha sido para ella un Profeta, un Maestro e Ideal y un Padre
3º. Exhorta para que seamos fieles a la “Santísima Pobreza”, “a seguir siempre el camino de la santa sencillez, humildad y pobreza, y el decoro de la santa conversación...” y la mutua caridad.

En síntesis este testamento se contiene un llamamiento vehemente de Santa Clara, que nos exhorta a la fidelidad: “¡Sed fieles!”
1º. Fieles a la propia vocación contemplativa, estimando este gran don recibido de Dios.
2º. Fieles a la pobreza, interior y exterior, el gran carisma que ella sigue radical, al estilo de nuestro Seráfico Padre S. Francisco.
3º. Fieles a la vida de unión fraterna: vivir unidas, permanecer unidas por el amor.
4º. Fieles hasta el fin, o sea, nos pide la perseverancia.

Este es como el último grito de nuestra Seráfica Madre, que nos quiere fieles a Jesús en todo y siempre.
Tenemos como ejemplo a la Virgen Santísima, siempre fiel: fiel en la búsqueda de Dios; en la acogida a su Palabra; en la coherencia de su vida y de su perseverancia hasta el fin.
La perseverancia es un regalo de Dios a las almas enamoradas. “Sólo puede llamarse FlDELlDAD, a la coherencia que dura a lo largo de toda la vida”.

LA BENDlClÓN
Santa Clara deja a sus hijas una bendición final que refleja el grandísimo interés que tiene de que permanezcan siempre en el amor de Dios y en la recíproca caridad. Y prosigue:
“...Os bendigo en mi vida y después de mi muerte, cuanto puedo y más aún de lo que puedo... con todas las bendiciones del Padre de las Misericordias… Amad siempre a Dios, amad vuestras almas y las de todas vuestras hermanas… El Señor esté siempre con vosotras y que vosotras estéis siempre con Él. Amén.”

UN CORAZÓN ENAMORADO DE CRISTO (IX)



BULA DE CANONIZACIÓN
Santa Clara fue canonizada por el Papa Alejandro lV con una Bula de canonización que es un documento hermosísimo: es un canto lleno de lirismo y belleza dedicado a la “claridad” de Clara. A propósito de su nombre exalta sus méritos y virtudes con preciosa simbología referente a la luz y su esplendor.

Comienza esta Bula:

“Clara, preclara en méritos que están claros, brilla en el cielo esclarecida con claridad de insigne gloria, y en la tierra con esplendor de sublimes milagros...” “Aquí abrillantaron a Clara sus luminosas obras, la plenitud de la luz divina le clarifica en las alturas, y sus espléndidos prodigios aclaran ante el pueblo cristiano que es maravillosa. ¡Oh, Clara, tan ricamente dotada con títulos de claridad! Eras clara en verdad en tu primera juventud; brillaste más clara desde aquella hora; preclara fuiste en la forma de vida reclusa y, una vez apagada tu vida en el tiempo, has brillado clarísima...” “¡Oh esplendidez de la bienaventurada Clara!... en el siglo era ya luz; en la religión fue relumbre, en el hogar era fuego radiante; en el claustro resplandecía como fulgor...” “¡Qué llamarada la de esta luz y qué vehemencia la de su resplandor! Mas esta luz permanecía encerrada en lo secreto de la clausura... porque Clara moraba oculta y su conducta destellaba en el ámbito del mundo;... vivía Clara en el silencio y su fama era un clamor; se recogía en su celda y su nombre y vida eran públicos en las ciudades:
Y no es extraño, ya que una lámpara tan inflamada, tan reluciente, no podía quedar en lo escondido, sin que resplandeciese fúlgida en la casa del Señor...”

