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domingo, 28 de octubre de 2012

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO


SAN MARCOS 10, 46-52 

 "En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: 
-Hijo de David, ten compasión de mí. 
 Muchos le regañaban para que se callara. 
Pero él gritaba más: 
-Hijo de David, ten compasión de mí. 
 Jesús se detuvo y dijo: 
- Llamadlo. 
Llamaron al ciego diciéndole: 
- Ánimo, levántate, que te llama. 
 Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: 
- ¿Qué quieres que haga por ti? 
El ciego le contestó: 
- Maestro que pueda ver. 
Jesús le dijo: 
- Anda, tu fe te ha curado. 
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino."

“NOS PARECÍA SOÑAR":

“Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar”.
 En la memoria del soñador podría haber estado Egipto, la tierra de la esclavitud, el mar dividido para el paso de los esclavos, las noches del éxodo bajo la luz de Dios, aquellos días bajo la nube, el desierto mitigado con agua de la roca y panes de rocío, la tierra prometida, una tierra con fuentes de leche y miel para la esperanza de un pueblo. 
En la memoria del soñador, más cercanas que las tierras de Egipto y las maravillas del éxodo quedaban las tierras de Asiria, y de Caldea, último solar de lágrimas y lutos para los desterrados de Sión. 
 El profeta evoca caminos que Dios abre en la estepa para el paso de los que volverán a la tierra de la libertad. A la luz de su palabra, el futuro se ilumina con un éxodo de pobres hacia una nueva esperanza; Dios los guía entre consuelos; “entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas”. 
El salmista evoca Pascua y fiesta, asombro, alegría y canto de los redimidos: “Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares.” 
En la eucaristía, memoria de Cristo nuestra Pascua, los que estábamos muertos pasamos con él de la muerte a la vida. Por el gran amor con que fuimos amados, Dios nos ha hecho vivir con Cristo. 
En los sacramentos de la Pascua de Cristo, el Señor ha cambiado nuestra suerte: Tocaste mis ojos ciegos, y pude verte. Iluminaste mi vida, y pude seguirte. Me curaste, y pude amarte. Cambiaste nuestro duelo en fiesta, el luto en danza, la tristeza en alegría; la luz de tu misericordia iluminó la noche de nuestra esclavitud.
Cuando comulgamos con Cristo, no parecía soñar.
¡Feliz Domingo! 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo 
Arzobispo de Tánger

domingo, 21 de octubre de 2012

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO


MARCOS 10, 35-45
 
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron.
-- Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.
Les preguntó:
-- ¿Qué queréis que haga por vosotros?
Contestaron:
-- Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
Jesús replicó:
-- No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber o de bautizaros con el bautismo que yo me voy a bautizar?
Contestaron:
-- Lo somos.
Jesús les dijo:
-- El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizareis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo; está ya reservado.
Los otros diez al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús reuniéndoles, les dijo:
-- Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes les oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.

GLORIA POR CRUZ:

El profeta había dicho: “Cuando entregue su vida… prolongará sus años”. Y el Señor, a sus discípulos, les dijo: “El Hijo del hombre ha venido para servir y dar su vida en rescate por todos”. 
Si no lo hubiésemos entendido aún, ése, el de servir, el de entregar la vida, que es el camino de Jesús, es también el camino por el que hemos de ir quienes hemos recibido la gracia de ser sus discípulos. 
 Una primera dificultad para entrar por ese camino son las riquezas. Disponer ellas con sabiduría es opción necesaria para disponer sabiamente de la vida. 
Pero no basta. Los discípulos, que lo habían dejado todo y habían seguido a Jesús, no habían renunciado aún a lo que soñaban que podrían obtener. Y eso es lo que, en forma de súplica, explicitaron los hijos de Zebedeo: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Ellos lo explicitaron, pero los demás acariciaban en secreto el mismo sueño. 
 Si dejar lo que se tiene es ya para el hombre un imposible, qué decir cuando se habla de
Siempre en el corazón Cristo. 

+ Fr. Santiago Agrelo 
Arzobispo de Tánger

domingo, 14 de octubre de 2012

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO


SAN MARCOS 10,17-30

En aquel tiempo, cuando Jesús salía al camino se le acercó uno corriendo, se arrodillo y le preguntó:
-- Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? 
 Jesús le contestó: 
- ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre. 
Él replicó: 
- Maestro, todo esto lo he cumplido desde pequeño. 
Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: 
- Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, da el dinero a los pobres --así tendrás un tesoro en el cielo--, y luego sígueme. 
A estas palabras él frunció el ceño y se marcho pesaroso porque era muy rico. 
Jesús mirando alrededor, dijo: 
- ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios! 
 Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: 
- Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios. 
Ellos se espantaron y comentaban: 
- Entonces, ¿quién puede salvarse?
 Jesús se les quedó mirando y les dijo: 
- Es imposible para los hombres no para Dios. Dios lo puede todo. 
Pedro se puso a decirle: 
- Ya ves que nosotros lo hemos dejado y te hemos seguido. 
Jesús dijo: 
- Os aseguro, que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más --casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones--, y en la edad futura la vida eterna.

