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domingo, 23 de agosto de 2015

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

San Juan 6,61-70
    En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?
    Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: ¿Esto os hace vacilar?, ¿y si viérais al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen. Pues sabía Jesús desde el principio quienes no creían y quien lo iba a entregar.  Y dijo: Por eso os he dicho que nadie viene a mí, si el Padre no se lo concede.
    Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús dijo a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos?
    Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.
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    Tras la “propuesta eucarística” (Jn 6,51-58), también en el círculo de los discípulos surgen la crítica y las defecciones. Les parecía un lenguaje radicalizado, sin precedentes. ¡Y en realidad así era! Pero Jesús no da marcha atrás; aclara que su seguimiento, y la comprensión de su palabra y de su persona no se hacen desde la carne y la sangre sino desde la revelación del Padre. Y la pregunta a los Doce, al círculo de intimidad, supone la necesidad de clarificación y decisión libre y personal. La respuesta de Pedro es luminosa: ¡No hay alternativa salvadora a Jesús!
REFLEXIÓN PASTORAL
    "Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre" (Jn 6,44).  Quizá lo hemos olvidado: ser cristiano es una gracia, un don de Dios. ¡Hemos sido agraciados! Sin embargo, ¡qué difícil resulta reconocer en nuestros rostros inexpresivos y cansinos el gozo de creer! Si profundizáramos en esa verdad, cómo cambiaría nuestro modo de ver y vivir la vida.
    Porque no hemos alcanzado nosotros a Dios, sino que es Dios quien nos ha alcanzado a nosotros. Nuestra fe en Dios no es sino la respuesta  a la fe que Dios tiene en nosotros. Sí, Dios es también creyente: cree en el hombre, en cada hombre, hasta el punto de dejar en manos de cada uno de nosotros la posibilidad y la libertad de reconocerlo como Dios y Señor; la posibilidad y la responsabilidad de seguirlo o abandonarlo.
     De esto nos habla hoy la palabra de Dios: la respuesta a la fe es algo que hay que renovar y concretar cada día. Cada momento, cada estado y situación de vida, como nos recuerda la segunda lectura, es una oportunidad de configurar la vida desde Cristo, de vivirlos desde la fe.
     No podemos dejar que envejezcan los motivos de nuestra fe. No podemos vivir el hoy  desde el ayer.  Como a los israelitas, también a nosotros se nos pone en la disyuntiva, en la alternativa de escoger a qué Dios queremos servir; sabiendo que es imposible servir a dos señores (cf. Mt 6,24)
    Vivimos tiempos de ídolos, antagonistas declarados o camuflados del Dios verdadero. Nuestra vida discurre en una profunda contradicción: la de confesar teóricamente a Dios, para desplazarlo después en la vida real a espacios insignificantes e irrelevantes; la de decir que le amamos sobre todas las cosas, para que después cualquier cosa sea un pretexto para no amarle sobre todo. O lo que es más grave aún: la de caer en la tentación de hacernos un dios a nuestra medida, que legitime y tranquilice nuestra mediocridad.
     No es la idolatría una característica exclusiva de las culturas primitivas. Nuestra sociedad, que reclama y proclama la secularización, no ha podido, en la práctica, sortear los riesgos ni sustraerse a los reclamos seductores de los ídolos, que, aunque más sofisticados en sus formas, no son menos “vacíos”, y sí más peligrosos que las rústicas manufacturas de los antiguos.
    El dios poder-dinero-placer (la nueva trinidad), con su cortejo de ídolos menores, sus “templos”, sus “evangelios” y sus “apóstoles” configuran la nueva religión. Y así, a medida que vamos rechazando ser mártires de la fe, nos vamos convirtiendo en víctimas del consumo. Retiramos nuestros sacrificios del altar de Dios, para inmolar nuestras vidas a los ídolos del egoísmo y el materialismo.
    Ya hace muchos años resonó esta advertencia: “Tened mucho cuidado... No sea que, levantando tus ojos al cielo y viendo el sol, la luna, las estrellas y todos los astros del firmamento te dejes seducir y te postres ante ellos para darles culto… Reconoce  hoy, y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro” (Dt 4,15-20. 39-40).
    Es posible la idolización, al menos práctica, de algunas dimensiones de nuestra existencia y de nuestro entorno. Es posible vivir referidos prácticamente a un dios distinto del profesado teóricamente. Es posible…, pero no es correcto, porque “¡No hay otro!”. El reto de Josué es una llamada de alerta:"Si os resulta duro servir al Señor, elegid hoy a quien queréis servir...".
     El evangelio nos presenta una situación parecida: superado el entusiasmo de los primeros días, ante las inequívocas exigencias de Jesús, comienzan los abandonos "muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él".  Pero Jesús no se desdice, no recorta su mensaje: "¿También vosotros queréis marcharos?". 
     Una pregunta válida para nosotros. Porque hay muchos tipos de abandono. No abandonan solo los que se van: hay muchas presencias que son ausencias; presencias rutinarias, indefinidas...
     No basta con estar, ¡hay que saber estar! Lo advirtió Jesús: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí" (Mt 15,8). Y todos estamos expuestos a la tentación, si no de abandonar abiertamente, sí de distanciarnos un poco de las exigencias del Evangelio; de replegarnos hacia posiciones de comodidad y tibieza, hasta donde nos conviene...