Otro párrafo de la Bula, muy interesante y precioso es el siguiente:

“Ella, Clara fue primicia de pobres, guía de humildes, maestra de castas y abadesa de contemplativas... Ella gobernó el monasterio con discreción y diligencia en el temor y servicio del Señor, y en la exacta observancia de la Orden: alerta en la solicitud, hacendosa en los oficios, atenta para exhortar, con amor al amonestar, moderada al corregir, con mesura en el mandar, pronta a la compasión, discreta en sus silencios, sensata en el hablar; consultaba además cuanto le parecía a propósito para gobernar con todo acierto, prefiriendo servir antes que regir y honrar antes que ser honrada.
Este estilo de vida era para todas enseñanza y formación. En este libro aprendieron la forma de conducta, en tal espejo se miraron para conocer los senderos de la vida. Estaba sí con el cuerpo en la tierra, más con el alma moraba en el cielo; vaso de humildad, joyero de castidad, ardor de caridad, dulzor de benignidad, vigor de paciencia, lazo de paz, comunión de vida familiar, afable en el trato, apacible en todas sus acciones y siempre afable y bien recibida”.

jueves, 5 de agosto de 2010

UN CORAZÓN ENAMORADO DE CRISTO (VIII)



MUERTE PRECIOSA
Han pasado dos días desde que Inocencio lV aprobara y confirmara la Regla de Santa Clara.
También había llegado de Florencia su queridísima hermana Inés, que quería estar a su lado en esta hora suprema. Esta visita la dio gran alegría. Inés lloraba inconsolable y Clara le dijo con inmenso cariño:
- No llores, hermana mía; Pronto se acabará ya mi destierro; pero no te dejaré, pues el Señor tiene dispuesto que muy pronto estemos juntas por toda la eternidad.
- Qué consuelo tan grande es para mí esa revelación; -dijo Inés entre lágrimas- ¡Ah! Sin ti ya no sabría vivir en adelante.
Clara va perdiendo fuerzas. Ahora quiere escuchar el relato de la Pasión del Señor. Allí están llorosos y contristados Fray Rainaldo y Fray Ángel, compañeros de Francisco de la “primera hora”, que tienen a Clara como “la plantita tan querida del “Poverello” y espejo viviente de su Regla. Ven que se va de este mundo y no pueden menos de llorar su pérdida. No falta a su lado Fray León, “la ovejuela de Dios”, que, si no se separó de San Francisco, tampoco puede dejar a la plantita: besa el lecho entre lágrimas en que ella padece y va a morir.
Estando así en la agonía, de pronto se la ve que habla y se la oye decir:
“Parte en paz, parte segura, que tendrás buena escolta. Aquél que te creó... te santificó, e infundió en ti el Espíritu Santo; y luego te ha cuidado siempre como la madre a su hijo pequeño”.
Una hermana, llena de admiración le pregunta:
- Madre ¿con quien hablas? ¿A quien dices tales cosas?
- Hablo a mi alma bendita; afirmó la santa con sencillez.
Y esforzando el acento cuánto podía, añadió:
- Tú, Señor, bendito seas, porque me creaste.
Todavía resistirá algún tiempo en esta gravedad.
Verá al Rey de la gloria y a la Virgen Santísima con un séquito de vírgenes vestidas de blanco y adornadas con sendas coronas de oro; rodean su lecho y la recrean con su cariño y con su presencia celestial.
Quedó como dormida, sonriente y feliz de unirse para siempre en el cielo a su Divino Esposo Cristo-Jesús, al que tan ardientemente amó en este mundo. Era el día 11 de agosto de 1253.

Cantará eternamente las misericordias del Señor;
Cantará eternamente el “cántico nuevo” de las vírgenes en pos del Esposo;
¡Cantará eternamente con júbilo sin fin el cántico del Amor!

En la tierra, se cierne sobre el convento de San Damián, una nube de intensa nostalgia. El dolor de la separación de madre tan querida produce un río de lágrimas, pero a la vez un sentimiento de honda paz embarga el ánimo de cuantos presenciaron muerte tan feliz.
La noticia se propagó por la ciudad y acudieron las gentes al Convento. Todos la tenían por santa.
El Papa Inocencio lV acudió con sus cardenales para celebrar este dichoso tránsito. Él se disponía a celebrar el funeral con el oficio de vírgenes, si no es que algún cardenal escrupuloso le advirtió que no debía hacerlo antes de su canonización oficial.
Con esta fama tan grande de santidad el mismo Papa Inocencio lV, que tanto estimaba a Santa Clara, ordenó que se comenzara inmediatamente el proceso de canonización, aunque no llegó a canonizarla él, por haber muerto el 7 de diciembre de 1254.

miércoles, 4 de agosto de 2010

UN CORAZÓN ENAMORADO DE CRISTO (VII)



HACIA EL PARAÍSO

Encontrándose Clara gravemente enferma, recibe la visita del Papa Inocencio lV, que la amaba como hija predilecta de la Iglesia. Le acompañan sus cardenales.