JESÚS, POBRES Y ALEGRÍA:

El lector lo proclamará como dicho por él, y tú lo escucharás como dicho de ti: “En comparación con la sabiduría, tuve en nada la riqueza”. 
Sea que el hombre busque la sabiduría, sea que busque la riqueza, ése es negocio que se hace siempre en la hondura del corazón. 
He dicho “sea que el hombre busque”; pudiera haber dicho sea que ame, sea que sirva, sea que adore: siempre será el corazón lugar de su culto o de su idolatría; en el corazón se lleva lo que se busca, lo que se ama. 
La fe es una cuestión de corazón, de bienes y de Dios. La pregunta ineludible para el creyente es si amo a Dios con todo el corazón, o si llevo en el corazón lo que no es Dios; si Dios es mi riqueza, o si la riqueza es mi dios; si Dios es mi todo, o si todo es mi dios. 
Bajo esta luz podemos considerar el evangelio de este día. El escenario es un camino, en el que se cruzan un joven y Jesús. Lo que los discípulos ven y oyen, es lo que sucede en el camino. Pero lo decisivo sucede en los corazones. Esto es lo que hay en el de Jesús: “Se le quedó mirando con cariño y le dijo: _Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres… y luego sígueme”. Y esto es lo que había en el corazón del joven: “Él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico”. 
Con el lector, tú dijiste: “En comparación con la sabiduría, tuve en nada la riqueza”, y, a una con el salmista, pediste saciarte de misericordia, para llenar la vida de alegría y júbilo. 
Pediste la misericordia, te apegaste a la sabiduría, escuchaste la palabra de Dios para cumplirla, recibiste a Cristo para seguirlo, y, con Cristo, entraron en tu vida los pobres para acudirlos. Pediste y conociste una alegría que sólo Dios puede dar. 
Si con el joven del evangelio hubieses preferido tus bienes a Jesús, te irías rico, pero sin Jesús, sin pobres, sin alegría. 
Estas cosas se deciden en el corazón. 
Feliz domingo.

Siempre en el corazón Cristo. 

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

sábado, 13 de octubre de 2012

NOS APREMIA EL AMOR (3º)


El camino de la humildad: 

No tenemos otro para acercarnos a Dios, ni hay otro para llegar al corazón de los hombres nuestros hermanos. 
Nadie piense que está ya en ese camino, o que se puede entrar en él con palabras fingidas, o que se puede llegar a ser de la humildad por voluntad humana, pues es tan de Dios esta disposición del corazón, como lo pueda ser la condición de hijos adoptivos de Dios a la que hemos sido llamados, y es gracia ésta tan inmerecida como lo pueda ser el conocimiento que Dios nos ha dado de su verdad. 
Para que tu vida reciba la forma de la humildad, será necesario que recuerdes siempre la grandeza de tu Dios, la gloria de su nombre, lo insondable de su ser. Sólo la humildad tiene voz para hablar de Dios sin ofenderle, sólo ella puede hablar con Dios sin profanar su santidad. 
Para que tu vida reciba la forma de la humildad, será necesario que te conozcas, que sepas y recuerdes quién eres, dónde te han encontrado, quién se ha apiadado de ti, de dónde te han hecho salir, a dónde te han llevado. La comunidad a la que perteneces, la Iglesia de Dios, es una comunidad de esclavos que han sido liberados, de pecadores que han sido perdonados, de pobres que han sido enriquecidos, de leprosos que han sido limpiados, de ciegos que han sido iluminados, de muertos que han sido resucitados a una vida nueva en Cristo Jesús. Porque Dios se ha fijado en la pequeñez de su esclava, a ti, como a María de Nazaret, te ha sacado de la tierra de tu humillación y te ha llevado a la tierra de la humildad, tierra de alegría y de alabanza. 
 La alegría y la alabanza serán la primera predicación del evangelio que se nos ha confiado para anunciarlo a los pobres. 

 El camino de la encarnación: 

El camino de nuestra pequeñez, camino de humildad, por el que entró la Palabra eterna de Dios al hacerse hombre, el apóstol Pablo lo describió como anonadamiento del Mesías Jesús, “el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contario, se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres” . 
 Ese mismo camino, el evangelista Juan lo describirá como encarnación: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” . 
Tampoco en este camino se puede entrar si no es por gracia, por comunión con Cristo Jesús. Nadie lo recorrerá si no lo mueve el Espíritu de Dios, si no lo apremia el amor a Dios y el amor a los pobres. 
Por el camino de la encarnación, se va a Dios mientras se va hacia el hombre, tanto más nos acercamos a Dios cuanto más nos acercamos al hombre, nos hacemos más de Dios cuanto su gracia nos hace más del hombre.
 No es difícil caer en la cuenta de que ese camino se hace bajando, despojándose uno de sí mismo, acercándose al que no tiene, acercándose al otro como quien sirve, como el que obedece, como el que lo da todo, hasta la entrega de la propia vida. 
Ese camino de encarnación, que recorrió delante de ti el Mesías Jesús, es el que estamos llamados a recorrer con él quienes formamos la Iglesia, que es su cuerpo místico: Un solo cuerpo. El mismo camino. Los mismos sentimientos en Cristo y en nosotros. 
Advertimos el misterio insondable: nunca alcanzaremos esa meta que, por otra parte, siempre hemos de perseguir. La fe que te consuela, pues ya te hace de Cristo, al mismo tiempo te hiere, pues te hace ver que aún estás lejos de él. 
A la dificultad del misterio que te sobrepasa, hemos de añadir las que lleva consigo la desapropiación de uno mismo, la obediencia al mandato del Señor, nuestra vocación de servicio… 
Pero no hemos advertido todavía dónde está la dificultad más sutil, la barrera más personal y más alta que se puede levantar en nuestro camino hacia los pobres. El hecho de que bajes hasta ellos, a sus ojos, puede que también a los tuyos, te hace superior a ellos, y eso les ofende. El hecho de que les ofrezcas un pan, les impone recibir de ti lo que tendrían derecho a tener sin ti, y eso les ofende. La misma encarnación del Hijo de Dios hubiera sido una ofensa para los pobres si, a salvarlos, aquel Hijo hubiese venido como rico y no como uno más entre los necesitados de salvación. Todo, incluso la encarnación, necesita del amor para no ser ofensivo. El amor acorta tu camino hacia el otro, hace de ti su siervo, hace de él tu señor. Y sólo el amor, tu amor, acortará el camino del otro hacia ti, de modo que los pobres te perdonen por el pan que les has dado . 