     Examinemos nuestra situación; revisemos y corrijamos, si es necesario, nuestra orientación para poder decir con verdad, como los antiguos israelitas: "Lejos de nosotros abandonar al Señor”, o como el Apóstol Pedro: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Solo tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos".
REFLEXIÓN PERSONAL

 .- ¿Vivo la fe desde el ayer o desde el hoy?
 .- ¿Qué ídolos lastran mi vida?
 .- ¿Gozo y experimento qué bueno es el Señor?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

martes, 11 de agosto de 2015

MENSAJES CALLADOS.DÍA 9º





El secreto de la vida está en dar con lo esencial, sin absolutizar lo relativo. Miguel Ángel definió la belleza como “la purificación de lo superfluo”. Él veía en el interior del mármol una estatua y se limitaba a rescatarla cincelando lo superfluo. La vida de Clara fue un melodioso canto a esta belleza: se liberó de lo superfluo y emergió en ella la bella imagen de su Creador.
        Lo esencial para Clara fue vivir para Dios, identificada y abrazada a Cristo pobre, humilde, entregado hasta el extremo; acoger el amor de Dios y vivir en obsequio a Él. Desde esta radicalidad, concentrada en lo esencial, la vida de Clara se despliega en fecundidad amorosa para todos: “sostenedora de los miembros de su Cuerpo inefable que caen” (3CtaCl 8).
Lo esencial es el amor y para Clara tiene un nombre: Jesucristo, regalo del Padre.


          (Tomado del libro “Clara de Asís, habitada por la vida y el amor" de las Hermanas Clarisas de Salvatierra)

lunes, 10 de agosto de 2015

MENSAJES CALLADOS. DÍA 8º





Clara fue una mujer profundamente dichosa, radiante, llena de vida. El tono de sus Escritos, sobre todo en sus Cartas a Santa Inés de Praga, es exultante; en ellos rebosa gozo y agradecimiento. Aun soportando largos años de enfermedad, de lucha y de hondas preocupaciones, de ella emana fuerza como para ser apoyo de sus hermanas y de tantos que se acercan solicitando ayuda y consuelo. Su talante es celebrar la vida, cuidarla con esmero, rescatar, dignificar y curar a cuantos estén a su alcance. Clara se convirtió en bendición y bálsamo para muchos.
Donde mejor se le nota cuánta hondura y plenitud recibe de Dios es en su capacidad de desgastarse por los demás sin medida, sin preocuparse de sí misma. Se siente acompañada y puede acompañar. Con el corazón fijo en Dios, Clara se siente inmensamente segura, libre, invadida por la dulce alegría del amor de Dios. Clara tiene luz; un corazón iluminado por el altísimo Padre celestial (cfr. TestCl 24). Ella misma se convirtió en morada e icono del amor de Dios.
De la mano de Clara, quien se sabe tiernamente amado por Dios tendrá templadas las cuerdas del gozo, la gratitud, la serenidad, la fortaleza, para afrontar con dignidad y valentía cualquier situación por adversa que sea. Y es que todo buen amor nos hace dichosos y toda buena alegría nos hace fraternos.


              (Tomado del libro “Clara de Asís, habitada por la vida y el amor" de las Hermanas Clarisas de Salvatierra)

domingo, 9 de agosto de 2015

MENSAJES CALLADOS. DÍA 7º





En las relaciones es donde tenemos nuestros mayores gozos y sufrimientos. Todos aspiramos a amar y ser amados.
En nuestra aldea global se han acortado distancias, diferentes culturas convivimos juntas, pero la unión y la cercanía no la da el pasaporte, ni internet, ni las autopistas, ni el “WhatsApp”. Sólo Cristo nos hermana desde dentro y nos capacita para ser hermanos de todos.
Clara, desde si sentirse hija amada, se descubre hermana universal, hermana de todos y de todo. Ella nunca se nombra sola, siempre es en relación con Dios, Francisco y las hermanas. Clara nos dice que la fraternidad no consiste en estar cerca sino en contemplar a cada persona desde la mirada de Dios y descubrir en todos su dignidad y belleza.
Clara es hermana universal, profeta de paz, creadora de una nueva fraternidad donde cada uno, sin excluir a nadie, es importante por sí mismo. Desde niña vio horrorizada el terror de las guerras y padeció el exilio. Con dolor comprobó que el odio engendra odio, y sólo el amor y el perdón al enemigo lleva a la ansiada paz. Cristo pacificó su corazón.
¡Cuánto necesita de este talante de reconciliación y paz nuestro mundo! Acojamos esa paz y seamos, a manos llenas, sembradores de paz, perdón y reconciliación.


    (Tomado del libro “Clara de Asís, habitada por la vida y el amor" de las Hermanas Clarisas de Salvatierra)