“Entrando en el monasterio se dirige al lecho y acerca su mano a los labios de la enferma para que la bese. La toma ella con suma gratitud y pide besar con exquisita reverencia el pie del Papa.” “Pide luego con rostro angelical al Sumo Pontífice la remisión de todos sus pecados, y él exclama:
- ¡Ojalá no tuviese yo más necesidad de perdón!. Y le imparte con el beneficio de una total absolución la gracia de una bendición amplísima”.
“Clara, levantando los ojos al cielo, y juntas las manos hacia Dios dice con lágrimas a sus hermanas:
- Hijas mías alabad al Señor, ya que Cristo se ha dignado concederme hoy tales beneficios que cielo y tierra no se bastarían para pagarlos. Hoy he recibido al Altísimo y he merecido ver a su Vicario.”

El Papa estaba muy emocionado viendo a Clara en esta disposición, pues ya la tenía por santa, pero comprobando la paz, la alegría, la belleza de su rostro en esta última etapa de su vida, acabó de confirmarse en su persuasión. Se despidió de ella dejándola muy consolada.
En efecto, Clara se acercaba ya a la agonía. Ella había caminado siempre por la senda del amor y ha llegado a muy altas cumbres. Sufre mucho, se siente crucificada con el Amado de su corazón, con el que siempre ha querido identificarse. Las hermanas la rodean llorosas y muy desconsoladas, pues sienten que la separación de esta madre excepcional es inminente y ya comienzan a sufrir el dolor de su ausencia. La santa las consuela con preciosas palabras de cariño y consejo:

“Hijas mías amadísimas: Os bendigo en mi vida cuanto puedo y más aún de lo que puedo... pido a nuestro Padre celestial que os multiplique, que llenéis el mundo con vuestro amor seráfico y que permanezcáis sin cansancio en ese amor. Recordadme siempre, siendo vosotras enteramente fieles a Dios y tratando de vivir las hermanas en santa unidad y altísima pobreza, como lo habéis prometido. Os aseguro que nunca os abandonaré.”
Las hermanas lloran mucho, pues las parece que no van a saber vivir sin la maternal presencia y vigilancia de una tan querida madre y fundadora, a la que recurrían siempre con la mayor confianza. Ella era su apoyo y su consuelo en todo momento difícil.
Ahora no se apartan de su lecho para recoger todas sus palabras y hasta sus gestos más sencillos.
Parece que sólo sostiene su vida únicamente el deseo de ver confirmada con Bula papal, la Regla que ella había escrito. Deseo que ve cumplido, al firmar el Papa Inocencio lV la aprobación de su Regla, con la Bula Solet Annuere, en Asís el 9 de Agosto de 1253.
Clara la recibe y la besa con gran emoción y gratitud.
Han de pasar aún dos días hasta el desenlace final.

martes, 3 de agosto de 2010

UN CORAZÓN ENAMORADO DE CRISTO (VI)



PATRONA DE LA TELEVISIÓN
Santa Clara vivió su vida contemplativa siempre en unión con Cristo-Jesús en su sagrario de San Damián (primer santuario eucarístico de Italia). De día y de noche, acompañaba cuanto podía a su Amado Señor Sacramentado, y por eso se había podido decir, que su vida “parecía por completo celestial”.
Estando ya muy enferma no dejaba de pensar en Aquel que era el Centro de su espiritualidad: el “Espejo sin mancha”, para admirar las grandes virtudes que resplandecen en Él: mirar al Espejo, en la pobreza del pesebre; en la humildad de sus trabajos por el Reino y en la inefable caridad de la Cruz: su Cristo “pobre y crucificado”
En el pesebre: ¡Cuánto amó al “Niño de Belén”, al que S. Francisco había celebrado con tanta alegría!
Y así se narra, que la última Navidad que pasó Santa Clara en la tierra (año 1252) tuvo una visión mística muy admirable, por la que el Papa Pío Xll en 1958, la proclamó Patrona de la televisión.
Veamos la preciosa “Florecilla”:
La devotísima esposa de Cristo, Clara de hecho y de nombre, hallábase entonces retirada en San Damián, gravemente enferma, y no podía acudir a la iglesia con las demás hermanas a recitar las Horas canónicas. Llegada la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo bendito, en la que las hermanas solían acudir a Maitines y comulgar devotamente en la Misa de Navidad, la bienaventurada Clara, cuando se fueron todas a la solemnidad, quedó sola, enferma y con no poco desconsuelo porque no podía estar presente en tan devotas celebraciones.