 El camino del hombre: 

A la luz de la fe, para que el hombre pudiera acceder al misterio de Dios, Dios ha venido al misterio del hombre: “El Verbo de Dios se hizo hombre y el Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre para que el hombre, unido íntimamente al Verbo de Dios, se hiciera hijo de Dios por adopción” . Dios ha querido hacer del hombre su destino, para que el hombre pudiese tener como destino a Dios. 
Si leemos el evangelio con la sencillez de la fe, encontraremos que el hombre, el pobre, ocupa un lugar privilegiado en el corazón de Dios. Verás que el centro de esa increíble historia de amor lo ocupa el Hijo de Dios; pero observarás también que el nacimiento de ese Hijo fue anunciado como buena noticia para los pastores, como alegría para todo el pueblo. Tú sabes que su presencia fue vista como luz para las naciones, como gloria para Israel, y que su vida fue entendida como un evangelio para los pobres, pues el Espíritu de Dios, que lo ungió, lo envió a llevar a los pobres la buena noticia: a los cautivos, la libertad; a los ciegos, la vista; a los pecadores, la gracia; a los muertos, la vida. 
 El Hijo de Dios, de quien decimos con verdad que es el centro de la Historia, el centro del evangelio, más aún, que es el evangelio, ha entrado en el camino del hombre, se ha encarnado para el hombre, ha salido en busca del hombre, se ha hecho siervo del hombre. 
El hombre es también nuestro camino: Para el hombre hemos sido ungidos; al hombre hemos sido enviados; de los pobres es el tesoro que llevamos en el barro de nuestras vidas. 
Enamorada de sí misma, la razón se ahogó en el estanque de la nada. No vio que la vida estaba fuera del estanque, lejos de ese reflejo engañoso de la propia imagen; no vio que la vida estaba en el otro, en los otros. 
El gran ausente de la reflexión filosófica de la posmodernidad, de las teorías económicas, de los proyectos políticos, es el otro, los otros, el hombre, los pobres. Pero ellos son los que llenan con su presencia las páginas del evangelio, los artículos del credo, y, si no queremos traicionar evangelio y credo, el hombre, los pobres, han de ser el camino del cuerpo de Cristo que es la Iglesia. 

De vuelta, con los pobres, al corazón de Dios: 

Si por medio de su Hijo, por medio de la Iglesia, por medio de nosotros, Dios abre a los pobres la puerta de la fe, él es quien, por medio de su Hijo, por medio de los pobres, nos abre a todos la puerta de su intimidad, la de su corazón, la de su gloria, la de de su ser. 
Un día verás –hoy lo sabe tu fe- que, en los pobres, hablabas con Cristo, amabas a Cristo, honrabas a Cristo. Y aquel día experimentarás –hoy ya lo sabe tu fe- que, en los pobres, Cristo hablaba contigo, te amaba a ti, te honraba a ti, y que el cielo no será otra cosa que hablarse cara a cara, amarse sin velos, honrarse mutuamente con una dicha sin fin. 
 Entonces será la bienaventuranza. Ahora son las bienaventuranzas. Aquélla es cosa del cielo y de los santos; éstas son cosa de la tierra y de los pobres. Un Año de la fe puede que sirva, espero que sirva, pido que sirva, a que las bienaventuranzas lleguen a ser nuestra forma de vida. 

CONCLUSIÓN: 

Queridos: La caridad nos urge a que entremos por los caminos de la humildad, de la encarnación, del hombre, para que a todos pueda llegar el evangelio que nos ha sido confiado, para que todos lleguen a conocer a Cristo Jesús, para que todos sientan a Cristo tan cercano a sus vidas como pueda estarlo de ellas nuestra voz y nuestras manos.
 La caridad nos urge a la conversión, a adentrarnos en el misterio de Dios, a conocer, como experiencia de salvación, el Credo, los artículos de la fe de la Iglesia. 
 Si alguien, Iglesia de Cristo, te pregunta a dónde vas, tú señala a los pobres. Y si te preguntan por qué los buscas, tú señala a tu Señor, al que va contigo porque te ama, al que te envía a ellos porque los ama. 
 El Espíritu del Señor te ha ungido y te ha enviado a evangelizarlos: Los pobres son la tierra del evangelio. 

Tánger, 4 de octubre de 2012. 
Fiesta de San Francisco de Asís. 

Siempre en el corazón Cristo. 

+ Fr. Santiago Agrelo Martínez 
Arzobispo de Tánger.

viernes, 12 de octubre de 2012

NOS APREMIA EL AMOR (2º)


Una puerta que lleva al misterio de Dios y de la Iglesia: 

