En aquel tiempo, se
acercaron a Jesús unos saduceos que niegan la resurrección y le preguntaron:
Maestro, Moisés nos dejó escrito: ‘Si a uno se le muere su hermano, dejando
mujer pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia s su hermano´. Pues
bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo
y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por
último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la
mujer? Porque los siete han estado casados con ella.
Jesús les contestó:
En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de
la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues
ya no pueden morir; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y
que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la
zarza, cuando llama al Señor: ‘Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob´.
No es Dios de muertos sino de vivos: porque para Dios todos están vivos.
*** *** *** ***
La escena presenta
un debate doctrinal dentro del judaísmo respecto del tema de la suerte de los difuntos. Las dos
posturas dominantes -sólo inmortalidad (saduceos)-, inmortalidad y resurrección
(fariseos)- aparecen enfrentadas. Jesús comparte la creencia farisea. Frente al
planteamiento “espiritualista” (sólo el alma) de los saduceos, Jesús defiende
un planteamiento más “integrador”: toda la realidad personal (alma y cuerpo)
quedará asumida. Y lo argumenta desde la fe de Israel profesada por Moisés.
Todo el proyecto humano creado por Dios es el llamado a la resurrección. Que es
más que la reanimación de un cadáver: es la incorporación definitiva al gran
resucitado Jesucristo, “primogénito
de los muertos” (Col 1,18; cf 1 Co
15,20-23)
REFLEXIÓN PASTORAL
En el marco del mes
de Noviembre, en que todos, seguramente, hemos orientado nuestros pasos y sobre
todo nuestro corazón al recuerdo de nuestros difuntos, para depositar unas
flores en sus tumbas y elevar una oración por ellos, puede encajar muy bien
este fragmento del evangelio de san Lucas. El día 2 de Noviembre para muchos
absolutiza demasiado el tema de la tierra, de la tumba…, y difumina lo que debe
ser fundamental: la vida, el cielo…
Con la historia de
la mujer que había ido enviudando sucesivamente en siete ocasiones, los
saduceos, que no creían en la resurrección, quieren poner en aprietos a Jesús.
Su argumentación no logra, sin embargo, enredarle. Y de una pregunta curiosa,
formulada desde el escepticismo, Jesús aprovecha para dar una respuesta sobria
y esclarecedora. “No os imaginéis la vida del mundo futuro -que existe- según
el modelo de la vida actual, donde los hombres se casan y mueren; en la otra
vida nadie puede morir, ni casarse”. Es decir, esta vida nos sirve para
conseguir la otra, pero no para imaginárnosla. Palabras que corren el riesgo de
resbalar por la piel del hombre de hoy. ¿La vida eterna? ¡Bueno, ya lo veremos
cuando estemos allí, si es que hay algo! ¡No!, nos avisa Jesús. Desde este
mundo hay que preocuparse por ser un buen ciudadano del otro mundo.
No es que tengamos
que ponernos a fabular sobre el otro mundo. Quizá en esto se ha exagerado.
Jesús rompe con las imaginaciones inútiles y hasta delirantes. Serán “como ángeles”, es decir, “estarán con
Dios”. Dios será su única referencia. No se está devaluando la realidad
positiva del matrimonio, ni se nos prohíbe soñar cómo viviremos allí nuestros
amores de aquí, con tal de no olvidar que se trata de algo inimaginable.
¿Será esto, como
a veces insinúan algunos, la necesidad
de tranquilizarnos contra el miedo a morir? Hay anhelos de tranquilidad a toda
costa que no son sanos ni verdaderos; pero creer en Jesús, que es la Verdad,
forma parte de una buena salud humana y cristiana.
Frente a sus oyentes
judíos, saduceos, Jesús recurre a lo que más podía impresionarles, la autoridad
de Moisés. Esto también puede decirnos algo a nosotros: “Buscad la respuesta al
tema del más allá no en los filósofos o imaginativos, sino en la revelación, en
la Palabra de Dios”. Nuestra fe en la resurrección y en la otra vida no es
fruto del mero deseo, de una nostalgia o de un razonamiento: es sólo fruto de
la adhesión a Cristo, que dice: “Yo soy
la resurrección y la vida…, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá
(Jn 11,25)… Porque Dios no es Dios de
muertos sino de vivos, porque para él todos están vivos”.
Dios no nos ha
creado para hacer de nosotros meros candidatos a la muerte, unos difuntos en
potencia. El, “amigo de la vida” (Sab
11,26), no puede permitir que su grandioso proyecto, el hombre, -“Hagamos al hombre a nuestra imagen y
semejanza” (Gn 1,126)- acabe sepultado para siempre en un cementerio.
El evangelio nos
impulsa y estimula a vivir la fe en el Dios vivo, con realismo, pues la fe es
también compromiso humano, pero sobre todo, con optimismo, pues sabemos que
nuestros mejores sueños y deseos serán superados por los planes y deseos que
nuestro Padre Dios ha concebido para nosotros.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Tiene algún eco la resurrección
en mi vida de cada día?
.- ¿Siento a Dios como el amigo de
la vida?
.- ¿Vivo con gratitud el don de la
fe?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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