Pero el Señor Jesús, queriendo consolar a su esposa fidelísima, la hizo estar presente en espíritu en la Iglesia de San Francisco, tanto a Maitines como a Misa y a toda la celebración de la fiesta; y fue de manera que oyó claramente el canto de los frailes, los instrumentos musicales y toda la Misa. Y lo que es más, recibió la Sagrada Comunión y quedó llena de consuelo.
Cuando las hermanas terminado el Oficio en San Damián volvieron a Santa Clara le dijeron:
- “¡Oh carísima hermana Clara, qué gran consuelo hemos tenido en esta Navidad del Señor! ¡Pluguiera a Dios que hubieras estado con nosotras!”
Pero ella les contestó:
- “Doy gracias a mi Dios Jesucristo bendito, hermanas e hijas mías carísimas porque he asistido con gran consuelo a todas las celebraciones de esta Noche, pues estuve presente en la Iglesia de mi padre San Francisco, y con los oídos del cuerpo y del alma lo he oído todo, y además, he recibido allí la Sagrada Comunión. Alegraos pues conmigo por este favor tan grande que he recibido y alabad a Jesucristo bendito, porque estuve aquí enferma en cama y a la vez, no sé cómo, si con el cuerpo o sin el cuerpo, estuve presente en San Francisco durante toda la solemnidad como os he dicho.

domingo, 1 de agosto de 2010

Día 2: NUESTRA SEÑORA DE LOS ÁNGELES



EL PERDÓN DE ASÍS O INDULGENCIA DE LA PORCIÚNCULA.

La Porciúncula de Asís, Italia, fue el hogar de San Francisco y la primitiva fraternidad de los Hermanos Menores. Allí San Francisco pidió a Cristo, mediante la intercesión de la Reina de los Ángeles, el gran perdón o «indulgencia de la Porciúncula», confirmada por el Papa Honorio III a partir del 2 de agosto de 1216. Allí murió el santo. Más tarde se construyó la gran Basílica de Santa María de los Ángeles para cobijar a la pequeña iglesita de la Porciúncula.
“El Poverello sabía que la gracia divina podía ser concedida a los elegidos de Dios en cualquier parte; de igual modo, había experimentado que el lugar de Santa María de la Porciúncula rebosaba de una gracia copiosa, y solía decir a los frailes: “Este lugar es santo, es la morada de Cristo y de la Virgen, su Madre”». La humilde y pobre iglesita se había convertido para Francisco en el icono de María santísima, la «Virgen hecha Iglesia», humilde y «pequeña porción del mundo», pero indispensable al Hijo de Dios para hacerse hombre. Por eso el santo invocaba a María como tabernáculo, casa, vestidura, esclava y Madre de Dios.
Precisamente en la capilla de la Porciúncula, que había restaurado con sus propias manos, Francisco, iluminado por las palabras del capítulo décimo del evangelio según san Mateo, decidió abandonar su precedente y breve experiencia de eremita para dedicarse a la predicación en medio de la gente, «con la sencillez de su palabra y la magnificencia de su corazón».
La Porciúncula es uno de los lugares más venerados del franciscanismo, no sólo muy entrañable para la orden de los Frailes Menores, sino también para todos los cristianos que allí, cautivados por la intensidad de las memorias históricas, reciben luz y estímulo para una renovación de vida, con vistas a una fe más enraizada y a un amor más auténtico La Porciúncula, tienda del encuentro de Dios con los hombres, es casa de oración. «Aquí, quien rece con devoción, obtendrá lo que pida», solía repetir Francisco después de haberlo experimentado personalmente..
El hombre nuevo Francisco, en ese edificio sagrado restaurado con sus manos, escuchó la invitación de Jesús a modelar su vida «según la forma del santo Evangelio y a recorrer los caminos de los hombres, anunciando el reino de Dios y la conversión, con pobreza y alegría. De este modo, ese lugar santo se había convertido para san Francisco en «tienda del encuentro» con Cristo mismo, Palabra viva de salvación” (Juan Pablo II).