“«La puerta de la fe», que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros” . 
Si me preguntas por qué de esa puerta se dice que está siempre abierta, te diré que la razón es el amor, pues fue abierta por el amor de Dios y siempre ama el que la abrió para nosotros. 
No olvides ese amor, pues si da razón de un siempre, en relación a la puerta que Dios abrió para ti, también da razón del misterio al que se accede por ella, pues sólo el amor de Dios hace posible que entres por la fe en la vida de comunión con Dios: sólo Dios da acceso a Dios. 
Más allá de la puerta de la fe no está la “Divinidad lejana, inaccesible, cuya realidad se impone a la inteligencia” del creyente; no está “esa Divinidad que el hombre entrevé a duras penas a través del universo y de la que él pretende decir algo con su lenguaje balbuciente”; no está “esa Divinidad silenciosa de la que, en el mejor de los casos, hemos de decir que el hombre no la concibe sino desde fuera y sin hallar ningún medio de ponerse en contacto con ella”. 
Más allá de esa puerta no está una Divinidad sin nombre, una deidad oscura, un algo que sería muy semejante a una nada. Más allá de esa puerta está “el ser íntimo de Dios”, está la comunión que es Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Más allá de las palabras de tu credo, está el conocimiento de Dios. “Profesar la fe en la Trinidad equivale a creer en un solo Dios que es Amor: el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor” . 
“Los hombres, si no le rehúsan la fe, y si dejan que él los impregne, no dejarán nunca de maravillarse ante este misterio entreabierto” . Para ti, que crees, más allá de tu credo está “la fonte que mana y corre, aunque es de noche” ; al otro lado de la confesión de tu fe está tu Dios, pues la puerta de la fe “introduce en la vida de comunión con él”. 
 Entra y admira, no tanto lo que ves fuera de ti, cuanto lo que se te ha concedido ser, pues eres por gracia hijo del Padre, cuerpo del Hijo, templo del Espíritu. 
 Entra y admira lo que el amor de Dios ha hecho de ti, “pues los que creen en Cristo, renacidos de germen no corruptible, sino incorruptible, por la palabra de Dios vivo, no de carne, sino del agua y del Espíritu Santo, son hechos por fin una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, que antes era «no pueblo», y ahora es «pueblo de Dios»” . 
Si entras en el misterio de Dios, te hallas con la belleza de tu propio misterio, el de la Iglesia, que “tiene por cabeza a Cristo”, el del pueblo de Dios, que “tiene como propia condición la dignidad y libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo” . 
Si entras en la intimidad de Dios, te sumerges en la comunión de la que has de ser sacramento, en la unidad que has de imitar, en la paz que has de acoger, en el amor que te ha de configurar. 
De modo semejante a Cristo, tu cabeza, que es de Dios y del hombre, del cielo y de la tierra, tú eres de la tierra y del cielo, del hombre y de Dios. “No pudo Dios hacer a los hombres un don mayor que el de darles por cabeza al que es su Palabra, por quien ha fundado todas las cosas, uniéndolos a él como miembros suyos, de forma que él es Hijo de Dios e Hijo del hombre al mismo tiempo, Dios uno con el Padre y hombre con el hombre, y así, cuando nos dirigimos a Dios con súplicas, no establecemos separación con el Hijo, y cuando es el cuerpo del Hijo quien ora, no se separa de su cabeza, y el mismo salvador del cuerpo, nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es el que ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros. Ora por nosotros como sacerdote nuestro, ora en nosotros por ser nuestra cabeza, es invocado por nosotros como Dios nuestro” . 
Atravesar la puerta de la fe “supone emprender un camino que dura toda la vida” , un camino que lleva a Dios como misterio de comunión, y que lleva a la Iglesia convocada y constituida por Dios para que sea sacramento visible de la comunión trinitaria . Este camino, por ser de fe, termina con la muerte. 
Más allá de la muerte ya sólo se camina en el amor. 

Una puerta que da acceso al corazón del creyente: 

Así como hay una puerta de la fe que lleva a Dios y a la Iglesia, hay una puerta del corazón que Dios abre para que el hombre acoja la palabra de la predicación . 
Con la palabra de la predicación, entra en el corazón la gracia de Dios, su vida, su paz, su justicia, su salvación. 
Muchos son los nombres que podemos usar para identificar lo que recibimos; pero tú sabes que, donde decimos palabra, gracia, vida, paz, justicia o salvación, en realidad estamos diciendo Dios: El Padre que nos ama, el Hijo que nos redime, el Espíritu que nos santifica. 
Hay una puerta de la fe que lleva a Dios; hay una puerta del corazón por la que Dios entra. Creemos para entrar en Dios; creemos para que Dios entre en nosotros. El Credo, que es confesión de la Trinidad Santísima y nos dice en quién entramos por la fe, nos dice también quién entra en nosotros si acogemos la palabra de la predicación. 
La gloria del cielo se te ofrece en la humildad de la predicación, el esplendor de Dios se te revela en la oscuridad del lenguaje humano, la palabra que reconoces pobre te llega rica de Dios. La pobreza es el vestido necesario para que Dios pueda entrar en el corazón del hombre sin anular su libertad. 
Entrará Dios en ti si su gracia te abre el corazón para que acojas en él su palabra, sus sacramentos, a sus pobres. 
La puerta del corazón por la que Dios accede a tu intimidad, esa puerta, si no la cierra la soberbia del pecado, no se cerrará con la muerte, pues, en aquella hora, la fe habrá entregado la llave de tu vida a la eternidad del amor. 

La caridad nos urge: 

La gracia que abre al hombre la puerta de la fe, tiene su fuente en el misterio del amor infinito de Dios. 
La soberbia con que el hombre la puede cerrar, ahonda su raíz en el misterio del pecado. 
Al darnos a su Hijo, Dios nos ha dado un pozo de agua viva, y a nuestro lado caminan tantos hermanos sedientos que, si tú no los llevas de la mano, no se acercarán a él para beber. Dios nos ha dado un pan de vida eterna, y son innumerables los hambrientos que todavía no lo buscan para comer. Dios ha dispuesto para todos la mesa de su Reino, y son muchos los invitados que ignoran, olvidan o desprecian la divina invitación. Nos apremia el Amor que no es conocido. 
Nos apremia la pasión por quienes aún no han conocido a Cristo Jesús. Nuestra vida se vuelve “al Amor que no es amado”, y a los hombres que se mueren hambrientos de amor. 
Y el corazón intuye que, para hacer de Cristo el centro de la vida de nuestros hermanos, hemos de poner a los hermanos en el centro de nuestra vida. 

