En aquel tiempo, muchos discípulos de
Jesús, al oírlo, dijeron: Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede
hacerle caso?
Adivinando Jesús que sus discípulos lo
criticaban, les dijo: ¿Esto os hace vacilar?, ¿y si viérais al Hijo del Hombre
subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de
nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de
vosotros no creen. Pues sabía Jesús desde el principio quienes no creían y
quien lo iba a entregar. Y dijo: Por eso
os he dicho que nadie viene a mí, si el Padre no se lo concede.
Desde entonces muchos discípulos suyos se
echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús dijo a los Doce:
¿También vosotros queréis marcharos?
Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién
vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos
que tú eres el Santo consagrado por Dios.
*** *** *** ***
Tras la “propuesta eucarística” (Jn
6,51-58), también en el círculo de los discípulos surgen la crítica y las
defecciones. Les parecía un lenguaje radicalizado, sin precedentes. ¡Y en
realidad así era! Pero Jesús no da marcha atrás; aclara que su seguimiento, y
la comprensión de su palabra y de su persona no se hacen desde la carne y la
sangre sino desde la revelación del Padre. Y la pregunta a los Doce, al círculo
de intimidad, supone la necesidad de clarificación y decisión libre y personal.
La respuesta de Pedro es luminosa: ¡No hay alternativa salvadora a Jesús!
REFLEXIÓN
PASTORAL
"Nadie
puede venir a mí si no lo atrae el Padre" (Jn 6,44). Quizá lo hemos olvidado: ser cristiano es una
gracia, un don de Dios. ¡Hemos sido agraciados! Sin embargo, ¡qué difícil
resulta reconocer en nuestros rostros inexpresivos y cansinos el gozo de creer!
Si profundizáramos en esa verdad, cómo cambiaría nuestro modo de ver y vivir la
vida.
Porque no hemos alcanzado nosotros a Dios,
sino que es Dios quien nos ha alcanzado a nosotros. Nuestra fe en Dios no es
sino la respuesta a la fe que Dios tiene
en nosotros. Sí, Dios es también creyente: cree en el hombre, en cada hombre,
hasta el punto de dejar en manos de cada uno de nosotros la posibilidad y la
libertad de reconocerlo como Dios y Señor; la posibilidad y la responsabilidad
de seguirlo o abandonarlo.
De esto nos habla hoy la palabra de Dios:
la respuesta a la fe es algo que hay que renovar y concretar cada día. Cada
momento, cada estado y situación de vida, como nos recuerda la segunda lectura,
es una oportunidad de configurar la vida desde Cristo, de vivirlos desde la fe.
No podemos dejar que envejezcan los
motivos de nuestra fe. No podemos vivir el hoy
desde el ayer. Como a los
israelitas, también a nosotros se nos pone en la disyuntiva, en la alternativa
de escoger a qué Dios queremos servir; sabiendo que es imposible servir a dos
señores (cf. Mt 6,24)
Vivimos tiempos de ídolos, antagonistas
declarados o camuflados del Dios verdadero. Nuestra vida discurre en una
profunda contradicción: la de confesar teóricamente a Dios, para desplazarlo
después en la vida real a espacios insignificantes e irrelevantes; la de decir
que le amamos sobre todas las cosas, para que después cualquier cosa sea un
pretexto para no amarle sobre todo. O lo que es más grave aún: la de caer en la
tentación de hacernos un dios a nuestra medida, que legitime y tranquilice
nuestra mediocridad.
No es la idolatría una característica
exclusiva de las culturas primitivas. Nuestra sociedad, que reclama y proclama
la secularización, no ha podido, en la práctica, sortear los riesgos ni
sustraerse a los reclamos seductores de los ídolos, que, aunque más
sofisticados en sus formas, no son menos “vacíos”, y sí más peligrosos que las
rústicas manufacturas de los antiguos.
El dios poder-dinero-placer (la nueva
trinidad), con su cortejo de ídolos menores, sus “templos”, sus “evangelios” y
sus “apóstoles” configuran la nueva religión. Y así, a medida que vamos
rechazando ser mártires de la fe, nos vamos convirtiendo en víctimas del
consumo. Retiramos nuestros sacrificios del altar de Dios, para inmolar
nuestras vidas a los ídolos del egoísmo y el materialismo.
Ya hace muchos años resonó esta
advertencia: “Tened mucho cuidado... No
sea que, levantando tus ojos al cielo y viendo el sol, la luna, las estrellas y
todos los astros del firmamento te dejes seducir y te postres ante ellos para
darles culto… Reconoce hoy, y medita en
tu corazón, que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo
en la tierra; no hay otro” (Dt 4,15-20. 39-40).
Es posible la idolización, al menos
práctica, de algunas dimensiones de nuestra existencia y de nuestro entorno. Es
posible vivir referidos prácticamente a un dios distinto del profesado
teóricamente. Es posible…, pero no es correcto, porque “¡No hay otro!”. El reto de Josué es una llamada de alerta:"Si os resulta duro servir al Señor, elegid
hoy a quien queréis servir...".
El evangelio nos presenta una situación
parecida: superado el entusiasmo de los primeros días, ante las inequívocas
exigencias de Jesús, comienzan los abandonos "muchos discípulos suyos se
echaron atrás y no volvieron a ir con él". Pero Jesús no se desdice, no recorta su
mensaje: "¿También vosotros queréis
marcharos?".
Una pregunta válida para nosotros. Porque
hay muchos tipos de abandono. No abandonan solo los que se van: hay muchas
presencias que son ausencias; presencias rutinarias, indefinidas...
No basta con estar, ¡hay que saber estar!
Lo advirtió Jesús: "Este pueblo me
honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí" (Mt 15,8). Y
todos estamos expuestos a la tentación, si no de abandonar abiertamente, sí de
distanciarnos un poco de las exigencias del Evangelio; de replegarnos hacia
posiciones de comodidad y tibieza, hasta donde nos conviene...
Examinemos nuestra situación; revisemos y
corrijamos, si es necesario, nuestra orientación para poder decir con verdad,
como los antiguos israelitas: "Lejos
de nosotros abandonar al Señor”, o como el Apóstol Pedro: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Solo tú
tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos".
REFLEXIÓN
PERSONAL
.- ¿Vivo la fe desde el ayer o desde el hoy?
.- ¿Qué ídolos lastran mi vida?
.- ¿Gozo y experimento qué bueno es el Señor?