CÓMO SAN FRANCISCO PIDIÓ Y OBTUVO LA INDULGENCIA DEL PERDÓN

Una noche del año 1216, Francisco estaba en oración y contemplación en la iglesita de la Porciúncula, cuando de improviso el recinto se llenó de una vivísima luz, y Francisco vio sobre el altar a Cristo revestido de luz y a su derecha a su Madre Santísima, rodeados de una multitud de Ángeles. Francisco con el rostro en tierra adoró a su Señor en silencio.
Ellos le preguntaron entonces qué deseaba para la salvación de las almas. La respuesta de Francisco fue inmediata: “Santísimo Padre, aunque yo soy un pobre pecador, te ruego que a todos los que, arrepentidos de sus pecados y confesados, vengan a visitar esta iglesia, les concedas amplio y generoso perdón, con una completa remisión de todas las culpas”.
“Lo que pides, Hermano Francisco, es grande -le dijo el Señor -, pero de mayores cosas eres digno, y mayores tendrás. Por lo tanto, accedo a tu petición, pero con la condición de que pidas de mi parte a mi vicario en la tierra esta indulgencia”. Y Francisco se presentó de inmediato al Pontífice Honorio III que en aquellos días se encontraba en Perusa, y con candor le contó la visión que había tenido.
El Papa lo escuchó con atención y después de algunas objeciones, le dio su aprobación. Luego dijo: “¿Cuántos años de indulgencia quieres?”. Francisco al punto le respondió: “Padre Santo, no pido años, sino almas!”. Y se dirigió feliz hacia la puerta, pero el Pontífice lo llamó de nuevo: “Cómo, ¿no quieres ningún documento?”. Y Francisco le dijo: “¡Santo Padre, me basta su palabra!”.
“Si esta indulgencia es obra de Dios, Él verá cómo dar a conocer su obra; yo no necesito ningún documento; el papel debe ser la Santísima Virgen María, Cristo el notario y los Ángeles los testigos”. Y algunos días después, junto con los Obispos de la Umbría, dijo con lágrimas al pueblo reunido en la Porciúncula: “¡Hermanos míos, quiero mandaros a todos al Paraíso!”

LA INDULGENCIA

Los pecados no sólo destruyen o lastiman la comunión con Dios, sino que también comprometen el equilibrio interior de la persona y su ordenada relación con las criaturas.
Para una curación total no sólo se necesita el arrepentimiento y el perdón de las culpas, sino también una reparación del desorden provocado, que normalmente sigue existiendo. En este empeño de purificación el penitente no está solo. Se encuentra inserto en un misterio de solidaridad en virtud del cual la santidad de Cristo y de los santos le ayuda también a él. Dios le comunica las gracias merecidas por otros con el inmenso valor de su existencia, a fin de hacer más rápida y eficaz su reparación.
La Iglesia siempre ha exhortado a los fieles a ofrecer oraciones, buenas obras y sufrimientos como intercesión por los pecadores y sufragio por los difuntos. En los primeros siglos los obispos reducían a los penitentes la duración y el rigor de la penitencia pública por la intercesión de los testigos de la fe que sobrevivían a los suplicios. Progresivamente se ha acrecentado la conciencia de que el poder de atar y desatar recibido del Señor incluye la facultad de librar a los penitentes también de los residuos dejados por los pecados ya perdonados, aplicándoles los méritos de Cristo y de los santos, de modo que obtengan lograda de una ferviente caridad. Los pastores conceden tal beneficio a quien tiene las debidas disposiciones interiores y cumple algunos actos prescritos. Su intervención en el camino penitencial es la concesión de la indulgencia.

LAS CONDICIONES REQUERIDAS PARA GANAR LA INDULGENCIA DE LA PORCIÚNCULA SON LAS SIGUIENTES:

1. Visita a una iglesia franciscana, rezando un Padre Nuestro y un Credo.

2. La recepción del sacramento de la Penitencia, la Comunión eucarística y una oración por las intenciones del Papa (Padre Nuestro, Ave María y Gloria)

Estas condiciones pueden cumplirse unos días antes o después, pero conviene que la comunión y la oración por el Papa se realicen el mismo día en que se cumple la obra.

Esta indulgencia sólo se puede ganar una vez.