Una barrera que parece infranqueable:

 Lo dice la memoria de cada creyente, lo dice la historia de la salvación: Sólo los pobres, los que ahora tienen hambre, los que ahora lloran, los sufridos, los que buscan justicia, los que ofrecen misericordia, los siervos de la paz, sólo ellos entran por la puerta de la fe. 
Pobre era María de Nazaret, la mujer que gestaba esperanzas en su corazón antes de gestar en el seno al Hijo de Dios. 
 Pobres eran los pastores que en la noche de Belén vigilaban su rebaño, pues, dejado lo que tienen, se ponen en camino para ver lo que ha sucedido, lo que el Señor les ha comunicado: dejan lo que apacientan y se ponen a correr tras un sueño. 
Pobre era el piadoso Simeón, que aguardaba el consuelo de Israel. 
Sólo un corazón de pobre se atreve con la locura de la fe: Te lo dicen los ciegos que añoraban ver, los leprosos que pedían ser limpiados, los enfermos que anhelaban la salud, los pecadores que se acogían a la compasión de Dios, los hijos perdidos que, hambrientos, soñaban el pan de la casa, y que, arrojados a la soledad, no podían soñar el abrazo de un padre que los esperaba. Te lo dice Zaqueo, el publicano que, como un niño, sube al sicomoro sólo para ver a Jesús. Te lo dice el malhechor que, crucificado por sus crímenes, pide un lugar en la memoria de un Crucificado inocente. Sólo ellos, los pobres, entran por la puerta de la fe. 
El drama de nuestro mundo es que se ha llenado de ricos. 
 Los había también en tiempos de Jesús de Nazaret. 
 El fariseo de la parábola que Jesús dijo “a algunos que se consideraban justos y despreciaban a los demás” , representa al rico que lo es porque confía en sí mismo, en su coherencia, en sus obras. Las palabras de su oración son un elenco de títulos que lo acreditan como acreedor de Dios: “No soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo” . 
Para este hombre, para estos ricos, quedarían vacías de sentido las palabras de la revelación más sublime: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” . Para estos ricos, se ha hecho despreciable el don de Dios. 
Se pudiera pensar que, pese a todo, esos ricos aún creen en Dios, pero la realidad es que en su oración hablan a un dios que no existe: se dirigen a un ídolo, a un frío y mecánico administrador de recompensas.
 Junto al que es rico porque confía en sí mismo, hallarás en el evangelio al que lo es porque confía en los bienes acumulados: “¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha… Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente” . 
En los cálculos de este hombre –Jesús lo llamó necio-, en los proyectos de este rico, no hay lugar para el misterio, no hay lugar para la esperanza, no hay lugar para el amor, no hay lugar para el Otro, no hay lugar para Dios. 
Que la riqueza represente una barrera entre el hombre y Dios, lo da a entender el Señor, cuando dice: “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón” ; y a continuación añade: “Nadie puede servir a dos señores, porque despreciará a uno y amará al otro, o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero” . 
Que esa barrera sea infranqueable, nos lo hace temer el Señor, cuando dice: “En verdad os digo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: más fácil es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos” . Los discípulos entendieron la dureza del dicho y se espantaron: “Entonces, ¿quién puede salvarse?” . Para siempre y para todos son las palabras de Jesús: “Jesús se les quedó mirando y les dijo: _ «Es imposible para los hombres, pero Dios todo lo puede»” . 
Tu corazón de creyente intuye que la riqueza, viejo dios de poder oscuro, se ha adueñado de nuestro mundo y, como si de una fiesta se tratase, a todos nos ha llevado a su gran almacén sin esperanza, a su parque de atracciones sin libertad, a su paraíso sin amor. 
Tu corazón de pecadora perdonada, de esposa embellecida, de Iglesia amada, intuye que el mensaje de la fe, el evangelio de la gracia que has de anunciar, lo has de ofrecer a un mundo de siervos del dinero, a hombres y mujeres satisfechos, que nada desean si no es consumir, distraerse y almacenar, a ricos domesticados, a pobres ricos asentados en un mundo sin horizontes, adaptados a un hábitat sin esperanza, satisfechos de peregrinar solos en un mundo sin hermanos y sin Dios. 

Una barrera que hemos de franquear: 

El mandato que hemos recibido del Señor, no quedó condicionado a dificultades ni barreras: “Id y haced discípulos a todos los pueblos” . Nos envía el Resucitado, a quien se ha dado todo poder en el cielo y en la tierra , y nos promete que estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo . 
Nos pone en camino la palabra del Señor; nos urge el amor de Dios: amor a Dios, amor a los hermanos. 
En cada tiempo, en cada lugar, la comunidad eclesial ha de discernir el lenguaje apropiado para franquear la barrera de la autosuficiencia humana. El amor nos apremia a avivar las lenguas de fuego que el Espíritu de Dios encendió desde el principio sobre los hijos de la Iglesia: El fuego del Espíritu contra la autosuficiencia de la carne. 
Llevamos el misterio de Dios en las vasijas de barro de nuestra vida y en las palabras humildes de nuestro Credo, y hemos de buscar caminos para que a todos se revele el misterio y todos confiesen la fe. 

       (CONTINUARÁ)

jueves, 11 de octubre de 2012

11/Octubre/2012 - 24/Noviembre/2013 : AÑO DE LA FE


Transcribimos la carta que ha escrito Santiago Agrelo, el Arzobispo de Tánger, a la Iglesia que peregrina en Tánger, pero que puede valer también para todos nosotros. Como es larga, lo haremos durante varios días.


