SAN LUCAS 21,5-19
En aquel tiempo,
algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los
exvotos. Jesús les dijo: Esto
que contempláis, llegará un día que no quedará piedra sobre piedra: todo será
destruido.
Ellos le
preguntaron: Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo
esto está para suceder?
Él contestó: Cuidado
con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre diciendo: ‘Yo
soy´ o bien ‘el momento está cerca´; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis
noticias de guerras y revoluciones no tengáis pánico. Porque eso tiene que
ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.
Luego les dijo: Se
alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y
en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos
en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán,
entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y
gobernadores por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio.
Haced propósito de no preparar vuestra defensa: porque yo os daré palabras y
sabiduría a la que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario
vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes y hermanos, y amigos os
traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de
mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia
salvaréis vuestras almas.
*** *** *** ***
Nos encontramos en
el inicio de la sección del evangelio de san Lucas denominada “discurso
escatológico”. Ante la grandiosidad del Templo, Jesús invita a una lectura más
profunda, a no quedarse en la exterioridad. Ese Templo desaparecerá. Y
desactiva la curiosidad de sus contemporáneos, que mostraban más interés por
saber el cuándo de los acontecimientos que anunciaba que en entrar en las
urgencias que planteaba Jesús a sus vidas para la conversión.
Jesús advierte de la
necesidad de un discernimiento personal e histórico, para no confundirlo con
falsas propuestas que aparecerán bajo la etiqueta de su nombre. Y es que con su
nombre puede circular otro “producto” o, como dirá Pablo, “otro evangelio” (Gál 1,6). Y anima a la fidelidad para tiempos
difíciles, que sin duda llegarán a sus discípulos. En realidad algunos de los
elementos apuntados en el texto reflejan ya situaciones vividas por la
primitiva comunidad, posterior a Jesús.
REFLEXIÓN PASTORAL
Los textos bíblicos
que acabamos de leer nos sitúan ante la problemática del fin del mundo. Para
muchos la perspectiva del fin de la propia existencia, del mundo en que se
mueven y en cuya construcción quizá han gastado lo mejor de sus vidas, suscita una
resignada amargura, cuando no una desesperada protesta ante lo inevitable. Por
otra parte, nos movemos en un ambiente de presagios funestos y fatalistas,
donde abundan signos que incitan a pensar que nos encontramos en el umbral de
grandes catástrofes. Es, pues, un tema que apasiona a muchos y que, en no pocas
ocasiones, altera el equilibrio de la persona, atemorizada por el cómo y el
cuándo de tales acontecimientos.
Como creyentes, ¿qué
responder? Para el discípulo de Cristo no hay cabida más que para una actitud:
la esperanza y la serenidad. A los cristianos de Tesalónica, preocupados por la
suerte de los difuntos y de los últimos días, san Pablo les escribe: “Por lo que a esto se refiere no quiero que
viváis como los que no tienen esperanza”. Además, “el día y la hora nadie lo conoce” (Mt 24,36), por tanto, “en lo que se refiere al tiempo y al momento,
hermanos, no tenéis necesidad de que os escriba (1 Tes 5,1ss)…, y no os dejéis alterar fácilmente, ni os
alarméis por alguna manifestación profética… Que nadie os engañe” (2 Tes
2,1ss).
Pero es que, además,
ese fin no será el final, ni una catástrofe sino la victoria definitiva de
Cristo. Entonces tendrá lugar la nueva creación de unos cielos nuevos y una
tierra nueva. Será una transformación de la existencia, por la que, en frase de
san Pablo, “la creación entera gime y
sufre dolores de parto…, porque la salvación es objeto de esperanza” (Rm
8,22). Entonces recibirán el premio los que vienen de la gran tribulación (cf.
Ap 7,14). Entonces desaparecerán “las apariencias” por muy deslumbrantes que
sean.
No se trata de
destrucción, sino de renovación; no de muerte, sino de esperanza; no de fin,
sino de comienzo, si bien, para ello, es necesario que el grano de trigo sea
enterrado, que Cristo sea crucificado y que el cristiano tome cada día su
cruz…; pero no lo olvidemos, el hecho básico de la vida de Jesús fue la
resurrección, y de la vida del cristiano ha de ser la esperanza de que, si
Cristo resucitó, también nosotros resucitaremos.
Nada de actitudes
negativas ni tremendistas. Creemos en Cristo, vivamos consecuentemente,
empeñados diariamente porque esta nueva creación -para los pesimistas el fin-
se realice con nuestra aportación, ya que el reino de Dios, cuya implantación
pedimos en el padrenuestro, no puede sernos ajena.
El mensaje de Jesús
es una llamada a la responsabilidad. Él vino a situar al hombre en la
esperanza, desinstalándole de las falsas esperas. No vino a ilustrar nuestra
curiosidad, prediciendo el futuro a modo de parte meteorológico, sino a fundamentar
nuestra fe en algo y en alguien. Nos colocó ante el fin, y se marchó sin
indicarnos la fecha, pero con una tarea que cumplir:
·
nos señaló un trozo de la viña, y nos dijo:
venid y trabajad;
·
nos mostró una mesa vacía, y nos dijo: llenadla
de pan;
·
nos presentó un campo de batalla, y nos dijo:
construid la paz;
·
nos sacó al desierto con el alba, y nos dijo:
levantad la ciudad;
·
puso una herramienta en nuestras manos, y nos
dijo: es tiempo de crear.
Nos hizo una llamada
a dar intensidad a nuestra vida desde el ángulo de la fe, a “finalizar” la
vida. De ahí que hayamos de rechazar las actitudes superficiales, centradas en
lo anecdótico.
Pero en el mensaje
de Jesús hay una clarificación muy importante. Ante la fascinación por la
grandiosidad del Templo de Jerusalén precisó: “De esto no quedará piedra sobre piedra”. Las estructuras, aún las
más fascinantes, sucumben. Resiste mejor la embestida del huracán un junco que
un muro. Y con esos mimbres, nos dice
Jesús, Dios hace sus proyectos.
En espera de que nuestra
existencia alcance esa dimensión definitiva sigamos el consejo de san Pablo: “Hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de
noble, de justo, de amable, de puro…, todo cuanto sea virtud y cosa digna de
elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4,8), y “cuanto hacéis, de palabra y de obra, realizadlo todo en el nombre del
Señor” (Col 3,17).
Sólo con una vida
así interpretada podremos acceder a celebrar coherentemente la Eucaristía,
mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro salvador Jesucristo.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo me sitúo ante el tema
del fin del mundo?
.- ¿Hasta qué punto asumo mi
responsabilidad por construir la “tierra nueva”?
.- ¿Anima la esperanza mi
vida y anima mi vida la esperanza?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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