NOS APREMIA EL AMOR

 A la Iglesia de Dios que peregrina en Tánger 

 Muy queridos en el Señor: Paz y Bien. 
El amor ha puesto al Unigénito de Dios en el centro de la historia , y la gracia de la fe lo ha puesto en el centro de nuestra vida. El Espíritu del Señor ha encendido en nosotros un fuego que deseamos ver prendido en toda la tierra. A todos hemos de anunciar lo que hemos conocido de Dios: la vida a la que hemos sido llamados, el salvador que se nos ha dado. “Nos apremia el amor” a dar lo que hemos recibido, a fin de que todos vivan para el que murió y resucitó por todos. 
 “Es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar” . La evangelización se nos ha hecho necesaria y urgente: la Iglesia ha sido ungida y enviada “para rescatar del desierto a los hombres y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud” . “Nos apremia el amor”: “no podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta” . 
 Por todo eso, el Papa Benedicto XVI ha convocado un Año de la fe, que “comenzará el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013” . 
Somos testigos de la crisis de fe que afecta a nuestra sociedad: nos duele la soledad en que la fe perdida va dejando a los hombres nuestros hermanos; todo nuestro ser se vuelve al dueño de la mies para que envíe operarios a su mies, pues el sinsentido almacena en una triste oscuridad lo que nació para ser recogido con alegría en los graneros de Dios. 
Pero en vano habríamos visto, en vano habríamos sufrido, en vano habríamos hablado, si hubiésemos renunciado a convertirnos a Cristo, si el corazón se cerrase a la llamada de la gracia a renovarnos y transformarnos en Cristo. 
Un fuego se enciende con otro. El del amor a Cristo se encenderá en torno a nosotros si lo llevamos encendido dentro de nosotros. 

 Una puerta que sólo Dios abre: 

La fe, el conocimiento de la verdad, el conocimiento de Dios, la salvación, la vida eterna, el Hijo de Dios, todo lo recibimos de Dios, todo es gracia, todo es don. Sólo Dios lo puede dar. Por eso decimos que sólo Dios abre la puerta de la fe, pues suya es la vida eterna que la fe nos revela, suyo es el conocimiento en que la vida eterna consiste, suya es la salvación que recibimos al creer. 
Ese tesoro de gracia lo ha puesto el Señor en nuestras manos, pues quiere ofrecerlo, por medio de nosotros, a los pobres. Según se dice en los Hechos de los Apóstoles, al regresar Pablo y Bernabé de la misión que se les había confiado, reunieron a la Iglesia y “les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos, y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe” . Y en el mismo libro, al hablar de la predicación de Pablo en Filipos, se hace referencia a una mujer llamada Lidia, natural de Tiatira, que adoraba al verdadero Dios y que había escuchado la enseñanza del apóstol; el autor sagrado dice de ella que “el Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo” . 
 A nosotros se nos pide recorrer los caminos de la misión; y el Señor, que va con nosotros, abrirá la puerta de la fe. A nosotros nos corresponde la tarea de la predicación, y el Señor abrirá el corazón de los escogidos para que acepten el evangelio. 
La puerta de la fe se abre para que el hombre entre en la casa de Dios, en la familia de Dios, en la Iglesia de Dios; la puerta se abre para que accedas a la salvación, para que entres en Cristo, para que entres en el seno de la Trinidad Santa. 
Pero no podrás entrar en el misterio que la palabra de Dios te revela, si la gracia no te abre el corazón para que acojas la revelación. No podrás entrar en el misterio que está fuera de ti, si la gracia no te abre el corazón para acoger ese misterio dentro de ti. No entrarás en Cristo si no dejas que Cristo entre en ti. Y esa puerta, la del corazón, por la que ha de entrar la palabra de Dios, la vida que Dios te ofrece, esa puerta la abre sólo el amor de Dios. 

         (CONTINUARÁ)

domingo, 7 de octubre de 2012

DOMINGO 27 DEL TIEMPO ORDINARIO


SAN MARCOS 10,2-16 

 En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba: 
- ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer? 
Él les replicó: 
- ¿Qué os ha mandado Moisés? 
 Contestaron: 
- Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio.
 Jesús les dijo: 
 - Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. 
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. 
Él les dijo: 
- Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio. Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: 
- Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no estará en él. Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.

“SERÁN LOS DOS UNA SOLA CARNE"

Antes de hablar del hombre y de la mujer, antes de pensar en el misterio de comunión al que el amor los ha de llevar, la Iglesia considera y admira el misterio de su comunión con Cristo Jesús. 
 En verdad, el amor ha traído a Cristo a nuestra vida y lo ha hecho uno con nosotros, de modo que, unidos a él, en él fuésemos justificados, en él fuésemos agraciados, en él fuésemos santificados, en él fuésemos glorificados. 
 ¡Admirable comunión, admirable intercambio!: El Señor comulgó con nuestra debilidad, con nuestra pobreza, con nuestra muerte; nosotros comulgamos con su fuerza, con gloria, con su vida. 
 El vínculo que une a Cristo con su Iglesia es indisoluble, es para siempre el amor que se han declarado. 
De este misterio de amor y comunión es sacramento la Eucaristía que celebramos y que recibimos, pues en ella, es de Cristo y de la Iglesia la acción de gracias, es de Cristo nuestra alabanza, es de Cristo nuestra súplica. Cristo no se separa de la Iglesia en la oración. Y la Iglesia no se separa de Cristo en el cántico de alabanza que resuena eternamente en el seno de la Trinidad Santa. 
De esa comunión entre Cristo y la Iglesia, que conocemos por la fe y celebramos en la Eucaristía, es imagen real y verdadera la unión que el amor establece entre el esposo y la esposa. La unión matrimonial ahonda sus raíces en la comunión del Hijo de Dios con nosotros por la encarnación y en la Eucaristía. 
 Feliz Eucaristía. Feliz comunión con Cristo. Feliz domingo. 

Siempre en el corazón Cristo. 

 + Fr. Santiago Agrelo 
Arzobispo de Tánger

jueves, 4 de octubre de 2012

FIESTA DE SAN FRANCISCO DE ASÍS


En el nombre del Señor, Padre e Hijo y Espíritu Santo Amén.

A todos los cristianos, religiosos, clérigos y laicos, hombres y mujeres; a cuantos habitan en el mundo entero, el hermano Francisco, su siervo y súbdito: mis respetos con reverencia, paz verdadera del cielo y caridad sincera en el Señor. 
Puesto que soy siervo de todos, a todos estoy obligado a servir y a suministrar las odoríferas palabras de mi Señor. Por eso, recapacitando que no puedo visitaros personalmente a cada uno dada la enfermedad y debilidad de mi cuerpo, me he esto comunicaros, a través de esta carta y de mensajeros, las palabras de nuestro Señor Jesucristo, que es el Verbo del Padre, y las palabras del Espíritu Santo, que son espíritu y vida (Jn 6,64). 

La Palabra encarnada 

Este Verbo del Padre, tan digno, tan santo y glorioso, anunciándolo el santo ángel Gabriel, fue enviado por el mismo altísimo Padre desde el cielo al seno de la santa y gloriosa Virgen María, y en él recibió la carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad. 
Y, siendo El sobremanera rico (2Cor 8,9), quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, escoger en el mundo la pobreza. Y poco antes de la pasión celebró la Pascua con sus discípulos, y, tomando el pan, dio las gracias, pronunció la bendición y lo partió, diciendo: Tomad y comed, esto es mi Cuerpo (Mt 26,26). Y, tomando el cáliz, dijo: Esta es mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por vosotros y por todos para el perdón de los pecados (Mt 26,27). 
A continuación oró al Padre, diciendo: Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz. Y sudó como gruesas gotas de sangre que corrían hasta la tierra (LC 22,44). Puso, sin embargo, su voluntad en la voluntad del Padre, diciendo: Padre, hágase tu voluntad (Mt 26,42); no se haga como yo quiero, sino como quieres tú (Mt 26,39). Y la voluntad de su Padre fue que su bendito y glorioso Hijo, a quien nos dio para nosotros y que nació por nuestro bien, se ofreciese a sí mismo como sacrificio y hostia, por medio de su propia sangre, en el altar de la cruz; no para sí mismo, por quien todo fue hecho (cf. Jn 1,3), sino por nuestros pecados, dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas (cf. lPe 2,21).
Y quiere que todos seamos salvos por El y que lo recibamos con un corazón puro y con nuestro cuerpo casto. Pero son pocos los que quieren recibirlo y ser salvos por El, aunque su yugo es suave, y su carga ligera (cf. Mt 11,30).
Los que no quieren gustar cuán suave es el Señor (cf. Sal 33,9) y aman más las tinieblas que la luz (Jn 3,19), no queriendo cumplir los mandamientos del Señor, son malditos; y de ellos dice el profeta: Malditos los que se apartan de tus mandamientos (Sal 118,21). En cambio, ¡oh, cuán dichosos y benditos son los que aman a Dios y obran como dice el Señor mismo en el Evangelio: Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón y con toda la mente, y a tu prójimo como a si mismo! (Mt 22,37.39)

 Los que hacen penitencia.  -Exhortaciones generales 

Amemos, pues, a Dios y adorémoslo con puro corazón y mente pura, porque esto es lo que sobre todo desea cuando dice: Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad (Jn 4,23). Porque todos los que lo adoran, es preciso que lo adoren en espíritu de verdad (cf. Jn 2,24). Y dirijámosle alabanzas y oraciones día y noche (Sal 31,4), diciendo: Padre nuestro, que estás en los cielos (Mt 6,9), porque es preciso oremos siempre y no desfallezcamos (LC 18,1).
Debemos también confesar todos nuestros pecados al sacerdote; y recibamos de él el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Quien no come su carne y no bebe su sangre (cf. Jn 6,55.57), no puede entrar en el reino de Dios (Jn 3,5). Pero cómalo y bébalo dignamente, porque quien lo recibe indignamente, come y bebe su propia sentencia no reconociendo el cuerpo del Señor (lCor 11,29), es decir, sin discernirlo. Hagamos, además, frutos dignos de penitencia (LC 3,8). Y amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos (cf. Mt 22,39). Y si alguno no quiere amarlos como a sí mismo, al menos no les haga el mal, sino hágales el bien.
Mas los que han recibido la potestad de juzgar a otros ejerzan el juicio con misericordia, como ellos mismos desean obtener misericordia del Señor. Pues juicio sin misericordia tendrán los que no hacen misericordia (Sant 2,13). Tengamos, por lo tanto, caridad y humildad; y hagamos limosna, porque ésta lava las almas de las manchas de los pecados (cf. Tob 4,11; 12,9). Los hombres pierden todo lo que dejan en este siglo; pero llevan consigo la recompensa de la caridad y las limosnas que hicieron, por las que recibirán del Señor premio y digna remuneración.
Debemos también ayunar y abstenernos de los vicios y pecados (Eclo 3,32), Y de la demasía en el comer y beber, y ser católicos. Debemos también visitar con frecuencia las iglesias y tener en veneración y reverencia a los clérigos, no tanto por lo que son, en el caso de que sean pecadores, sino por razón del oficio y de la administración del santísimo cuerpo y sangre de Cristo, que sacrifican sobre el altar y reciben y administran a otros. Y a nadie de nosotros quepa la menor duda de que ninguno puede ser salvado sino por las santas palabras y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, que los clérigos pronuncian, proclaman y administran. Y sólo ellos deben administrarlos y no otros.

A los religiosos 

Y de manera especial los religiosos, que renunciaron al siglo, están obligados a hacer más y mayores cosas, pero sin omitir éstas. Debemos aborrecer nuestros cuerpos con sus vicios y pecados, porque dice el Señor en el Evangelio: todos los males, vicios y pecados salen del corazón (Mt 15,18 - 19; Mc 7,23). Debemos amar a nuestros enemigos y hacer el bien a los que nos tienen odio (cf. Mt 5,44; LC 6,27).
Debemos guardar los preceptos y consejos de nuestro Señor Jesucristo. Debemos, igualmente, negarnos a nosotros mismos (cf. Mt 16,24) Y poner nuestros cuerpos bajo el yugo de la servidumbre y de la santa obediencia, según lo que cada uno prometió al Señor. Y nadie esté obligado por obediencia a obedecer a alguien en lo que se comete delito o pecado.
Pero aquel a quien ha sido encomendada la obediencia y que es tenido por mayor, sea como el menor (Lc 22,26) y siervo de los otros hermanos. Y con cada uno de los hermanos practique y tenga la misericordia que quisiera que se tuviera con él si estuviese en caso semejante. Tampoco se deje llevar de la ira contra el hermano por algún delito suyo, sino con toda paciencia y humildad amonéstelo y sopórtelo benignamente.
No debemos ser sabios y prudentes según la carne, sino, más bien, sencillos, humildes y puros. Y hagamos de nuestros cuerpos objeto de oprobio y desprecio, porque todos por nuestra culpa somos miserables y podridos, hediondos y gusanos, como dice el Señor por el profeta: Soy gusano y no hombre, oprobio de los hombres y abyección de la plebe (Sal 21,7). Nunca debemos desear estar sobre otros, sino, más bien, debemos ser siervos y estar sujetos a toda humana criatura por Dios (1Pe 2,13).

 Dichosos los que perseveran 

Y sobre todos aquellos y aquellas que cumplan estas cosas y perseveren hasta el fin, se posará el Espíritu del Señor (Is 11,2) y hará en ellos habitación y morada (cf. Jn 14,23). Y serán hijos del Padre celestial (Cf. Mt 5,45), cuyas obras realizan. Y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12,50). Somos esposos cuando el alma fiel se une, por el Espíritu Santo, a Jesucristo. Y hermanos somos cuando cumplimos la voluntad del Padre, que está en el cielo (cf. Mt 12,50); madres, cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo (cf. ICor 6,20) por el amor y por una conciencia pura y sincera; lo damos a luz por las obras santas, que deben ser luz para ejemplo de otros (cf. Mt 5,16)
 ¡Oh, cuan glorioso es tener en el cielo un padre santo y grande! ¡Oh, cuán santo es tener un esposo consolador, hermoso y admirable. ¡oh cuan santo y cuan amado es tener a un tal hermano e hijo agradable, humilde y pacífico, dulce y amable y más que todas las cosas deseable! El cual dio su vida por sus ovejas (cf. Jn 10,15) y oró al Padre por nosotros, diciendo: Padre Santo, guarda en tu nombre a los que me diste (Jn 17,11). Padre todos los que me diste en el mundo, tuyos eran y me los diste a mí (Jn 17,6).
Y las palabras que me diste, a ellos se las di; y ellos las recibieron, y conocieron verdaderamente que de ti salí y creyeron que tu me enviaste (Jn 17,11); ruego por ellos y no por el mundo (cf. Jn 17,9); bendícelos y conságralos (Jn 17,17). También yo me consagro por ellos, para que ellos sean consagrados (Jn 17,19); bendícelos y conságralos (Jn 17, 17). También yo me consagro por ellos, para que ellos sean consagrados (Jn 17,19). Y quiero, Padre, que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria (Jn 17,24) en tu reino (Mt 20,21).
A quien tanto ha soportado por nosotros, tantos bienes nos ha traído y nos ha de traer en el futuro, toda criatura del cielo y de la tierra, del mar y ce los abismos, rinda como a Dios alabanza, gloria, honor y bendición (cf. Ap .5,13) porque él es nuestra fuerza y fortaleza, el solo bueno, el solo altísimo, el solo omnipotente, admirable, glorioso, y el solo santo laudable y bendito por los infinitos siglos. Amen.

 Los que no hacen penitencia 

Pero en cambio, todos aquellos que no llevan vida en penitencia ni reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo; y que ponen por obra vicios y pecados; y que caminan tras la mala concupiscencia y los malos deseos y no guardan lo que prometieron; y que sirven corporalmente al mundo con los deseos carnales, con los cuidados y afanes de este siglo, y con las preocupaciones de esta vida, engañados por el diablo, cuyos hijos son y cuyas obras hacen (cf. Jn 8,41), son unos ciegos, pues no ven a quien es la luz verdadera, nuestro Señor Jesucristo.
No tienen sabiduría espiritual, porque no tienen en sí al Hijo de Dios, que es la verdadera sabiduría del Padre; de ellos se dice: Su sabiduría ha sido devorada (Sal 106, 27). Ven, conocen, saben y practican el mal, y a sabiendas pierden sus almas.
Mirad, ciegos, engañados por nuestros enemigos, la carne, el mundo, el diablo, que al cuerpo le es dulce cometer pecado y amargo servir a Dios, pues todos los males, vicios y pecados, del corazón del hombre salen y proceden (cf. Mc 7,21.23), Como dice el Señor en el Evangelio. Y nada tenéis en este siglo ni en el futuro. Pensáis poseer por mucho tiempo las vanidades de este siglo, pero estáis engañados, porque vendrán el día y la hora que no recordáis, desconocéis e ignoráis...

 Ruego final y bendición 
-En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén. Yo, el hermano Francisco, vuestro menor siervo, os ruego y suplico, en la caridad que es Dios (cf. Jn 4,16) y con el deseo de besaros los pies, que os sintáis obligados a acoger, poner por obra y guardar con humildad y amor estas palabras y las demás de nuestro Señor Jesucristo. Y a todos aquellos y aquellas que las acojan benignamente, las entiendan y las envíen a otros para ejemplo, si perseveran en ellas hasta el fin (Mt 24,13), bendíganles el Padre, y el Hijo, y el Espíritu.